Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica
Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica

Alatorre Chávez, Antonio (Autlán de la Grana, Jalisco, 1922–Ciudad de México, 2010)

La revolución mexicana aún tenía estertores hacia finales de la segunda década del siglo XX y, no obstante los subsecuentes conflictos sociales álgidos como la Guerra Cristera (1926–1929), el Estado de Jalisco, en el Occidente mexicano, vio nacer en ese entonces una generación de notables escritores: Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Luis Martínez y Antonio Alatorre, entre otros intelectuales que conformaron el rostro de la literatura mexicana del siglo pasado y que, de una manera u otra, mantuvieron una relación con la Tradición Clásica. En efecto, como la mayoría de aquellos pensadores jaliscienses, el autor de Los 1001 años de la lengua española (1979) tuvo contacto con el latín y el griego en el ámbito religioso. Alatorre asistió al Seminario de los Misioneros del Espíritu Santo, en la ciudad de Guadalajara, donde transcurrió parte de su niñez y de su juventud, y ahí entró en contacto con las lenguas clásicas, además de aprender lenguas modernas como el inglés y el francés. Más tarde estudió en la facultad de filosofía y letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (1947–1950) y en el Colegio de México, donde fue discípulo de Raimundo Lida. Desde 1951 y hasta su muerte, fue profesor e investigador de esta última institución. Ahí dirigió la Nueva Revista de Filología Hispánica, fundada por Amado Alonso y Alfonso Reyes. Alatorre tuvo dos guías en la conducción por el camino de la literatura y de la filología: Juan José Arreola y Raimundo Lida, respectivamente; y junto con ellos también fue determinante su vinculación intelectual, por lo que concierne a los estudios clásicos, con Alfonso Reyes y con Agustín Millares Carlo. La dilatada dedicación de Alatorre a la filología puede dividirse en cuatro grandes bloques: la lingüística, la lengua y literatura mexicanas, área en la que los estudios sobre Sor Juana Inés de la Cruz ocupan un lugar central, la literatura áurea y los estudios clásicos.

La traducción. Antonio Alatorre trasladó a la lengua española una serie de obras referentes al mundo clásico y, de manera señalada, a la Tradición Clásica. Alentado, sin duda, por Alfonso Reyes, quien llevó a cabo una tarea similar, tradujo The Classical Tradition. Greek and Roman Influences on Western Literature de Gilbert Highet (1949) y, con la colaboración de Margit Frenk, European Literature and the Latin Middle Ages de Ernest R. Curtius (1948). La traducción de ambas obras supuso una trascendencia para los estudios clásicos en el ámbito hispánico de modo inmediato, pues en su momento fue una puesta al día del modo en el que se abordaba la presencia de los clásicos en diferentes contextos culturales, con especial atención en la Europa medieval y su proyección en Occidente, frente a la visión decimonónica que aún prevalecía en la primera mitad del siglo XX y que carecía de una visión sólida en términos metodológicos.

Highet reconoce en el «Prefacio» la ayuda prestada por Alatorre en la traducción de La Tradición Clásica, al punto de que puede decirse que el filólogo jalisciense llegó a convertirse en colaborador de esta obra que significó una evolución notable para la definición de «Tradición Clásica»: «es poco común hallar un traductor en quien se unen […] la habilidad y los conocimientos» (Highet 1996, p. 9). En efecto, el involucramiento intelectual de Alatorre fue de enorme ayuda para poder orientar la versión española de La Tradición Clásica, en virtud de las aportaciones que desde su papel de traductor con pleno conocimiento de la materia pudo realizar, especialmente en lo que se refiere al capítulo del Renacimiento, además de que esta traducción ya contempla las correcciones y observaciones que hizo con luminosa precisión María Rosa Lida de Malkiel (1951). Esta traducción implica una aportación a los estudios por el significado que tiene este volumen de Highet: 1) de acuerdo con García Jurado (2016, p. 88), la acuñación de «Tradición Clásica» siguió un periplo que se inició con Domenico Comparetti (1872) y culminó con Highet en 1949. 2) A pesar de «los lunares señalados» y de las llamadas de atención, Lida de Malkiel señala en su puntual reseña a la obra de Highet que es «valiosa para todo lector», pero «lo será más para el lector hispánico, a quien ofrece un cuadro brillante e instructivo de las literaturas inglesa, francesa, italiana y alemana desde el punto de vista del influjo clásico» (1951, p. 202).

Al igual que Highet, Curtius siguió de cerca el trabajo de traducción de Alatorre y Frenk, quienes se basaron en la primera edición alemana y en la traducción inglesa de European Literature and the Latin Middle Ages (1953) para realizar la versión al español. La traducción de esta obra ha sido también de gran utilidad para comprender cómo se transmitió, según Curtius, la Cultura Clásica durante la Edad Media y, a partir de ahí la secuencia y conformación cultural (literaria) de los pueblos europeos. Entre la Antigüedad clásica y la Modernidad no hay ruptura, sino una continuidad en la que la lengua latina fue esencial para dicho proceso cultural. Sin duda, los postulados de ambas obras en torno a una idea de Tradición Clásica fue fundamental de modo inmediato para el mismo Alatorre en cuanto a la orientación de sus afanes en el campo del análisis filológico y literarios y, sin embargo, la recepción en el ámbito hispanoamericano no alcanzó las dimensiones de lo que en ese momento significaba abrir una brecha muy valiosa, por tratarse de un campo que apenas se empieza a explorar desde las perspectivas de Curtius y de Highet, las cuales se han venido a nutrir con nuevos enfoques y perspectivas metodológicas como las propuestas más recientemente por Grafton (2010) y por García Jurado (2016).

Como se ha dicho, con seguridad, la labor de traductor de Alatorre fue fomentada por Alfonso Reyes, quien unos cuantos años antes había publicado la traducción de los siguientes libros: Introducción al estudio de Grecia de Alexander Petri (1946), Eurípides y su tiempo, de Gilbert Murray (1949) e Historia de la literatura griega de C. M. Bowra (1948). Sin estar inmersos plenamente en la corriente de los estudios clásicos en México, las traducciones de Alatorre, Frenk y Reyes dieron un patente impulso al cultivo de los autores griegos y latinos y, en cierto modo, fueron también el complemento teórico de la recién creada Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana (1944). Vale la pena, pues, subrayar que Alatorre y Frenk contribuyeron desde la trinchera de la traducción a los estudios de Tradición Clásica en México, en cercana colaboración con Lida de Malkiel, Reyes, Millares Carlo, Gallegos Rocafull y Yáñez, entre otros.

En 1950 y alentado por Agustín Millares Carlo, Alatorre publicó la traducción de las Heroidas de Ovidio, en la colección de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana (Vargas Valencia 2019, p. 182). Más tarde, en 1987, la Secretaría de Educación Pública de México publicó una nueva edición «muy corregida» de este volumen. A decir de Marcel Bataillon, «La traduction est fidèle et agréable. L’introduction offre un bon aperçu du succès et de l’influence des Héroîdes dans les littératures modernes, surtout en Espagne. Mais Alatorre ne prétend pas épuiser ce sujet, plus riche qu’on ne pourrait croire. Schevill avait déjà montré l’importance du courant ovidien chez Boccace et chez les Espagnols qui firent de la lettre d’amour un ingrédient essentiel du roman sentimental. Mais cette littérature est encore mal étudiée, étant peu accessible» (1953, p. 205).

La Revista de la Universidad de México publicó en su número 8 (1974) la traducción de un fragmento de El asno de oro de Apuleyo (Ap. Met. 1, 5–19), bajo el título «Los amores de Méroe». Además de su interés en este ejercicio como latinista, es probable que Alatorre siguiera la huella de la figura de Méroe —una hechicera que a través de su labor como hostelera y su arte culinario atraía a sus amoríos—, para determinar su presencia en la literatura española de manera general.

Por último, en cuanto a las traducciones de motivos clásicos llevadas a cabo por Alatorre, vale la pena anotar el libro de Marcel Bataillon, Erasme et l’Espagne, por el carácter humanístico que reviste el magisterio de Erasmo de Rotterdam en la conformación del pensamiento español del siglo XVI.

La exégesis. En cuanto a su labor como filólogo, el objeto de estudio central de Alatorre lo constituyó la literatura en lengua española. Sin embargo, escribió una serie de trabajos sobre diversos tópicos de factura clásica que revela su interés por la presencia de los antiguos en la Modernidad, la traducción de algunos autores clásicos y la difusión de estos saberes.

Sin duda, Curtius y Highet influyeron en la conformación de la idea que sobre tradición literaria y, de modo más lejano, Tradición Clásica, pudo haberse formado Antonio Alatorre. En algunos de sus estudios sobre poesía, por ejemplo, es común hallar un horizonte de autores y obras que considera lo antiguo y lo moderno bajo una secuencia predominantemente estética. Así, por ejemplo, en el artículo «En torno a creación y tradición», Alatorre aborda algunos aspectos de los géneros literarios considerando que «la tradición, el conjunto de obras del pasado» posee una carga estética, temática y de técnica literaria que da origen a una creación nueva y fresca (1958, p. 465). Entre la tradición y cualquier obra que se deriva de ella existe una relación de parentesco; se puede colegir a partir de lo anterior que cada hecho literario forma parte de una gran familia, entre cuyos integrantes hay rasgos que denotan su ascendencia: rasgos lingüísticos y literarios que permiten observar la presencia de lo clásico en lo moderno. Por ejemplo, Alatorre observó que hay una serie de componentes que se pueden apreciar en la obra nueva como resultado de una afinidad basada en el género literario: O’Neill, Shakespeare y Lope de Vega han creado piezas originales en la medida en que «el gran drama» es pariente de Sófocles. Esta visión contempla los puntos intermedios que existen entre los polos que se pueden disponer como materia de análisis: la tragedia griega no arriba de modo directo a la dramaturgia europea, sino que «ha sido ya remoldeada y renovada innumerables veces» (1958, p. 466), de modo que no debe importar solamente la distancia histórico-cultural; antes bien, lo más relevante para Alatorre es el proceso lento y acumulativo del texto literario desde el cual es posible comprender el camino de la tradición a la originalidad que propone el contexto moderno.

Siguiendo la idea del parentesco, Alatorre acude al término «herencia» para referirse de modo específico a la Tradición Clásica. Y se puede colegir que quien recibe dicho legado es responsable de lo que hace con él. Las posibilidades son infinitas: desde una actitud displicente frente a lo que se considera «una melodía trillada e inexpresiva», hasta «las evocaciones recreadoras» que «saben convertir esas obras, viejas de siglos, en materia reluciente y tan válida como la experiencia más íntima y profunda» (1958, p. 470). La herencia implica, pues, una obligación para el heredero de la cultura grecolatina en razón del usufructo que llegue a hacer de ésta: «con razón dice Gilbert Highet que una de las mejores pruebas de grandeza de los clásicos es el haber salido incólumes de tantos estropicios» (1952, p. 7). Para Alatorre, la Tradición Clásica implica, entonces, una mentalidad permanente en la medida en que el redescubrimiento continuo es lo que estimula la creación humana. Baste recordar como ejemplo las exploraciones del filólogo jalisciense en torno a temas y motivos latinos en las obras de la literatura española, en especial la áurea, en donde expone «cómo el hombre moderno encuentra siempre, en una o en otra forma, la manera de actualidad a los clásicos». En efecto, a propósito de las fábulas mitológicas de factura clásica recreadas en tono burlesco en el siglo XVII, Alatorre llega a la siguiente conclusión: «nunca hubieran imaginado Virgilio y Ovidio que la historia de Orfeo y Eurídice pudieran adquirir estas dimensiones [burlescas]… La influencia de los clásicos está siempre llena de sorpresas» (1952, p. 7).

Este modo de comprender el legado de Grecia y de Roma fue la orientación que guió a Alatorre a acometer sus pesquisas sobre Ovidio y sus Heroidas: por una parte, sus reflexiones sobre la presencia de los clásicos griegos y latinos en la literatura española y, por otra, su acercamiento a este universo a través de su labor como traductor (y corrector) de Highet y Curtius, fueron las guías para arribar a su versión española de esta obra de Ovidio. En efecto, el proceso de tal traducción puede reconstruirse en cierta manera a través de algunos materiales publicados por Alatorre: 1) En su artículo «Sobre traducciones castellanas de las Heroidas» (1949b), el filólogo jalisciense hace correcciones y suma información al material proporcionado por Agapito Rey y Antonio G. Solalinde (1942) en torno a la bibliografía de los mitos troyanos en la literatura española, centrándose en las distintas versiones de las Heroidas desde la General Estoria (Rey y Solalinde parten del Bursario de Rodríguez de la Cámara, ca. 1425–1450) hasta llegar a la traducción / imitación de la heroida X de Manuel José Quintana (Rey y Solalinde se detienen en la traducción de Diego Suárez de Figueroa, ca. 1740). La exploración de Alatorre responde a un interés por considerar las distintas versiones españolas a partir de sus características evidentes: completas o parciales, en prosa o en verso, traducción fiel o versión del traductor. Este material vuelve a ser examinado, junto con la introducción a la traducción de las Heroidas publicada por la UNAM, en un capítulo de libro titulado «De nuevo sobre traducciones de las Heroidas» (1997), donde sobresale para los fines de la Tradición Clásica las nuevas pesquisas en torno a la presencia de Ovidio en la literatura española. 2) En 1954, Alatorre publicó una reseña a su propia traducción del libro de Highet, en la cual hace un examen a los contenidos de The Classical Tradition, que se sintetiza en el título mismo de dicho documento: «Literatura clásica y literatura moderna». El mérito de Highet, a decir de su traductor al español, «es solo hacer ver la fuerza y fecundidad de la tradición grecorromana», porque «la historia de gran parte de la poesía y de la prosa más excelentes que se han escrito en las naciones occidentales constituye una corriente continua que avanza desde su fuente en Grecia hasta el día de hoy, y esa corriente es un flujo constante en la vida espiritual del hombre occidental» (1954, p. 28). Es fácil deducir que, dado el fuerte interés de Alatorre por la literatura española áurea, la parte en la que mayor incidencia tuvo como traductor fue la que corresponde al capítulo VI que se ocupa del Renacimiento. Siguiendo, pues, la idea de «influencia» de lo grecorromano a la literatura moderna, Alatorre procedió bajo estos supuestos en la redacción de la parte introductoria a su traducción de las Heroidas, misma que causó cierta polémica por el fondo y la forma asumidos para tal fin cuando Tarcisio Herrera Zapién publicó en verso su traducción de las Heroidas (Herrera Zapién 1979; Pérez Martínez 1988). 3) Finalmente, en Las Heroidas de Ovidio y su huella en las letras españolas (1950), Alatorre concentró su concepto y práctica de lo que para él significó la Tradición Clásica, pues, desde su experiencia intelectual como traductor de Highet y de Ovidio, acertó en la conjunción de las premisas de la naciente disciplina, su investigación sobre las Heroidas, así como los ecos de estas cartas en la literatura española.

Bajo este mismo esquema, Alatorre publicó su artículo «Dido y su defensa (traductores españoles y portugueses de dos epigramas atribuidos a Ausonio» (1962), inspirado en un trabajo de Lida de Malkiel: «Dido y su defensa en la literatura española» (1942 y 1943). Se trata de una «adición marginal» a la investigación de la filóloga argentina, pues, sin perder de vista «la tradición virgiliana» donde Dido representa toda la obra del mantuano, Alatorre se centra en dos epigramas que españoles y portugueses de los Siglos de Oro atribuyeron a Ausonio: «Infelix Dido» e «Illa ego sum Dido» (Alatorre 1962, pp. 307–308). Pues bien, la aportación de Alatorre constituye la exploración y análisis de las traducciones y recreaciones poéticas de tales epigramas. Entre la «tradición virgiliana» y la atribución a Ausonio transita en la cauda de autores referidos por Alatorre la percepción de un poeta y de otro, es decir, la autoridad del autor como un modo de comprender y reelaborar lo motivos mitológicos.

En sus diferentes facetas intelectuales —traductor, exégeta, profesor, crítico literario, reseñista (casi una vocación y un género para él) y escritor de ficción (es autor de una novela: La migraña (2012)—, Alatorre discurría cada uno de los temas que eran de su interés como punto de partida para ir descubrimiento los ramales en los que se vierte la fuente. La tradición fue para él un procedimiento natural para descubrir que «los pensamientos, las imágenes poéticas, los hallazgos expresivos, las frases mismas de los clásicos han brotado a nueva vida en la obra de los modernos» (Alatorre 1954, 29). Siendo esto así, los supuestos filológicos con los que Alatorre acometía a autores y textos partían de la idea de rastrear cada tema hasta su propio origen y, a partir de ahí, analizar su recorrido, es decir, su tradición como vacuna contra las modas teóricas y la vacilación del comentario que omite sus raíces, tal como lo refieren sus numerosos alumnos. Por ello resulta relevante su concepto de Tradición Clásica en cuanto influencia que ha determinado a la literatura occidental, es decir, su percepción historiográfica de que los distintos procesos por los que se ha trasmitido la cultura antigua, a través de estaciones marcadas por el tiempo y por el espacio, tal como lo expresa él mismo en su artículo —el primer artículo publicado que se conoce de su vasta obra— sobre la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana:

Los clásicos, tópico peligroso. Pero tópico sobre el que hay que volver una y otra vez. Extraño destino el suyo, extraña eternidad. Los viejos autores griegos y latinos siguen siendo tema de estudio, objeto de amor; siguen desvelando en todo el mundo a los traductores; siguen ocupando un gran lugar en las bibliotecas. La historia de la cultura está llena de vicisitudes a lo largo de milenios: se les glorifica y se les escupe; iluminan las conciencias y se hunden en el polvo, para volver a surgir esplendorosos; se les teme y se les exalta, se les rebate y se les defiende como si fueran escritores de nuestra época, y a través de todos estos azares han venido dando una extraña continuidad a nuestra civilización, a nuestro modo de pensar y de sentir (Alatorre 1949a, p. 220).

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David García Pérez

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