Bolgar, Robert Ralph (Londres, 1913–¿Cambridge?, 1985)
Miembro del King’s College de la Universidad de Cambridge y profesor de historia de la Tradición Clásica en esta universidad, Robert Ralph Bolgar llevó a cabo una provechosa labor de investigación acerca del mundo clásico, su historia y legado, a la vez que dedicó una atención especial al ámbito educativo, incluso en la elaboración de trabajos que unen ambos intereses como Classical Reading in Renaissance Schools (1955), A Theory of Classical Education (1963), The Training of Elites in Greek Education (1969) y Humanist Education and its Contribution to the Renaissance (1971). Como ensayista, reúne decenas de reseñas publicadas en diferentes revistas acerca de los más variados temas de la erudición clásica. Como editor, publicó, a partir de las actas de las conferencias internacionales celebradas en el King’s College de Cambridge durante los años 1969, 1974 y 1977, las siguientes compilaciones: Classical Influences on European Culture a.d. 500–1500 (1971), Classical Influences on European Culture a.d. 1500–1700 (1976) y Classical Influences on Western thought a.d. 1650–1870 (1979). No obstante, su mayor contribución a la historia de la Tradición Clásica fue su obra The Classical Heritage and its Beneficiaries, publicada por primera vez en 1954 y reeditada en 1958, 1963 y 1973.
The Classical Heritage and its Beneficiaries: una gran aportación a los estudios clásicos. El libro The Classical Heritage nos ofrece una «historia cultural e intelectual que discurre desde la época carolingia hasta el final del Renacimiento». Efectivamente, Bolgar recoge en nueve capítulos la historia de la Antigüedad clásica y su herencia educativa, en un espacio geográfico que discurre desde helenismo oriental hasta el occidente latino, así como un largo intervalo histórico que arranca en el siglo V d. C. y llega a comienzos del siglo XVI. Su análisis abarca materias tan variadas como el derecho, la filosofía, la lógica, la medicina y la filosofía natural, así como la literatura; de esta forma, el autor intenta darnos una visión de conjunto, a diferencia de otras obras previamente publicadas y destinadas, exclusivamente, a un tema especializado.
Como apunta García Jurado, Bolgar «intenta trazar una historia no solo literaria, sino cultural e intelectual donde necesariamente había de tener un peso específico la labor educativa como tal» (García Jurado 2016, pp. 33–34). De hecho, Bolgar describe los métodos y las técnicas de enseñanza del latín (y, en menor parte, del griego) en todas las etapas que recorre de la educación clásica. Recupera, de ese modo, el legado clásico en diversos ámbitos a través de la educación. Según Bolgar, el efecto producido en el individuo por un curso escolar depende de tres factores: los libros utilizados, el método de estudio y los valores que asumen tanto el profesor como el alumno (Bolgar 1973, p. 5).
Asimismo, García Jurado apunta que «La obra de Bolgar, por lo demás, bascula entre los paradigmas de la Edad Media y el Renacimiento, y aunque el autor procura mostrarse lo más aséptico posible ante los hechos que narra, no deja de expresar su preferencia por lo medieval» (García Jurado 2015, p. 83). Esta actitud podría parecer contestataria a la preferencia que el Warburg Institute (del cual Bolgar formaba parte) confiere al Renacimiento; sin embargo, es posible encontrar la «deuda intelectual» del autor contraída con la mencionada institución en las páginas de su compilación de estudios Classical Influences on European Culture a.d. 500–1500 (García Jurado 2016, pp. 154–155).
Bolgar reconoce que el mundo académico ha hecho mucho esfuerzo para convertir la historia de la Tradición Clásica en un campo más atractivo (desde la primera hasta la última edición de su libro), al facilitar, entre otras cosas, la disponibilidad de una notable cantidad de información básica (necesaria a los historiadores para la supervivencia de los clásicos), al poner de manifiesto los avances en áreas especializadas y permitir el acceso a herramientas que facilitaran el estudio de la materia. Comprende, además, la necesidad de los cambios en el sistema educativo, pese a su contrapartida moderna, como el prejuicio contra el griego y el latín, «filisteísmo», y la inclusión de muchas disciplinas históricas, literarias, científicas y tecnológicas, junto al currículo clásico, a la vez que lamenta el desinterés creciente hacia el estudio de los clásicos: «Hace cincuenta años, la educación clásica todavía gozaba de excepcional estima pública» (Bolgar 1973, p. 1).
Según Bolgar, «La tradición ha desempeñado un papel clave en la determinación del modelo educativo, y lo que encontramos en cada generación no es una nueva actitud hacia los clásicos, sino un complejo de actitudes y métodos heredados que se modifican progresivamente» (Bolgar 1973, p. 12). Con el fin de llevar a cabo un acercamiento a las contribuciones de la presente obra a los estudios clásicos, a partir de la indicación del propio autor de que «cada capítulo debe ser considerado como el punto de partida para el siguiente» (Bolgar 1973, p. 12), se presenta a continuación un resumen por capítulos:
Capítulo I – El trasfondo. La relación entre cultura y literatura, vital para los propósitos humanos, tocó fondo en la época alejandrina, de manera que la literatura dejó de ser la expresión artística de la cultura contemporánea para convertirse en un instrumento de educación. Con un sistema educativo bien organizado, el principal objetivo del Imperio romano no era otro que el enseñar las dos lenguas literarias con métodos establecidos a través de la imitación.
El camino hacia la herencia clásica siempre se ha recorrido a través de las escuelas. Las anglosajonas y las carolingias presentaban un currículo de la lengua latina razonablemente comprensivo, con libros de texto eficaces y técnicas de instrucción bien planeadas, heredadas del sistema educativo de los últimos siglos del imperio. Es posible rastrear un gran número de elementos clásicos en toda la educación anterior al siglo XVIII y no se puede entender la educación actual sin ciertas referencias previas a la pedagogía grecorromana, como el aprendizaje de la lectura e interpretación de textos de los griegos o la enseñanza conservadora del latín, basada en la gramática y en la retórica. El éxito de la lectura de un autor dependía de tres factores: la posesión de un texto correcto, la comprensión del idioma y la capacidad del lector para dar sentido a las referencias mitológicas e históricas.
Entre los diversos elementos que determinaron la suerte de la herencia clásica, la influencia del cristianismo ocupa una evidente posición clave. La comunidad cristiana era muy influyente a la hora de determinar cómo se debía estudiar esta herencia: podían aceptarla por su utilidad, o rechazarla por los peligros que podría ofrecer. Sin embargo, las literaturas antiguas, además de su encanto estético, encarnaban los mejores aspectos de la tradición pagana, de manera que su estudio no podía detenerse, aunque la asimilación del material clásico procediera de forma desigual.
Capítulo II – El helenismo oriental. Lo normal era que la educación romana bajo el imperio contemplara tanto el latín como el griego; no obstante, se evolucionó hacia un reparto entre occidente, donde se enseñaba el latín, y oriente (Bizancio), donde se enseñaba el griego. Con la clausura de la Universidad de Constantinopla y la apertura del Colegio Ecuménico, el estudio del pasado fue reorganizado bajo inspiración cristiana. No obstante, el movimiento iconoclasta resultó un desastre tanto para el cristianismo como para el helenismo (lo que supuso la edad oscura en la educación bizantina). Las mejores escuelas de principios del siglo IX se encontraban fuera de Constantinopla, donde se mantenía el interés por revivir los estudios griegos, pero siempre con fines eclesiásticos (educación e Iglesia constituyeron una firme alianza): el cristianismo era el segundo pilar del helenismo y el helenismo constituía la propedéutica cristiana.
Los sucesos políticos de la época intervinieron en los procesos normales de desarrollo educativo y cultural, fomentando la admiración por el pasado griego, que implicaba el estudio de su literatura, con un regreso a los métodos e ideales tradicionales de las escuelas grecolatinas, a través de un renacimiento nacionalista. El líder helenístico y también político Miguel Psellos estableció la conexión entre las revoluciones sociales y educativas de la época. A su vez, el currículo eclesiástico fue gradualmente ampliado, con cambios en el método de enseñanza: en la primera etapa, el estudiante debía escribir en la lengua oficial (ortografía y gramática) y, en lugar de Homero o Eurípides, utilizaban textos contemporáneos. La técnica utilizada eran los esquemas, y las ideas de los épicos fueron reemplazadas por otras de autores paganos con menos influencia. Asimismo, el bilingüismo parecía inevitable y se empezó a combinar dos técnicas de estudio: el uso de la lista de palabras y la práctica del comentario y reproducción en el aula. A menudo la asimilación intelectual a los modelos paganos resultaba más evidente allí donde la Iglesia mostraba menos interés y control.
Capítulo III – La era carolingia. Occidente, por su parte, era menos receloso del cambio y no dudaba en restaurar el pasado romano. Irlanda fue el primer lugar donde llegó la herencia literaria clásica y su alto desarrollo cultural se mostró favorable a las prácticas de aprendizaje. Se trataba de un relato al margen del ámbito estrictamente religioso y fueron los primeros en estudiar la herencia clásica. Los instrumentos tradicionales de la educación secular eran copiar gramáticas y compilar listas de palabras elaboradas y oscuras.
La contribución inglesa a los estudios clásicos fue menos importante que la irlandesa, ya que todavía una minoría hablaba la lengua latina. Asimismo, se requería de técnicas especiales para la enseñanza del latín cuando la lengua materna no guardaba afinidades con las lenguas clásicas. A su vez, como las escuelas resultaban esenciales para la supervivencia del cristianismo, con el Sínodo de Whitby se creó un plan para usar los métodos exegéticos de las escuelas seculares en la enseñanza del latín, bajo los auspicios de la Iglesia.
Carlomagno trajo varios escolásticos de Italia, entre ellos Pedro de Pisa, quien, pese a su influencia en los escritores de la corte, tuvo una importancia menor que la de Alcuino para el estudio de los clásicos. La vida intelectual de la época carolingia tenía un carácter dual, basado en dos sistemas educativos que a veces se mezclaban, pero que eran distintos: por un lado, el alumno con su rutina, sus libros de texto elementales y sus objetivos limitados (Alcuino: cultura latina concebida eclesiásticamente), por otro, el alumno individual guiado solo por sus propios gustos o por el puntual entusiasmo de un superior (Pedro de Pisa: cultura latina, específicamente clásica).
Capítulo IV – La era pre-escolástica. Corresponde al período que va de la mitad del siglo X al inicio del XIII, que es cuando ya se manifestaban las tendencias dominantes de los siglos XV y XVI. Las reformas iniciadas por Carlomagno habían contribuido a promover la estabilidad social, de manera que, gracias a la reactivación económica en Europa, empezaron a formarse grupos de especialistas en los campos jurídico, médico y filosófico.
La teología, la literatura y la medicina árabe habían alcanzado una respetable preeminencia en el siglo X, con escritos voluminosos y compilaciones enciclopédicas repletas de conocimientos muy notables. Constantino, el Africano, dio lugar a una revolución en la práctica médica con la traducción al latín de los principales escritos médicos de la sabiduría oriental. Por su parte, en la escuela de Chartres, fundada por Fulbert en 990, ya se estudiaba medicina, ciencias, matemáticas, exégesis, teología y las disciplinas habituales del Trívium, no sin una reorientación cristiana de ciertas concepciones neoplatónicas.
A principios del siglo XI, el arte de la retórica formaba parte de los estudios jurídicos (fruto de la herencia de los griegos y los romanos, como arma en la disputa intelectual). Asimismo, no se podía negar la importancia del estudio de la lógica aristotélica como elemento formativo en la cultura medieval tardía. Ya el estudio de la filosofía de la naturaleza, que actualmente pertenece a las ciencias médica, biológica, botánica y química, estaba vinculado a las creencias mágicas y a las teorías cosmológicas.
Por otro lado, durante este período, el estudio de la literatura mantenía las tradiciones de la época carolingia y, pese al ataque a la inmoralidad de los estudios clásicos, cuya lectura producía un sentimiento de culpa, los catálogos de las bibliotecas registraban un notable aumento en la circulación de los ejemplares de Ovidio, Horacio, Persio y Juvenal. Terencio fue otro notable favorito. Los escritores medievales sabían tanto acerca de la epopeya latina como los expertos del primer Renacimiento.
En un contexto de mejora material, se hicieron grandes esfuerzos para utilizar la información disponible en los textos latinos y griegos supervivientes acerca de asuntos tan especializados como la retórica, el derecho, la lógica y la medicina. La Iglesia intervenía cuando ciertas doctrinas se veían amenazadas de forma específica. Hasta el momento, la labor de descubrimiento de lo clásico estaba cumplida. Cabía, a partir de ahora, su asimilación.
Capítulo V – La era escolástica. Durante el siglo XII se desarrolló un interés por organizar todo el conocimiento humano acerca del estudio de las fuentes clásicas que se había llevado a cabo durante los dos siglos previos. Se había articulado una relación entre el pensamiento cristiano y el pagano, y la tradición intelectual contenía un vasto conocimiento de lo clásico. Se utilizaba la lógica para explicar las contradicciones de la enseñanza patrística y para reforzar el dogma (por lo que ya no representaba peligro alguno). Asimismo, era posible aprender el latín y los principios de la retórica sin muchas referencias a los autores paganos, como había demostrado Alcuino.
La cultura literaria estaba limitada a grupos restringidos dentro de unos pocos centros. Pese a que el latín era la lengua de la edad de oro de Roma, se debilitó la autoridad de los autores clásicos (únicas guías verdaderas para el uso correcto del latín) y comenzó a introducirse la dialéctica en la gramática. La reorganización de la filosofía tuvo lugar tras la reconciliación de los presupuestos metafísicos de la filosofía antigua con la fe cristiana. A mediados del siglo XIII, la Iglesia, consciente de su papel misionero, comenzó a fomentar el estudio del griego entre sus miembros.
La adaptación escolástica de la filosofía clásica a un modelo medieval significó que en otras esferas también se favoreciera la absorción del patrimonio clásico. Las ideas históricas, psicológicas y políticas de los antiguos fueron utilizadas en las escuelas, gracias a las técnicas retóricas de enseñanza. La ciencia había hecho, asimismo, su acto de aparición, aunque todavía dejaba mucho que desear. El estudio experimental y libre de la medicina, que había caracterizado la escuela de Salerno, fue reemplazado por un autoritarismo que glorificaba a Galeno, cuya enseñanza servía de guía para eminentes doctores.
El derecho tuvo una historia similar. Durante la primera mitad del siglo XIII, Accursio reunió todos los comentarios existentes sobre el Codex, los Instituta y el Digesto en un estudio exhaustivo que recibió el nombre de Glossa ordinaria o magistralis, representativa de una cierta adaptación de la ley Justiniana a la realidad medieval. Sin embargo, el progreso era lento y la tarea de adaptar y reinterpretar el derecho romano aún no había terminado cuando el siglo XIII llegó a su fin. No obstante, la gran etapa del escolasticismo ya estaba representada por la vida de santo Tomás de Aquino.
Capítulo VI – Colapso y nuevos comienzos. Durante el Renacimiento podemos apreciar cómo ciertos libros fueron leídos, traducidos, interpretados, imitados y gradualmente absorbidos por la tradición contemporánea. La nueva época tenía mucho que aprender del pasado, de manera que para los rebeldes (y Petrarca con ellos), era natural mirar hacia atrás y hacia adelante para buscar en la Antigüedad las semillas del futuro. La insistencia de Petrarca en que el griego y el latín eran los únicos idiomas adecuados para la literatura supuso, sin embargo, un obstáculo en el camino de ese progreso cultural con el que los humanistas estaban comprometidos.
La relativa falta de interés por los clásicos, especialmente por los autores más raros, hizo que éstos fueran objeto, hasta cierto punto, de una negligencia general. Es cierto que Virgilio, Lucano, Persio, Juvenal, Estacio, Salustio y Valerio Máximo, así como las obras más conocidas de Terencio, Horacio, Ovidio, Cicerón y Séneca se podían obtener sin grandes dificultades. Sin embargo, muchos libros clásicos solo estaban disponibles en grandes bibliotecas o en colecciones privadas, celosamente custodiadas. Autores como Catulo, Lucrecio y Tácito, cuya supervivencia durante la Edad Media dependía de manuscritos aislados y raros, seguían ocultos.
El humanismo podría haber florecido durante el siglo XV incluso aunque estos escritos no hubieran estado disponibles. Fue el impacto de las ideas de Petrarca y no tanto la energía de sus investigaciones lo que decidió el curso de la historia.
Capítulo VII – El primer Renacimiento. El largo proceso (cuyas etapas han sido hasta ahora expuestas) alcanzaba su clímax. Los amplios intereses de la erudición abarcaban, por primera vez, todo el patrimonio clásico y se completaba el trabajo realizado en el derecho, la medicina y la filosofía hasta entonces. Los estudios griegos recuperaron su lugar junto al latín y la invención de la imprenta cambió las condiciones básicas de la educación e investigación, cuyas técnicas para la difusión de ideas había superado el control conservador y ayudaba a mantener vivas las ideas revolucionarias.
Con la aparición de una técnica que facilitaba la imitación del lenguaje y el estilo clásico, promoviendo la comprensión detallada de las formas antiguas del pensamiento, surgió una nueva educación. Los escritores tomaron el latín como su vehículo de expresión, dado que era la lengua de uso general, más adecuada para sus propósitos que la lengua vernácula, y que les permitía imitar a sus modelos con razonable facilidad.
Desde el punto de vista de la educación, el Renacimiento comenzó con Crisoloras, maestro de la escuela bizantina que daba sus clases en griego. Las técnicas de los maestros consistían en mirar más allá de la estructura general de los escritos que exponían y prestar más atención a los detalles de la excelencia literaria, mientras los estudiantes debían fijarse en todos los adornos del estilo. La última parte del De Copia de Erasmus estaba dedicada al método de recogida de ejemplos. Esta técnica, reforzada por la memorización, proporcionaba la clave para los procedimientos de imitación y composición en todo el campo del aprendizaje clásico. Poggio, a su vez, estaba dispuesto a transcribir a cualquier autor que hubiera escrito antes del siglo VII d. C. Pero es importante recordar las condiciones que regían la actividad de los copistas y traductores: la elección de autores estuvo determinada por los gustos de aquellos que se interesaban por los estudios griegos y no presuponía una participación entusiasta en los ideales del Renacimiento.
Las especialidades profesionales en campos como la filosofía, la medicina y el derecho empezaron a presentar conflictos internos en sus categorías. El ataque del humanismo contra el escolasticismo se hizo desde dos puntos de vista irreconciliables: los aristotélicos siguieron una línea, los platónicos otra. La medicina, al igual que la filosofía, había llegado a un punto donde se desarrollaba independientemente del patrimonio clásico. El bienestar futuro de millones de personas dependía de esta batalla entre el autoritarismo escolar y los comienzos del método científico. En el derecho, la situación tardó más en aclararse y su estudio necesitaba urgentemente una reforma. La reinterpretación del derecho romano era necesaria para adaptarlo a las condiciones feudales. La filología tuvo un importante papel en siglo XV, dado que los comentaristas medievales cometieron graves errores imputables a su ignorancia en el uso del latín.
Capítulo VIII – El fin del Renacimiento y la aparición de nuevos modelos en la educación y la erudición clásicas. Quedó en manos del siglo XVI la transferencia de todo lo asimilado a un medio más popular, de modo que, con el surgimiento de las literaturas vernáculas, el «nuevo aprendizaje» se hizo familiar para todos los que sabían leer. A medida que el contenido de las literaturas clásicas se hizo disponible en las lenguas vernáculas, gran parte del interés en su estudio directo se perdió. Este cambio con respecto al legado clásico no implicó que se terminara la relación con los clásicos.
Generalmente, se considera el siglo XVI como la primera gran época del nacionalismo cultural. Los entusiastas que trabajaban para mejorar la lengua vernácula se veían obligados a complementar las traducciones con otro método. Los humanistas, detentores del material clásico, con el propósito de escribir en latín, emplearon sus técnicas de imitación en el idioma italiano. El latín se estudiaba para el uso diario, y el griego se aprendía ya de forma más pareja a como se aprende hoy en día. Se valoraba el conocimiento pasivo por encima del activo y la composición en prosa era consideraba como una ayuda para la memoria y no como un fin en sí mismo.
La teoría de las pietas litterata se basaba en argumentos aportados por la historia y por la filología. Erasmo tuvo cuidado en señalar que la cultura cristiana se había desarrollado a partir del griego. Su intención era introducir en las escuelas el método tradicional del humanismo que Crisoloras había traído a Italia y Guarino había mejorado: el análisis de los textos y la extracción, memorización y reproducción de sus elementos constitutivos. Su método se centraba en el registro de arcaísmos, innovaciones, distinción de estilo, expresiones proverbiales, entre otras ocurrencias, todo mediante apuntes en un cuaderno.
Según el programa establecido por los jesuitas en 1551, había que dar siete clases de gramática y en 1586 se instituyó el plan de estudios de la Ratio Studiorum, como sistema de educación de la Compañía de Jesús. La literatura quedó relegada a un pobre segundo lugar y fue despreciada.
Una nueva orientación surgió en el siglo XVI: la imitación se redujo a una ciencia, fundamentada en excelentes gramáticas y manuales. La medicina estaba a punto de embarcarse en un período de crecimiento independiente a las teorías de Galeno. El derecho estaba igualmente en el umbral de una nueva era, en aras a guiarse por el «sentido común y los Instituta». El propósito principal de los estudiosos del siglo XVI era establecer textos correctos de los autores antiguos y aclarar el significado exacto en su lectura e interpretación. La crítica textual se consideraba una actividad necesaria.
Durante la última parte del siglo XVIII y la mayor parte del XIX, los clásicos que se enseñaban en las escuelas y universidades no han sido más que instrumentos inofensivos de las modas educativas contemporáneas, utilizados para inculcar el gusto por la retórica en francés, el patriotismo en Alemania y la moralidad de las escuelas públicas de Inglaterra.
Capítulo IX – La educación y el patrimonio clásico. Hemos visto cómo las posibilidades educativas de la herencia clásica salieron a la luz una y otra vez, en una sucesión determinada por las circunstancias y según las necesidades sociales. El hombre occidental tenía poca comprensión del alcance o el valor de su herencia intelectual. Los primeros descubrimientos de lo que la literatura latina tenía para ofrecer se hicieron en el siglo VIII. Es cierto que los escritores cristianos de la época patrística ocuparon el primer lugar en calidad de autores de libros de texto y como modelos para la imitación literaria. Pero los paganos no fueron olvidados: Donato y Prisciano eran leídos para la enseñanza de las reglas de sintaxis y prosodia, Virgilio era popular, Suetonio inspiró la famosa obra La vida de Carlomagno de Inhard e, incluso las matemáticas, la historia y las ciencias naturales recibieron cierta atención. La primera de las potencialidades educativas del patrimonio clásico que salió a la luz fue su utilidad para enseñar un latín correcto.
No obstante, el médico, matemático o científico moderno que quisiera ampliar los límites de su especialidad ya no iba a encontrar ayuda en los clásicos. Tanto los filósofos griegos, como los libros de derecho romano servían al principiante tan solo como una introducción útil a los campos de investigación que representaban. Además, el currículo clásico es insatisfactorio. El necesario y altamente especializado estudio de la crítica textual ejercía una influencia demasiado grande sobre lo que debería ser una disciplina educativa. Los estudiantes de clásicas que se preocupaban por el futuro de su asignatura harían bien en dirigir su atención al clima intelectual de su época.
Los opositores de griego y de latín asumían como principio básico la idea de que la primera tarea de un educador moderno era adecuar sus cometidos a las complejas actividades de la industria, el comercio y la administración. La disciplina clásica podía desaparecer de las escuelas, como la modalidad más impracticable de todas las humanidades. Sin embargo, el erudito clásico tenía una posibilidad que va más allá de la mera resignación a un lamentable, pero inevitable colapso.
Si examinamos lo que los hombres han dicho y escrito durante los últimos cien años, encontraremos que estos desarrollos sociales y económicos que amenazan al humanismo ya han provocado una multitud de protestas. El humanismo puede ser condenado por el atroz crimen de tener una larga historia, pero, al mismo tiempo, está estrechamente ligado a las necesidades e impulsos generados por las mismas tendencias que lo destruirían, y el estudioso de los clásicos debe tener esto en cuenta antes de lamentarse de su materia.
Bolgar frente a Highet. En 1949, tan solo cinco años antes de la publicación de The Classical Heritage de Bolgar, Gilbert Highet había publicado «una obra que debe ser considerada como un verdadero hito historiográfico» (García Jurado 2016, p. 155): The Classical Tradition. Greek and Roman Influences on Western literature. Como hábil divulgador que era, la obra de Highet había alcanzado no solo al público anglosajón, especializado en el estudio de los clásicos, sino también al mundo hispano, a través de la traducción al español realizada en México en 1954. Casualmente, este fue el mismo año de la publicación de la obra de Bolgar, que sigue, hasta el momento, sin traducción al español, lo que justificaría una recepción escasa, a diferencia de lo que ha ocurrido con la obra de Highet, entre los especialistas hispanos.
Como ya se ha visto gracias al resumen de The Classical Heritage, se observa que Bolgar pretende trazar una historia del estudio de las lenguas clásicas en diversos ámbitos y etapas culturales. Mantiene una línea más cercana a la obra History of Classical Scholarship de Sandys (1908) que al proprio Highet. Este, a su vez, y como afirma en su introducción, dedica su obra The Classical Tradition a la exposición de los rasgos generales en un único campo, el de la literatura. Sin embargo, mientras The Classical Heritage transcurre por los campos del derecho, la medicina, la literatura, etc., The Classical Tradition recorre, pues, un camino distinto que pasa por la edad oscura (el autor dedica este período a la literatura inglesa), por la Edad Media (donde se estudia la literatura francesa) y por el Renacimiento (describe la recepción de la Tradición Clásica en la traducción, el teatro, la epopeya, la poesía bucólica y la novela, la poesía lírica, entre muchos otros temas y autores, receptores de esta tradición).
García Jurado llama la atención acerca del uso que hace Bolgar de la «etiqueta “Classical Heritage” en lugar de la expresión más común “Tradición Clásica”, probablemente para diferenciarse así de la entonces reciente obra de Highet, y convierte a los “destinatarios” en “beneficiarios”, de manera consecuente al propio carácter de la tradición como “herencia”» (García Jurado 2016, p. 34). De este modo, en lo que se refiere a la calificación de las metáforas de la Tradición Clásica, el libro de Bolgar se acerca más «a la metáfora hereditaria de la entrega, la que va de una generación a otra» (García Jurado 2016, p. 32), representada por los términos «legado» y «herencia».
Educación clásica: la teoría de Bolgar. En su artículo A Theory of Classical Education, publicado en 1963, Bolgar debate sobre los méritos de la educación clásica, a partir de un análisis acerca de las opiniones vertidas por Henry Sidgwick en sus Essays on a Liberal Education de 1867. Bolgar enfoca su ensayo en torno a estos dos aspectos:
- es necesario un cambio en la metodología de la enseñanza del latín, si se desea su supervivencia
- es importante que la mayoría de los profesores de estudios clásicos se convenza de la necesidad y relevancia de este cambio educativo
Este artículo se divide en dos partes, que llevan como título las respectivas fechas de publicación de cada ensayo: el de Sidgwick (1867), por una parte, y el de propio Bolgar (1963), por otra.
En la primera parte, Bolgar menciona la limitada formación que recibían los estudiosos de la Antigüedad, convencido de que la educación debería servir a las necesidades de la sociedad, y afirma que gran parte de lo que se ha dicho acerca de los méritos de la educación clásica durante el siglo XIX sigue siendo pertinente. Considera el artículo de Henry Sidgwick como uno de los más perspicaces en las pesquisas realizadas sobre el caso educativo del latín y del griego y relata cómo este autor se ocupaba de todos los aspectos de la enseñanza clásica. Para Sidgwick, los argumentos, el método y las necesidades sociales debían estar en armonía y señalaba cuáles eran los aspectos mejorables, llegando incluso a descartar las razones para el estudio del latín o griego en caso de no saber aprovechar sus beneficios. Por otro lado, resaltaba el valor que se debía dar a los estudios clásicos en la educación profesional, en la idea de que los académicos del ámbito histórico no podían prescindir del latín. Asimismo, consideraba que la enseñanza clásica proporcionaba la mejor educación liberal posible, pero negaba que la literatura y la cultura de Grecia y Roma tuvieran un vínculo real con la disciplina clásica que él conocía.
Además, desilusionado con los métodos de enseñanza del momento, Sidgwick compartía el grandioso plan de estudios de Matthew Arnold, y la idea de que una formación liberal tendría que basarse en los beneficios que se derivan del estudio de las lenguas antiguas, no de la literatura. De esta forma, un niño que aprendía latín tendría una mejor idea de los principios generales de gramática y sintaxis que si los hubiera aprendido en su lengua materna. Muchos maestros de escuela creían que los ejercicios establecidos harían que los niños escribieran con más estilo y lógica. Para Sidgwick, la traducción ampliaba el dominio de la frase, pero no creía que llegara a promover un buen estilo. El latín emergía como un idioma que solo tenía una débil pretensión de ser considerado como parte de un estudio de carácter liberal; y el griego era, en el mejor de los casos, un sustituto del latín. Aquí Sidgwick no consideraba las potencialidades del latín y del griego como instrumentos de educación, pero creía que el latín debía tener un lugar en el currículo de las escuelas, porque sin él no era posible entender la historia.
En el segundo de los artículos, Bolgar consideraba a Henry Sidgwick como un reformador victoriano y uno de los padres de la escuela secundaria moderna, cuyo anhelo consistía en rebajar al latín y al griego a una posición no de privilegio, sino, donde compitiera con inglés, las demás lenguas modernas y las ciencias. Si bien se trataba de un pensador capaz, no era, sin embargo, un historiador y, por tanto, no comprendía la naturaleza del cambio social. Sidgwick señalaba que el estudio de la literatura en su época era tosco y poco sistemático y, con el fin de destronar al latín y al griego de su posición privilegiada en el currículo, ayudó a poner en marcha una campaña de crítica que incluía todos los aspectos de los estudios clásicos. Había llegado, por tanto, el momento de que alguna asociación se preocupara por el bienestar de los estudios clásicos.
Bolgar, por su parte, cuestiona la presencia dominante del griego y del latín en la educación secundaria y superior durante más de cuatrocientos años. Los orígenes de este predominio se remontan al momento en que los humanistas consideraban que las literaturas antiguas proporcionaban la mejor clave para un entendimiento apropiado de la vida. Cuando la creencia en la ciencia reemplazó a la creencia en el latín como la estrella y guía de la humanidad, a finales del siglo XIX, la suerte de la disciplina clásica comenzó a declinar. El material tradicional de esta disciplina consistía en las dos lenguas y literaturas antiguas junto con lo que se conoce de la historia y la cultura de Grecia y Roma.
Los estudiosos del siglo XIX no estaban en condiciones de reparar las pérdidas que el tiempo había infligido al patrimonio clásico. La principal preocupación de los profesores era garantizar el éxito de sus alumnos en los exámenes, de manera que las escuelas lucharon por promover un alto grado de eficiencia técnica en la composición de estos ejercicios lingüísticos. Para Bolgar, las posibilidades educativas de la herencia clásica eran grandes y el futuro del aprendizaje clásico dependía de que fuéramos capaces de demostrar la validez de la contribución de los estudios clásicos a la comprensión del hombre, de su mundo y, por tanto, a mejorar la vida.
La cuestión era cómo se debía estudiar la naturaleza de la experiencia griega y romana, así como la manera en que podíamos formarnos una idea de las condiciones particulares que afectaron a la comunicación de las ideas en la Antigüedad. La enseñanza que se impartía en aquel momento no se limitaba a dar al alumno un buen conocimiento del latín. La intención era que los estudiantes fueran capaces de entender un texto en latín tan rápida y correctamente como si estuviera escrito en inglés. El objetivo principal era promover el conocimiento de la lectura, de manera que un curso corto de latín pudiera permitir el estudio de varios libros con tiempo suficiente para comentarlos.
Como apunta Bolgar, cabe entender que hay dos aspectos esenciales a la hora de considerar «el problema del latín», a saber: que era inevitable un cambio considerable en el método de enseñanza y que este cambio exigiría, asimismo, un gran esfuerzo por parte de los miembros más antiguos.
Bibliografía
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Bolgar, Robert Ralph. A theory of classical education, Oxford, Didaskalos, 1963, pp. 5–26.
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— The Classical Heritage and its Beneficiaries, London, Cambridge University Press, 1973.
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— ed. Classical influences on western thought a.d. 1650–1870, New York, Cambridge University Press, 1979.
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García Jurado, Francisco. «La metamorfosis de la tradición clásica, ayer y hoy», en José Vela Tejada et alii (eds.), Studia Classica Caesaraugustana: vigencia y presencia del mundo clásico hoy: XXV años de Estudios Clásicos en la Universidad de Zaragoza (Monografías de Filología Griega 25), Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2015, pp. 69–109.
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— Teoría de la Tradición Clásica. Conceptos, historia y métodos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2016.
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Highet, Gilbert Arthur. La Tradición Clásica, I–II vols., México, Fondo de Cultura Económica, 1996.
Mónica de Almeida