Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica
Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica

Cossío, José María de (Valladolid, 1892– Valladolid, 1977)

Si hubiera que señalar algún rasgo que definiera sucintamente a José María de Cossío, no dudaríamos en quedarnos con su naturaleza polifacética. Persona de múltiples intereses, tanto en el ámbito de lo estrictamente cultural y literario como en lo deportivo, tampoco podemos olvidar su pasión por la tauromaquia. Cossío cursó tanto estudios de derecho como de filosofía y letras. Las universidades de Valladolid, Salamanca y Madrid lo vieron pasar por sus aulas. Ya desde muy joven, nuestro autor comenzó a desarrollar una intensa vida cultural, bien en el ámbito oral de las tertulias literarias o en el de la prensa. Hoy todavía son antológicas sus colaboraciones en diarios como El Sol o ABC. Su reconocimiento institucional lo llevó a ocupar un sillón en la Real Academia Española de la lengua y fomentar la creación del Centro de Estudios Montañeses de Santander. La vida de Cossío es, en realidad, el relato de la vida intelectual española de mediados del siglo XX, desde José Ortega y Gasset, Miguel Hernández o Dámaso Alonso, por señalar tan solo tres de los nombres notables cuya amistad nos ayuda a entender mejor su propia vida. A esta intensa faceta literaria habría que añadir su pasión taurina, que lo llevó a componer su magna obra, Los toros, publicada por Espasa-Calpe entre 1943 y 1961. De su inmensa producción filológica, muy centrada en la literatura del Siglo de Oro español, los estudiosos de la Tradición Clásica deben atender a su obra titulada Fábulas mitológicas en España, publicada también por Espasa-Calpe en 1952 (Cossío 1952), aunque el proyecto había sido concebido antes de la guerra civil de 1936 (Crespo López 2013, p. 17).

Cossío y la Tradición Clásica. José María de Cossío es una de las figuras más relevantes del hispanismo durante el siglo XX, pero no debe dejarse de lado su aportación específica al estudio de la Tradición Clásica, debido, justamente, al interés por señalar ciertas corrientes literarias que han contribuido a crear el propio carácter de la literatura española. No debemos olvidar, asimismo, que hasta los años 60 del siglo XX fueron los hispanistas quienes prestaron más atención a este tipo de estudios. Cabe destacar, por ejemplo, el estudio que Rudolph Schevill dedicó a Ovidio en el renacimiento hispano (Schevill 1913), o la preocupación de Bonilla Sanmartín por el mito de Psiquis (Bonilla 1908). La figura clave que suscita este interés es, indudablemente, Menéndez Pelayo, cuyo propósito a la hora de componer la Bibliografía Hispano-Latina Clásica no era otro que encontrar y demostrar la existencia de esas «fuentes» clásicas de nuestra cultura y nuestras letras.

Por lo demás, en algunos de sus estudios más concretos, Cossío se hizo eco de preocupaciones del propio Menéndez Pelayo, como en lo relativo a los orígenes de la novela en España. Es significativo, a este respecto, que Cossío tuviera muy presente la historia de Androcles y el León, transmitida por el autor latino Aulo Gelio, entre otros antiguos, a la hora de estudiar la composición de una de las Cartas familiares de Fray Antonio de Guevara, considerada por el mismo Cossío como una pequeña obra maestra:

[…] en tanto que en los pechos del hombre se leía: «Hic homo est medicus huius leonis». Guevara aclara el asunto del tapiz contando la historia de Adrónico y el león, procedente de un divulgado relato de Aulo Gelio, que al final invoca como autoridad, y que narra con mayor sobriedad de la que acostumbra y debe considerarse como una obrita maestra (Cossío, apud Guevara 1950: XIV).

Asimismo, y en calidad de editor literario de la colección Austral de Espasa-Calpe, Cossío propició la publicación de versiones españolas de clásicos griegos y latinos, como es el caso de Luciano de Samosata o el propio Aulo Gelio, de quien él mismo prepara una discreta, pero interesante antología. En cualquier caso, hablar de Cossío y de la Tradición Clásica supone, básicamente, referirse a sus Fábulas mitológicas en España (Cossío 1952), una obra que no deberíamos estudiar tan solo en lo que respecta a su contenido como tal, sino atender también a las propias intenciones que tuvo Cossío a la hora de componerla a mediados del siglo XX.

Las fábulas mitológicas en España. No es posible hacer una historiografía de la Tradición Clásica a mediados del siglo XX sin considerar las Fábulas mitológicas en España (Cossío 1952) como una de las obras capitales en su género. En el ámbito internacional, Highet publica su Classical Tradition en 1949, cuya versión española aparece en 1954 y Curtius su Europäische Literatur und Lateinisches Mittelalter en 1948, con versión española de 1955; en lo que a España respecta, Enrique Sánchez Reyes completa la Bibliografía hispano-latina clásica de Menéndez Pelayo entre 1950 y 1953, y Julio Pallí Bonet publica su Homero en España en el año de 1953. De esta forma, la publicación del libro de Cossío en 1952 responde a un momento notable en lo que respecta al interés por asuntos tales como la Tradición Clásica como tal, el estudio de los temas y motivos, o la relación de la literatura española con el legado clásico. Las fechas no resultan, por lo demás, simplemente casuales, pues se trata de un momento de la historia occidental donde se precisa reivindicar la herencia clásica o, en el ámbito español, romper con ciertos tópicos que abocan la literatura hispana al realismo. Como veremos más adelante, el propio Dámaso Alonso salió al paso de tales tópicos.

La obra de Cossío, dedicada a su buen amigo, el poeta Gerardo Diego, se abre con un bellísimo prólogo escrito por Dámaso Alonso. Este texto prologal, que lleva el título de «Primavera del mito», supone una interesante invitación a la lectura de la obra. Se trata de un curioso texto dividido en dos partes, una primera que comienza en el «año cero», es decir, en el origen virginal de las cosas, aún innombradas, y otra que continúa ya en el año de 1952, es decir, en lo que entonces era la época presente. La primavera de la vida se correspondería con aquella «primavera del mito» donde, en un paraíso de belleza inmaculada, se desenvuelven las diversas historias o fábulas mitológicas que dan lugar a la obra. Así es como comienza el texto:

(Este prólogo empieza en el año cero.)

Tiempo en verdad dichoso. ¡Qué primavera del mundo! El mundo es un prado verde (y un verde prado no es todavía un lugar común). Muchas fuentes borbotean en el prado (ninguna es aún «fuente literaria»). Bajan las aguas y juntándose terminan por formar un río: parece no fluir, de tan lento, y con tal diafanidad que se pueden contar en su fondo hasta las piedras más diminutas (aún no lo ha dicho así ni Ovidio ni Garcilaso). El aire es como un esmalte cristalino que todo lo llena: sí, un aire eglógico (y aún no ha nacido la Égloga). Todo está reciente, jugoso, sensual, virginal, terso, brillante. ¡Qué bello es el mundo aún no usado! ¡Qué bello es el mundo cuando aún no ha nacido la literatura! (Alonso apud Cossío 1952, p. XI).

Hay en esta Arcadia ideal una suerte de anhelo por un mundo ingenuo que no ha sido todavía relatado y que, por ello mismo, no ha pasado al dominio de los lugares comunes ni de los géneros literarios. Es un mundo previo a la «tradición», donde las «fuentes» no son literarias y los ríos aún no fluyen hasta el presente. Todo aquello es, por tanto, incipiente y fresco. No obstante, tras una prolija y emotiva descripción de aquellos parajes tan propios de un paseo por las salas del Museo del Prado, especialmente las dedicadas a la pintura mitológica de Rubens, el autor reconoce, ya al comienzo de la segunda parte de su prólogo, lo que podríamos definir como «el cansancio de la cultura»:

(Este prólogo continúa en el año 1952.)

¡Qué tristeza!: alrededor, un mundo sobado, ajado. Hace mucho que las fuerzas del mundo ya no tienen aquella petulancia apretada, crujiente, virginal. Aquel borbotón ya no apremia hacia mutaciones aparenciales. Y los tristes nombres nacen, crecen, maduran, se arterioesclerotizan, mueren. Antes, amados por los dioses, se destruían jóvenes —se aniquilaban, ¿cómo diría yo? lujosamente—, mientras sus fuerzas inmortales se reconcentraban de nuevo en dorados narcisos, en pensativas violas… Escribo en la primavera: pero, ¿acaso no hay un cansancio, una vejez en esta primavera sigilosa? ¿No están cansadas las fuerzas del mundo? (¿O soy yo el cansado?) (Alonso, apud Cossío 1952, p. XIV).

No tardará en hacernos ver el ilustre filólogo (y no menor poeta) que estos dos panoramas, a saber, el idílico e inmaculado, y el del presente fatigado, no dejan de constituir una mera quimera, pues sin la literatura, ciertamente, el primero de los mundos no existiría, dado que, en realidad, no es previo a la misma, sino fruto de su fantasía. No obstante, el paso de los siglos fue confiriendo su significativo color a tales fábulas, de forma que, si durante los tiempos medievales el caudal griego de la tradición se unió al romano, los autores renacentistas, comenzando por Italia, tornaron en limpias tales aguas, hasta que llegaron las modas, con la armonía del siglo XVI, las borrascas del XVII, o la ahormada condición que le impone el siglo XVIII a la literatura con sus duras reglas.

El prólogo de Dámaso Alonso nos pone en la adecuada disposición anímica para adentrarnos ahora en el tesoro de textos líricos de temática mitológica que Cossío ha compilado para nosotros, en sus propias palabras, toda una «provincia de nuestra geografía literaria» olvidada por la crítica, por la tópica razón de que los historiadores han considerado que tal provincia, la de las fábulas mitológicas, era ajena al «genio literario español» (Cossío 1952, p. 1). Según tales críticos, las letras españolas se definirían por una suerte de exclusivo realismo que apartaría automáticamente de ellas toda esta literatura inspirada en el caudal de la fabulación grecolatina. Cossío no ve razones fundadas para considerar tal exclusión de la literatura española del ámbito de la fábula mitológica, de manera que, pongamos por caso, el Polifemo de Góngora no sería algo tan lejano o excepcional en lo que atañe a la tónica de nuestra propia literatura hispana. En opinión del polígrafo, debe recuperarse, por tanto, este aspecto «antirrealista y universal» de las letras hispanas (Cossío 1952, p. 2), en justo contrapeso con la otra literatura, que podríamos considerar como «realista y castiza»:

Como quiere Dámaso Alonso, ambos elementos, idealista y universal, y realista y castizo se contrapesan, y si en géneros enteros la ventaja está de parte de estos últimos, aún hay otros en que nuestro genial realismo cede y deja plaza a la intención universalista que supone el tratamiento de temas clásicos por medio de la expresión más universal y de Tradición Clásica de que el genio español ha sido capaz (Cossío 1952, pp. 2–3).

El planteamiento está inspirado explícitamente en las ideas de Dámaso Alonso, quien en su notable artículo titulado «Escila y Caribdis de la literatura española» (Alonso 1944) se había propuesto acabar con el tópico de que la literatura española es realista, localista y popular. En este sentido, resulta muy oportuna esta dicotomía que Cossío establece entre un casticismo realista frente a un universalismo entroncado con la Tradición Clásica, no ajeno este último tampoco al propio «genio español». Un rasgo característico de tales composiciones mitológicas es que parten ya de unos asuntos preestablecidos y estereotipados por la propia tradición literaria, de forma que tal «limitación», como la denomina el propio Cossío (Cossío 1952, p. 4) hace que nuestra atención deba fijarse en lo más externo y propiamente literario que en lo propiamente temático. Esta característica, como luego veremos, va a resultar un tanto limitadora para el propósito final de Cossío.

Tras los textos preliminares, Cossío nos ofrece un detenido estudio dividido en treinta capítulos que van desde los «antecedentes medievales» hasta el Neoclasicismo, cuyo último exponente sería Martínez de la Rosa. Deja Cossío para su epílogo los efectos del «aluvión romántico», en lo que también constituye un texto memorable. De esta forma, por las 907 páginas de esta obra vemos aparecer a poetas de la talla de Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Fernando de Herrera, o el mismo Góngora, en convivencia literaria con otros nombres mucho menos conocidos que configuran, no obstante, el verdadero contexto de la obra, más allá de las figuras destacables. Como resultado final, nos encontramos ante una copiosa antología, ordenada según un criterio histórico que contempla escuelas poéticas (algo de lo que gusta especialmente el autor) y convierte el índice en un sugerente catálogo que nos promete suculentas lecturas. En este sentido, debemos subrayar que la obra de Cossío, si bien se sustenta en la compilación de numerosos textos poéticos, también nos ofrece un agudo relato continuo donde tales textos se insertan, por lo que estamos ante una verdadera historia literaria y no solo ante una mera compilación.

Consideramos que, a día de hoy, la lectura de esta obra no solo debe ser instrumental, a la manera de una «cantera» de la que extraer materiales para el estudio, sino que conviene apreciar, igualmente, su lugar específico en las propias circunstancias de su composición, en el contexto de la España de mediados del siglo XX y justo diez años después de la publicación de una novela como La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, consciente heredera del realismo literario. Este realismo, que ciertos críticos atribuyen a la literatura española como un rasgo inherente, seguía mostrándose vivo en la creación literaria y encontraría un cauce de expresión notable en lo que va a venir a denominarse como el «realismo social en la novela» (Tusón y Lázaro Carreter 1982, pp. 357–362).

Intención y alcance de las Fábulas mitológicas. Tal como hemos señalado previamente, el planteamiento de la obra de Cossío tiene la intención de romper con el tópico del realismo de la literatura española como una característica inherente y excluyente de otras posibles formas de expresión literaria. De esta forma, Cossío trata de mostrarnos la permeabilidad que, ya desde la propia literatura medieval, mostraron las letras hispanas con respecto a los asuntos relacionados con la mitología clásica. En otro orden de cosas, cuando estudiamos lo que de Tradición Clásica y mitología puede tener la creación literaria que se hace durante la época en que Cossío publica su Fábulas, observamos que, dentro de ese generalizado tono de realismo social, tan poco dado, por lo demás, a lo fabulístico, aparecen algunos escritores que sí tuvieron la intención de romper con tal tónica. En este sentido, ciertos autores contemporáneos de Cossío, como Joan Perucho o Álvaro Cunqueiro, estaban tratando de hacer algo parecido a lo que aquél sugería en su tratado, si bien éstos lo desarrollaban dentro del propio ámbito de la creación literaria moderna. El relato fantástico que cultivan estos autores tiene un poderoso componente metaliterario donde no faltan, naturalmente, elementos de la propia mitología y literatura clásica grecolatina, incluso la tardoantigua, sin menoscabo de que tales elementos pudieran llegar por medio de otros autores modernos.

Sin embargo, como ya apuntábamos antes, cuando Cossío estudia este caudal clásico y mitológico en la literatura española no se sale de unos estrechos cauces marcados por él mismo, De esta forma, el autor se centra básicamente, como hace ver (no sin cierto reproche) uno de sus reseñadores, Albert E. Sloman (Sloman 1954), en la literatura renacentista y barroca, dentro de lo que debemos considerar la modalidad del poema narrativo. Esta elección tan restrictiva de su objeto de estudio ha condicionado, asimismo, los estudios sobre Tradición Clásica inspirados por Cossío, pues su obra se ha constituido en el modelo prototípico para el estudio de la Tradición Clásica en la literatura, con claro predominio de la imitación sobre la invención. De hecho, otros estudios de Tradición Clásica alternativos, en especial los referidos a la literatura de los siglos XIX y XX, fueron incorporándose, no sin esfuerzo, gracias a nuevos métodos que permitían romper los estrechos cauces de la imitatio.

Es asimismo, pertinente observar cómo Cossío trasciende de la literatura a la pintura mitológica, como vemos ya al final de su obra, donde nos ofrece reproducciones de ciertos cuadros del Museo del Prado. En cualquier caso, los textos modernos son presentados como manifestaciones que contienen (odres nuevos) los viejos temas mitológicos (vino viejo), y así lo declara el autor en cierto momento:

Me ha interesado en este estudio precisar las características de escuelas poéticas, la evolución de modas y estilos, y por ello no he intentado hacer una investigación sobre la evolución del carácter de los temas. Me he fijado en las formas más que en el contenido (Cossío 1952, p. 610).

Si, como hemos intentado mostrar, el libro de Cossío debe inscribirse en las inquietudes que, con respecto a la Tradición Clásica, son detectables a lo largo del decenio de los años 50 del siglo XX, debemos ahora señalar su carácter inspirador y seminal para los decenios subsiguientes. Sin este libro, de hecho, no se explicaría el esplendor creciente del que van a disfrutar los estudios sobre Tradición Clásica y mitografía en el ámbito español. De manera muy especial, podemos verlos en la escuela de estudios mitográficos creada por Antonio Ruiz de Elvira, tanto en la Universidad de Murcia como en la Complutense, escuela que ha marcado en gran medida la pauta de tales estudios hasta el presente. Por ello no es de extrañar que dentro de esta línea de tradición mitográfica sea el poeta Ovidio y, de forma muy particular, Las metamorfosis, el autor y la obra que han ocupado la mayor atención de Cossío, con lo que su monografía se ha convertido en uno de los documentos esenciales para poder estudiar el moderno ovidianismo en España, a pesar de que el propio autor decidiera no recurrir en ningún caso a las versiones originales escritas en lengua latina:

He manejado constantemente, y como texto fundamental de mi estudio, un texto latino, Las metamorfosis de Ovidio, y no he querido hacer las referencias en latín, lo que me hubiera sido sencillísimo. He preferido, casi siempre, dar traducciones castellanas que pudieron influir en los poetas que estudio y, en casos necesarios, referencias de las fábulas latinas precisas y concretas (Cossío 1952, pp. 7–8).

Bibliografía

Alonso, Dámaso. «Escila y Caribdis de la literatura española», en Ensayos sobre poesía española, Madrid, Revista de Occidente, 1944, pp. 9–27.

Bonilla Sanmartín, Adolfo. El mito de Psiquis (un cuento de niños, una tradición simbólica y un estudio sobre el problema fundamental de la filosofía), Barcelona, Biblioteca de Escritores Contemporáneos, 1908.

Cossío, José María de. Fábulas mitológicas en España, Madrid, Espasa-Calpe, 1952.

Crespo López, Manuel. José María de Cossío. Estudio crítico, Madrid, Fundación Ignacio Larramendi, 2013.

Guevara, Fray Antonio de. Libro primero de las epístolas familiares. Edición y prólogo de José María de Cossío, Madrid, Real Academia Española, 1950–1952.

Schevill, Rudolph. «Ovid and the Renascence in Spain», en Modern Philology 4/1 (1913), pp. 1–268.

Sloman, Albert E. «Reseña a José María de Cossío, Fabulas mitológicas en España», en Bulletin of Hispanic Studies 31/2 (1954), pp. 124–125.

Tusón, Vicente y Fernando Lázaro Carreter. Literatura Española, Madrid, Anaya, 1982.

Francisco García Jurado

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