Guillén, Claudio (París, 1924--Madrid, 2007)
La literatura comparada viene nutriendo de modo creciente el campo de los estudios clásicos al aportar una particular visión histórica del camino que tomaron los autores griegos y romanos en las literaturas de épocas inmediatamente posteriores hasta las contemporáneas. Un notable representante en lengua hispánica del comparatismo fue Claudio Guillén, quien inauguró la disciplina en España a partir de aceptar la cátedra extraordinaria de literatura comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona en 1982, el mismo año de su regreso a España. Si bien no se aplicó al estudio particular de los autores de Grecia y Roma —aunque numerosas veces se refiere a ellos en sus libros y artículos—, sus aportes en materia de conceptos y métodos al comparatismo pueden considerarse de valor específico también para el desarrollo de la Tradición Clásica en lengua hispánica. Son una prueba de ello los varios libros y artículos numerosos, dentro de los cuales presenta teorías, criterios metodológicos y reflexiones sobre conceptos que se vinculan con la labor de quien se ocupa de la Tradición Clásica empleando el comparatismo. La mayoría de sus contribuciones se encuentran en: Literature as System (1971); Entro lo uno y lo diverso (1985) y Teorías de la historia literaria (1989).
Tradición Clásica y literatura comparada. Dentro de los enfoques para abordar el estudio de la literatura clásica, la literatura comparada ofrece fructíferas eportunidades de análisis y enriquecedoras perspectivas. Sus campos de investigación nutren los estudios sobre la Tradición Clásica, la que se entiende de manera general como «la historia global del influjo de la Antigüedad sobre Occidente» (Alsina 1991, p. 38), o bien como la presencia de elementos clásicos en un determinado autor, obra o literatura, la actitud que un escritor toma frente a la Antigüedad y las consecuencias para la valoración de su propia obra (Alsina 1991, p. 40). Claro está que la Cultura Clásica señala el punto de partida de los fenómenos básicos a observar, y que la Tradición Clásica se ocupa del derrotero histórico de esa vasta Antigüedad. El comparatismo aporta los principios y los métodos que ayudan en el proceso de análisis, explicación, discusión y demostración de dichos fenómenos. Cabe notar que las palabras citadas de Alsina, expresadas desde el ámbito de los estudios clásicos, reflejan el uso de uno de los términos, «influjo», que revisaremos aquí desde las aportaciones de Claudio Guillén, y las concepciones de dilatada operatividad que se han manejado en el abordaje de esta tradición.
Según Laguna Mariscal, en una generalización quizás imprecisa, con Tradición Clásica se designa tanto el objeto de estudio (es decir, la influencia de la Cultura Clásica grecolatina en el mundo occidental moderno), como la disciplina académica encargada de estudiar ese objeto (Laguna Mariscal 2004, p. 84). Aplicada a la literatura, ha tenido una gran aceptación en ámbitos académicos desde la publicación, en 1949, de The Classical Tradition, Greek and Roman Influences on Western Literature, de Gilbert Highet. El concepto Tradition tuvo sus equivalentes en términos como Legacy, Heritage, Nachleben, Fortwirken, y en español: «influencia», «pervivencia», «fortuna», de extendido uso. No siempre estos términos implican únicamente el sentido que Highet le dio a «Tradición Clásica» en el subtítulo de su libro, es decir, «influencia griega y romana en la literatura de Occidente» como el objeto de estudio. En ese enunciado, la palabra Classical se refiere de modo acotado a la literatura griega y romana, y tradition es particularmente la tradición europea, lo cual generó ciertas observaciones de María Rosa Lida de Malkiel (1975, pp. 339 ss.).
Antes del libro de Highet, otros autores habían empleado la noción de «tradición», como Richard Livingston, The legacy of Greece (1921) y Cyril Bailey, The legacy of Rome (1923), por nombrar dos de los primeros publicados en el siglo XX. Luego, una serie de títulos dan prueba de este uso: Edward G. Cox, Classical Traditions in Medieval Literature (1924); Anton Springer, Das Nachleben der Antike im Mittelalter (1927); George Boas (ed.), The Greek Tradition (1939); Richard Newald, Nachleben der Antike 1920–1929 (1931); Richard Newald, Nachleben der Antike (1935); Robert R. Bolgar (ed.), The Classical Heritage and its Beneficiaries (1954).
Ninguno de ellos ligó estrecha y / o exclusivamente la «juntura» —como la llama Laguna Mariscal (2004, p. 83)— «Tradición Clásica» al campo de la creación literaria como explícitamente propone Highet (1996, pp. 7–8), sino que el legado de las culturas antiguas abarca, además de la literatura, los campos de la religión, la filosofía, la matemática, la astronomía, las ciencias naturales, la biología, la medicina, la historia, el pensamiento político, las artes plásticas, la arquitectura, la vida social y familiar, la agricultura, el lenguaje, el comercio, o la administración. Todo este legado fue expuesto con el objetivo de mostrar la Antigüedad como una fuente de conocimiento (Livingston 1921, p. 9) o para señalar la contribución a las civilizaciones posteriores (Bailey 1924, p. V).
Moses Finley, cuando retoma críticamente el libro de Richard W. Livingston, reconsidera la perspectiva en The Legacy of Greece–A new Appraisal, de 1981, y reconoce que para Livingston y sus colegas de entonces el término «Legacy» tenía el sentido de «descripción de una herencia». Finley y los otros estudiosos se proponen, justamente, una «new Appraisal» de la misma «herencia» no solo de los contenidos culturales, sino una revisión crítica de esos mismos contenidos en épocas posteriores a la Antigüedad hasta llegar al siglo XX, es decir, les interesa el significado y el sentido de la herencia clásica en la cultura europea (Finley 1983, p. 7).
Los estudios de Tradición Clásica en literatura se beneficiaron de los aportes sucesivos de la literatura comparada. De esto no hay dudas. Si bien fueron muchos los intentos de definición de esta disciplina desde su nacimiento e institucionalización, durante los cambios de paradigmas y hasta llegar a las tendencias de finales del siglo XX, la mayoría de éstas últimas coincide en que se trata de un enfoque de superación de los límites políticos, lingüísticos, culturales y en la amplitud histórica para abordar una obra literaria; es decir: la literatura en su múltiple relación cultural con otras obras, en un vínculo dinámico entre analogías, identificaciones y diferencias, repeticiones y novedades, «entre lo uno y lo diverso», en palabras de Claudio Guillén (1985).
Además de imitación, fuente, huella, modelo, influencias, la literatura comparada adoptó conceptos particularmente iluminadores para la tarea del comparatista que provienen de otras disciplinas, como dialogismo, polifonía, citación, intertextualidad, recepción, traducción, contacto cultural, entre muchos otros. Todos guardan relación entre sí y, según el fenómeno observado, pueden ser interdependientes o solidarios. Aun sin ser nombrados de manera explícita, orientan la mirada del comparatista hacia determinados aspectos supranacionales de las obras literarias. Se trata, en resumen, de conceptos instrumentales que se constituyen en herramientas de análisis muy productivas para el comparatismo. Por su carácter difuso y carente de precisión, Guillén considera necesaria la desambiguación de algunos de ellos, en los cuales nos detendremos en vista al aporte que conllevan para el desarrollo de la Tradición Clásica. Lo haremos, respetando su perspectiva.
Influencia y convenciones: desambiguación de conceptos. En 1979, en el segundo número del anuario 1616, que editaba por entonces la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, aparece el artículo titulado «De influencias y convenciones» (Guillén 1979, pp. 87–97). Allí su autor considera que es momento de examinar la polaridad entre estos conceptos, y la articulación entre ambos.
Durante mucho tiempo, el estudio de las influencias puso el acento en que un escritor ejercía un efecto en otro y, por lo tanto, el estudio se adentraba en aspectos biográficos antes que en el plano del discurso poético. Visto así, las influencias presentaban una ambigüedad metódica considerable y objetivos muy dispares. «Influencias» tiene dos usos ambiguos: «influir» lleva implícito una persona que influye a otra, por lo cual queda confundido el aspecto genético-psicológico del proceso de producción con el producto literario mismo; este término puede implicar también un hecho y un juicio de valor dependiendo del prestigio de la obra imitada. Por «influencia», en opinión de Guillén, debería entenderse «influencia significativa». De otra manera, el concepto señala un hecho personal e individual, y es tan borroso como los de fuente e imitación. Todos estos son superados por la propuesta de «convención» y «tradición».
La convención literaria (sincronía) y la tradición (diacronía) son propiedades que incluyen contenidos y formas que exceden lo individual de cada autor y de cada obra. Las influencias pertenecen al terreno psicológico, singular, y corresponden a la génesis de una obra, casi —diríamos— se asimilan al impulso de la inspiración.
Para que los parecidos entre obras no queden en un campo de relaciones intrínsecas o en paralelismos, deben ser observados en un marco más amplio en el cual se hagan significativos conjuntamente; por ejemplo, que revelen un sistema de convenciones temáticas, genéricas, argumentales u otras. La conexión aislada puede inducir a pensar que estamos ante una tradición, un cauce completo; sin embargo, al tratarse de relaciones sincrónicas, más bien estaríamos ante una convención. Cuando media lo histórico, lo temporal, y ocurre un número razonable de años, solo entonces estamos ante una tradición. Tanto en una convención como en una tradición, lo singular, lo insólito, lo ingenioso pasa a ser relevante cuando alcanza un uso colectivo, no cuando permanece en un impulso concreto de una transformación histórica. Según Guillén, «son “campos” o “sistemas” donde el principal factor unificante es la costumbre aceptada» (1979, p. 91). El parecido entre obras en cuanto a posibles motivaciones de producción (la inspiración) es secundario con respecto al campo más extenso que estaría revelando. Las influencias más significativas suelen ser aquellas donde no hay intermediaciones, pero permanecen en el terreno individual, psicológico, casi secreto, de la creación literaria. Por esto mismo
Es insuficiente afirmar que Virgilio influyó en Dante con independencia de otros factores, cuando tantos otros elementos sustentaron esa relación y lo fundamental fue el funcionamiento de un «campo» total —la autoridad y la continuidad de una tradición—. Verdad es que lo que se imita es la obra singular, no la tradición. Pero es asimismo cierto que ciertos poemas encarnan tradiciones, condensan y vitalizan sistemas de convenciones y simbolizan otros poemas. Igualmente, cuando las influencias se extienden y amalgaman, cuando componen premisas comunes o usos —el aire colectivo que los escritores de cierta época respiran—, entonces se asimilan a lo que a veces denominamos convenciones (Guillén 1979, p.91).
Las influencias (individuales, psicológicas, singulares, genéticas) que impactan en un escritor colaboran en la formación de las convenciones literarias, cuyo impacto, sin embargo, reside en el sistema literario comprendido por escritores coetáneos. Las tradiciones, por su parte, suponen la competencia de los escritores con sus antepasados.
Este punto de vista de Guillén apareció resumido en «The Aesthetics of Literary Influence», incluido en Literature as System (1971), y sobre el que luego insistió en 1979 y en 1989, enfrentándose indudablemente a la idea positivista de la influencia literaria. Lo que se saca en claro es que:
- influencia: hecho y uso individual / convención y tradición: hecho y uso colectivo
convención: presente, relaciones sincrónicas / tradición: pasado, relaciones diacrónicas
Según Guillén, unos conceptos ofrecen ventajas frente a otros en la
investigación del comparatista: las influencias pueden contribuir a un análisis crítico riguroso entre contactos directos de autor-autor, obra-obra; las convenciones, en cambio, pueden conducir a comprender los procesos creadores. Convenciones y tradiciones trabajan con campos más amplios y tienen la operatividad de organizar los hechos singulares inmanejables en sistemas literarios, excediendo la individualidad del autor o de la obra en favor de un conocimiento global.
Intertextualidad: reflexiones críticas y precisiones. Para la Literatura Comparada, la adopción del concepto de intertextualidad supuso un beneficio considerable porque disipó ambigüedades y equívocos de la noción de influencias y de fuentes, los que se caracterizan por la vaguedad y el registro interminable de datos. Los pronunciamientos de Julia Kristeva y de Roland Barthes fueron decisivos para el neologismo «intertextualidad». Kristeva adelanta un paso al «reemplazar» la idea de intersubjetividad de Bajtín por este nuevo término:
Tout texte se construit comme mosaïque de citations, tout texte est absorption et transformation d’un autre texte. À la place de la notion d’intersubjectivité s’installe celle d’intertextualité, et le langage poétique se lit, au moins, comme double (Kristeva 1969, pp. 145–146).
Barthes reconoce que el intertexto no equivale a las nociones de fuente o de influencia: «L’intertextualité» (Barthes 1968). Pero la contundente afirmación con la que define el concepto, «tout texte est un intertexte» (Barthes 1968), hace pensar en su difícil aplicación crítica.
Guillén subrayó los beneficios de este concepto para la disciplina. Sin embargo, quedarse con las perspectivas de Kristeva y de Barthes hubiera hecho avanzar poco al comparatismo, ya que la intertextualidad corre así el riesgo de reducirse a una teoría del texto antes que ser «un método para la investigación de las relaciones existentes entre distintos poemas, ensayo o novelas» (Guillén 2005, p. 290). Siguiendo el punto de vista de Guillén, un equilibrio entre la teoría y la práctica de la crítica lo muestra Michael Riffaterre en el estudio que hace de la intertextualidad en los sonetos de Songe (1554) de Joachim du Bellay (La production du texte, 1979), donde claramente se ve que la intertextualidad abarca las palabras, las estructuras temáticas, las formas y los códigos culturales. Para este crítico, los elementos intertextuales exigen que el lector «reescriba» mentalmente una cita fantasma («citation fantôme») basándose en la palabra sobredeterminada («mot surdéterminé»). Pero entre los elementos visibles, los sobreentendidos y los imaginados, los límites son difusos y presentan un estado de ilimitación del campo de la intertextualidad, librados o dependientes así de una elevada competencia literaria del lector. Jonathan Culler (1981) enfrenta esta falta de límites tomando la noción lingüística «presupposition» y la aplica al poema. Entiende que la literatura implica estructuras semánticas previas que fundamentan espacios intertextuales, un pre-texto significativo. El poema crea y fija situaciones evocables que hacen surgir intertextos evidentes. Frente a estas conceptualizaciones, Guillén propone dos vías de aplicación de la intertextualidad, dos coordenadas para determinar su uso.
La primera distinción es de los extremos «alusión» e «inclusión»:
En la práctica es obvia la diferencia entre la simple alusión o reminiscencia, que lleva implícita precisamente la anterioridad de lo recordado o la exterioridad de lo aludido, y, por otra parte, el acto de incluir en el tejido mismo del poema, de agregar a su superficie verbal, palabras o formas o estructuras temáticas ajenas, apropiándose de ellas. Es una apropiación, en la literatura, legal y permitida. Este acto, por ser explícito, no es en absoluto desdeñable, antes bien manifiesta tangiblemente la apertura del lenguaje poético individual a una pluralidad de lenguajes, a la heteroglosia (Guillén 2005, p. 295).
Una segunda distinción necesaria es la de «citación» y «significación».
El intertexto se limita a citar cuando su efecto exclusivo es horizontal, es decir, consiste en evocar autoridades o en establecer vínculos solidarios, o polémicos, con figuras y estilos pretéritos, sin intervenir decisivamente en la verticalidad semántica del poema. Su función en semejantes casos es más bien contextual (Guillén 2005, p. 295).
Entre la «alusión» y la «inclusión» hay diferencias de grado que van de la reminiscencia implícita de otras obras a la presencia explícita, ya sea verbal, formal, temática de textos literarios ajenos. Entre «citación» y «significación», la diferencia es de cualidad: de una cita que no afecta al contenido de la obra a la que adquiere funcionalidad y relevancia semántica. La cita es la forma directa de inclusión y puede o no ser significativa. En efecto, el mero acto de citar carece de función relevante. Un intertexto es concebido, entonces, como una inclusión significativa cuando se trata de la utilización de un recurso ya empleado que ha pasado a formar parte del repertorio que un escritor moderno tiene a su disposición (Guillén 2005, p. 297); no señala una sola dirección en la lectura, sino que la complica por el grado de apertura de sentidos.
Conclusión. Claudio Guillén fue quien marcó los primeros pasos de la literatura comparada en habla hispana, tal como hoy se entiende la disciplina. Sus aportes fueron fundamentales para el desarrollo de métodos y de conceptos. Los estudios de Tradición Clásica también se vieron beneficiados por estos avances: la desambiguación del concepto sobre «influencias» y las reflexiones sobre la aplicación de «intertextualidad». Para la valoración de estos aportes en la actualidad, hay que tener presentes las fechas de 1971, 1979 y 1985, que corresponden a la formalización crítica de ambos términos y a las propuestas ventajosas para la investigación.
No había dudas de que la Tradición Clásica era una herencia cultural, pero su estudio metódico estaba sometido a suposiciones ambiguas y difusas. Por consiguiente, en la superación del concepto de «influencias» puede reconocerse el valor científico del aporte de Guillén. Las «influencias» aíslan, se reconcentran en la relación obra-obra o autor-autor y las abstraen del sistema literario. En cambio, «convención» y «tradición» abren la perspectiva de estas mismas relaciones, llevándolas de un marco individual a uno colectivo; de este modo, el campo se enriquece en las relaciones sincrónicas y diacrónicas de todo un sistema literario. La influencia de autores de Grecia y Roma en un autor o en una determinada obra no mejora el estudio de la Tradición Clásica porque no supera el hecho psicológico de creación literaria: una búsqueda, un hallazgo y el resultado estético de un talento único, solitario. Pero, al estudiar los vínculos en un trasfondo común a escritores y obras, y examinarlos en sucesiones temporales de etapas históricas, potencia el estudio de los múltiples modos en que los clásicos permanecen, se transforman y reaparecen en las literaturas modernas.
En esta escala de mejoramiento que va de la influencia al intertexto, otro de los aportes al desarrollo de la Tradición Clásica lo constituye la valoración crítica del concepto de «intertextualidad», en particular, sus vías de aplicación. En primer lugar, este concepto también ayuda a la superación de «influencias» porque se trata de algo que aparece en la obra y no algo que debe suponerse o imaginarse sin otro sustento que la agudeza de un lector erudito. En este sentido, son críticamente iluminadoras las distinciones «alusión» / «inclusión» y «citación» / «significación». Citar un clásico carece de funcionalidad si no afecta el núcleo semántico de la obra. La presencia de un intertexto clásico se convierte así en un recurso patente que un escritor moderno empleó porque ya estaba a su disposición en el sistema literario previo que, a la vez, está en relación solidaria con la tradición poética de raíz clásica; su apropiación complejiza la obra en el presente y la vincula con el pasado, estableciendo un eslabón más de la tradición en prospectiva. Considerado así, el intertexto constituye un aporte que deja atrás el dato positivo de una cita haciendo posible examinar científicamente la diversidad de la Tradición Clásica en la singularidad significativa de una obra en el marco dinámico de todo un sistema literario.
Los libros de principios del siglo XX mostraban la amplia concepción de Tradición Clásica, pero, aunque se daba por sabido su alcance, sus instrumentos de trabajo eran inmanejables operativamente. Los aportes de Guillén resultaron criterios que acotaron esa dilatación difusa y colaboraron a mejorar su desarrollo. En efecto, sus críticas, reflexiones y precisiones de conceptos hacen posible avanzar eficazmente en el estudio de los encuentros complejos entre la literatura de Grecia y Roma, y la producción de los autores modernos.
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