Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica
Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica

Iser, Wolfgang (Marienberg,

1926–Marienberg, 2007)

Teórico de la literatura alemana que contribuyó junto con Hans Robert Jauss a implementar la tesis de la «estética de la recepción» en el marco del denominado «círculo de Costanza». Estudió literatura en las universidades de Leipzig, Tübingen y Heidelberg, de la que llegó a ser profesor. Posteriormente, en 1952 trabajó en la Universidad de Glasgow, donde profundizó en la filosofía y literatura contemporáneas, lo que le permitió acometer estudios de intercambio cultural. Por ello mismo, se convirtió en un cosmopolita, y comenzó a impartir conferencias en Asia e Israel. Iser empezó a plantear una teoría del «Acto de Leer» dentro de la teoría de la literatura, que desarrolló en 1967, cuando comenzó a ejercer su magisterio en la Universidad de Constanza. La teoría de Iser se enmarca en la pragmática textual, y los principales teóricos que más le influyeron fueron Friedrich Schleiermacher, Paul Ricoeur, Hans Georg Gadamer y Roman Ingarden, o la Escuela de Praga, con Jan Mukarovsky y Felix Vodicka, entre otros. Precisamente, será Ingarden el que ejercerá una gran influencia en Iser, «quien, en estudios como Das literarische Kunstwerk (1931) había teorizado sobre la relación de complementariedad entre texto y lector como característica de la obra literaria» (Ferraris 2010, p. 285). Básicamente, la teoría de Iser se centra en elaborar una fenomenología de la literatura, por la que se considera que el texto tiene una estructura objetiva, pero que esa estructura se debe complementar necesariamente con el proceso de lectura del «intérprete-lector». Sus teorías ejercieron un gran impacto en el mundo anglosajón, interactuando con teóricos del New Criticism.

Como ya hemos apuntado, las tesis de Iser se insertan en la corriente filosófica de la fenomenología de Husserl, basada en la «intencionalidad», en cuanto a que «toda vivencia se dirige a algo», y que «no hay conciencia si no es conciencia de algo» y, por ello, «la conciencia es siempre intencional, proyectada desde el fenómeno y es en el sujeto que lo experimenta donde el fenómeno obtiene su sola posibilidad de existencia y sentido» (Tornero 2005–2006, p. 161 n. 3). Por eso mismo, la recepción de la obra leída delimita y completa la propia obra desde la perspectiva fenomenológica husserliana. Así pues, no percibimos la realidad en su totalidad, sino por «matices» o «escorzos», a modo de una «realidad múltiple que, en un primer golpe de vista, aparece como visión global» y que se plasma en un fondo, que «remite a un horizonte externo y a la vez se realiza en un horizonte interno» (Tornero 2005–2006, p.167 n. 4). Esa visión se compone de recuerdos y expectativas, a lo que Husserl llama «retenciones» y «protenciones», conceptos que empleará Iser para delimitar los «Leerstellen» del texto, como veremos. Tres son los conceptos más relevantes en las tesis de Iser, que se van planteando en su obra más relevante como: El acto de leer (1976), donde convergen ideas que planteó antes en artículos como «La estructura apelativa de los textos» (1968), El lector implícito (1972) y «El proceso de lectura: enfoque fenomenológico» (1972).

Seguidamente, iremos describiendo los distintos términos metodológicos que utiliza Iser para su análisis literario:

Huecos, Vacíos, Puntos ciegos («Leerstellen»). Iser toma este concepto de Ingarden, quien los denomina como «puntos de indeterminación», pero a diferencia de este, que considera estos «puntos» como deficiencias, el alemán los utiliza como condiciones fundamentales de comunicación por los que se articula la interacción entre texto y lector. No son «una carencia de determinación», o «una falta», como opina Ingarden, sino un «poder-ser», una «condición de posibilidad de que el lector ocupe un espacio en el texto por medio de sus representaciones» (Tornero 2005–2006, p. 169). De este modo, los «Leerstellen» determinan «el potencial de ensamblaje de los segmentos del texto que han sido dejados en blanco», es decir «materializan las articulaciones del texto». A través de los «vacíos», «puntos ciegos» o «huecos», el lector se convierte en «co-creador» de la obra que lee, «gracias a esta interrupción potencial del ensamblaje». El lector se inserta en los Leerstellen del texto que rompen con la «continuidad fluida» y permiten una «concretización» de su «capacidad imaginativa» dentro de la obra que está recibiendo, recreándola en posibilidades varias (Tornero 2005–2006, p. 170). Así pues, el denominado concepto de «vacío», que todo texto «a» genera en la lectura que se plasma en un texto «b», se despliega en una dialéctica entre lo recordado (las «retenciones», de Husserl) del texto leído y las «expectativas» del autor-lector (las «protenciones», de Husserl) mediante las que pretende rellenar las carencias estéticas o conceptuales que percibe desde su horizonte de experiencias y personal:

Por este motivo, un texto es potencialmente susceptible de admitir diversas realizaciones diferentes, y ninguna lectura puede nunca agotar todo el potencial, pues cada lector concreto rellenará los huecos a su modo, excluyendo por ello el resto de las posibilidades; a medida que vaya leyendo irá tomando su propia decisión en lo referente a cómo ha de llenarse el hueco (Iser 2015, p. 223).

De este modo, al ser el lector el que «concretiza» el texto, a través de ir llenando los «Leerstellen», deja claro que el texto no tiene un significado único, sino que existe una pluralidad de significados que se enmarcan en la propia narración textual. Se desarrollan, según eso, un lector real y un lector implícito, en los que el implícito pasaría a ser el lector que ejerce la pluralidad de los horizontes de expectativas respecto al texto. En este aspecto, vemos la citada influencia del crítico ruso Bajtín, en su concepto dialógico y polifónico de voces que constituye la interpretación textual, ya que «el discurso escrito es de alguna manera parte integrante de una discusión ideológica a gran escala» (Zavala 1991, p. 52). En palabras de Iser, «si un texto literario no crea ningún objeto real, adquiere entonces su realidad gracias al hecho de que el lector completa las reacciones ofrecidas por el texto» (Iser 1970, p. 165 apud Ferraris 2010, p. 286). Lo interesante de todo esto es que nunca se van a llenar del todo estos vacíos («dinamicidad» e «inagotabilidad del texto») y cada lector establecerá individualmente la forma de completarlos: «llenará los vacíos a su modo, excluyendo con ello las varias otras posibilidades» (Iser 1988, p. 38). Así pues, en palabra de Ferraris: «la indeterminación constituye, pues, simultáneamente, la miseria y el esplendor del texto literario». Es la indeterminación, y el «Leerstellen» como su núcleo lo que acaba impulsando la dinamicidad del texto literario en la recepción del lector:

Como lugar de intercambio, la indeterminación tiene la función de activar las ideas del lector haciéndolo participar en la ejecución de la intención depositada en el texto. Esto, sin embargo, quiere decir que se convierte en la base de una estructura del texto en la que el lector está ya siempre previsto. […] Pero si para un texto el ser leído es el elemento más importante de su estructura, entonces, allí donde toma sentido y verdad, debe llevarlos a la realización por medio del lector (Iser 1970, pp. 184–185, apud Ferraris 2010, p. 286).

En cuanto a que una obra literaria está compuesta para un lector, es este quien acaba dándole significado. Ese sentido del lector se consigue, en gran medida, a través del rellenado de los «puntos vacíos», vistos como «hiatos» que completan el texto leído y lo completan en un sentido pleno, aunque, a la vez, inacabado:

Los puntos vacíos de un texto literario no son, como acaso se podría suponer, una carencia, sino más bien constituyen un punto de partida fundamental para la eficacia del texto mismo (Iser 1970, p. 170, apud Ferraris 2010, p. 286).

Para Ferraris (2010, pp. 286–287), las tesis de Iser significan que «el valor paradigmático de lo clásico ha cedido el lugar a un axiomática de lo romántico moderno», por lo que «la obra ya no se entiende como una plenitud a la cual se subordinan las sucesivas integraciones, sino como una estructura constitucional en intencionadamente imperfecta, que —de modo romántico y vanguardista— demanda la amplitud de los tiempos, pero sobre todo de la contemporaneidad, una integración que la haga efectiva». De este modo, en palabras de Compagnon:

El objeto literario no es ni el texto objetivo ni la experiencia subjetiva, sino un esquema virtual (una especie de programa o de partitura) hecho de blancos, de vacíos y de indeterminaciones. En otros términos, el texto instruye y el lector construye. En todo texto, los puntos de indeterminación son numerosos, como fallas o lagunas que son colmadas y reabsorbidas por la lectura (Compagnon 2015, p. 178).

Según esas palabras, los huecos y vacíos de Iser, paradójicamente, ayudan a completar y perfeccionar el texto de un autor determinado que, por otro lado, nunca llegará a ser completo y perfecto porque siempre se generarán nuevos intersticios para que nuevas lecturas continúen completando y perfeccionando dichos textos.

«Concretización» («Konkretisation»). La «Konkretisation», término al que ya hemos aludido en los «Leerstellen», un concepto que Iser toma de Ingarden, está íntimamente relacionada con los «Leerstellen», ya que es el acto de fijar el texto del autor / lector en una opción determinada según la previsión del «vacío» y el condicionamiento de su «horizonte de experiencias», pero sabiendo que nunca se fijará del todo porque con cada lectura se estará siempre reactualizando su concretización: «de todos los textos literarios, por tanto, podemos decir que el proceso de lectura es selectivo, y que el texto potencial es infinitamente más rico que cualquiera de sus realizaciones concretas» (Iser 2015, p. 223). Los «vacíos» tienen un «efecto diferente sobre los procesos de anticipación y retrospección y, por ende, sobre la “Gestalt” de la dimensión virtual [del texto], puesto que se pueden llenar de maneras diferentes» (Iser 1988, p. 38), lo que da pie a «concretizaciones diferentes» —«acto de Konkretisation» (Iser 1988, p. 33)—. Se trata de los «rellenos» que el lector aplica a los «obstáculos» contra los que tropieza constantemente en la lectura que es tratada como «como expectativa y modificación de la expectativa por efecto de encuentros imprevistos que tienen lugar en el camino», en su «viaje a lo largo del texto» (Compagnon 2015, p. 181). Si hiciéramos un símil con la terminología de la física cuántica y, en concreto, con la paradoja del gato de Schrödinger, la «concretización» se asemejaría al acto en que el observador decanta el universo en el que el gato está vivo o muerto.

La «concretización» de la «indeterminación» textual abarca tres niveles estructurales:

  1. «Repertorios»: supone el sistema de referencialidad del texto, que se compone de normas, convenciones y reglas literarias, culturales y científicas que aluden a diferentes aspectos del conocimiento humano (político, filosófico, religioso, etc.) o, en palabras de Compagnon: «el conjunto de normas sociales históricas, culturales aportadas por el lector como bagaje necesario para su lectura». Al respecto de ello, es imprescindible «un mínimo de intersección entre el repertorio del lector real y el repertorio del texto, es decir el lector implícito» (Compagnon 2015, p. 181). Los repertorios se asemejan a los horizontes y a la fusión de horizontes de Jauss.
  2. «Estrategias textuales»: son los elementos formales que vertebran una obra literaria y le da sentido según su modalidad textual y de técnica narrativa.
  3. «Realización»: el proceso de «concreción» que da sentido al texto desde la perspectiva del receptor, y que sigue la fenomenología literaria de Ingarden.

Estas capas concretan y suponen un desarrollo de la semántica, en clave más narrativa y textual, del «horizonte de experiencias» y el «horizonte de expectativas», a la vez que de la «fusión de horizontes», de Jauss. Precisamente, en el primer caso, encontramos una clara relación con la futura teoría de los «polisistemas» (véase esta entrada).

Un concepto relevante de Iser es el de «acto de recreación», que viene determinado por las constantes expectativas del lector y que son conducidas por dos elementos estructurales: «un repertorio de esquemas verbales conocidos de temas literarios recurrentes, en relación con determinados contextos sociales e históricos y que, en segundo lugar, desarrollan diversas técnicas y estrategias utilizadas para situar lo convencional y conocido frente a lo desautomizado y variable». Esos elementos no son propios del texto, sino que se encuentran en la conciencia del lector. Por eso mismo, Jesús Maestro califica que las teorías de Iser son excesivamente psicologicistas («psicologismo grosero») e idealistas («idealismo estéril»), y que suponen un paso atrás respecto a las tesis de Jauss. A nuestro entender, Iser plantea unas herramientas fundamentales para lecturas rigurosas y enriquecedoras de los clásicos, por ejemplo, y más que una oposición o paso atrás respecto a Jauss, son una complementación valiosa de sus teorías.

Correlatos de oraciones intencionales («intentionale Satzkorrelate»). Este término que emplean tanto Iser como Roman Ingarden (La obra de arte literaria, 1963), aunque el creador del mismo es este último, se refiere a una sintaxis oculta, paralela y referida a la potencialidad que el texto puede generar en el autor-lector:

Cuando Ingarden habla de correlatos oracionales intencionales en literatura, las afirmaciones hechas o la información proporcionada están ya en cierto sentido cualificadas: la oración no se compone únicamente de una afirmación —lo cual, después de todo, sería absurdo, pues solo se pueden hacer afirmaciones sobre cosas que existen—, sino que aspira a algo que sobrepasa lo que realmente dice (Iser 2015, p. 219).

Precisamente, estos correlatos son las herramientas de las que se vale Iser para evitar un exceso de «subjetivización» del texto por parte del lector. Los «correlatos» son constructos sintácticos y fraseológicos que anticipan lo que sigue y van generando una expectativa en el lector que se va viendo confirmada o modificada por su propia recepción interpretativa. Lo más interesante en la teoría de Iser es que lleva la esencia de la recepción a la construcción idiomática y lingüística, con lo que llega a decir que más allá de que las oraciones hacen aseveraciones y dan una información más o menos «objetiva» de la realidad, estas «partes constituyentes» no son la realidad última de los textos, sino que generan unos «correlatos intencionales» que «revelan conexiones sutiles del texto que individualmente son menos concretas que las aseveraciones, las observaciones y lo que postulan, aunque estas aseveraciones, etc., solo asumen significación real gracias a la interrelación de correlatos» (Iser 1988, p. 35). Esas «conexiones» son los intersticios donde «el lector puede “ingresar” en el texto» (Iser 1988, p. 35). Las aseveraciones que proporcionan los correlatos acaban, según Ingarden, por «trascender lo dicho realmente», y acaban por apuntar «indicios de algo que va a suceder, algo cuya estructura está prefigurada por el contenido específico de las oraciones». Ingarden sigue la filosofía fenomenológica de Husserl que afirma que «todo proceso originalmente constructivo está inspirado por preintenciones, las que construyen y acopian la semilla de lo que vendrá, y la que hacen fructificar». Las «preintenciones» predeterminan «expectativas», de modo que la «interacción de estos correlatos consiste, no tanto en el cumplimiento de las expectativas, sino más bien en su constante modificación» (Iser 1988, p. 36). Por eso mismo, el lector interviene e interacciona con el texto a través de aseveraciones oracionales que «trascienden lo dicho realmente», y «son indicios de algo que va a suceder, algo cuya estructura está prefigurada por el contenido específico de las oraciones» (Iser 1988, p. 36). Por lo tanto, se van modelando unas directrices textuales camufladas, sutiles y paralelas a las propiamente denotativas y aseverativas que desde el autor se dirigen al lector y que este las acaba configurando («algo así como, una especie de “energía / materia oscura” del texto y que está ahí para que el observador la pueda descubrir» [Espino Martín 2017, p. 330]). Se trata de una anticipación interpretativa implícita del texto del autor que el receptor sabrá percibir explícitamente y concretará en su interpretación personal.

Por último, otros conceptos que propone Iser en El lector implícito y en El acto de leer, y que complementan las directrices nucleares de su teoría son los siguientes:

  • «Lector implícito»: El lector implícito de Iser se calca del autor implícito de Wayne Booth que presenta en su obra La retórica de ficción (1961) y que explica como un autor que «no se retiraba nunca totalmente de la obra, sino que dejaba en ella un sustituto que la controlaba en su ausencia» (Compagnon 2015, p. 179). De este modo, el autor origina una imagen de sí mismo y forma otra del lector que acaba siendo su segundo yo, con lo que la obra más completa es aquella en que autor y lector lleguen a un mayor acuerdo. Según esta premisa, el lector implícito de Iser es una suerte de «lector textualizado», que representa «las predisposiciones necesarias para que una obra ejerza un efecto».
  • «Punto de vista errante»: supone una «multiplicidad de lecturas posibles», por las que se «postula que todo lector de una obra literaria se sitúa dentro del texto objeto de su lectura, de modo que la comprensión que el intérprete hace del texto resultará siempre parcial y segmentada […]». Así pues, muestra la gran dinamicidad del lector que se ve como «un punto que se desplaza en el texto y actualizando sus distintas fases» (Tornero 2005–2006, p. 167).

Por último, no queremos dejar de referir aquí otros tres conceptos que maneja Iser en su obra Rutas de interpretación (2000), como son:

  • «El conflicto de interpretaciones», que toma de Paul Ricoeur, que se manifiesta como la «competencia, en la que cada tipo trata de afirmarse a costa de otros para demostrar su importancia respectiva, así como la profundidad y amplitud de sus ideas y alcances». Para Iser, esto revela la «limitación inherente de todas las suposiciones» y que «cuanto mayor sea la conciencia de estas limitaciones, los discursos de interpretación en conflicto más comenzarán a apropiarse entre sí» (Iser 2005, p. 25), en una suerte de «fusión de interpretaciones», al estilo de la «fusión de horizontes», de Jauss. Las interpretaciones, por lo tanto, se retroalimentan en su diversidad y oposición, lo cual se relacionaría con el concepto de «juegos complejos» o «encuentros complejos» que manejan tanto Lida de Malkiel como García Jurado (véase las entradas «Lida de Malkiel» y «recepción»).
  • «Espacio liminal»: Parte de la idea básica de Iser que «toda interpretación transforma algo en otra cosa» (Iser 2015, p. 29) y que «la interpretación en sí no está limitada; más bien son los parámetros elegidos los que imponen restricciones» (Iser 2015, p. 39). Este concepto interesa mucho en el ámbito de la literatura clásica y sus traducciones a lenguas modernas, porque la «traducción» supone ir más allá de verter estrictamente una lengua en otra, ya que, lo que se hace es traducir un «registro» determinado en un «registro» distinto al que se escribió la obra originaria. Así pues, citando a Willis Barnstone, esa «transcripción y lectura de textos», de la traducción genera una «diferencia» que es la «división» entre el tema que se interpreta y el «registro, que recibe esa influencia». Y esa diferencia es la que Iser llama «espacio liminal», puesto que «demarca el límite entre el tema y el registro, y este límite no pertenece a ninguno de los primeros, sino que es productor de la interpretación misma» (Iser 2005, p. 29). Así pues, para nuestra disciplina, los «espacios liminales» serían los «intersticios» (otros términos que refiere Castro Hernández [2017] serían: «entre-lugar», «tercer lugar», «línea de frontera») que se generan en la carga semántica que ciertas palabras adquieren al traducir conceptos de la realidad griega y latina, y que se explica según los registros del momento histórico en que se traducen.

La interpretación no alude a una «conciencia trascendental» que juzga el tema, puesto que, según esto, la traducción sería redundante y solo determinaría el tema por lo que es:

Interpretación como traducibilidad repercute en el registro al diversificar el marco al cual se vierte el tema. Por esta razón, los registros no solo cambian sino que también se ponen a punto en cada acto de interpretación. Esta reciprocidad indica que la interpretación ocurre dentro de situaciones históricas de las que no podemos retirarlos (Iser 2005, p. 30).

Iser comenta cómo desde el momento en que el autor pierde relevancia en el acto literario, se sustituye la linealidad autor-lector, por la circularidad y la recursividad:

La circularidad cobró su importancia cuando la autoridad del texto se desarrolló cuando debía justificarse el surgimiento y lo diferencial —en su origen, una operación matemática— se reactivó cuando se averiaron todas las conceptualizaciones de inconmensurabilidades que engloban a otras (Iser 2005, pp. 35–36).

Así pues, el profesor alemán propone que el proceso de interpretación no es lineal, sino que es «un proceso de diagramación del mundo abierto, y esta diagramación depende del aquí y ahora, lo que significa que se pueden trazar nuevos mapas, o reactivar antiguos, según sea necesario» (Iser 2005, p. 36). Iser toma en cuenta tanto los estudios de interpretación circular de Friederich Schleiermacher, Johann Gustav Droysen, y Norbert Wiener para explicar la idea de «espiral recursiva». Si con el primero se desarrolla la idea de circularidad en la interpretación, con Droysen, se refiere al concepto de «movimiento de atrás hacia delante» o de «“loops” transaccionales, debido a que lo que se traduce mutuamente nunca se ve por completo, sino cubierto de símbolos». Desde estas perspectivas, Iser se dirige al campo de la cibernética y toma como referencia la «espiral recursiva» de Norbert Wiener, que acuñó el término de cibernética que se basa, en líneas generales, en el principio de retroacción aplicada a las máquinas, que «es la propiedad de ser capaz de ajustar la conducta futura al desempeño pasado». Por ello, la retroacción se desempeña a través de la recursividad y según esto se genera el concepto de «espiral recursiva»:

La espiral recursiva se desarrolla como un intercambio entre entrada y salida, en el curso de las cuales se corrige una predicción, anticipación o incluso proyección en la medida en que falló en encajar con lo que se pretendía. En consecuencia, existe —al menos en potencia— una corrección dual: la acción regresa como una retroacción en espiral alterada que a su vez acciona una entrada modificada (Iser 2005, p. 171).

Iser transfiere el concepto de «espiral recursiva» hacia la interpretación literaria y se vuelve la forma en que el receptor interpreta el texto leído, de modo que se despliega, básicamente, en cuatro procesos: el autor de partida ofrece (1) su lectura al receptor (movimiento de lectura lineal hacia delante); el lector lo recibe (2) y en medida en que lo interpreta regresa (3) al momento del autor en su contexto historiográfico (movimiento lineal hacia atrás), y con ello lo reinterpreta (4) según la perspectiva contextual del propio lector (movimiento lineal hacia delante). De este modo, la interpretación del lector se hace en forma de espiral en zigzag que, además, ofrece una perspectiva general en forma de diagrama y rechaza la linealidad por la que tradicionalmente se ha enfocado la lectura, con la relevancia omnímoda del autor y una percepción muy pasiva y secundaria de la acción creativa del lector en la obra literaria. Compagnon define el lector de Iser de la siguiente manera:

El lector de Iser es un espíritu abierto liberal, generoso, dispuesto a participar en el juego que le propone el texto. En el fondo, sigue siendo un lector ideal: se parece, hasta el punto de confundirse con él, a un crítico culto, familiarizado con los clásicos pero que siente curiosidad por lo modernos (Compagnon 2015, p. 183).

De este modo, como el método de Iser nos permite conjugar, con gran precisión, clásicos con modernos a través de su noción de lector, queremos presentar dos ejemplos de cómo se analizaría la recepción de dos autores clásicos por parte de los modernos según los paradigmas del teórico alemán. Por un lado, presentaremos el ejemplo de las retóricas ciceronianas en su lectura del pensamiento barroco frente al racionalista y sensista; por otro lado, analizaremos la obra de Salustio en cuanto a la confrontación de lecturas que el historiador latino recibe en la cosmovisión del absolutismo ilustrado carlotercerista español y en la del liberalismo republicano mexicano.

Las retóricas ciceronianas, como veremos presentan, «partes constituyentes», en cuanto hacen aseveraciones, observaciones, que «postulan algo o transmiten información». Por otro lado, no solo los textos muestran este lado «denotativo», sino que tiene uno connotativo, en el que entran los citados «intentionale Satzkorrelate». De esta manera, los conceptos de ingenium, ratio, inventio y iudicium que encontramos en distintas obras del arpinate no serán tratadas tal cual según Cicerón las manejaba en su propio «horizonte de experiencias», sino que serán interpretados según los «vacíos» que vayan surgiendo para los diferentes intelectuales modernos, respondiendo a sus propios «repertorios» ideológicos. Un ejemplo de ello es la interpretación «concretizadora» que se dio a Cicerón en periodo barroco, por parte de intelectuales y educadores jesuitas, que se opondrá a la lectura «concretizadora» de pedagogos, educadores e intelectuales procedentes del racionalismo y del empirismo. De esta forma, el ingenium inicial ciceroniano se convertirá en ingenium que, si bien sigue siendo ciceroniano, adquiere un enfoque estético barroco-jesuita que diferirá, en buena medida, con su propio ingenium, conservando, eso sí, cierta sustancia de su autor original. El ingenium ignaciano dará paso, a su vez, a una gran recarga de «agudezas» manifestadas en una pléyade de numerosas figuras literarias y giros gramaticales sutiles y abstrusos. Los jesuitas barrocos («lectores implícitos [b]») ven la necesidad de rellenar un «vacío» importante en Cicerón («autor implícito [a]»), al considerar que su exposición de figuras no es suficiente, y lo «concretizan» recargándolo, porque, para su horizonte ideológico, perteneciente a unos criterios históricos y estéticos, donde destaca una conciencia religiosa, marcada por la «analogía», la «metáfora» y una visión «extática y sensorial» del mundo, Cicerón quedaba «desnutrido» para tal fin, en su exposición de las metáforas, analogías y figuras en general, además de que ese recargamiento debía producirse mediante ejemplos religiosos y tomados de la Biblia, que en el arpinate no existía. De esta forma, las «estrategias textuales» aseverativas de las retóricas ciceronianas generan una especie de «sintaxis misteriosa» («intentionale Satzkorrelaten») que va a anticipar las estructuras retóricas que aplican los jesuitas y que se concretan con la mentalidad histórica, estética e ideológica de los propios ignacianos. En el caso del «Cicerón racionalista y sensista» («autor implícito [a′]», podríamos definirlo, a grandes rasgos, como «ilustrado»), los «Leerstellen» se «concretizarán» en la lectura de racionalistas, empiristas y sensistas («lectores implícitos [b′]»), en cuanto a una tensión y oposición a la lectura jesuita; con ello, sus estructuras textuales y criterios éticos se emplearán o bien como herramienta para una sintaxis de la lógica (vertiente port-royalista y cartesiana), o bien para potenciar un ámbito ético y estético de los afectos (vertiente senso-empirista y prerromántica). Así pues, su «vacío» será rellenado en cuanto a planos que estos dos horizontes ideológicos veían insuficientes en el propio Cicerón: el racional y el sentimental, a la vez que lo vaciarán de contenido religioso y de florituras barrocas. Así pues, de una estética barroca en que la metáfora y la analogía ejerce una «realización» en el vector de las manifestaciones literarias, retóricas y artísticas «erra» («punto de vista errante») a una mentalidad, la cartesiana y port-royalista, en la que la elipsis y la sustracción de elementos decorativos se convierten en el eje de la unión entre pensamiento y lenguaje. De una figura que implica el recargamiento se pasa a una que implica la supresión y ambas tienen como sustrato básico la estilística y elocutio ciceroniana. Así pues, los «Satzkorrelaten» ciceronianos se moverán hacia otro enfoque que el puramente decoroso romano, y quedarán concretadas según otros «repertorios» ideológicos y culturales. La confrontación del horizonte de experiencia ciceroniano con los horizontes de expectativas propios de jesuitas, cartesianos y sensistas será interpretado por Jauss como «fusión de horizontes», y por Iser, en cierto modo, como «frustración de expectativas», ya que nunca el autor clásico (a) acabará por satisfacer las «preintenciones» que sus lectores (b) generan de él.

Otro ejemplo de las tesis teóricas de Iser se puede ver a través de los cambios de lectura de la obra del historiador latino Salustio entre el absolutismo ilustrado y el liberalismo republicano. Así pues, si seguimos la terminología de Iser, el «lector implícito» que se da en la monarquía ilustrada de Carlos III en el último tercio del XVIII entró en «conflicto de interpretación» con la del liberalismo republicano americano de la primera mitad del XIX. El lector implícito del Salustio carlotercerista «concretó» los «espacios liminares» de los textos de La Conjuración de Catilina y La Guerra de Yugurtha a través de la elaboración de una edición lujosa por parte del tercer hijo del Rey Don Gabriel que fue supervisado por su preceptor Pérez Bayer. La edición de esta obra, que corrió a cargo de Manuel Ibarra, se convertiría en el símbolo del esplendor cultural de la monarquía española en las distintas cortes europeas. Las razones de por qué se eligió a Salustio y no a otro autor latino se deben al «repertorio» (o al «horizonte de expectativas», según la terminología de Jauss) del momento histórico de la monarquía carlotercerista que, a su vez, permitirá «concretizar» los «Leerstellen» de Salustio a la luz de la lectura «liminar» carlotercerista. Entre varios motivos, nos centraremos en dos: por un lado, la advertencia de La Conjuración de Catilina sobre las causas y efectos negativos de la moral, y los castigos de aquellos sediciosos que se quieren enfrentar al poder establecido, como sucedió a Catilina que se enfrentó al sistema político que representaba el cónsul Cicerón. Esta advertencia se relacionaría, en la España carlo-tercerista, con el castigo de los conspiradores del motín de Esquilache (23 al 26 de marzo de 1766) que afectó mucho el ánimo del propio Rey Carlos III y en el que se creía que estaban los jesuitas implicados. Por otro lado, resulta relevante incluir el libro de La Guerra de Yugurtha para oponer la sedición a la idea de la lealtad al poder establecido que se resalta en la propia Guerra de Yugurtha. En esta obra se pone de manifiesto la fidelidad que se ha de tener al poder establecido y a los lazos heredados por la tradición (como el que tenía Adherbal, hermanastro de Yugurtha hacia el estado romano) frente a la ruptura que ciertos aventureros como Yugurtha cometen para alterar el orden establecido. Esta obra de Salustio es una buena manera de justificar las lealtades, pactos y la tradición heredada, que tanta relevancia tienen en el seno de los sistemas políticos monárquicos de la Europa moderna.

Todos estos «Leerstellen» se rellenan / concretizan con una recepción carlotercerista de la obra de Salustio, que entrará en conflicto con la perspectiva que se tendrá de ella por parte del liberalismo independentista mexicano. De este modo, el político liberal de la independencia José María Luis Mora interpreta el texto de Salustio a través de La Conjuración de Catilina exclusivamente, pero utilizando paradójicamente la edición del infante Don Gabriel y Pérez Bayer. La «ruta de interpretación» será muy distinta a la del «lector implícito» carlotercerista. Así pues, para José María Luis Mora los «Leerstellen» residirán en la sedición que plantea Salustio en La conjuración de Catilina que deberá ser acallada con la fuerza del nuevo estado republicano mexicano constituido ciceronianamente y por aclamación de la voluntad general del pueblo mexicano frente al absolutismo español. La rebelión contra el español, deja claro Mora, no fue sedición, sino voluntad general, en términos rousseaunianos, pero las conspiraciones contra la república mexicana constituida, de corte liberal, resulta una sedición particularista de personajes malintencionados y mezquinos que solo buscan el poder y la gloria egoísta, como el propio Catilina. Curiosamente, con este «conflicto de interpretaciones» queda de manifiesto del concepto iseriano de «punto de vista errante» que depende de las lecturas y repertorios del texto inicial. Por otro lado, se produce una espiral recursiva al ir desde el periodo republicano romano en el que Salustio escribió La conjuración de Catilina con la idea de, por un lado, ensalzar la intrepidez y vitalidad de Catilina, pero por otro lado, denunciar su hybris y desmesura. Con ello, a Salustio le sirve este personaje para atacar la corrupción senatorial y la actitud prepotente e ilegal de Cicerón, enemigo político del historiador. El retroceso de la espiral hacia el momento de Salustio avanza hacia el periodo del absolutismo ilustrado, en el que se emplea el texto de Catilina y de Yugurtha con un objetivo claramente distinto al que usó Salustio, ya que la «concretización» de los vacíos se dirige hacia el reforzamiento de la monarquía española; la espiral avanza hacia el México de Mora y mira recursivamente hacia la edición de Salustio elaborada durante el absolutismo ilustrado hispánico pero con la «concretización» de una lectura distinta, por la que La Conjuración de Catilina es considerada como un modelo ejemplar del perfecto Estado republicano que aplasta a los sediciosos como Catilina, y que Mora identifica paradójicamente con la idea de la república ciceroniana. En ese aspecto, el político mexicano no sabe o no concibe en su «concretización» que Salustio escribió su obra para criticar negativamente el «establishment» senatorial y la república ciceroniana.

Como se puede apreciar las lecturas y recepciones del texto de Salustio zigzaguean, van de delante hacia atrás, y vuelven hacia delante, no solo temporal y formalmente, sino que también la espiral y el retorcimiento («loop») se aprecia en el contenido por el que el autor implícito inicial se ve cambiado en su intención por los repertorios y lecturas personales e implícitas de contextos históricos distintos. Así pues:

  • Salustio escribe La Conjuración de Catilina como una crítica velada contra la corrupción senatorial y la ilegalidad en que incurrió Cicerón en todo el proceso de cortar la conjuración. Catilina se presenta como un héroe del pueblo pero que por su desmesura termina mal: un claro caso de hybris que Salustio pone como ejemplo paradigmático de la soberbia que no se debe cometer en política, al igual que la del propio Cicerón que el historiador romano también rechaza.
  • Pérez Bayer y Don Gabriel editan la obra en el afán de mostrar cómo la sedición es un oprobio contra el sistema monárquico y que se debe respetar la lealtad y fidelidad al tutor patriae que a modo de Cicerón sería el rey Carlos III. En este caso el fin es muy distinto al de Salustio.
  • José María Luis Mora recupera la misma edición del Salustio carlotercerista y lo utiliza para denunciar las sediciones y conspiraciones que se están desarrollando contra incipiente república mexicana que se ha erigido en oposición al absolutismo borbónico español que había utilizado la misma obra de Salustio para fortalecer su idea monárquica. El tutor patriae ciceroniano sería ahora la propia constitución y senado republicano; un senado contra el que Salustio criticaba veladamente en su obra.

En definitiva, las lecturas están indeterminadas y abiertas y solo los intereses personales condicionados por los repertorios y horizontes de expectativas acaban delimitando y «concretizando» los constantes puntos ciegos o vacíos que la obra genera, la cual se mueve en constantes espacios liminares y espirales zigzagueantes dentro de un marco de «juegos y encuentros complejos», que retroalimentan una y otra vez la recepción de los clásicos en una Modernidad siempre cambiante, tal y como Iser mostraba explícitamente en sus escritos teóricos.

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Javier Espino Martín

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