Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica
Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica

Menéndez Pelayo, Marcelino (Santander, 1856–Santander, 1912)

El polígrafo santanderino Marcelino Menéndez Pelayo puede considerarse como el fundador de los modernos estudios de Tradición Clásica en España. Si bien no se decantó por el cultivo de los estudios clásicos de manera exclusiva ni prioritaria, su amor por los autores de Grecia y Roma ya es evidente desde su más temprana formación, de forma que jamás concibió la posibilidad de un estudio cabal de la Historia de la literatura española sin el conocimiento de lo clásico. Este amor se reforzó aún más, si cabe, tras su paso por la Universidad Central de Madrid, donde conoció a su admirado maestro Alfredo Adolfo Camús (ca. 1817–1889), catedrático de Literatura griega y latina. Probablemente Camús fue quien inspiró a Menéndez Pelayo el interés por el llamado «Ciceronianismo». La obra fundamental que Menéndez Pelayo dedica a la Tradición Clásica es su Bibliografía hispano-latina clásica, obra que dejó inconclusa, si bien terminó de completarse ya en el decenio de los años 50 del siglo XX gracias a Enrique Sánchez Reyes. No menos importante, si bien se trata de una labor más discreta, fue el papel de inspirador intelectual que Menéndez Pelayo desempeñó para el desarrollo de la «Biblioteca clásica» de Luis Navarro, una de las empresas editoriales que más difundieron la obra de los autores griegos y latinos, mediante traducciones, en el ámbito hispano.

Construcción de un concepto: la «Tradición Clásica». La Tradición Clásica constituye hoy día una de las disciplinas que goza de mayor auge en el campo de los estudios clásicos. No obstante, su éxito a menudo conlleva cierta laxitud a la hora de definir tanto sus objetivos como sus límites epistemológicos. Parece, al igual que ocurre con otras disciplinas, como la Historia de la literatura latina o la española, que siempre ha estado ahí presente, cuando en realidad su formulación obedece a razones modernas. De hecho, puede parecer, cuando menos, curioso, que nadie haya utilizado la etiqueta «Tradición Clásica» hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Esto no quiere decir que la Tradición Clásica no haya existido antes, pero no ha ocurrido lo mismo con su formalización como estudio académico e incluso su conceptualización frente a otras formas de tradición alternativas a la herencia del mundo grecolatino. Si su formulación como concepto es moderna, no menos modernos son los métodos de su estudio, en particular el positivismo y el historicismo. Éstos se basan, sobre todo, en la ponderación preferente de los datos como tales, por delante, por ejemplo, de las relaciones que esos datos pudieran guardar entre sí. Este método, en el caso del estudio literario, se conoce como «A en B», que en términos concretos responde a una de las obras que en España inauguraron los propios estudios de Tradición Clásica: Horacio en España, de Marcelino Menéndez Pelayo (Ruiz Casanova 2007). De esta forma, el autor antiguo, en este caso el poeta Horacio, se estudia dentro de una nueva realidad histórica, España y su literatura, estableciendo una relación de único sentido entre el punto de partida y el de llegada, de acuerdo con el estudio de las fuentes. El tiempo fue dando lugar a nuevos métodos e incluso a expresiones alternativas para hablar acerca de la tradición, como «recepción», que hacen más hincapié en quien lee la obra que en quien la escribe.

Desde el punto de vista historiográfico, conviene tener en cuenta que la primera formulación de la etiqueta «Tradición Clásica» como tal, según ha visto Laguna Mariscal (2004), data de 1872 y se debe a Domenico Comparetti, precisamente en un libro de título bien significativo, Virgilio nel Medio Evo («Virgilio il sommo rappresentante dell’antica tradizione classica» [Comparetti 1967, p. 18]). Hasta ese momento, el uso del término «tradición» o del adjetivo «tradicional» bastaba por sí mismo para referirse a la tradición culta por excelencia, la grecolatina, pero terminó por necesitarse el adjetivo «clásica». Algo estaba ocurriendo en la cultura europea, y muy en particular el hecho de que fuera cobrando cada vez más auge una nueva forma de tradición: la popular. No en vano, el mismo Comparetti establece una clara dicotomía entre la tradición literaria de carácter culto y la leyenda popular, si bien debe recurrir al adjetivo «clásica» para delimitar la tradición que hasta ese momento era «la tradición» por antonomasia. Observa Laguna que Comparetti considera la «Tradición Clásica» como «el legado literario grecolatino, pagano, tal como se transmitió en la Edad Media», de forma que se hace hincapié en una idea de continuidad afín al mismo sentido etimológico de la palabra «tradición», entendida como «transmisión». Para que pudiera acuñarse la etiqueta «Tradición Clásica» había tenido que configurarse primero la de «lettere classiche», que también utiliza Comparetti (Comparetti 1967, p. 119). Conviene saber que el adjetivo «clásico» había sufrido en el paso que va del siglo XVIII al XIX un gran cambio semántico. Aunque parezca sorprendente, la especificidad de lo «clásico» para referirse por antonomasia a lo «grecolatino» es ya propia del siglo XIX (García Jurado 2007, pp. 169–174). La paulatina congruencia entre la idea de tradición y la de literatura grecolatina, unidas ambas por el adjetivo «clásica», puede verse, por ejemplo, en el siguiente texto escolar de José Canalejas dedicado, precisamente, a la historia de la literatura latina: «la corriente clásica, infiltrándose en nuestro arte y en nuestra ciencia, acrecentaba las dotes nativas del genio nacional con el recuerdo de las inspiraciones tradicionales, según patentiza la historia de nuestra civilización» (Canalejas y Méndez 1874, p. I. [todas las cursivas en esta y en las siguientes citas, son mías]).

El texto está publicado en 1874, dos años más tarde de la publicación del libro de Comparetti. Todavía faltaba un tiempo para que la juntura «Tradición Clásica» se transfiriera a España y, esencialmente, a los manuales escolares. No obstante, la etiqueta apareció relativamente pronto en la manualística, según hemos podido comprobar. Es José Campillo y Rodríguez en su manual de literatura griega de 1882 el primero en utilizar la juntura «Tradición Clásica» frente a «Romanticismo anárquico»:

De este [el autor se refiere a los juicios expresados por J. B. Tissandier en su Teoría de la belleza] ha surgido otro, que si no se consigna en los libros, no deja de ser profesado por algunos y consiste en decir «que el genio, porque es autónomo, no ha menester sujetarse á reglas, ni tener para nada en cuenta la tradición clásica» (Campillo y Rodríguez 1882, pp. 15–16).

Podemos apreciar, por tanto, que aquí se hace un uso conservador de la idea de Tradición Clásica ante las nuevas corrientes literarias y estéticas que fueron aflorando a lo largo del siglo XIX. Entre la cita de Canalejas (1874) y la de Campillo y Rodríguez (1882) han pasado solo ocho años. En ese intervalo encontramos al autor capital de la transferencia de la juntura a España, que, por lo que hemos podido observar utilizando el Corpus Diacrónico del Español (CORDE), es Menéndez Pelayo. Es precisamente entre 1880 y 1881, dentro de su Historia de los heterodoxos españoles, cuando encontramos este temprano uso de la juntura:

Tuvo que venir la férrea y bienhechora mano del Santo Oficio a destruir en el siglo XVI estos resabios de paganismo […] ¡Tanta fuerza tuvo en los pueblos latinos la tradición clásica, que algunos suponen destruida y cortada en los tiempos medios! (Menéndez Pelayo 1946–48 II, p. 429 apud CORDE).

Menéndez Pelayo equipara en este texto «Tradición Clásica» a «paganismo», algo que no disgusta, cuando menos estéticamente, al autor. En este sentido, resulta asimismo una juntura muy interesante, la de «tradición lírico-clásica» que encontramos precisamente en su Horacio en España, cuya primera edición es de 1877 (Menéndez Pelayo 1885, p. 31). Será, no obstante, en sus Orígenes de la novela (1905), fruto de la compilación de buena parte de sus prólogos para los clásicos castellanos, donde encontremos el mayor número de usos de la etiqueta «Tradición Clásica»:

  1. La Tradición Clásica y el buen gusto:

    Sus digresiones [las de Petronio] sobre la elocuencia y la poesía y sobre las causas de la decadencia de las artes, muestran que era un «dilettante» muy ingenioso, partidario de la Tradición Clásica y enemigo de los declamadores (Menéndez Pelayo 1963a, p. 23).

  2. La Tradición Clásica frente a otras tradiciones literarias antiguas, como la árabe:

    El Archipreste sabía árabe […]. Pero, ¿cómo y hasta qué punto lo sabía? ¿Por uso puramente familiar o por doctrina literaria? En otros términos, ¿era capaz de entender un texto en prosa o en verso y de imitarle? Para nosotros, la cuestión es dudosa; por lo menos hasta ahora no se ha señalado ninguna imitación directa y positiva. Basta con los libros que ya corrían traducidos en romance para explicar el origen árabe de algunos apólogos; el color enteramente oriental con que aparecen otros que pueden hallarse también en la Tradición Clásica […] presenta el libro con las producciones de la novelística oriental ya examinadas (Menéndez Pelayo 1963a, pp. 160–161).

  3. La pureza de la Tradición Clásica:

    […] la Alexandreis de Gualtero de Châtillon, que representa con mucha más pureza la Tradición Clásica, puesto que es por lo común una paráfrasis de Quinto Curcio (Menéndez Pelayo 1963a, p. 228).

  4. La lectura que Menéndez Pelayo hace del mismo libro de Comparetti y la idea de la Tradición Clásica como un hilo ininterrumpido:

    Volviendo a anudar el hilo de la Tradición Clásica, que en rigor no se interrumpió nunca en Occidente, aunque fuese a veces de muy extraño modo interpretada, las églogas de Virgilio continuaban siendo leídas en las escuelas, pero se las miraba como composiciones alegóricas […]. Y alegóricas fueron también las primeras imitaciones latinas que de estas églogas se hicieron. El mismo Dante, que, como admirablemente ha demostrado Comparetti, en su obra Virgilio nel Medio Evo (1872), una de la más sabias y bellas que ha producido la erudición contemporánea, es el primero de los modernos que tuvo un concepto lúcido del arte virgiliana, compuso dos églogas dedicadas a su maestro Giovanni del Virgilio (Menéndez Pelayo 1963b, p. 198).

Podemos apreciar en esta somera enumeración cómo la Tradición Clásica se relaciona con cuestiones estéticas (a), historiográficas, en lo que respecta al estudio de las tradiciones que configuran la literatura española (b), de pureza (c) y, naturalmente, de continuidad histórica, afín en este caso a las propias ideas de Comparetti (d). De esta forma, es indudablemente Menéndez Pelayo quien comenzó a aplicar la formulación en España, al tiempo que emprendía algunos de sus importantes estudios de carácter historicista y positivista por antonomasia, a pesar de las reservas que él mismo expresaba con respecto al propio positivismo (Varela 1999, p. 51). Vamos a elegir dos aspectos de los muchos que pueden ser contemplados acerca de la aportación que hace Menéndez Pelayo a estos estudios: de un lado, su primer (y único tomo publicado en vida) de la Bibliografía hispano-latina clásica (Menéndez Pelayo 1902), y, de otro, alguna de las ediciones que se prepararon dentro de la «Biblioteca clásica». Con ello conseguiremos revisar dos cuestiones básicas: una de ellas la formulación explícita del método «A en B» ya aludido; la otra, el concepto de «edición retrospectiva», es decir, de recuperación de antiguas traducciones del pasado, aspecto en el que ya va implícita la conciencia de una tradición (García Jurado 2010b). Si lo primero es fruto de los tiempos en que se formula la Tradición Clásica como moderno estudio, lo segundo constituye la herencia científica de la Ilustración hispana.

El primer tomo de la Bibliografía hispano-latina clásica. A partir del decenio de los años setenta, Menéndez Pelayo emprende algunas de sus magnas empresas de recopilación bibliográfica, como su Horacio en España, o la redacción de las fichas para una Bibliografía Hispano-Latina Clásica, de las que solo consigue publicar en vida un único volumen. En la «Advertencia preliminar» logramos encontrar definido el objeto de la disciplina que conocemos como Tradición Clásica (aunque en ningún momento se la nombre como tal):

El trabajo que logra hoy hospitalaria acogida en la Revista de archivos, bibliotecas y museos, ha sido para mí grata ocupación de muchos años y descanso de más graves estudios. Antes de salir de las aulas universitarias, en 1873, formé el proyecto de una Biblioteca de Traductores Españoles, ampliando y continuando el meritorio ensayo de D. Juan Antonio Pellicer. Después concebí un plan más vasto, y los traductores vinieron a quedar como una parte, acaso secundaria, de la obra que imaginé con temeridad juvenil. Tal como se presenta al público en esta primera parte consagrada a la literatura latina, comprende la historia de cada uno de los clásicos en España, las vicisitudes de su fortuna entre nosotros, el trabajo de nuestros humanistas sobre cada uno de los textos, las imitaciones y reminiscencias que en nuestra literatura pueden encontrarse. […] Sea cual fuere el destino que las aguarda, siempre tendrán para mí el recuerdo de las horas gratísimas que pasé leyendo los clásicos latinos y comparándolos con los castellanos o viceversa (Menéndez Pelayo 1902, p. 5).

Según este texto, la «Tradición Clásica» (aplicada al caso español) es «la historia de cada uno de los clásicos en España». La Tradición Clásica constituye, pues, un concepto historiográfico que nace, precisamente, al calor de los nuevos planteamientos historicistas, concebida como el estudio metódico de la fortuna de los autores grecolatinos en las modernas literaturas europeas. Conviene señalar que el estudio de cada autor clásico se concibe de manera independiente, es decir, como si cada uno de ellos constituyera un objeto de estudio en sí mismo, y no tanto como parte de una antigua literatura que se relaciona con otra literatura, en este caso moderna. Podemos entender que tal criterio obedece a razones de carácter metodológico, propias de la labor bio-bibliográfica. Sin embargo, esto no deja de reflejar también una visión concreta del propio objeto de estudio, donde no cuenta tanto la posición relativa que ocupa dentro de un todo como su carácter esencial, al margen de otras circunstancias. Afín al propio método positivo del que participa, el planteamiento es el mismo que el de los estudios etimológicos de la época, donde la etimología se plantea como una historia de palabras individuales, sin contemplar las posibles relaciones que pueda haber entre ellas. El estudio, así planteado, aísla la posible relación de los autores latinos entre sí, sin que podamos estudiar, por ejemplo, por qué unos priman sobre otros a la luz de las nuevas estéticas, o qué visión de la literatura latina se tiene como tal en un momento determinado. Tales cosas no se contemplan en el método de estudio utilizado, donde se pretende llevar a cabo un acopio material previo de cada uno de los autores, que pudiera servir de base documental a una ulterior historia. Por otra parte, es oportuno observar que el uso del término «comparación» aparece también en el texto: «las horas gratísimas que pasé leyendo los clásicos latinos y comparándolos con los castellanos o viceversa». Precisamente, el comparatismo de la época participa del mismo método «A en B» que la propia Tradición Clásica (Vega–Carbonell 1998, pp. 47–48).

La «Biblioteca clásica» de Luis Navarro: traducciones retrospectivas. El proyecto de la Biblioteca Clásica de Luis Navarro (Castro de Castro 2005) supuso un decidido intento de divulgación de los clásicos en lengua española, al margen de lo manifiestamente mejorable que hubiera podido ser. La Biblioteca de traductores de Juan Antonio Pellicer (1778) (García Gual 1987) constituyó el modelo inicial para llevar a cabo este propósito, en especial, por lo que esta obra significa para la conformación de una idea de tradición literaria. La «Biblioteca Clásica», auspiciada por Luis Navarro con el asesoramiento intelectual de Menéndez Pelayo, contiene dos tipos de obras: nuevas traducciones que pretenden ser directas (aunque luego comprobamos, como en el caso de Aulo Gelio, que se trata más bien de una traducción del francés) frente a traducciones retrospectivas (como son los casos de Tucídides, a cargo del humanista Diego Gracián, y Terencio, a cargo de Simón Abril). Menéndez Pelayo hereda del pensamiento ilustrado un doble propósito en lo que respecta a la recuperación de traducciones del pasado: el histórico puro, por un lado, y el de la utilidad para el presente, por otro. El interés de la «Biblioteca clásica» para nuestro presente trabajo está, más bien, en el carácter retrospectivo o arqueológico que tiene el hecho de rescatar traducciones antiguas, ligadas a los siglos áureos de la literatura española. Cuando en 1877 Gumersindo Laverde dio a conocer a Menéndez Pelayo una carta del editor Luis Navarro acerca del proyecto de esta colección, el santanderino elaboró una pormenorizada propuesta de edición de traducciones de los clásicos, tanto nuevas como retrospectivas. Entre otras cosas, se descartaban los traductores anteriores al siglo XVI y se confería un claro predominio a los historiadores (García Jurado 2010a, pp. 501–502). Para Menéndez Pelayo, la «Biblioteca Clásica» suponía la oportunidad de llevar a la práctica sus ideas relativas a la historiografía de la traducción en España. En el caso de Tucídides no cabe esperar otra traducción distinta de la de Diego Gracián, que desde 1564 no se había vuelto a publicar hasta la reedición del Marqués de San Román, de 1882 (García Jurado 2010a). La edición de la «Biblioteca Clásica» moderniza el texto de Gracián: «Historia de la guerra del Peloponeso escrita por Tucidides; traducida del griego por Diego Gracian y enmendada la traducción, Madrid, Librería de la viuda de Hernando y Ca, 1889».

En esta edición se actualiza el título, pasando del arcaizante Guerra entre Peloponeses y Atenienses al moderno Historia de la guerra del Peloponeso. Este gesto de modernidad no se contradice con el hecho de que en la misma portada se haga referencia al traductor, Diego Gracián.

Conclusión. Precisamente, cuando la herencia literaria de los autores clásicos grecolatinos deja de ser la «herencia» por antonomasia, es cuando comienza a cristalizar la disciplina que conocemos como «Tradición Clásica». Domenico Comparetti, autor de un libro fundamental titulado Virgilio nel Medio Evo, fue el primero que utilizó la etiqueta para referirse a la nueva disciplina. En España fue Menéndez Pelayo quien recurrió a esta denominación que ya no considera la tradición grecolatina como la «tradición» por antonomasia, sino una de las posibles tradiciones, como la tradición cristiana, la popular, o incluso otras tradiciones literarias. El positivismo y el historicismo, por un lado, y la propia herencia ilustrada española (Pellicer), por otro, constituyen sus herramientas metodológicas fundamentales.

Bibliografía

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García Gual, Carlos. «Don Marcelino y la Tradición Clásica en España», en ABC (19 de mayo de 1987).

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Laguna Mariscal, Gabriel. «De dónde proviene la denominación “Tradición Clásica”», en CFC (L) (2004), pp. 83–93.

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Varela, Javier. La novela de España. Los intelectuales y el problema español, Madrid, Taurus, 1999.

Vega, María José y Neus Carbonell. La literatura comparada: principios y métodos, Madrid, Gredos, 1998.

Francisco García Jurado

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