Salinas, Pedro (Madrid, 1891–Boston,
1951)
En su doble condición de excelente poeta y no menos brillante profesor y crítico, Pedro Salinas ocupó la cátedra de lengua y literatura españolas en la Universidad de Sevilla, ciudad donde todavía una placa recuerda el domicilio que habitó, en plena Calle de María Auxiliadora. Pasó luego a la Universidad de Murcia y desempeñó un lectorado en Cambridge, durante el curso 1922–1923. El año de 1936 marcó una importante inflexión en su periplo vital, pues tuvo que marchar a los Estados Unidos, donde impartió clases en las universidades de Wellesley y Baltimore. Entre sus obras poéticas destacan libros como La voz a ti debida (1934) o Razón de amor (1936). Su obra crítica presenta ensayos como Jorge Manrique o tradición y originalidad (1947) y La responsabilidad del escritor (1961).
La ocasión de que Pedro Salinas sea merecedor de una entrada en el actual Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica no tiene tanto que ver con el concepto de la «Tradición Clásica» en sentido estricto como con el de sus ideas acerca de la «tradición literaria», muy cercanas a críticos de la primera mitad del siglo XX, de la talla de T. S. Eliot. De hecho, Salinas ha de inscribirse dentro de aquellos decididos aires de renovar la idea que tenemos acerca del cometido que la tradición literaria desempeña en la propia labor creativa, por aquel entonces tan dominada por las vanguardias. De este modo, la tradición literaria, de la mano de autores como Eliot o Salinas, deja de formar parte del estudio de «fuentes» para convertirse en algo vivo, constituyente del propio aire que respira la misma literatura.
La «crítica hidráulica». En el ámbito de la tradición literaria, Pedro Salinas ha pasado a ser conocido como la persona que acuñó una, no sabemos si feliz, pero, cuando menos, ingeniosa expresión, la de la «crítica hidráulica», para referirse al modelo positivista del estudio de las «fuentes literarias», tan en boga por aquel entonces en el ámbito académico. Se entiende que esta expresión aparece en su reconocido estudio sobre Jorge Manrique o tradición y originalidad (Salinas 1974). Honestamente, no hemos encontrado tal expresión entre las páginas de su ensayo, aunque sí la intencionalidad que se deduce de ella, en un intento de ofrecernos una idea menos causal y más estética de la importancia del pasado en el hecho literario.
Recordemos cómo T. S. Eliot planteó la posibilidad de romper con la noción causal de la tradición literaria, es decir, con la idea de que el autor B se parece a A porque A ha influido en B. De una forma inversa y, al mismo tiempo, significativa, el creador que ocupa un lugar posterior en el tiempo puede hacer posible que creadores anteriores a él resalten gracias a sutiles parecidos que serían invisibles en caso de que el autor posterior no hubiera existido. Si consideramos ahora un poeta como Góngora, que se convirtió en icono de la generación del 27 (generación en la que Salinas ocupa un lugar memorable), cabría preguntarse, qué hubiera sido de aquel sin el ulterior gongorismo. De este modo, y a la manera de lo que prescribe T. S. Eliot, al elegir los poetas del 27 a Góngora como su genial precursor, le insuflaron una nueva vida al calor de la nueva creación poética de la primera mitad del siglo XX. En cualquier caso, resultaría muy simplista, si no inexacto, afirmar que Góngora «influyó» en los autores del 27.
De esta forma, y al margen de quien fuera realmente el que dio con la ingeniosa formulación, cuando se recurre a la expresión «crítica hidráulica» estamos conjurando una manera mecánica y arqueológica de concebir la literatura, es decir, la de desenterrar lo que supuestamente ha sido enterrado por siglos de literatura, la fuente primigenia. Muy lejos de esta idea de la fuente (es decir, la metáfora hidráulica), para Salinas los textos antiguos estarían absolutamente vivos y serían perfectamente simultáneos, en la atemporalidad que marca la literatura, con respecto a las composiciones más recientes, con las que dialogan.
La valía de la tradición. La obra donde podemos encontrar una exposición general acerca de esta, entonces e incluso ahora, novedosa visión de la tradición literaria es dentro del ensayo titulado Jorge Manrique o tradición y originalidad, que Pedro Salinas dio a las prensas por primera vez en 1947 (aunque nosotros citaremos por la edición de 1974). De una forma más concreta, nos interesa, sobre todo, la parte del libro que corresponde al capítulo titulado «La valla [sic] de la tradición». Es normal que sorprenda esta formulación, pues nos da la idea, ciertamente, de que la tradición literaria haría las veces de una valla que circunda un coto.
Singularmente, nos encontramos ante una más que distorsionante errata, pues la palabra «valla» aparece en lugar de la que hubiera sido la palabra correcta y deseada, que no es otra que «valía». La errata, persistente, como suelen ser las erratas tipográficas, aparece ya desde la primera edición, y ha pasado a formar parte de la propia historia del texto. Juan Marichal, yerno de Pedro Salinas, señalaba, durante una conferencia impartida en la Fundación Juan March con el elocuente título de «Pedro Salinas y la ampliación del ensayo» (Marichal 1991), que en el libro que su suegro había escrito acerca de Jorge Manrique aparecía, ya desde aquella primera edición, una monumental errata en el título de uno de los capítulos, de manera que allá donde debería decir «La valía de la tradición» dice, de manera equívoca y errónea, «La valla de la tradición».
Así las cosas, la errata no deja de ser elocuente por la involuntaria antífrasis que crean los dos términos en litigio: desde la idea de la tradición como «cercado» («la valla») hasta su formulación como virtualidad («la valía»), nos encontramos ante una oposición realmente notable, pues nos acercamos a una idea de la tradición que, lejos de acotar, se muestra como alimento para la propia creación literaria, más allá del mero esquema de la imitatio. En este capítulo, Salinas da perfecta cuenta de las tres características esenciales que debemos considerar para comprender la tradición literaria desde unos presupuestos fundamentalmente estéticos y no historicistas:
- La tradición literaria debe ser concebida como la «atmósfera» donde crece la creación poética «mediante un gran número de estímulos conjuntos, los cuales funcionan tan misteriosamente […] que son, por eso, imposibles de captación total ni definición rigurosa» (Salinas 1974, p. 103).
Sorprende, por lo demás, que este planteamiento sea tan afín al que expone el helenista Gilbert Murray, en sus conferencias sobre poética y Tradición Clásica, acerca de la unidad de la tradición (Murray 1927), y a las que luego nos referiremos en el último epígrafe. La coincidencia, ciertamente, no va a ser tal.
- La tradición literaria debe ser entendida como una materia donde «sus componentes son cronológicamente pasados, pero el horizonte que con ellos se erige resulta todo presente» (Salinas 1974, p. 110).
Se trata de una idea inspirada por T. S. Eliot, como el propio Salinas declara. Esta condición que tiene la literatura antigua de convertirse en simultánea con respecto a la nueva creación supone, asimismo, todo un desafío al historicismo.
- La tradición es un hecho electivo y combinatorio: «Ahí delante está la tradición. En ella hay que arriesgarse a la gran jugada de elegir» (Salinas 1974, p. 114).
Esta idea de lo electivo y combinatorio no deja de recordarnos la propia propuesta de Saussure acerca del «eje de combinación» y el «eje de selección» que luego utilizaría Roman Jakobson como criterio básico en su conferencia titulada «Lingüística y poética». No debemos establecer, en este sentido, una artificial frontera entre la lingüística que se hace en los tiempos de Salinas y la propia crítica literaria. Como muestra, tenemos al propio Paul Valéry cuando explica de manera extraordinariamente poética la naturaleza de la nueva lingüística estructural en su propia Poética.
Según tales principios, que podríamos resumir con los términos de «atmósfera», «simultaneidad» y «elección», encontramos, por ejemplo, cómo Lorca adopta en uno de los «Sonetos del amor oscuro» las formas gongorinas para hacerlas propias, de manera que, aunque el nuevo soneto pueda sonar a Góngora, ya no tiene necesidad de remitirse a un modelo textual concreto, en lo que puede considerarse una nueva y original composición que da un giro de tuerca al propio proceso de la influencia y la imitación como simple hecho causal. Este proceso creador, sin embargo, no era nuevo en el siglo XX, pues el propio Góngora lo había adoptado al transformar profundamente sus propios modelos de partida. La diferencia radica en que ahora los escritores son más conscientes del hecho mismo de la tradición gracias a la moderna filología.
De esta forma, desde las premisas teóricas de Pedro Salinas acerca de la tradición literaria en general, se pueden estudiar los fenómenos de Tradición Clásica que tienen lugar en las literaturas de vanguardia de estos años 20 y 30 del siglo XX. La obra de Lorca o la de Borges, que transforman sus supuestos modelos hasta convertirlos en irreconocibles, pueden llegar a parecerse, ciertamente, a aquel arte no figurativo donde el posible motivo de inspiración acaso no se ha perdido del todo gracias al título de la obra. Es, por ejemplo, lo que ocurre con la obra «Ícaro», de Matisse, cuyo referente icónico con respecto al antiguo mito se recupera gracias al propio título.
Salinas, ocasional traductor de Gilbert Murray. Hasta el momento, hemos hablado acerca de las ideas de Pedro Salinas con respecto a la tradición literaria en general y no tanto en lo que atañe de una manera más concreta a la Tradición Clásica, entendida esta como la que afecta a los autores griegos y latinos de la Antigüedad. Ciertamente, los ámbitos de la Tradición Clásica en poetas como Salinas o Lorca van a pasar de manera natural por los intermediarios, en especial los poetas del llamado Siglo de Oro. Esto, lejos de invalidar tal tradición, la convierte en un hecho todavía más rico e interesante.
En cualquier caso, quisiéramos destacar en este último epígrafe un pequeño detalle que, no por pequeño y acaso circunstancial, deja de ser significativo para mostrarnos un estado de cosas más general, como es el de la naturaleza esencialmente absurda de cualquier frontera, física o conceptual, que impongamos a las cosas o a la realidad.
Al leer atentamente el ya citado capítulo titulado «La valla de la tradición» de Pedro Salinas (Salinas 1974), pudimos ver, no sin gozoso asombro, que entre sus páginas aparece la traducción española de un pequeño párrafo que el helenista Gilbert Murray había escrito en su The Classical Tradition in Poetry (Murray 1927). Como es sabido, esta obra reúne las conferencias que el propio Murray impartió como invitado en la cátedra Norton de poética, iniciando una tradición por la que han pasado, entre otras personalidades, Borges, Calvino o Umberto Eco. Las conferencias de Murray tratan de establecer las relaciones existentes entre la poética y la Tradición Clásica, de manera que, inevitablemente, acogen este nuevo espíritu crítico de la época en torno a la tradición literaria, en calidad de algo vivificante, o «principio fundamental de creación poética» (Madrid Cobos 2016, p. 151).
De esta forma, al llegar a las páginas 113 y 114 de la edición del libro de Salinas publicada en 1974 aparece este curioso párrafo donde Salinas incluye, traducida por él mismo, una cita de Murray:
En su libro sobre la Tradición Clásica en la poesía dice Gilbert Murray algo muy a este respecto, y de aleccionadora lectura —lección de moral— para muchos poetas modernos: «Al acentuar la palabra Tradición quiero considerar la poesía como una cosa que une y no que separa. No es la poesía a modo de competencia y concurso en que cada escritor individual tiene que producir algo nuevo, afirmar sus derechos, aventajar al vecino y dejar a los poetas de antes en la sombra. Es un culto común donde todos los sirvientes de las Musas se afanan en un servicio común, ayudándose todos» (Salinas 1974, pp. 113–114).
Pasada ya la sensación de grata sorpresa al comprobar que Salinas citaba nada menos que al ilustre clasicista de Oxford (si bien nacido en la lejana Australia), surgieron algunos interrogantes que podemos considerar técnicos. Básicamente, la pregunta clave era dónde había dado Salinas con el libro de Murray. Lo más probable es que Salinas conociera el libro de Murray en la venerable biblioteca del Wellesley College, ya durante su exilio americano. Con el fin de tener, cuando menos, un indicio positivo de esta suposición, hemos comprobado que, en efecto, hay un ejemplar de la primera edición de The Classical Tradition in Poetry (Murray 1927) en el catálogo de la institución universitaria, al tiempo que también observamos que se conserva otra primera edición de Jorge Manrique o tradición y originalidad (Salinas 1947). Si nuestras pesquisas han sido certeras, cabría decir que nada menos que cuatro lustros separan las ediciones de ambos libros, y no solo esto, sino una guerra mundial. No nos resistimos tampoco a buscar en el libro de Murray el texto inglés que tradujo Salinas. Esta labor no resultó ciertamente sencilla, pues nos obligó a releer el texto de Murray prácticamente entero:
By emphasising the word tradition I mean to regard Poetry as a thing that unites and not separates. It is not a competition in which each individual writer is expected to produce something new, to assert his personal claims, to outstrip his neighbour, and top ut the old poets into the shade. It is a common worship wherein all servants of the Muses labour, a common service wherein each can help another (Murray 1927, pp. 260–261).
Cabe observar cómo Salinas se muestra fiel al texto de Murray a la hora de verterlo al castellano, si bien se permite, a manera de pequeña y justificada licencia, que «It [i.e. Poetry] is not a competition» se convierta en la elegante frase «No es la poesía a modo de competencia y concurso».
Pedro Salinas «quedó harto de ser un hombre privado de su lengua, pero también le dolía, como decía él, hablar en inglés estropeando el inglés», según Luis Revenga (apud Ruiz Mantilla 2016). En cualquier caso, traduce con decoro y esmero ese pasaje de Gilbert Murray que tanto recuerda, en parte, a T. S. Eliot («el talento individual») y, en definitiva, a toda una época.
Bibliografía
-
Barrera López, José M.ª. El azar impecable (vida y obra de Pedro Salinas), Sevilla, Guadalmena, 1993.
-
Cobos, Eduardo Madrid. «La Tradición Clásica castellana y sus valores en La voz a ti debida», en EPOS 32 (2016), pp. 149–166.
-
García Jurado, Francisco. «La estética de la tradición literaria. Una lectura del “Soneto gongorino” de García Lorca», en Literatura: teoría, historia, crítica 19/1 (2017), pp. 11–37.
-
Marichal, Juan. «Pedro Salinas y la expansión del ensayo», url: https://www.march.es/conferencias/anteriores/voz.aspx?p1=22021%5C&l=2 (visitado 22-09-2019). Conferencia pronunciada en la Fundación Juan March (Madrid) el 22 de octubre de 1991.
-
Murray, Gilbert. The Classical Tradition in Poetry, Cambridge (Massachusset), Harvard University Press, 1927.
-
Ruíz Mantilla, Jesús. «La fiebre nómada del mago Pedro Salinas», en El País. Cultura (12 de mar. de 2016).
-
Salinas, Pedro. Jorge Manrique o tradición y originalidad, Barcelona, Seix Barral, 1974.
María José Barrios Castro y Francisco Garcia Jurado