Winckelmann, Johann Joachim (Stendal, 1717–Trieste, 1768)
El arqueólogo e historiador del arte alemán Johann Joachim Winckelmann es reconocido por la historiografía como el «padre de la arqueología moderna». Su principal virtud —al margen de su basta erudición—, fue la de divulgar su pasión por el arte clásico, particularmente el de la Antigua Grecia. Creó en sus escritos un complejo sistema de desarrollo orgánico de los estilos para el arte griego y romano, además de una teoría del gusto de gran aceptación en su tiempo. Ideas que no solo influyeron en la teoría de las Bellas Artes occidental, sino también en la literatura y en la filosofía.
Winckelmann se formó inicialmente en las universidades de Halle (1738) y Jena (1741–1742), estudiando teología y medicina, respectivamente. Sin embargo, y a pesar de su inclinación temprana por los estudios clásicos a partir de autores griegos como Homero, Heródoto o Platón, esta faceta de su pensamiento no se desarrolló plenamente hasta 1755. Ese año, ocupado en el cargo de bibliotecario del conde von Bünau en Nöthnitz, publicó Gedanken über die Nachahmung der Griechischen Wercke in der Mahlerey und Bildhauer-Kunst [Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura]. Las Reflexiones son un manifiesto del ideal griego en la educación y el arte que gozó de un éxito inmediato, propiciando su reedición casi instantánea y la traducción en varias lenguas. En esta obra se presentan los principales rasgos de su pensamiento estético y particular estilo literario, donde el arte, la literatura y las emociones se entremezclan; incluidas las descripciones de estatuas clásicas como el Laocoonte que tanto influyó en Gotthold Ephraim Lessing.
Bajo la influencia de la corte sajona, Winckelmann abrazó la fe católica en 1754 y, al entrar al servicio del futuro cardenal Alberico Archinto, cambió su tierra natal por la ciudad de Roma. Llegó a la Ciudad Eterna en 1755 y ocupó el cargo de bibliotecario del cardenal Domenico Silvio Passionei. En este momento, conoció al pintor bohemio Anton Raphael Mengs, su principal aliado en la defensa del ideal clásico. Inició entonces un fecundo periodo dedicado al estudio de las antigüedades conservadas en Roma. A la muerte de Archinto, asumió el cargo de bibliotecario del cardenal Alessandro Albani —convirtiéndose poco después en su secretario— y, más tarde, el de «soprintendente» de bienes arqueológicos de la ciudad en 1764.
Podría decirse que Winckelmann tuvo a su alcance todos los tesoros artísticos de Roma; tanto las piezas conservadas en las grandes colecciones y gabinetes privados, como los vestigios arquitectónicos que emergían de la propia ciudad. Una privilegiada posición que, sin embargo, contrasta con el hecho de que nunca visitara Grecia.
Su Geschichte der Kunst des Altertums (Dresde, 1764) [Historia del Arte de la Antigüedad] es considerado el primer trabajo de la historia del arte como disciplina, en tanto que define un esquema de crecimiento, madurez y declive del arte antiguo, e incorpora factores culturales y técnicos —como el clima, la libertad y el desarrollo de las artes menores— para explicar el arte de un pueblo y abordar su definición de belleza ideal. El historiador alemán anticipaba así la labor de Gibbon y, gracias al apoyo de Mengs, y a sus comentarios sobre las esculturas clásicas —como el Apolo y el Torso Belvedere o la Níobe de los Uffizi—, ofrecía modelos para la renovación de las artes plásticas tanto a los jóvenes artistas como a los académicos (Úbeda de los Cobos 2001; Jacobs 2001; Jordán de Urríes 2007, pp. 951–974).
Otro capítulo fundamental en el corpus de su obra fueron las cartas publicadas a raíz de sus visitas a Pompeya y Herculano durante los primeros años de su descubrimiento, publicadas en Dresde entre 1762 y 1764. Y como muestra de su erudición anticuaria bastaría con citar el catálogo del gabinete del barón Stosch ---Description des Pierre gravées du feu Baron de Stosch (Florencia, 1760)— y sus Monumenti antichi inediti (Roma, 1767).
Las circunstancias que llevaron a la muerte de Winckelmann son oscuras y han dado lugar a muchas conjeturas sobre su compleja personalidad. En 1768 volvió a Dresde y Viena por primera vez desde su larga estancia en Italia. En su camino de regreso a Roma, fue asesinado en Trieste por Francesco Arcangeli, un joven cocinero —y criminal— a quien acababa de conocer en dicha ciudad durante su alto en el camino. Por tanto, fue enterrado en el cementerio de la catedral de San Giusto de esta ciudad.
Las dos obras más influyentes de Winckelmann en vida fueron las Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas y la Historia del Arte de la Antigüedad. En ambas subyace la necesidad de transferir lo bello clásico al arte actual. Un testigo que recogió Mengs inmediatamente y transmitió —gracias a su magisterio artístico tanto en Roma como en Madrid— a las Academias (Azara 1780; Jovellanos 1782; Bosarte 1790–1791; Cacciotti et al 2003). Mengs otorgaba un papel crucial en el aprendizaje pictórico a la observación de la belleza ideal a partir de la esCultura Clásica, mitificada y «estetizada». La estatua se convertía así en vestigio histórico y legitimador de la recomposición del ideal clásico, un cauce directo para la transferencia de la cultura griega que llegó al sistema pedagógico de la recién creada Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1752) a través de la copia directa de los vaciados y de sus propias obras (Negrete 2013).
La incontestable impronta dejada por Anton Raphael Mengs en la teoría del gusto y las Bellas Artes en España ha inducido a algunos autores a pensar que Winckelmann hubo de correr la misma suerte (Maier Allende 2013, pp. 21–46). Sin embargo, la proyección del pensamiento winckelmanniano en nuestro país se produjo de un modo indirecto y un tanto velado (Martínez Pérez 2013, pp. 47–60; Mas 2013, pp. 223–251).
Carlo Fea, el editor-traductor de las Obras completas de Anton Raphael Mengs al italiano, afirmaba que el tratado del bohemio, junto a los escritos de su amigo Winckelmann, habían logrado convertir los conocimientos sobre las antigüedades y sobre las artes en un saber que, en palabras de Mengs, era «quasi necesario e di moda». De hecho, basta echar un vistazo a la prensa escrita de la época —por ejemplo, el Espíritu de los mejores Diarios Literarios que se publican en Europa--- para descubrir que, de forma directa o indirecta, el texto de Winckelmann se estaba convirtiendo en una referencia fundamental en plena «anticomanía». Sin embargo, el único fragmento de la obra de Winckelmann traducido y publicado en nuestro país en el siglo XVIII fue el ensayo titulado Del estilo sublime y del dibujo entre los griegos (publicado en el Espíritu de los mejores… el 23 de agosto del año 1790, núm. 247).
La importancia de la Historia del Arte de la Antigüedad en el contexto de la Academia de San Fernando está fuera de toda duda (en el catálogo de su biblioteca, redactado en 1793 por Juan Pascual Colomer, encontramos hasta ocho ediciones de textos del alemán). También sabemos del interés que suscitó en algunos miembros de esta institución como Antonio Capmany —quien, al parecer ensayó una traducción al castellano hoy desaparecida— o Diego Antonio Rejón de Silva, que acometió su propia traducción del francés (Martínez Pérez 2014). Tanto este empeño contemporáneo en hacer accesible el texto de Winckelmann a un público más amplio, como el hecho de que finalmente se viera truncado representan aspectos igualmente interesantes (la Historia del Arte de la Antigüedad quedó fuera del alcance de los lectores en castellano hasta el año de 1955).
Es cierto que el papel protagonista de Mengs en la introducción y difusión de los preceptos neoclásicos en nuestro país hizo que sus Reflexiones sobre la belleza y el gusto en la pintura ensombrecieran otros textos, pero ¿fue el éxito de Mengs un obstáculo para la publicación de la obra de su admirado amigo? ¿O hay que considerar otras razones en el propio contenido de sus ideas o, al menos, en los contextos donde estas habían sido recibidas en Europa tras la Revolución francesa? Lo cierto, es que en el edicto real del 13 de diciembre de 1789 se prohibieron «todos los libros y papeles sediciosos que excitan los pueblos contra los poderes legítimos», condenando al silencio de la traducción y a los subterfugios del comercio librero a muchos autores (Défourneaux 1973; Gacto Sánchez 2000, pp. 7–68).
Marcelin Défourneaux, en su Catálogo de los libros franceses condenados (1747–1808), incluía títulos como el Méthode pour étudier l’Histoire de Lenglet Du Fresnoy (1735), censurado por «reproducir frases de autores prohibidos»; los Voyages de Francheville, Delaporte, Bourgoing, Lahontan, Poellnitz o Robertson, prohibidos sin más explicación que el origen de sus autores; y también el Abrége chronologique de l’historie d’Espagne (1759) de Desormeuax y la Histoire de la décadence et de la chute de l’Empire romain de Gibbon —ya en el año 1806— por «errónea, impía e injuriosa a la Iglesia».
Motivos como estos podrían señalar que la hipotética traducción de Winckelmann o su simple revisión por parte de los censores, pusiera en evidencia aspectos conflictivos que vincularan al alemán con una determinada percepción revolucionaria (Domergue 1984 y 1996); cabe hacer notar también que en el clímax de la Revolución francesa, Henri Grégoire propuso a la Convención subvencionar la obra de Winckelmann porque, según el orador, sus palabras «inculcan virtud a los ciudadanos».
Como han puesto de relieve diversos autores (Pommier 1991 y 2003; Potts 1994; Griener 1998; Décultot 2000), el relato que se desprende de la imaginación winckelmanniana llevaría implícito el sentimiento de renovación conjunta de arte y política, pudiendo reflejarse ese compromiso en el propio carácter del lenguaje como herramienta de traducción. Un rejuvenecimiento del ideal clásico que aboga por la fusión de deseo y virtud en un sentimiento nuevo que rechaza la corrupción del alma del «Ancien Régime», que sería asumido por la vía revolucionaria francesa. En consecuencia, este posicionamiento político y la interpretación del concepto de libertad democrática que aparece en la obra del alemán, podría provocar una réplica antirrevolucionaria inmediata en España.
Bibliografía
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Mas, Salvador. «Winckelmann y la recepción del legado clásico en la España de los siglos XVI–XVIII. Con un apéndice sobre Winckelmann y Jovellanos / Winckelmann und die Rezeption des klassischen Vermächtnisses in Spanien des 16–18 Jahrhunderts», en Max Kunze y Jorge Maier (eds.), El legado de Johann Joachim Winckelmann en España / Das Vermächtnis von Johann Joachim Winckelmann in Spanien, Wiesbaden, Verlag Franz Philipp Rutzen, 2013, pp. 223–251.
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Negrete, Almudena, ed. Anton Raphael Mengs y la Antigüedad, catálogo de exposición, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando–Fundación Mapfre, 2013.
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Pommier, Édouard, ed. Winckelmann, la naissance de l’histoire de l’art à l’époque des Lumières : actes du cycle de conférences, París, Musée du Louvre, 1991.
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Winckelmann, J. J. Historia de las Artes entre los antiguos, Traducción de Diego Antonio Rejón de Silva, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 2014.
Alejandro Martínez Pérez