Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica
Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica

cervantismo

Sustantivo masculino formado a partir del apellido del escritor Miguel de Cervantes Saavedra y el sufijo -ismo (del latín -ismus y este del griego -ισμός).

Según el Diccionario de la Lengua Española, cervantismo tiene tres acepciones: «influencia de la obra de Miguel de Cervantes en la literatura, en el pensamiento y en las artes; dedicación al estudio de la vida y la obra de Miguel de Cervantes; y giro o locución cervantinos». Se justifica la existencia del sustantivo por ser Cervantes el escritor más célebre de la literatura española y uno de los más influyentes de la literatura universal. En lo que respecta al DHTC, la entrada correspondiente al término cervantismo ha de reunir la relación de Cervantes, su formación, su obra, y sus críticos con la Tradición Clásica. Sobre la formación del autor del Quijote en este punto, Anthony Close ofrece un excelente resumen:

Desconocemos el programa de estudios preuniversitarios que se impartían en esa institución [el Estudio de la Villa de Madrid, regentado por el maestro López de Hoyos] o en otras escuelas a las que Cervantes asistiera antes. Pero cabría suponer que no difería mucho de la ratio studiorum de los jesuitas, cuya escuela sevillana es calurosamente elogiada en el Coloquio de los perros. El programa incluía el estudio intensivo de la gramática latina, prolongado durante años, junto al examen de autores y textos: las cartas de Cicerón, las comedias de Terencio, las églogas de Virgilio, las Epistolae ex Ponto y los Tristia de Ovidio, fragmentos de Séneca y de Salustio. El último año se dedicaba a la enseñanza de la composición latina, la poética y la retórica, basada en el De copia y De conscribendis epistolis de Erasmo, el Ars poetica de Horacio, las oraciones y las Tusculanae disputationes de Cicerón, la Retorica ad Herennium y partes de la Institutio oratoria de Quintiliano. El aprendizaje de Cervantes en las lenguas clásicas no sería desaprovechado posteriormente: se manifiesta en el sesgo académico de su teoría literaria y en su gusto por el estilo característico de los prosistas más destacados de la segunda mitad del siglo XVI, con la tendencia a reproducir la ampulosidad, sonoridad y simetría de la oratoria ciceroniana. Tal estilo es típico sobre todo de La Galatea y de la Primera parte del Quijote (discurso de las armas y las letras, de la Edad de Oro, etc.). Aunque tanto Menéndez Pelayo como Marasso adjudican a Cervantes un dominio razonable del latín, hay que añadir que también estaría familiarizado con las traducciones de los textos antiguos que más directamente influyeron sobre su obra: la Eneida, recordada con frecuencia en el Quijote y traducida por Hernández de Velasco; la Odisea y la Historia etiópica de Heliodoro, modelos del Persiles, en las traducciones, respectivamente, de Gonzalo Pérez y Fernando de Mena; las sátiras de Luciano (de las que existían numerosas versiones latinas), el Asno de oro de Apuleyo (fue muy leída la traducción de Diego López de Cortegana) y las fábulas de Esopo (cuya primera edición vernácula data de 1488), que han dejado su huella en el Coloquio de los perros (Close 1999, pp. LXVIII–LXIX).

Pasando a las obras, hay que decir que el alcalaíno publicó cuatro novelas extensas (La Galatea, el Quijote —primera y segunda parte—, y Los trabajos de Persiles y Sigismunda), y doce novelas cortas: las Novelas ejemplares; dos tragedias, ocho comedias, ocho entremeses, un poema largo: Viaje del Parnaso, y poemas sueltos (aparte de los poemas insertos aquí y allí en el resto de sus escritos). Su primera publicación, La Galatea (1585), y su novela póstuma, Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617), pertenecen a géneros de raíz grecolatina: novela pastoril y griega respectivamente. Una de sus tragedias, Numancia, así como el Viaje del Parnaso, anuncian ya en su título el marco donde se insertan. Por consiguiente, Cervantes (1547–1616) aparece como un hombre de su tiempo, marcado por el humanismo renacentista. El propio escritor sitúa su obra en relación con la Tradición Clásica que entonces, naturalmente, no se llamaba así, ya que no constituía una tradición más, sino «la» tradición. En el prólogo de la primera parte del Quijote (1605), Cervantes satiriza a los pedantes y, al tiempo, sostiene, en boca de un amigo imaginario, que esta novela «no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón». Así despacha el alcalaíno a quienes vayan a enjuiciar su obra según la preceptiva grecolatina, con lo que procura curarse en salud, al tiempo que reconoce que tal corpus es el principal instrumento de análisis de una obra literaria.

El ilustrado valenciano Gregorio Mayans, primer biógrafo de Cervantes, cuando alabe un siglo después (1737) la jocosidad cervantina, la considerará superior «a la de Heliodoro y Apuleyo» (Mayans 1972, p. XXXIII); recogiendo el guante que el alcalaíno lanzaba en el prólogo a las Novelas ejemplares (1613) al anunciar que los Trabajos de Persiles se atrevería «a competir con Heliodoro, si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza». Mayans juzga que La Galatea también imita a Heliodoro. La crítica del siglo de las luces no podía obviar la comparación de la obra cervantina con la de los clásicos grecolatinos, como tampoco la del Renacimiento o el Barroco, y por eso Cervantes así lo hace.

El comentario más agudo sobre el Quijote durante el siglo XVII es quizás el que contiene la aprobación del licenciado Márquez Torres al inicio de la segunda parte de la novela (atribuido por alguno al propio Cervantes). Ahí leemos que la obra posee

[…] mucha erudición y aprovechamiento, así en la continencia de su bien seguido asunto para extirpar los vanos y mentirosos libros de caballerías, cuyo contagio había cundido más de lo que fuera justo, como en la lisura del lenguaje castellano, no adulterado con enfadosa y estudiada afectación, vicio con razón aborrecido de hombres cuerdos; y en la correc[c]ión de vicios que generalmente toca, ocasionado de sus agudos discursos, guarda con tanta cordura las leyes de reprehensión cristiana, que aquel que fuere tocado de la enfermedad que pretende curar, en lo dulce y sabroso de sus medicinas gustosamente habrá bebido, cuando menos lo imagine, sin empacho ni asco alguno, lo provechoso de la detestación de su vicio, con que se hallará, que es lo más difícil de conseguirse, gustoso y reprehendido (Cervantes, Don Quijote, Segunda Parte, «Aprobación» de El licenciado Márquez).

Comentario que evoca los famosos versos horacianos del Ars poetica: Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci, / lectorem delectando pariterque monendo (Hor. Ars P. 343–344).

La especulación sobre la obra cervantina y su autor se inicia en el siglo XVIII. La centuria anterior había recibido el Quijote como obra cómica, y había leído con gusto casi todas sus obras. El siglo ilustrado elevará al Quijote con el marchamo de la épica, y el Romanticismo, desde finales del XVIII, lo consagrará como obra de gran contenido simbólico. Mayans (neoclásico) y Friedrich Schlegel (romántico) contribuyeron poderosamente al enaltecimiento de Cervantes y su Quijote, pero por diversos caminos. Para Mayans, el Quijote es grande por su verosimilitud; para Schlegel, por su originalidad. Para Mayans, la novela cervantina merece el respeto de la Ilustración, del «neohumanismo» que él representa; para Schlegel, el Quijote es paradigma de lo romántico, de la obra identificada con su nación (Barnés 2013). Este común elogio diversamente motivado expresa bien el cambio de paradigma que se opera desde la Ilustración hasta el Romanticismo, y logra que Cervantes ascienda al Olimpo de los creadores literarios. Originalidad y mímesis, dos conceptos en litigio que marcan el paso de la Ilustración al Romanticismo, y bajo cuyo prisma puede contemplarse la obra cervantina. De inicio podemos pensar que cuando se acentúe la mímesis (sea de un autor modélico, sea de la realidad: la verosimilitud), Cervantes se percibirá como autor de la Tradición Clásica; y cuando se subraye la originalidad, en cambio, se alejará a Cervantes de lo grecolatino. Pero no es exactamente así, pues al exaltar los románticos lo helénico como paradigma de la originalidad, nos reencontramos con la Tradición Clásica, y acabamos viendo a Cervantes parangonado con Homero. Los románticos alemanes no desprecian a los clásicos, antes bien, la fascinación por los griegos está en el corazón del movimiento; pero ese entusiasmo por la cultura helena percibida como vital y original, en armonía con la naturaleza es lo que precisamente rebaja el valor de la literatura romana. La imitación, la inspiración en modelos, el abandono o preterición de las tradiciones nacionales es lo que se critica.

Cuando Mayans aborde la vida y obra de Cervantes, al disertar sobre las novelas de caballerías y el Quijote, parecerá que escuchamos a Vives; y encontraremos el eco de Aristóteles u Horacio. Sus criterios corresponden a los de los eclesiásticos del Quijote que se explayan reprobando la inverosimilitud de las novelas de caballerías: «libros enteramente fabulosos, lo qual sería mucho más tolerable i aun digno de alabanza si, fingiendo con verosimilitud, representassen la idea de unos grandes héroes en quienes se viesse premiada la virtud i castigado el vicio en la gente ruin» (Mayans 1972, p. 30). Realmente el valenciano no necesita buscar muy lejos las invectivas contra el género caballeresco, pues puede incluir en su estudio las que el propio Quijote ofrece:

Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que, facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y entretengan, de modo que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfeción de lo que se escribe (Cervantes, Quijote, I, 47).

Si nos apercibimos de que el Quijote es una puesta en escena literaria de las críticas humanistas a un género medievalizante desde una perspectiva estética aristotélica y horaciana, comprenderemos que Cervantes y Mayans cuenten con las mismas fuentes, como este texto de Vives, procedente de su obra De Christiana Foemina (Cap. «Qui non legendi scriptores, qui legendi»), que nos refiere el propio Mayans:

A aquellos, pues, que los alaban, de los quales conozco algunos, entonces les daré crédito cuando digan esso después de aver gustado a Séneca, o a Cicerón, o a San Gerónimo, o a la Sagrada Escritura, i quando sus costumbres también no sean del todo estragadíssimas, porque las más veces la causa de aprovar tales libros es contemplar en ellos sus costumbres representadas como en un espejo i regocijarse de verlas aprovadas. Finalmente, aunque lo que dicen fuesse muy agudo i agradable, yo nunca querría un deleite emponzoñado i que mi muger se ingeniasse para hacerme traición (Mayans 1972, p. 32).

El método de Mayans consiste en confrontar al alcalaíno con los autores grecolatinos, sea Luciano: «No habló más discretamente el mismo Luciano en sus dos libros De la verdadera historia» (Mayans 1972, p. 43), sea Heliodoro —«Cervantes dijo que su Persiles i Sigismunda se atrevía a competir con Heliodoro. La mayor alabanza que podemos darle es decir que es cierto» (Mayans 1972, p. 180)—, sea, cómo no, Homero:

La Fábula de Don Quijote de la Mancha imita la Iliada. Quiero decir que, si la ira es una especie de furor, yo no diferencio a Aquiles airado de Don Quijote loco. Si la Iliada es una fábula heroica escrita en verso, la Novela de Don Quijote lo es en prosa, que la épica (como dijo el mismo Cervantes) tan bien puede escribirse en prosa como en verso (Mayans 1972, p. 151).

Mayans examinará minuciosamente la verosimilitud: «¡Verosimilitud admirable i sin igual!»; (Mayans 1972, p. 44) parámetro con el que desmontará el valor del Quijote apócrifo de Avellaneda. Decoro, inventio, dispositio… Lo importante para la canonización de Cervantes es que Mayans se sabrá elevar de la estricta crítica clasicista; y si bien detallará frecuentes inverosimilitudes del Quijote —sobre todo en cuestiones temporales y geográficas—; comenzará a hacer apreciaciones que sitúan la novela muy por encima de las obras comunes. El aprecio de Mayans por Cervantes fue decisivo: la Vida de Cervantes de Mayans constituye el primer estudio completo y serio sobre el alcalaíno. «Esta Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, asegura Close (2005, p. 38), había de ser el estudio más documentado, metódico y autorizado de las obras cervantinas escrito hasta entonces y marcaría las directrices de la crítica cervantina en España durante más de un siglo». La exaltación romántica de Cervantes procede del nuevo amor por las literaturas y las culturas nacionales; pero se benefició del aprecio dieciochesco. El Quijote, sátira de las novelas de caballerías, está imbuido de ese espíritu caballeresco tan bien expresado en los romances, quintaesencia de la poesía popular amada por los románticos. La novela, que escenifica el combate entre la literatura medievalizante y la humanista, concede una victoria pírrica al humanismo (Alonso Quijano el Bueno muere poco después de recuperar la cordura), lo que facilita tanto la exaltación neoclásica como la romántica.

El Romanticismo alemán no titubea en encumbrar al alcalaíno y a su Quijote como máximo exponente de su propio movimiento, cima de la prosa y de la novela, encarnación de los valores románticos. Lo curioso es que la novela cervantina es deudora en gran medida de la Eneida. Así lo pusieron de manifiesto los ilustrados, que lo consideraban una épica-cómica y así lo demuestra el estudio de sus fuentes: Virgilio es, con mucho, de entre los autores griegos y romanos, el más presente en el Quijote (Barnés 2009). Pero así como los poemas virgilianos tenían claros modelos: Teócrito, el poema didáctico alejandrino, Homero…, Cervantes enmascara sus inspiradores, sobre todo en el Quijote y las Novelas ejemplares. El Romanticismo alemán no se limita a otorgar carta de naturaleza al Quijote entre los géneros clásicos. Friedrich Schlegel dice que el Quijote es «el hágase la luz de la novela» (Schlegel 1983, p. 142) y que Cervantes, junto a Maquiavelo, ha sido el mejor prosista (Schlegel 1983, p. 448). Es interesante observar la evolución de las ideas en torno a Cervantes desde Fielding hasta Tieck y Friedrich Schlegel. Escribe Anthony Close que «El fundador de la novela cómica inglesa, Henry Fielding, al publicar su Joseph Andrews en 1742, afirma que está escrita “in imitation of the manner of Cervantes, author of Don Quixote” (imitando la manera de Cervantes, autor del Quijote —o sea, que imita su estilo humorístico de narración—; y en el prólogo a su novela la define como un subgénero de la épica, calificándola de “a comic epic-poem in prose” (poema épico en prosa de tipo cómico)» (Close 2005, p. 34). En cambio, «con respecto al Quijote, Tieck transformó las clasificaciones dieciochescas de parodia y sátira en una categoría más seria y elevada: la novela idealista irónica»; (Close 2005, p. 59) y para Friedrich Schlegel «la novela cervantina es un prodigio de sublimidad artística, relevancia y honda inteligencia» (Close 2005, p. 82). No es que don Quijote haya dejado de ser cómico; es que la comicidad ha pasado a ser considerada de diversa manera. Escribe Anthony Close en La concepción romántica del Quijote (2005, p. 85): «El héroe típicamente romántico tendía a ser tanto un Hombre de extrema sensibilidad como un Desarraigado. […] En la perspectiva romántica no había contradicción entre estar dotado de cualidades espirituales sublimes y resultar grotesco, risible o incluso perverso». La consagración del Quijote como obra romántica vino de la mano de la interpretación de Schelling, precisa Close (2005, p. 62), según el cual Cervantes es un poeta-filósofo que, a través del simbolismo de las aventuras del protagonista, refleja el conflicto universal entre Realidad e Idealidad: «das Thema im Ganzen ist das Reale im Kampf mit dem Idealen». Una consecuencia de este nuevo paradigma es el hermanamiento de Cervantes con Homero más que con Virgilio. Para Víctor Hugo, Cervantes es «junto con Rabelais, un Homero cómico, destinado a poner fin a la barbarie feudal con su épica burlesca» (Close 2005, p. 75). «Lo más interesante de todo», comenta Close (2005, p. 76), «es que Hugo descubre en Cervantes un dinamismo imaginativo situado en el polo opuesto a la serenidad y el equilibrio que elogiaban los estudiosos neoclásicos».

La interpretación romántica del Quijote ha sido la más influyente hasta nuestros días. Lo cual no significa que sea completamente uniforme ni que todos los investigadores se hayan plegado a ella. Lo que sí es cierto es que resulta imposible no tenerla en cuenta, aunque sea para criticarla. Ese es el caso del escritor Juan Valera, de quien trascribimos un fragmento de su discurso ante la Real Academia Española en 1864 titulado «Sobre El Quijote y sobre las diferentes maneras de comentarlo y juzgarlo», donde observamos sus reticencias ante una visión simbólica del Quijote y, al mismo tiempo, su más alta consideración del autor, a quien compara, y por eso lo traemos aquí, con Homero.

Yo no entiendo ni acepto muy a la letra la suposición de que Don Quijote simboliza lo ideal y Sancho lo real. Era Cervantes demasiado poeta para hacer de sus héroes figuras simbólicas o pálidas alegorías. No era como Molière, que hace en El avaro la personificación de la avaricia y en El misántropo la personificación de la misantropía. Era como Homero y como Shakespeare, y creaba figuras vivas, individuos humanos, determinados y reales, a pesar de su hermosura. Y es tal su virtud creadora, que Don Quijote y Sancho viven más en nuestra mente y en nuestro afecto que los más famosos personajes de la Historia. Ambos nos parecen moralmente hermosos, y los amamos y nos complacemos en la realidad de su ser como si fuesen honra de nuestra especie (Valera 2006, p. 202).

Más de un cuarto de siglo después, su amigo Menéndez Pelayo pronunció un importante discurso para el cervantismo y su relación con la Tradición Clásica. Se trata de «Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del Quijote», del que trascribimos dos fragmentos. En el primero, el polígrafo santanderino explica por qué Cervantes puede ser tildado de humanista:

[…] el espíritu de la Antigüedad había penetrado en lo más hondo de su alma, y se manifiesta en él, no por la inoportuna profusión de citas y reminiscencias clásicas, de que con tanto donaire se burló en su prólogo, sino por otro género de influencia más honda y eficaz: por lo claro y armónico de la composición; por el buen gusto que rara vez falla, aun en los pasos más difíciles y escabrosos; por cierta pureza estética que sobrenada en la descripción de lo más abyecto y trivial; por cierta grave, consoladora y optimista filosofía que suele encontrarse con sorpresa en sus narraciones de apariencia más liviana; por un buen humor reflexivo y sereno, que parece la suprema ironía de quien había andado mucho mundo y sufrido muchos descalabros en la vida, sin que ni los duros trances de la guerra, ni los hierros del cautiverio, ni los empeños, todavía más duros para el alma generosa, de la lucha cotidiana y estéril con la adversa y apocada fortuna, llegasen a empañar la olímpica serenidad de su alma, no sabemos si regocijada o resignada. Esta humana y aristocrática manera de espíritu que tuvieron todos los grandes hombres del Renacimiento, pero que en algunos anduvo mezclada con graves aberraciones morales, encontró su más perfecta y depurada expresión en Miguel de Cervantes, y por esto principalmente fue humanista más que si hubiese sabido de coro toda la Antigüedad griega y latina (Menéndez Pelayo 1959, p. 91).

Y en el segundo, que forma parte del núcleo de su discurso, Menéndez Pelayo diserta acerca de las fuentes de Cervantes. Agregamos aquí lo que se refiere específicamente a la Tradición Clásica:

Le era familiar la Odisea en la versión de Gonzalo Pérez (de la cual se han notado reminiscencias en el Viaje del Parnaso); y aquella gran novela de aventuras marítimas no fue ajena por ventura a la concepción del Persiles, aunque sus modelos los inmediatos fuesen los novelistas bizantinos Heliodoro y Aquiles Tacio. Las ideas platónicas acerca del amor y la hermosura habían llegado a Cervantes por medio de los Diálogos de León Hebreo, a quien cita en el prólogo del Quijote, y sigue paso a paso en el libro IV de la Galatea (controversia de Lenio y Tirsi). Pudo leer a los moralistas, especialmente a Xenofonte y a Plutarco, en las traducciones muy divulgadas de Diego Gracián. Pero entre todos los clásicos griegos había uno de índole literaria tan semejante a la suya, que es imposible dejar de reconocer su huella en el coloquio de los dos sabios y prudentes canes y en las sentencias del licenciado Vidriera, moralista popular como el cínico Demonacte. Las obras de Luciano, tan numerosas, tan varias, tan ricas de ingenio y gracia, donde hay muestras de todos los géneros de cuentos y narraciones conocidas en la Antigüedad: las de viajes imaginarios, las licenciosas o milesias, las alegorías filosóficas, las sátiras menipeas; aquella serie de diálogos y tratados que forman una inmensa galería satírica, una especie de comedia humana y aun divina que nada deja libre de sus dardos ni en la tierra ni en el cielo, no fue, no pudo ser de ninguna manera tierra incógnita para Cervantes, cuando tantos españoles del siglo de Carlos V la habían explorado, enriqueciendo nuestra lengua con los despojos del sofista de Samosata (Menéndez Pelayo 1959, p. 92).

Autores de la generación del 98 como Unamuno o Azorín escribieron importantes obras sobre Cervantes a partir de postulados románticos. También lo hizo el filósofo Ortega y Gasset. Toda esta fase concluye con un libro fundamental para el cervantismo del siglo XX que fue El pensamiento de Cervantes de Américo Castro (1925). Esta obra desterró para siempre la idea de que Cervantes fuera un «ingenio lego», y subrayó su sabiduría y perspicacia. En lo que atañe a nuestro tema, la obra de Castro apuntala el conocimiento cervantino de la literatura grecolatina (no solo la de creación, sino también la filosófica, histórica, etcétera) y su posible influjo en su obra: «Cervantes se nos muestra plenamente como una de las más espléndidas floraciones del humanismo renacentista» (Castro 2002, p. 340).

Es obligado examinar lo que Gilbert Highet afirma de nuestro autor en su obra La Tradición Clásica. Sus comentarios sobre el alcalaíno no son originales, pero cree necesario incluirlo en su historia de la influencia grecolatina en la literatura occidental. De una parte se alude al influjo de Luciano: «Muchos satíricos españoles —Cervantes entre ellos— emularon su ingenio y sutileza» (Highet 1996, II, p. 29). «En la España del Renacimiento hubo varios afortunados rivales de Luciano que escribieron sátiras en prosa. […] Estas y otras sátiras desataron una fecunda corriente lucianesca que culminaría en el Coloquio de los perros de Cervantes, donde se mezcla con la corriente picaresca» (Highet 1996, II, p. 35). Ya hemos visto cómo Mayans destacaba la presencia de Luciano en Cervantes. Highet subraya que la Tradición Clásica es más fecunda cuanto más asimilada está en la mente de escritores no necesariamente eruditos, entre los que incluye a Cervantes: «La Cultura Clásica produce siempre sus mejores efectos en el mundo moderno cuando penetra en el pueblo ordinario e impulsa a un Rabelais a entregarse espontáneamente al estudio del griego, pone el Homero de Chapman en las manos de un Keats, impulsa a un Cervantes a competir con la novela de Heliodoro, o hace que un Shakespeare se entusiasme con la obra de Plutarco» Highet 1996, II, p. 20).

Un autor del Renacimiento no solo recibe el influjo grecolatino de sus fuentes directas, sino también mediado por su propia literatura, que se ha forjado desde el principio en la falsilla de la literatura latina medieval, y de otras, como la italiana, tan imbuida de la latina. «Cervantes quiso rivalizar con la Diana al escribir su Galatea» (Highet 1996, I, p. 266), o «La Numancia de Cervantes se parece en parte a las obras teatrales patrióticas de la Roma antigua llamadas pretextas, y en parte, por su abundancia de personajes sobrehumanos, se parece a un misterio medieval» (Highet 1996, I, p. 221). Highet, como ya sucediera a Mayans, ve la novela moderna más en el Persiles que en el Quijote: «Obra igualmente tardía, como el último rayo del sol sobre una fortaleza asediada, son los Trabajos de Persiles y Sigismunda de Cervantes, novela de la cual dijo su autor, en el lecho de muerte, que se atrevía a competir con Heliodoro. Gracias a esa competencia se creó la novela europea moderna» (Highet 1996, I, p. 267).

María Rosa Lida de Malkiel, punto de referencia en los estudios de Tradición Clásica en la literatura española, igualmente prestó atención a Cervantes, y corrigió y aumentó algunas de las afirmaciones de Highet sobre la literatura española. En su emblemática La Tradición Clásica en España aborda aspectos parciales de la obra cervantina: la comedia Los baños de Argel, el Quijote, los entremeses, La Galatea, las Novelas ejemplares, la tragedia Numancia, Persiles y Sigismunda y Viaje del Parnaso.

Pero, sin duda, el principal estudioso del siglo XX en lo que se refiere a la Tradición Clásica en Cervantes ha sido el argentino Arturo Marasso. Su Cervantes. La invención del Quijote representa una exhaustiva búsqueda de fuentes de autores grecolatinos, destacando con mucho Virgilio y su Eneida. Marasso, con una erudición extraordinaria, maneja las traducciones castellanas de los clásicos grecolatinos que pudo conocer Cervantes, de modo que pueda estudiar la intertextualidad también literal. Otros autores antiguos como Aristófanes, Luciano, Quintiliano, Plinio u Horacio poseen capítulos específicos. Apolonio de Tiana, Aristóteles, Cicerón, Diógenes Laercio, Eurípides, Heliodoro, Homero, Ovidio, Platón, Plinio, Séneca, Tácito y Virgilio son los autores más citados. Aunque en menor medida, también se hace referencia a Agatón, san Agustín, Alcidamas, Apolodoro, Apuleyo, Arato, Aulo Gelio, Catón, Catulo, Julio César, Claudiano, Crisipo, Demóstenes, Dioscórides, Donato, Eliano, Epiménides, Esopo, Esquilo, Estacio, Eubólides de Mileto, Eusebio, Filóstrato, Galeno, Heráclito, Heródoto, Hesíodo, Hierocles, Hipócrates, Jámblico, Jenofonte, san Jerónimo, Juvenal, Licofrón, Licurgo, Lucrecio, Macrobio, Marcial, Menandro, Persio, Petronio, Píndaro, Pirrón, Pitágoras, Plauto, Plotino, Plutarco, Porfirio, Proclo, Pródico de Ceos, Propercio, Salustio, Simónides, Sócrates, Sófocles, Solón, Aquiles Tacio, Tales de Mileto, Teócrito, Terencio, Tibulo, Tirteo, Tucídides, Valerio Flacco, Valerio Máximo, Varrón y Tolomeo. Vemos que para Marasso todo el mundo clásico ha dejado huella en Cervantes: tanto los griegos como los romanos, tanto los poetas como los filósofos, historiadores o científicos. Marasso se mueve en la órbita romántica, pues no solo se basa en la literalidad, sino también en la interpretación simbólica. Muchas de sus aportaciones son plausibles, no evidentes, pero su erudición y fina inteligencia no se lo ponen fácil al escéptico. Es un libro viejo, pero no envejecido, que no puede dejar de consultarse si lo que se investiga es la Tradición Clásica en Cervantes.

Por su parte, M.ª Luisa López Grijera escribe sobre Cervantes en A Companion to the Classical Tradition, donde vuelve a subrayar el influjo de Luciano, en una estela que se dirige desde Juan Luis Vives, Alfonso de Valdés, Pedro Mexía, y Cristóbal de Villalón hasta Cervantes, Quevedo, Diego de Saavedra Fajardo y Gracián. López Grijera, como se había notado, recalca que tres novelas ejemplares, Rinconete y Cortadillo, El Licenciado Vidriera y el Coloquio de los perros pertenecen al género de la sátira menipea; y «The Quijote also contains much that could be considered Menippean» (López Grijera 2007, p. 202). Después se recuerda la primera lectura cómica del Quijote, el enaltecimiento romántico «who saw it as an incarnation of the best artistic ideals, and it was transformed, in popular opinion, into a sublime work, admired as the fruit of a “lay genius” who improvised ingeniously without any classical influence (all pure originality)» (López Grijera 2007, p. 202–203). A continuación, alude a El pensamiento de Cervantes de Américo Castro, que provoca que:

Now it is accepted that Cervantes received a humanistic education, and his classical sources have been studied. (Already in the eighteenth century and at the beginning of the nineteenth, annotators had noted these sources) (López Grijera 2007, p. 203).

López Grijera concluye su relato destacando el papel de La invención del Quijote de Marasso y subrayando el influjo del teatro de Séneca en autores de finales del XVI y principios del XVII, Cervantes entre ellos.

Con motivo del cuarto centenario de la muerte de Cervantes y de la publicación de sus principales obras han visto la luz muchos estudios. Algunos de ellos, en lo que a Tradición Clásica se refiere, han ahondado en un análisis sincrónico de la presencia grecolatina en la obra del alcalaíno. La mayoría de los estudios de Tradición Clásica son estudios genéticos, de fuentes. Pero se hacía necesario considerar el papel que esas fuentes desempeñan en la nueva obra, en su trama y en la caracterización de sus personajes.

Aplicada a las obras cervantinas, esta metodología revela que la Tradición Clásica no constituye un mero ornato en ellas, sino que afecta a su misma concepción, desarrollo y fin. Alarcos (2014) y Barnés (2009) lo han comprobado en el Persiles y el Quijote, respectivamente. Alarcos hace ver que el nuevo contexto en que aparece el texto griego o latino implica una nueva función. De este modo, las reminiscencias, citas, fuentes, ecos, referencias… —la variedad de términos ya implica una indefinición— se convierten en «hipotextos transformados que cumplen una determinada funcionalidad estética» (Alarcos 2014, p. 31), al tiempo que permiten el reconocimiento del texto inicial en que se inspiran. Alarcos explica que las transformaciones tienen lugar tanto en el plano de lo formal como en el del contenido y pueden estructurarse a partir de los grados de mutación en la siguiente gama de variantes de reelaboración (Alarcos 2014, 31): transformaciones lingüísticas; mixtas y contextuales.

En el caso del Quijote (Barnés 2009), la novela supone una sátira inteligente, una agudísima crítica de las novelas de caballerías que, al mismo tiempo, trata de rescatar lo más valioso del género, subrayando también sus elementos positivos. Pero todo esto es posible porque Cervantes ha aplicado a la creación literaria los principios de verosimilitud y ejemplaridad que no se cansaban de reivindicar los humanistas en el plano teórico, conceptos enraizados profundamente en la preceptiva griega y romana. Podemos afirmar que sin Tradición Clásica no existiría este Quijote, ya que el principio estético más invocado y practicado en él es el de la verosimilitud aristotélica. Si el Quijote se considera por muchos la primera novela moderna por la verosimilitud de los personajes, que son seres de carne y hueso —particularmente los protagonistas—, seres libres, que evolucionan, dinámicos; por la entrada de la cotidianeidad en la literatura; y, entre otras razones, por la pluralidad de caracteres, sentidos y perspectivas, es, en buena medida, por su inspiración —sin servilismo— en principios estéticos clásicos. El Quijote y sus referencias clásicas hay que entenderlos bajo el prisma del fin satírico y burlesco que posee. La amplia erudición del hidalgo / caballero Alonso Quijano / don Quijote de la Mancha le otorga una personalidad poliédrica. No solo ha leído compulsivamente las novelas de caballerías: ha «leído en Virgilio» y en otras fuentes griegas y romanas, lo que influye de modo determinante en sus alternancias de cordura y locura; en definitiva, en la pluralidad de dimensiones que hace posible también la diversidad de interpretaciones de su figura en estos 400 años de existencia. La brillante elocuencia de don Quijote, su afán pedagógico y su capacidad dialógica son rasgos humanísticos que sustentan una cordura nunca perdida del todo. Pese a que su personalidad permanece básicamente la misma a lo largo de la novela, don Quijote se va metamorfoseando en diversos personajes, ya de la esfera grecorromana, ya de la esfera caballeresca. El caballero puede ser Catón para Sancho, Cicerón para Basilio y Quiteria, un humanista para el Caballero del Verde Gabán, un sabio para unos cabreros y un Sócrates para todo aquel que quiera dialogar con él (aquí se dibuja el don Quijote discreto). Pero también puede transformarse en un héroe homérico ante los molinos de viento o unos rebaños; un Alejandro o un César con delirios de grandeza; Sileno montado sobre un asno; un pastor de la Arcadia; o un soldado de la milicia de amor que vela sus armas… Su afán de emulación no se detiene en el imaginario caballeresco, sino que se extiende a la historia y mitología clásicas. Y si la emulación heroica es el norte de su acción, su amor platónico por Dulcinea arrastra su corazón.

Una prueba de que la intertextualidad del Quijote y los textos griegos y latinos no es pedante ni postiza es que contribuye a la caracterización de los personajes. Sancho es un iletrado, que llama Guisopete a Esopo, Catón Zonzorino a Catón el Censor, y Julios y Agostos a César y a Augusto. El escudero es exponente de la sabiduría popular, sobre todo a través de los refranes. Su diálogo continuo con don Quijote escenifica el ideal humanista de la educación y la perfectibilidad humana. Sancho pierde rudeza de modo progresivo y avanza en discreción: asimila las enseñanzas de su amo y las reelabora. No es un interlocutor pasivo y, en ocasiones, vence dialécticamente a don Quijote. Los eclesiásticos, verosímilmente, son los interlocutores de don Quijote en cuestiones de crítica literaria. La mayor o menor cultura del resto de personajes determina la frecuencia, la naturaleza y el tono de las referencias clásicas. Así, en El curioso impertinente, relato intercalado de la primera parte, Lotario hace un uso inteligente de lugares grecolatinos y Camila, irónico, distorsionado por la pasión amorosa a la que se entrega. Los amigos del pastor Grisóstomo muestran igualmente un conocimiento avezado del mundo clásico, porque se han situado conscientemente en un ambiente bucólico. A través de los eclesiásticos con frecuencia hablan los humanistas, que intentan reconducir a don Quijote a la cordura. Y llevan a cabo esta tarea por medio de dos estrategias: por la vía argumentativa y, de un modo muy inteligente, mediante las mismas armas caballerescas: el encantamiento, en la primera parte, y el combate en la segunda. El encantamiento fracasó y el primer combate de Sansón Carrasco, también. Pero el segundo, en la playa de Barcelona, triunfó, y don Quijote abandonó la mímesis caballeresca. En este singular combate entre los humanistas a través de los eclesiásticos y don Quijote podemos advertir un icono de la lucha entre la novela inverosímil representada de modo singular por las novelas de caballerías, y la nueva novela verosímil que está naciendo y de la que, precisamente, el Quijote, es tan digno representante. Cervantes dialoga con la preceptiva clásica, motor del Quijote.

Cervantes muestra un gran dominio de la Tradición Clásica: habla de tú a tú con ella, y logra que a su hijo predilecto, don Quijote, la formación humanística le preserve de caer en una completa locura. De vuelta a su pueblo tras la derrota en Barcelona puede abjurar de las novelas de caballerías. No tiene necesidad de hacerlo, sin embargo, de las obras de la Antigüedad griega o romana.

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Antonio Barnés Vázquez

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