fortuna
De Lat. fortuna «fortuna, suerte» (It. Peripezie y Vicisitudine; Ing. Fortune; Fr. Fortune; Al. Glück).
Dentro de las metáforas de la Tradición Clásica, el término «fortuna» se adscribe a la «metáfora de la inmortalidad». Representa, de manera propia, los avatares por los que un autor antiguo ha debido pasar para llegar a ser leído o, cuando menos, reconocido, a lo largo de la historia.
Una de las preocupaciones más arraigadas de los seres humanos, en su condición de mortales, ha sido siempre saber cuál sería el paradero que tendrían sus obras o la memoria de sus acciones para la posteridad. Cicerón, en su defensa del poeta Arquías, nos habla acerca de «la luz de las letras» (litterarum lumen [Cic. Arch. 14]) que, esencialmente, impide que las grandes hazañas humanas caigan en la sepultura del olvido. Se desarrolla, pues, una relación fundamental entre la obra de los poetas y la fama o gloria de los héroes. En este sentido, también nos sigue contando Cicerón que Alejandro Magno lloró ante la tumba de Aquiles porque este tuvo al poeta Homero para rememorar sus hazañas. Tiempo después, un atento lector de Cicerón, Plinio el Joven, relata en una de sus cartas a su amigo Tácito la heroica muerte de Plinio el Viejo, tío del primero, durante la erupción del Vesubio, en la esperanza de que el historiador la inmortalizara. Curiosamente, no conservamos el relato final de Tácito, sino tan solo la carta de Plinio el Joven, por lo que debemos considerar que la fortuna resulta tan imprevisible que esta condición azarosa va a ser un factor determinante para el disfrute de una fama posterior.
De esta forma, y ya desde antiguo, la preocupación por la pervivencia en la posteridad ha generado un verdadero tópico acerca de la «fortuna», de la que depende inevitablemente la consecución de la «fama». No se trata, sin embargo, de términos estrictamente sinónimos, pues mientras la «fama» tiene que ver, sobre todo, con la «opinión» de los demás, bien sea la contemporánea o la venidera, la «fortuna» se vincula con la pervivencia de tal fama a lo largo de tiempo.
Tales términos fueron convirtiéndose, de una forma natural, en moneda corriente dentro de la terminología de la Tradición Clásica, hasta el punto de que han alcanzado, incluso, un cierto grado de especialización dentro del grupo de conceptos, especialmente junto al término «pervivencia». En este sentido, Gabriel Laguna sitúa «fortuna», junto a «pervivencia», sin olvidar otros términos posibles, tales como «legado» o «herencia» (Laguna Mariscal 2004, p. 84), a los que podemos añadir, si bien ya de una forma menos mediata, los imprescindibles términos de «influencia» y «recepción». Uno de los propósitos del presente Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica es señalar lo que de específico presentan cada uno de los términos citados, aunque en muchas ocasiones se utilicen de manera indiscriminada. Por ello, los términos «fama» y «fortuna» merecen, cada uno por su parte, una entrada específica.
Uno de los casos más significativos y tempranos del uso de la idea de la fortuna dentro de un estudio dedicado a la Tradición Clásica nos lo ofrece Domenico Comparetti. Se trata de su prefacio al libro Virgilio nel Medio Evo (Comparetti 1872), obra que, no en vano, inaugura la disciplina. Cuando se refiere a la tradición, tanto culta como popular, del poeta Virgilio, Comparetti recurre a varias expresiones italianas ligadas a la idea de «fama», como son los términos «nominanza» y «rinomanza», mientras que para el concepto de «fortuna» observamos otros dos términos vinculados con el devenir azaroso de las cosas, como es el caso de «peripezie» y «vicisitudini»:
[…] la storia della nominanza di cui godette Virgilio […] segnarne le varie evoluzioni e peripezie. (Comparetti 1872 I, p. VII).
[…] le vicissitudini del nome virgiliano nell’ ambiente letterario tradizionale. (Comparetti 1872 I, p. XI).
Así pues, no es difícil observar que la idea de «pervivencia» está muy cercana a la de «fortuna», dado que uno y otro concepto se adscriben, como ya hemos indicado al comienzo de la entrada, a lo que en otro lugar hemos denominado la «metáfora de la inmortalidad» (García Jurado 2016), merced al afán común de transcendencia que encierra uno y otro término. Cabría añadir otra expresión posible, la del «eco» (véase la entrada «eco») que el autor antiguo deja en otro posterior.
Por su parte, el fundador de los estudios de Tradición Clásica en España, Marcelino Menéndez Pelayo, también deja testimonio del concepto de «fortuna» al comienzo de su Bibliografía hispano-latina clásica (la cursiva es nuestra):
El trabajo que logra hoy hospitalaria acogida en la Revista de archivos, bibliotecas y museos, ha sido para mí grata ocupación de muchos años y descanso de más graves estudios. Antes de salir de las aulas universitarias, en 1873, formé el proyecto de una Biblioteca de Traductores Españoles, ampliando y continuando el meritorio ensayo de D. Juan Antonio Pellicer. Después concebí un plan más vasto, y los traductores vinieron a quedar como una parte, acaso secundaria, de la obra que imaginé con temeridad juvenil. Tal como se presenta al público en esta primera parte consagrada a la literatura latina, comprende la historia de cada uno de los clásicos en España, las vicisitudes de su fortuna entre nosotros, el trabajo de nuestros humanistas sobre cada uno de los textos, las imitaciones y reminiscencias que en nuestra literatura pueden encontrarse. […] Sea cual fuere el destino que las aguarda, siempre tendrán para mí el recuerdo de las horas gratísimas que pasé leyendo los clásicos latinos y comparándolos con los castellanos o viceversa (Menéndez Pelayo 1902, p. 5).
Menéndez Pelayo recurre a una expresión recurrente, «las vicisitudes de su fortuna», que recuerda a las «vicissitudini» de Comparetti y realza, en cualquier caso, el carácter azaroso que ya encierra de por sí el término «fortuna» como tal. El carácter azaroso de la fortuna literaria, lejos de resultar un hecho meramente circunstancial, constituye un factor determinante a la hora de valorar el propio proceso de la Tradición Clásica, hasta el punto de que autores como Ernst Robert Curtius se preguntan acerca del papel que tal azar ha podido desempeñar en la historia literaria. Merece la pena indagar brevemente en esta circunstancia concreta.
El papel del azar en la historia literaria. Que un erudito romano del siglo II de nuestra era, Aulo Gelio, recurriera en cierto momento al término classicus para designar a los mejores autores literarios no deja de ser un mero hecho fortuito, dado que se trató de una mera ocurrencia por parte del autor latino, que no tenía el menor afán de transcender. De hecho, ya no vamos a encontrar más usos de classicus con este sentido literario hasta el propio siglo XVI, cuando la imprenta logra que la obra de Gelio circule y se convierta en un lugar común entre los humanistas, a manera de un interdiscurso compartido. De esta forma, la esporádica metáfora geliana del classicus scriptor no habría pasado al ámbito de la terminología literaria si no fuera porque algunos humanistas la rescataron para adaptarla a un nuevo contexto literario y cultural. Ernst Robert Curtius hace una pertinente reflexión a este respecto, en especial acerca del efecto que produce el azar en nuestra terminología literaria y del criterio gramatical que preside en un principio la idea de «clásico»:
El pasaje de Aulo Gelio es muy instructivo: revela que el concepto de "escritor modelo" está subordinado en la Antigüedad al criterio gramatical de la corrección lingüística. Es tarea de la historia de las lenguas modernas el investigar cuándo y dónde penetró en la cultura moderna el término que Gelio emplea para un caso aislado. El que un concepto tan fundamental de nuestra cultura como es el de clasicismo, del que tanto se ha hablado y abusado, se remonte a un autor de la tardía latinidad, ya solo conocido de los especialistas, es algo más que una simple curiosidad filológica; demuestra un hecho que ya hemos podido ver en muchas ocasiones: la importancia del azar en la historia de nuestra terminología literaria (Curtius 1989, p. 353).
Debemos decir que, cuando menos, fueron dos los humanistas que reavivaron la metáfora de Gelio en el siglo XVI: Philipp Melanchthon, que va a rescatar milagrosamente el término dentro de una carta fechada en el año de 1519, y Juan Luis Vives, concretamente dentro del decimotercero de sus Diálogos (publicados en Basilea el año de 1539). El hecho en sí nos invita a profundizar en la noción de «causa», tan importante para el desarrollo positivista tanto de la traición clásica en particular como del comparatismo en general. Si aplicamos lo que expone el comparatista Alejandro Cioranescu en sus Principios de literatura comparada (Cioranescu 1964, p. 39), en este caso concreto de classicus no se produjo tanto una causa principalis (es decir, que un autor como Aulo Gelio «quisiera» que el término classicus se utilizara en sentido literario) como una causa instrumentalis, donde lo que prima es la conversión del anecdótico uso del término classicus por parte de Gelio en un «útil» que termina siendo acuñado siglos más tarde para configurar una de las más importantes categorías literarias. Como podemos observar, la complejidad de las relaciones literarias nos permite ir más allá de la mera influencia de Gelio en los autores posteriores o, en cualquier caso, del mero determinismo causal. Esta posibilidad nueva transcendería, por tanto, el ámbito de las voluntades de los autores antiguos a favor de sus receptores, en este caso, los receptores humanistas, con lo que introducimos el factor de la incertidumbre.
Así las cosas, y dada esta naturaleza azarosa como elemento concurrente en el fenómeno de la tradición, debemos preguntarnos acerca de los aspectos de los que depende la fortuna y, por ende, la fama, de un autor en la posteridad. Sin ánimo de ser exhaustivos, queremos destacar tres: la conservación o destrucción material de la obra, la adaptación a los nuevos gustos que se suceden a lo largo del tiempo, o también la posibilidad de que un autor antiguo tiene de pasar a formar parte de un «imaginario» colectivo que le devuelva, por así decirlo, su primitiva fama. Veamos algunos ejemplos significativos de cada uno de tales supuestos.
La conservación o destrucción material de la obra. Resulta muy interesante el cuento que, con el título de «Vario», Leopoldo Alas «Clarín» dedicó al poeta romano Lucio Vario Rufo, amigo de los también poetas Horacio y Virgilio. Vario era un autor destinado a convertirse en un «clásico», al igual que sus amigos, pero su obra se perdió completamente a causa del azar, de manera que hoy día tan solo es conocido por haber contribuido a la edición de la Eneida virgiliana y por algún verso suelto. Vario jamás pudo prever, asimismo, que un autor español del siglo XIX también contribuiría a inmortalizarlo gracias a un precioso cuento donde se recrea una figura muy querida para la estética finisecular: la del autor sin obra.
Debemos considerar que el cuento no solo nos habla de la Roma de Augusto, sino también acerca de la estética de finales del siglo XIX, donde se pone de moda la llamada «novela de artista», muestra una preocupación obsesiva por la fama y, de manera particular, la póstuma; esta búsqueda incesante de la fama póstuma hace que algunos artistas, como contrapunto, desarrollen una suerte de gusto por la ausencia de obra o por una obra tan efímera como la vida misma. Así es como las sirenas de Ulises se presentan ante el poeta Vario para informarle de que su pretensión de conseguir la fortuna es absolutamente vana:
Lucio Vario, ¿por qué trabajas en vano? Trabajas para la muerte, trabajas para el olvido. Deja el arte, deja la vida, muere. Oye tu destino, el de tu alma, el de tus versos… Serás olvidado, se perderán tus libros. Tu suerte será la de tantos otros genios sublimes de esto que llamará pronto la Antigüedad, el mundo. Dentro de poco un sabio pedante pretenderá saber todo lo que supo y pensó y soñó la Antigüedad clásica. Llamarán lo clásico a lo escogido por la suerte para salvarlo del naufragio universal… por algún tiempo. Tú no serás grande para la posteridad porque se perderán tus obras; los ratones, la humedad, la barbarie de los siglos, y otros cien elementos semejantes, serán tus críticos, tus Zoilos, acabarán contigo, y la pereza del mundo tendrá un gran pretexto para no admirarte: no conocerte. En vano hoy la fama lleva tu nombre a las nubes; en vano Virgilio te admira, y lo dice; su testimonio se atribuirá a la amistad y a la dulzura; en vano Horacio hablará de tu vuelo Aquilino en la región de la poesía épica; los pedantes del porvenir dirán que alabándote a ti alababan a Augusto, de quien fuiste el cantor cortesano; en vano vendrá dentro de poco un hombre severo, leal, noble, que se llamará Tácito, y elogiará tu famoso Thyestes; la posteridad no creerá en ti, no sabrá de ti. Perteneces al naufragio. Como tú, cientos y cientos de ingenios ilustres de esta tierra griega que buscas y de esa tierra itálica que dejas perecerán por el fuego, por la dispersión, por el polvo, por la sangre, por la barbarie y la ruina… y por la descomposición de la materia… Llegarán tiempos de escasez para el papiro egipcio, las membranas serán caras, faltará superficie duradera en que escribir; y sobre las mismas páginas que contengan las lecciones de vuestra sabiduría, vuestros ideales, vuestros sueños, vendrán otros hombres a escribir otra ciencia y otros errores, otros sueños, otras supersticiones, otras esperanzas, otros lamentos. Con la tragedia de Thyestes naufragarán las tragedias de los trescientos cincuenta trágicos griegos, y la humanidad dirá que solo hubo tres grandes trágicos en Grecia, los que se salvaron; pero aun de estos perecerá casi todo. De los seiscientos historiadores helénicos, quedarán bien pocos. Y en tu tierra la misma suerte (Alas 2012).
La «fama» de la que disfruta Vario mientras está vivo no deja de ser una mera vanidad, al ser una «fama» carente de posteridad y, por tanto, sin «fortuna» («En vano hoy la fama lleva tu nombre a las nubes»). Leopoldo Alas confiere, por tanto, a la fama ese regusto efímero y propio del poeta finisecular, que se podría resumir en una suerte de oxímoron: una fama efímera, o sin fortuna.
La adaptación a los nuevos gustos. En 1992, una pequeña obra de Epicuro, la Carta a Meneceo sobre la felicidad, adquirió dimensiones de best-seller en Italia (Epicuro 1992). La causa de tal fortuna no fue otra que la polémica en torno a este opúsculo que tuvo lugar dentro de la prensa italiana. La carta que Epicuro dedica a la felicidad no es más que un texto clásico que, como es normal en Italia, se había publicado en versión bilingüe, griega e italiana. Se podía encontrar en la colección «Mille Lire», y no era más que un cuadernillo. Cabe preguntarse, de manera más concreta, por qué esta carta de Epicuro había levantado semejante polémica. No era tanto por Epicuro en sí como por quien había redactado la introducción al texto, cuya defensa del ateísmo había encendido las iras de los sectores más conservadores de la Iglesia Católica. De esta forma, el motivo por el que Epicuro se convirtió en uno de los autores más leídos en Italia durante el año de 1992 fue más allá de la misma filosofía epicúrea, concebida como filosofía para la vida y donde el placer, lejos de ser algo pecaminoso, se concibe básicamente como la ausencia de dolor. Epicuro constituye, en este sentido, un ejemplo perfecto de autor que con la Modernidad ha gozado de renovada fortuna gracias a la reinterpretación que de él se ha hecho a lo largo de los siglos.
La pertenencia a un moderno imaginario. Algunos autores antiguos han pasado a convertirse, más allá de su dimensión académica, en parte del moderno imaginario creado por una moderna literatura. Este el caso del poeta Ovidio cuando Alexandr Pushkin decidió dedicarle un famoso poema a comienzos del siglo XIX (Pushkin 1999):
Ovidio, vivo al lado de las riberas plácidas
a las cuales tus dioses paternos desterrados
trajiste en otro tiempo y dejaste tus cenizas.
Tu desolado llanto celebró estos lugares
y de tu tierna lira la voz no ha enmudecido.
Están estos parajes de tu rumor repletos.
Tú en mi imaginación vivamente imprimiste
este oscuro desierto, cárcel para un poeta,
las brumas de los cielos y las perpetuas nieves
y la breve tibieza de los cálidos prados […].
Ovidio ha dejado en Pushkin la imagen de un poeta infeliz que añoraba Roma, la ciudad a la que jamás pudo volver. Tal imagen de tristeza contrasta con la del mismo poeta cuando fue feliz en otro tiempo, antes de que los avatares de la fortuna terminaran con su apacible vida:
¡Asómbrate, Nasón, de la suerte mudable!
Tú que el bélico esfuerzo, ya mozo, desdeñabas,
pues con rosas solías ceñir tu cabellera
y las horas sin cuitas pasar en la molicie […]
En una actitud plenamente romántica, Pushkin señala la vanidad que supusieron las obras del poeta y de su misma gloria, dado que no lograron conmover al emperador para que revocase el exilio que le habían impuesto:
[…] en vano tus poesías
coronarán las Gracias, en vano de memoria
la juventud las sabe. La gloria, ni los años
ni tristeza, ni quejas, ni tímidas canciones
conmoverán a Octavio; sumido en el olvido
pasarás la vejez. […]
Pushkin, si bien disiente de Ovidio en la percepción que este tiene del paisaje del Mar Negro, y que el propio Pushkin describe mucho más apacible que aquel que había dibujado el romano en sus elegías, no deja de preguntarse acerca de su propia fortuna venidera:
Ay, yo, cantor perdido entre la muchedumbre,
seré desconocido para los venideros
y víctima sombría, se extinguirá mi débil
genio, con la penosa vida y rumor efímero […].
En la idea del gusto por la «fama efímera» o «fama sin fortuna», Pushkin se ve a sí mismo como un poeta cuyo recuerdo se extinguirá, frente a la fama inmortal de Ovidio.
Conclusiones. De esta forma, observamos cómo la idea de «fortuna», muy ligada a los conceptos de «fama» y «pervivencia», se constituye como una de las principales metáforas de la inmortalidad, al tiempo que incide en un factor clave para la propia Tradición Clásica: el azar y lo imprevisible. Este azar puede actuar de manera negativa, cuando da lugar a la pérdida de la obra de una autor, pero también puede animar a una renovada lectura gracias, por ejemplo, a la polémica, o incluso a que un autor antiguo pase a formar parte del imaginario moderno creado por una literatura. En cualquier caso, la fortuna es también un anhelo al que aspira cualquier autor, deseoso de que su obra perviva más allá del tiempo.
Bibliografía
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Alas, Leopoldo. Cuentos morales, ed. de Jean-François Botrel, Madrid, Cátedra, 2012.
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Cioranescu, Alejandro. Principios de literatura comparada, La Laguna, Universidad de La Laguna, 1964.
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Comparetti, Domenico. Virgilio nel Medio Evo, I–II vols., Livorno, Francesco Vigo, 1872.
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Curtius, Ernst Robert. Literatura europea y Edad Media latina, I–II vols., México–Madrid–Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1989.
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Epicuro. Lettera sulla felicità. A cura di: Marcelo Baraghini; Traduttore: Angelo Maria Pellegrino, Roma, Stampa Alternativa, 1992.
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García Jurado, Francisco. Teoría de la Tradición Clásica. Conceptos, historia y métodos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2016.
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Mariscal, Gabriel Laguna. «¿De Dónde Procede La Denominación “Tradición Clásica”?», en CFC (L) 24 (2004), pp. 83–93.
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Menéndez Pelayo, Marcelino. Bibliografía Hispano-Latina Clásica, t. I, Madrid, Est. tip de la viuda é hijos de M. Tello, 1902.
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Pushkin, Alexandr. «A Ovidio», en Antología lírica. Traducción, estudio preliminar y notas de Eduardo Alonso Luengo. Epílogo de Roman Jakobson, Madrid, Hiperión, 1999, pp. 52–59.
Francisco García Jurado