legado y herencia
Del Lat. legatus, part. perf. del verbo lego, con el significado de «dejar en testamento» y del Lat. haerentia, n. pl. del part. act. de haerēre «estar adherido», influido en su significado por «heredar» (Ing. Legacy [Bequest], Fr. Héritage; Ing. Heritage; Fr. Héritage).
Según el Diccionario de la Lengua Española (s. v. legado2), el término «legado» presenta dos acepciones vinculadas con el ámbito jurídico de la sucesión:
- m. Disposición legalmente formalizada que de un bien o de una parte del conjunto de sus bienes hace el testador a favor de alguien y que debe ser respetada por el heredero o herederos.
- m. Aquello que se deja o transmite a los sucesores, sea cosa material o inmaterial.
Este carácter tan específico condiciona ya de manera muy evidente el uso del término «legado» como una forma de transmisión. De esta forma, el uso del término se adscribe de una manera consciente y unívoca a la metáfora hereditaria contemplada por la Tradición Clásica (García Jurado 2016, pp. 32–34) y guarda una especial relación con el mundo académico anglosajón, pues es en este ámbito donde se ha acuñado. El concepto tiene un amplio elenco de designación en cuanto a la variedad de lo que se deja a la posteridad, relativa a todas las manifestaciones de la Antigüedad, de manera que se extiende más allá de la literatura y las artes para abarcar el propio concepto de civilización antigua. En cualquier caso, la acepción de «legado» puede servir tanto para lo material y tangible como para lo que no lo es.
Por su parte, el término «herencia» es definido de la manera siguiente en sus tres primeras acepciones:
- f. Derecho a heredar.
- f. Conjunto de bienes, derechos y obligaciones que, al morir alguien, son transmisibles a sus herederos o a sus legatarios.
- f. Conjunto de caracteres que los seres vivos reciben de sus progenitores.
La noción de herencia introduce un pertinente matiz, como es el del «derecho» a heredar, lo que no solo conllevaría «derecho», sino también «obligaciones». Asimismo, la acepción relativa al «conjunto de caracteres» recibidos de los progenitores nos llevará a aspectos de carácter acaso menos visibles, que incidirían en rasgos cercanos a los del concepto de «tradicionalidad literaria». La metáfora de la «herencia», con respecto a la del legado, se distingue en el mayor énfasis que pone en los destinatarios, convertidos en «beneficiarios» (para bien o para mal) del legado.
Como hemos señalado, es al mundo académico anglosajón a quien debemos la acuñación de estas dos expresiones metafóricas para la Tradición Clásica: «legacy» y «heritage». Vamos primero a tratar acerca del primer término para terminar luego con el segundo. Veamos cuáles fueron las primeras obras donde aparece el término «legacy»:
«Legacy». Las primeras obras: Livingstone y Bailey. El uso del término «legado» debe mucho a las primeras monografías inglesas que recurrieron a él, de manera particular las obras editadas por Richard Livingstone (The Legacy of Greece, Oxford, 1921) y Cyril Bailey (The legacy of Rome, Oxford, 1924). Para poder entender con cierta precisión cuál es la noción de legado que se maneja en ellas, resulta oportuno leer atentamente tanto la nota de Livingstone como la de Bailey al comienzo de cada una de sus obras. El texto de Livingstone es el siguiente (las cursivas son nuestras):
In spite of many differences, no age has had closer affinities with Ancient Greece than our own; none has based its deeper life so largely on ideals which the Greeks brought into the world. History does not repeat itself. Yet, if the twentieth century searched through the past for its nearest spiritual kin, it is in the fifth and following centuries before Christ that they would be found. Again and again, as we study Greek thought and literature, behind the veil woven by time and distance, the face that meets us is our own, younger, with fewer lines and wrinkles on its features and with more definite and deliberate purpose in its eyes. For these reasons we are today in a position, as no other age has been, to understand Ancient Greece, to learn the lessons it teaches, and, in studying the ideals and fortunes of men with whom we have so much in common, to gain a fuller power of understanding and estimating our own. This book ---the first of its kind in English— aims at giving some idea of what the world owes to Greece in various realms of the spirit and the intellect, and of what it can still learn from her (Livingston 1921, p. VII).
Livingstone parte de nuestra propia afinidad con la antigua Grecia, afinidad que, en opinión del autor, es la mayor que jamás haya podido darse entre aquellos griegos y los tiempos modernos, dado nuestro parentesco espiritual («spiritual kin») con ellos. Esta idea del parentesco aporta un matiz interesante a la idea del «legado», pues nos convierte, de una forma natural, en herederos legítimos y directos del mundo helénico. La cuestión, por lo demás, ya se había debatido y se seguía discutiendo, al calor de los planteamientos de Winckelmann y de Nietzsche, en el ámbito alemán. El legado, así concebido, se basaría en la búsqueda de nuestra afinidad con los ideales que crearon Grecia, de manera que, si bien la historia no se repite, como bien apunta Livingstone, cabría recordar a Javier Zubiri y su famosa frase de que «nosotros somos los griegos». En cualquier caso, este planteamiento de parentesco o identidad se fundamenta, sobre todo, en nuestra capacidad para aprender las lecciones que nos enseña la antigua Grecia, algo que nos lleva a una concepción educativa del legado griego muy cercana a obras tan capitales como la de Paideia: los ideales de la cultura griega de Werner Jaeger, que comenzó a publicarse en 1933. En resumidas cuentas, se establece una ecuación por la cual el aprendizaje que podemos recibir de los antiguos griegos nos permite adquirir una mejor conciencia y estima de nosotros mismos. Al final del pasaje podemos encontrar, asimismo, la idea de «deuda» que nuestro mundo tiene contraída con Grecia («what the world owes to Greece») en lo que respecta a varios dominios del espíritu y del intelecto. Por su parte, Bailey, editor, tres años más tarde, del libro relativo al legado de Roma, escribe otro pequeño prefacio para la obra (las cursivas son nuestras):
This book is an endeavour to trace in many fields the extent of the inheritance which the modern world owes to Ancient Rome. The chapters have been written independently, and it will be seen that they are not all on the same plan. Some writers have described the contribution of Rome to Civilization, and have left it to the reader to infer the extent of the legacy: others have traced the steps by which the legacy has come to us, and to this subject Professor Foligno has devoted a valuable chapter (Bailey 1924, p. [5]).
Fiel a la metáfora hereditaria que soporta el término «legacy», y en consonancia con lo que apuntaba Livingston al final de su prefacio, ahora el legado de Roma también se plantea como una «deuda» que el mundo moderno tiene contraída con aquella («the modern world owes to Ancient Rome»). En este caso, sin embargo, no se plantea filiación espiritual alguna entre la antigua Roma y el mundo moderno, a diferencia de lo que hacía Livingstone con la antigua Grecia. Este planteamiento hereditario, concebido, sobre todo, en términos de «deuda», confiere a los modernos un papel ciertamente pasivo (dado que quedan relegados a meros recipientes) ante un pasado que se transmite en línea recta, idea que luego será, cuando menos, cuestionada por otros estudiosos, sobre todo en lo que concierne a nuestra actitud ante el pasado. Asimismo, también resulta pertinente observar que el estudio del «legado» de los clásicos puede constreñirse, como el mismo editor reconoce, a aquello que nos ha dejado estrictamente la Antigüedad, de manera que son los lectores quienes deben inferir cuáles han sido sus «pasos», es decir, su «extensión» o «proyección», hasta nosotros. De esta forma, ámbitos como la literatura, el arte o el pensamiento antiguo ya serían, considerados desde la perspectiva de los modernos, el legado en cuestión, independientemente del estudio de su transmisión, que parece quedar constreñido a un asunto meramente inferible.
Como puede observarse, durante el tercer decenio del siglo XX tales estudios se mostraban en un estado claramente incipiente y, a manera de balbuceo, se abrían a todos aquellos campos diversos donde pudiera encontrarse todo lo que se considera como el «legado» de los clásicos a nuestra civilización y, de una manera concreta, la ciencia. En este sentido, resulta muy interesante el texto introductorio que Gilbert Murray escribe para la monografía de Livingstone con un título muy elocuente: «The value of Greece to the future of the world», donde pone en evidencia cómo cualquiera de las modernas monografías científicas o técnicas se vuelve obsoleta en poco tiempo, mientras que la lectura de Homero o de Esquilo no ha sufrido, sin embargo, estos efectos, a pesar de su antigüedad, dado que ambos autores presentan unas cualidades «eternas». El helenista Gilbert Murray escribe, por tanto, este sustancioso capítulo inicial dedicado a lo que sería la búsqueda de los valores inherentes del legado griego. No viene mal recordar que en 1927, este mismo helenista publica el resultado de sus Norton Lectures, dictadas en la Universidad de Harvard ese mismo año, con el título de The classical tradition in poetry (Murray 1927). En este segundo caso, Murray recurre a la etiqueta «Classical Tradition», lo que da a entender que todavía, durante el transcurso de ese decenio, estamos ante cierta alternancia terminológica («Legacy of Greece-Rome» / «Classical Tradition»); no obstante, sí parece que la «Classical Tradition» ya apunta, más bien, a las bellas letras, con un ámbito de designación más restringido, como luego va a corroborar Gilbert Highet en su monografía de 1949, mientras que «Legacy» se decanta por una visión más amplia de las cosas. De hecho, la obra editada por Livingstone reúne la religión, la filosofía, las matemáticas y la astronomía, la ciencia natural, la biología, la medicina, la literatura, la historia, el arte griego y la arquitectura. Por su parte, la obra editada por Bailey todavía abre más su abanico de materias y, tras dedicar un capítulo específico a la «transmisión» del legado, pasa luego a tratar acerca de la concepción del imperio, la administración, la comunicación y el comercio, la legislación, la familia y la vida social, la religión y la filosofía, la ciencia, la literatura, la lengua, la arquitectura y el arte, la construcción y la ingeniería y, finalmente, la agricultura. Las obras de Livingstone y de Bailey han gozado de reediciones que han dado cuenta de su relativo éxito, si bien su mayor aportación, no obstante, ha sido poner la semilla para llevar a cabo nuevos estudios compilatorios que las han actualizado. Es el caso de las monografías editadas por Finley y Jenkyns unos decenios más tarde.
«Legacy». Los continuadores: Finley y Jenkyns. Las dos obras modernas que han hecho uso de esta etiqueta de «Legacy» ya en su propio título han continuado la senda de transcender los meros límites del hecho literario e incluso artístico, pues se van a seguir mostrando más cercanas a los diversos ámbitos de la civilización antigua global que al específico de las bellas letras y las artes. Las obras de Moses I. Finley (Finley 1981) y de Richard Jenkyns (Jenkyns 1992) mantienen, asimismo, el carácter de trabajo colectivo y continúan una arraigada tradición académica propia de Oxford, si bien la obra coordinada por Jenkyns se publica en la Universidad de Cambridge. En el caso de la obra de Finley, observamos que tan solo aparecen dos especialistas no anglosajones: Henri Irénée Marrou, de la Sorbona, y Arnaldo Momigliano, quien, no obstante, en ese momento se encontraba en la Universidad de Chicago. La obra que coordina Finley intenta continuar el antiguo Legacy compilado por Richard Livingstone con una diferencia esencial, pues mientras que aquel libro ofrecía el estudio del legado tal como se brindaba en la Antigüedad, la nueva compilación trata de ver su continuidad hasta el mundo presente, de forma que el último capítulo, compuesto por R. R. Bolgar (King’s College de Cambridge), está dedicado de manera exclusiva al relato del legado a través de las diversas etapas históricas. Por su parte, Jenkyns intenta actualizar ahora en Cambridge la obra titulada The legacy of Rome, compilada por Cyril Bailey y publicada por la Oxford University Press en el ya lejano año de 1924. Tanto en la obra de Finley como en la de Jenkyns aparecen varios capítulos dedicados a la literatura, dividida por géneros, a diferencia de lo que ocurría en los libros primigenios, donde este ámbito quedaba reducido a un único capítulo. De esta forma, quizá por el propio influjo de la exitosa disciplina de la Tradición Clásica, el estudio del legado ahora va a conceder mayor atención a las bellas letras. En cualquier caso, las inquietudes de los años veinte, más afines al neohumanismo alemán y al empeño de recurrir a los clásicos para «salvar el mundo» (algo que hoy se nos antoja, cuando menos, ingenuo), ya no son las mismas que la preocupación que nos lleva a mirar el mundo clásico durante los años ochenta o noventa del mismo siglo XX. A veces no se trata más que de cambios de tono, o de enfatizar unos aspectos más que otros, pero es importante reparar en tales cosas. Uno de esos cambios de tono que aparece en una de estas obras posteriores es el del propio significado cultural que presenta ese legado.
El significado cultural del legado. El legado había sido interpretado, propiamente, como aquello que nos habían dejado los antiguos griegos, de manera que su objeto de estudio lo constituirían las diferentes manifestaciones de aquella Antigüedad para que pudiéramos colegir o inferir su vigencia hasta nuestros días. Finley, en calidad de editor de The legacy of Greece, título que completa con la apostilla A new appraisal (Finley 1981), introduce una significativa ampliación de sentido con respecto a este planteamiento, en definitiva, tan afín al positivismo. De manera diversa, nuestro autor encamina ahora el estudio de tal legado a escudriñar su significado dentro de la propia historia cultural de Europa, tal como lo encontramos expresado al comienzo de su Prefacio (las cursivas son nuestras):
The Legacy of Greece, edited by Sir Richard Livingstone, was published in 1921 and is still deservedly popular. If a new appraisal is now being offered, that is not only, or even primarily, because the information needs to be brought up to date, but because a different approach seems desiderable. Sir Richard and his ten distinguised colleagues took «legacy» in its root-sense, a bequest, and so, after an initial paean by Gilbert Murray to the glory that was Greece, they portrayed ancient Greek culture, field by field, beginning with religion and philosophy and ending with art and architecture. This volumen retains that element, on a much reduced scale, and then procedes, in each chapter, to examine what later ages, down to our own, have made of the inheritance from the Greeks. Schematically, one could say that whereas the original Legacy was about Greek culture, this version is about its meaning in the history of European Culture (Finley 1981, p. [1]).
De esta forma, Finley considera que no debe acometerse tan solo una actualización del libro editado por Livingstone, sino que hay que darle un planteamiento diferente a la propia idea de legado, interpretado de una manera demasiado literal por Livingstone en 1921. Los presupuestos de Finley tienden decididamente a lo que sería una historia cultural del legado, no tanto encaminada al legado en sí como a su significado histórico a lo largo del tiempo. En este sentido, el último capítulo, escrito por R. R. Bolgar con el título de «The Greek Legacy», representa seguramente el mejor desarrollo del libro con respecto al planteamiento expuesto por Finley al comienzo de la obra que edita, dado que en él va recorriendo los diferentes pasos de la cultura griega en el mundo occidental.
Finalmente, Richard Jenkyns nos ofrece en su obra titulada The legacy of Rome una coda en el título idéntica a la de Finley: A new appraisal (Jenkyns 1992). Para dar este nuevo aire a su obra, reúne un elenco ciertamente impresionante de académicos que elaboran quince capítulos que van desde la transmisión de los textos o la edad media hasta autores literarios como Virgilio, géneros como el bucólico, el arte, la arquitectura, le lengua o el derecho, entre otros, sin olvidar la propia ciudad de Roma. El editor parte del hecho de que ya la propia Roma había creado una relación hereditaria con respecto a Grecia, con lo que se retoma la vieja cuestión de si los romanos son, en verdad, unos imitadores de los griegos, de manera que la función de Roma a lo largo de la historia, según algunos, no ha sido otra que la de transmitir el «legado griego». En cualquier caso, la discusión, según la plantea Jenkyns al comienzo del capítulo inicial, dedicado al legado de Roma, deriva hacia la idea de los diferentes tipos de «influencia» que una cultura puede ejercer sobre otra, bien sea constituyente, meramente auxiliar o, simplemente, decorativa.
«Heritage». Robert Ralph Bolgar. Por su parte, el ya citado Bolgar publicó en 1954 otro libro de peso para fundamentar, esta vez, la idea específicamente hereditaria de la tradición: The Classical Heritage and its Beneficiaries (Bolgar 1954). Esta obra intenta trazar una historia no solo literaria, sino cultural e intelectual donde necesariamente había de tener un peso específico la labor educativa como tal. El libro abarca de manera significativa el tramo histórico que transcurre desde la etapa carolingia hasta el Renacimiento, de forma que se centra en los dos grandes paradigmas historiográficos que han venido siendo de especial interés para nuestros estudios: el medieval (con el llamado «renacimiento carolingio») y el renacentista (con el «Renacimiento» por antonomasia). Como podemos apreciar ya en el mismo título, Bolgar utiliza la etiqueta «classical heritage» en lugar de la expresión más común de «Tradición Clásica», probablemente para diferenciarse así de la entonces reciente obra de Highet, y convierte a los «destinatarios» en «beneficiarios», de manera consecuente al propio carácter de la tradición como «herencia».
Bolgar realiza, de este modo, un estudio histórico de la recepción y el uso que sus beneficiarios daban de la herencia clásica en los diversos ámbitos que recoge (derecho, filosofía, lógica, medicina, filosofía y literatura), bajo «las circunstancias y las necesidades sociales» de cada época que atraviesa. Analiza, por tanto, las distintas vías por las que se ha recibido esta herencia, sea a través del cristianismo o de las traducciones de textos paganos en era pre-escolástica, así como los métodos y libros utilizados en su transmisión. Bolgar parte, sobre todo, de la enseñanza de las lenguas y literaturas clásicas en las escuelas para determinar qué aspectos del legado clásico eran seleccionados para estudio en época medieval y renacentista, así como su traspaso a la Modernidad. Según Bolgar, «por un lado, estos objetivos y métodos están estrechamente relacionados con el desarrollo unificado general de la cultura europea, mientras que, por otro, pueden considerarse válidamente como las causas determinantes del tipo de influencia que los clásicos llegaron a ejercer». En ese sentido, podríamos añadir una acepción más al término «herencia» según el DLE:
- f. Rasgos o circunstancias de índole cultural, social, económica, etc., que influyen en un momento histórico procedentes de otros momentos anteriores.
El autor apunta, asimismo, que «sin la herencia escrita de Grecia y Roma, nuestro mundo habría tenido un rostro diferente». Por tanto, el medio, así como el modo como se ha estudiado y asimilado este legado es lo que, de cierta manera, determina la Europa que hoy conocemos:
The classical heritage has played a distinctive part in the shaping of European culture. The long unbroken tale of its quickening influence stretches from Columban to E. M. Forster and Jean Anouilh. In every age, from the first to the last, the categories of European thought and the common institutions of European life have all borne to some degree the imprint of antiquity. In every age, we can find writers and men of action who benefited from their contacts with the Graeco-Roman past. We may expect therefore the history of the last fifteen hundred years to shed some light on the educational potentialities of the Greek and Latin literatures. It is not unreasonable to assume in view of Europe's long affiliation to the ancient world that an historical enquiry may prove as efficacious as psychological experiment or personal reminiscence to illuminate the manifold problems that face the classics teachers of today (Bolgar 1954, p. 2).
Conclusión. Si tuviéramos que hacer una reflexión general acerca de la preocupación por la idea del papel que el legado de los griegos y los romanos, así como el derecho a heredarlo, ha tenido en la cultura occidental la respuesta tendría que ver, invariablemente, con nuestra propia condición de ciudadanos, es decir, con el hecho de saber quiénes somos nosotros mismos. Esta cuestión se plantea, sobre todo, en tiempos donde las crisis de identidad afloran, como, por ejemplo, en la Europa de entreguerras, que es cuando aparecen las dos primeras obras dedicadas al legado. Por su parte, tales preguntas pueden parecer, a los ojos del gran público, comparadas con los problemas cotidianos e inminentes, asuntos superfluos, propios de personas desocupadas. Parece incuestionable que este legado de los clásicos existe, y que en muchos aspectos de nuestra propia vida sigue vivo. Ahora bien, no parece que sea tan pertinente, en nuestros tiempos, la materialidad en sí de tal legado como su significado para el desarrollo de nuestras propias maneras de ser y de estar en el mundo. Cuando en este momento otras culturas no occidentales reivindican sus herencias culturales, a menudo silenciadas por la aculturación, quizá mereciera la pena que Europa, a veces tan cuestionada, retomara cada cierto tiempo la cuestión de su identidad, pues se trataría de un derecho al que, por lo demás, debemos sentirnos obligados.
Bibliografía
-
Bailey, Cyril. The legacy of Rome, Oxford, Clarendon Press–Oxford University Press, 1924.
-
Bolgar, Robert Ralph. The Classical Heritage and its Beneficiaries, Cambridge, Cambridge University Press, 1954.
-
Finley, Moses Isaac. The legacy of Greece: A new appraisal, Oxford, Clarendon Press–Oxford University Press, 1981.
-
García Jurado, Francisco. Teoría de la Tradición Clásica. Conceptos, historia y métodos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2016.
-
Jenkyns, Richard. The legacy of Rome: A new appraisal, Oxford, Oxford University Press, 1992.
-
Livingstone, Richard Winn. The legacy of Greece, Oxford, Clarendon Press–Oxford University Press, 1921.
-
Murray, Gilbert. The Classical Tradition in Poetry, Cambridge (Massachusetts), Harvard University Press, 1927.
Mónica de Almeida y Francisco García Jurado