leyenda
Del latín legenda (lo que ha de ser leído), nominativo plural del gerundivo de legĕre (Fr. Légende. Ing. Legend. It. Leggenda. Al. Leggende. Port. Lenda).
El término «leyenda» designa, habitualmente, una «narración de sucesos fantásticos que se transmite por tradición», o un «relato basado en un hecho o un personaje reales, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración». Estos dos significados del término son las dos primeras acepciones que aparecen en el DLE, donde constan otras cuatro:
- Persona o cosa muy admiradas y que se recuerdan a pesar del paso del tiempo.
- Texto escrito o grabado que acompaña a algo, generalmente a una imagen para complementarla o explicarla.
- Acción de leer.
- Obra que se lee.
«Leyenda», en su significado de «narración de sucesos fantásticos que se transmite por tradición» es un término que aparece en el siglo XIX, ligado a la actividad literaria de los escritores románticos. Es un momento de indefinición del relato breve en que se ensayan diversos apelativos para identificar un tipo de narración que los románticos querían incardinar en el concepto herderiano de «Volkgeist» («voz del pueblo»): tradición, conseja, balada, cuento, leyenda… En ese momento de busca de denominaciones de relato breve, «leyenda» se utiliza con el mismo significado de «cuento» y va adquiriendo una significación específica a medida que la actividad literaria del siglo XIX insiste en utilizar «leyenda» para narraciones situadas en un pasado histórico, más o menos fidedigno, más o menos tradicional, o en un entorno y tiempo fantástico.
El interés del término «leyenda» para nosotros estriba en el hecho de que el helenista Domenico Comparetti lo puso en contraste con la propia formulación de «Tradición Clásica», todavía incipiente. Fue en su obra titulada Virgilio en la Edad Media (1872) donde el autor italiano estableció una productiva dicotomía entre «leyenda popular» y «Tradición Clásica» a la hora de diferenciar las dos grandes vertientes de la transmisión virgiliana. Como veremos más adelante, Comparetti utiliza, en ese momento, la acepción de «leyenda» que iban a desarrollar los escritores y teóricos románticos.
Hay que considerar en este aspecto que en el siglo XIX el cuento (y recordemos que la significación de «leyenda» es una parte de la que corresponde a «cuento») adquiere una dimensión literaria inexistente hasta entonces. Según Mariano Baquero Goyanes, hay que diferenciar entre dos cosas: la primera, la aparición de la palabra «cuento» en la lengua castellana, así como la utilización de esa palabra para designar relatos breves de tono popular y carácter oral, y otra muy distinta: la aparición del género que solemos distinguir como cuento literario, precisamente para diferenciarlo del tradicional. Este existía desde muy antiguo, en tanto que la decisiva fijación del otro, del literario, habría que situarla en el siglo XIX (Baquero Goyanes 1988, pp. 105–106). Esta opinión del máximo especialista en nuestro cuento decimonónico es corroborada por otros autores que apuntan conclusiones parecidas. Según Enrique Pupo-Walker «hacia fines del XIX comienza a definirse la poética del cuento» (Pupo–Walker 1973, p. 12). Todo ello no hace sino confirmar la opinión que ya había avanzado Juan Valera: «Habiendo sido todo cuento al empezar las literaturas, y empezando el ingenio por componer cuentos, bien puede afirmarse que el cuento fue el último género literario que vino a escribirse» (Valera 1909, pp. 8–9). En esta concepción del término «cuento» que mantiene Valera, están englobados los rasgos significativos que cristalizarían en la voz «leyenda»: transmisión oral, carácter no literario, o temática fantástica. Evidentemente, estos rasgos no responden a la realidad que designan (las narraciones breves que se escriben y publican en ese siglo) sino a una concepción idealizada de la literatura tradicional que los románticos habían desarrollado en su imaginario sin relación con la realidad. Los Cantos de Ossian de James Macpherson (1760–1765) son el mejor ejemplo de cómo un idealismo literario puede crear una tradición literaria insistente y, con el tiempo, convertirla en realidad.
El carácter oral al que nos referimos aparece testimoniado en muchas obras: Francisco Rodríguez Lobo en Corte na aldea e noites de inverno (1670), Sebastián Mey, en su Fabulario en que se contienen fábulas y cuentos diferentes (1613) o Juan de Timoneda en Las patrañas (1580) insisten en que los cuentos que recogen están hechos para ser contados oralmente, «con tal que los sepas contar como aquí van relatados, para que no pierdan aquel asiento y gracia con que fueron compuestos» (Timoneda 1580, p. XIII). Esta idea de que el cuento se caracteriza, ante todo, por la transmisión oral aparece hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Ese parece ser el que le da Bécquer al comienzo de «El Rayo de Luna» de 1862: «Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia».
La oralidad del cuento lleva a que sea considerado como extraliterario y poco culto: no apropiado para literatos. Así lo vemos en el Libro de erudición poética de Luis Carrillo. Al abordar el tema de la Historia, Carrillo expresa las excelencias de este género, el más noble, en su opinión, de todos los de la prosa: «Es la Historia muy cercana a la poesía y en cierta manera a verso suelto, y por ello usando de palabras más remotas y de figuras más libres y licenciosas evita el enfado de los cuentos» (Carrillo y Sotomayor 1613, p 139) (el subrayado es mío). La valoración negativa del cuento puede verse en otras obras, como una Sátira contra la literatura chapucera del tiempo presente de Juan Pablo Forner, en la que el autor dice despreciar las objeciones de «algunos lectores criticones / entre los que de cuentos se alimentan» (Forner, 1844, p 190) y se lamenta del estado de la literatura y la cultura de su tiempo, en que «Castillos en el aire se fabrican / llamase docto al forjador de cuentos» (ibíd. p 192). No es de extrañar, por lo tanto, que el Padre Terreros, en su Diccionario Castellano, incluya la siguiente definición de cuento: «Se dice también algunas veces por narrativa inútil y discurso despreciable» (Terreros 1786 1, p 572).
Juan Valera colaboró en el Diccionario enciclopédico hispanoamericano, que comenzaron a editar en 1887 los editores barceloneses Montaner y Simón, con un artículo sobre el cuento que fue incluido en el tomo XIV de sus obras completas, a modo de prólogo (Valera 1907, pp. 5–13). Valera pretende definir el cuento por exclusión. En principio, «cuento» era lo que se contaba. En la Antigüedad no se escribía, pero se imaginaba. El origen del Universo y la vida de los dioses fueron los primeros cuentos que dejaban de serlo cuando se creían, y volvían a ser cuentos cuando dejaban de creerse. Al aparecer la escritura, algunos cuentos se recogieron y fueron la materia prima de la religión, otros lo fueron de la poesía y otros los de la historia. Los que no fueron recogidos de ninguna manera quedaron como cuentos vulgares, populares, una «ficción involuntaria» sin intención ni interés literario. Al ser oral su transmisión, no forman parte de la literatura. Valera, como vemos, no se fija en la extensión, sino en el elemento de fantasía, para definir «cuento» y «novela». Novela es pura y simplemente la novela realista; la fantasía y el vuelo de la imaginación llevan a calificar a la narración en cuestión como «cuento».
Estos tres elementos: la transmisión oral, el carácter extraliterario y la temática fantástica van a formar la significación decimonónica de «leyenda».
Un rastreo por los tratados que mencionan a la narración breve desde el siglo XVI hasta el XVII evidencia que «leyenda» no se utiliza nunca en ninguno de los dos primeros significados que el actual DLE referencia. Así se comprueba en la Rhetórica en lengua castellana de Miguel de Salinas (1541), en la que solo se menciona, como fórmula de relato breve, la «narración», la Retórica de Juan de Guzmán (1589), [«narración» y «fábula»], la Philosofia antigua poética de Alonso López Pinciano (1596) [«fábula», «episodio» y «apólogo»], El Humanista de Baltasar de Céspedes (1600) [«fábula» y «cuento»], el Cisne de Apolo de Luis Alfonso de Carvallo (1602) [«fábula», «parábola» y «episodio»], la Elocuencia española en Arte de Bartolomé Jiménez Patón (1604) [«fábula»], las Tablas poéticas de Francisco de Cascales (1617) [«fábula» y «narración»], la Poética de Ignacio de Luzán (1737) [«episodio» y «narración»], la Rethorica de Gregorio Mayans (1752) [«narración», «apólogo», «historia fingida»], las Memorias para la Historia de la poesía y poetas españoles de Fray Martín Sarmiento (1775) [«historieta»] y la Filosofía de la Elocuencia de Antonio de Capmany y Montalau (1777) [«apólogo», «fábula», «cuento» y «sueño»].
Los diccionarios ofrecen un resultado análogo. El Diccionario de Autoridades (D. A.) de la Real Academia Española incluye un amplio repertorio de nombres que pueden servir para la narración breve. Se observa una falta de criterios fijos que dan lugar en muchos casos a ambigüedades y confusiones o a definiciones incorrectas: el D. A. da «narración» como significado de «relación», y «relación» como significado de «narración». De los nombres que habían apuntado los tratados de retórica que hemos mencionado arriba y que pudieran corresponder a lo que hoy denominamos «leyenda» hay las siguientes definiciones:
- Apólogo
- Especie de fábula moral en que se introducen de ordinario a hablar los brutos, plantas y otras cosas inanimadas, con ánimo de divertir y enseñar a un mismo tiempo
- Conseja
- Cuento, patraña, fábula que se inventa o refiere para sacar de ella alguna moralidad o para diversión y pasatiempo.
- Cuento
- Relación de alguna cosa, ordinariamente llaman así a las consejas que se cuentan para divertir a los muchachos.
- Episodio
- Lo mismo que Digresión; vicio de la elocuencia que alguna vez puede ser artificio o necesidad y se comete cuando el Orador o Historiador sale o se aparta de su principal asunto.
- Fábula
- Ficción artificiosa con que se pretende encubrir o disimular alguna verdad. Cuento o narración de cosa que no es verdad ni tiene sombra de ella, inventada para deleitar, ya sea con enseñanza o sin ella, las primeras se llaman apólogas y las segundas milesias.
- Narración
- Relación puntual de alguna cosa.
- Parábola
- Narración de algún suceso que se conoce o se finge del cual se intenta sacar alguna moralidad o instrucción alegórica por comparación o semejanza.
La doctrina del D. A. es confusa y contradictoria. Las sucesivas definiciones hacen moverse en círculos al consultante. «Parábola», «relación», «fábula» y «fabulación» llevan a «narración», pero «narración» vuelve a «relación» y allí se cierra el camino. Por su parte, «fábula» va a «cuento», este a «conseja» y «conseja» es definida como «cuento» o «fábula». La definición de «apólogo» no coincide con la de las «fábulas apólogas». Hay géneros que son definidos como referentes a cosas que sucedieron («relación») y otros que «no son verdad ni sombra de ella» («fábula»), aunque tanto «fábula» como «relación» son definidas como «narración». En resumen, una confusión generalizada que va a ser la constante sobre el género de la narración breve en la primera mitad del XIX.
En cuanto a otras voces que van a ser utilizadas para nombrar a la narración breve, o bien no aparecen en el diccionario («anécdota», «crónica», «historieta», «relato») o bien aparecen con otros significados («balada», «ficción», «romance» y «tradición»). En el caso de «leyenda» encontramos dos definiciones. La primera es «acción de leer» y se indica que es «lo mismo que Lección», lo que equivale a la quinta acepción del DLE que antes citábamos. La segunda acepción del DA coincide con la sexta del DLE: «lo que se lee», aunque el DLE indica que se trata de un significado en desuso.
De 1786 a 1788 aparecen los tres primeros tomos del Diccionario Castellano del Padre Terreros. En el encontramos diversas voces para referirse al relato breve: «apólogo», «conseja», «cuento», «cuento de viejas», «fábula», «historia», «historieta», «narrativa», «narración», «novela», «parábola», y «relación». La doctrina literaria que sigue el Padre Terreros es fundamentalmente la de Mayans, a quien cita varias veces como fuente. Afirma explícitamente que es inútil intentar diferenciar distintos géneros dentro de la narrativa: «Algunos han distinguido la fábula del cuento y de la novela; pero en realidad, lo mismo es uno que otra ya más larga, ya más breve» (Terreros 1786 2, p 140). Las definiciones que nos ofrece Terreros y que se pueden relacionar con leyenda son las siguientes:
- Conseja
- Cuento, fábula.
- Cuento
- Lo mismo que fábula, novela, narrativa de alguna cosa falsa, agradable y divertida.
- Fábula
- Cuento, novela o narrativa falsa, embuste.
- Historieta
- Llaman comúnmente a una historia pequeña, en que hay mucho de amoroso o fingido.
- Relación
- Narrativa, cuento que se da de alguna cosa.
- Relato
- Lo mismo que narrativa o cosa que se relata.
La doctrina de Terreros es mucho más coherente que la de los académicos del Diccionario de Autoridades. La base es la definición de «narración» («narrativa») como «exposición de los hechos que han pasado o como si hubieran pasado» que recoge de Mayans y a la que remiten muchas otras definiciones. Evita así los círculos que ya vimos en el D. A.
«Anécdota», «balada», «crónica», «ficción», «leyenda» y «tradición» aparecen en el Diccionario de Terreros, pero aún no han adquirido su significado referente a la narración. Terreros repite con respecto a leyenda las dos definiciones del D. A.: «Acción de leer» y «Lo que se lee».
Pero Terreros también recoge la voz «lejenda», que define de la siguiente manera: «Lejendas se llamaron desde el tiempo de la primitiva Iglesia a los hechos de los mártires por la costumbre que había de leerlos en las iglesias y oficio divino. Fr. Legenda. Lat. e It. Legénda. En castellano por lo general se dice en plural: “Las lejendas. Hoy son las lecciones del segundo nocturno de Maitines”». Terreros recoge también «lejendario», pero no como adjetivo, sino como un sustantivo que puede ser tanto quien escribe las lejendas cono el libro donde estas se recogen.
Los tratadistas, retóricos y lexicógrafos españoles hasta 1800 habían hablado de «apólogo», «conseja», «cuento», «episodio», «fábula», «historia», «historia fingida», «historieta», «narración», «narración fingida», «narrativa», «novela», «parábola», «relación», «relato», «romance» y «sueño». Pero nunca se habla de «leyenda» como forma narrativa.
Pero la palabra se impone. Lo podemos ver en el Semanario Pintoresco Español, que se publicó entre 1837 y 1852. Si nos atenemos a los subtítulos de las narraciones breves aparecidas en esta revista, encontramos veinticinco cuentos, dieciocho leyendas, diecisiete novelas, nueve episodios, ocho baladas, ocho historias, siete tradiciones, seis cuentos populares, cuatro anécdotas históricas, tres crónicas tres cuentos de vieja, dos novelas históricas, dos recuerdos históricos, dos fantasías, una parábola, un cuento histórico, una novela de costumbres, una novela ejemplar, una novela en miniatura, una balada en prosa, una fábula, una conseja, una aventura, un rasgo histórico y una costumbre caballeresca. De este repertorio, algunas voces nuevas pugnan con las ya acuñadas por los tratadistas de siglos anteriores por representar la narración histórico-fantástica del pasado que los románticos están desarrollando en la primera mitad del siglo. Y es leyenda la que supera a sus hermanas, como lo prueba el Nuevo diccionario de la lengua castellana de Vicente Salvá (1846). Salvá no cambia las definiciones de la Academia, pero hace una nueva aportación sobre leyenda, buena muestra del impacto de la actividad de los narradores románticos. Salvá añade una definición entre corchetes (lo que indica que es aportación suya): «Ahora se da este nombre a la novela o cuento en prosa o verso que refiere sucesos históricos o fabulosos de la Edad Media». La Academia no admitió tan rápidamente esta acepción, si bien la edición del Diccionario de 1852 ofrece una variación significativa. La voz leyenda se define en este diccionario como «la historia o materia que se lee, especialmente la que procede de tiempos antiguos». Todavía el término designa, como acepción fundamental y principal, aquello que se lee, aunque se abre paso el significado del tiempo pasado al que tanto aportaron los escritores románticos que cultivaron asiduamente la leyenda, tanto en verso como en prosa. Pero la propuesta de Salvá hace fortuna y, en el Diccionario Enciclopédico de la Lengua Española que publicaron entre 1853 y 1855 los editores Gaspar y Roig, aparece referenciada la propuesta de Salvá para el significado de «leyenda», en un estudio redactado por Ventura Ruiz Aguilera, y revisado por José Amador de los Ríos (un diccionario de plena respetabilidad científica y académica, al menos en el campo de la literatura). Y en 1854 el Novísimo diccionario de la lengua castellana que incluye la última edición integra de la Academia española y unas ocho mil voces, acepciones, frases y locuciones añadidas, de Pablo Martínez López, publicado en París por Ignacio Boix, incluye en su totalidad la propuesta de Salvá. «Leyenda» había quedado ya solidificada en el idioma como la denominación de un tipo muy específico de narraciones breves.
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Borja Rodríguez Gutiérrez