Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica
Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica

literatura comparada y tradición clásica

Comparada, del latín comparo, comparare, comparavi, comparatum; participio femenino (Fr. Littérature comparée, Ing. Comparative literature, It. Letteratura comparata, Al. Vergleichende Literaturwissenschaft, Port. Literatura comparada).

La literatura comparada designa un ámbito de los estudios literarios que tiene como base el análisis de las relaciones supranacionales y supralingüísticas de dos o más contextos literarios, o bien de estos con otras expresiones de la cultura (música, cine, escultura, pintura etcétera), con la finalidad de poner en contacto temas y motivos (tematología), géneros (genología), movimientos, corrientes y estilos literarios (historiografía), estructuras (morfología) y relaciones literarias (intertextualidad). La comparación literaria establece modelos de análisis por medio de la analogía, de paralelismos y, en general, de procesos dialécticos.

Bajo la consideración del tiempo y del espacio donde la literatura comparada y la Tradición Clásica coinciden en la formulación de sus principios, se puede hablar de comunidad metodológica entre ambas disciplinas, dado su origen contemporáneo hacia la segunda mitad del siglo XIX, para abordar el texto literario y, además, la vinculación con todos aquellos campos de la cultura en los que la literatura ha mantenido un diálogo a través de la tradición y de la comparación. De manera general, durante la segunda mitad del siglo XIX, la tradición literaria occidental inicia la formulación de diversos métodos para el análisis de los textos. Los movimientos económicos y sociales que daban también inicio a un mundo que estaba ingresando a lo que hoy se conoce como globalización, rescataban y proyectaban ideas del mundo antiguo para una interpretación de la cultura, en general, y para el caso específico de la literatura se auxiliaba, además, de los métodos de las ciencias sociales y de las llamadas ciencias exactas. Los principios del comparatismo en las ciencias puras y sociológicas influyeron en los modos de analizar otros campos y fenómenos de estudio, entre ellos la literatura, siendo este término también resultado de la clasificación de los saberes en la Modernidad. El comparatismo en la literatura tiene su origen, a decir de los estudiosos, hacia finales del siglo XIX: a partir de 1885 ven la luz los primeros estudios de literatura comparada (Hutcheson M. Posnett, Comparative literature, 1886), los primeros cursos se imparten en diversas universidades (La Sorbonne, Universidad de Lyon y la Universidad de Nápoles); incluso, se dan los primeros pasos para el nacimiento de revistas en este campo («A Zeitschrift für vergleichende Literaturgeschichte», fundada por Max Koch en 1855). De igual manera, la Tradición Clásica, sin tener ya afincado este nombre en sí, haría su aparición en los estudios literarios con Virgilio nel Medio Evo de Domenico Comparetti, libro publicado en 1872 y en el que uno de los conceptos clave es el de «Tradición Clásica» como herencia grecolatina para el espacio medieval, diferenciando además, como ha hecho notar García Jurado, una tradición culta y una popular: «Comparetti, que se inscribe claramente dentro del historicismo, utiliza el método positivista que se define como “A en B”, deducible ya en su propio título: “Virgilio en la Edad Media”» (García Jurado 2016, pp. 72–73). Esta proyección del análisis de la Tradición Clásica continuó su derrotero hasta alcanzar su plena definición con la publicación de The Classical Tradition de Gilbert Highet, en 1949. En efecto, mientras que con el estudio de Comparetti sobre Virgilio se establecía ya el concepto de «Tradición Clásica», en el ámbito de la literatura comparada, salía también a la luz Shakespeare vom Standpunkte der vergleichenden Literaturgeschichte (1890 y 1897) de Wilhelm Wetz, obra consignada por Curtius en los orígenes del comparatismo (Curtius 1953, p. 11). Para ambas disciplinas fue determinante la influencia del positivismo cultivado por Hippolyte Taine (Essais de critique et d’histoire, 1858) y el darwinismo de la historia literaria postulado por Ferdinand Brunetière (L’évolution des genres, 1890). Sin duda, los trabajos de Comparetti y de Wetz son muestra de cómo por caminos diferenciados la filología llegaba a una nueva comprensión del texto literario a partir de considerar la inclusión de los puntos de partida y de llegada, y en medio de estos las fases específicas de transmisión, relectura y recreación.

En efecto, cabe preguntarse hasta qué punto los orígenes modernos de la literatura comparada influyeron en un análisis esencial para los estudios de Tradición Clásica, como lo ha sido Virgilio nel Medio Evo. Más allá de la materia en sí de esta obra señera, es decir, dejando de lado las aportaciones filológicas de Comparetti sobre la recepción de Virgilio en la Edad Media, sobre lo que hay que llamar la atención es que, por vías diferentes, tanto la literatura comparada como la Tradición Clásica en ciernes proponían un principio metodológico común: la determinación de dos contextos históricos en los que un autor, una obra, un género, un tema y/o un tópico, se disponían para un diálogo a través de un intermediario que, por principio, tenía en cuenta la aprehensión de la lengua y de su literatura de los espacios seleccionados. Las posibilidades de combinación entre los puntos temáticos ofrecen, a su vez, un conjunto de exégesis inusitadas; «Virgilio en el medioevo» indica, de primera instancia, dos puntos exactos que se colocan frente a frente. La mención del poeta latino implicaría la totalidad de su obra y del contexto al que pertenece; mientras que Edad Media es un espacio abierto que, dicho así, resultaría, también en un primer momento, ambiguo. La selección de los motivos y la misma pauta de los elementos de recepción acotan lo que en un primer momento parecería un tema abierto. Sin embargo, se ha postulado también la siguiente hipótesis: «la Tradición Clásica es simplemente una parcela particular del ámbito más general de la literatura comparada en su modalidad diacrónica y diatópica» (Laguna Mariscal 1994, p. 284). Si bien es cierto que ambas disciplinas tienen en común la visión historiográfica y las variaciones temáticas en un tiempo y espacio comunes a dos contextos literarios, cabe reparar que la Tradición Clásica hunde sus raíces en la Antigüedad misma, aún cuando su denominación sea resultado de una serie de estudios que van de Comparetti a Highet, mientras que la literatura comparada como disciplina tiene poco más de siglo y medio de presencia. En todo caso, como apunta García Jurado, «una vez queden bien diferenciados y legitimados los objetos de estudio de las literaturas antiguas y modernas, será cuando la juntura “Tradición Clásica” nazca, precisamente, a caballo de esta polaridad: aunque se considera que las literaturas nacionales modernas son herederas de la antigua literatura clásica, también se entienden ya como algo esencialmente distinto. La “Tradición Clásica”, por tanto, nacerá como una disciplina específica que permita estudiar la herencia clásica grecolatina de las literaturas modernas cuando, paradójicamente, ha surgido ya una conciencia histórica de la Antigüedad como algo terminado y ajeno» (2007, p. 163). Si esto es así, difícilmente se puede aceptar que la Tradición Clásica sea un esqueje de la literatura comparada; antes bien, fue el desarrollo de las ciencias sociales durante el siglo XIX lo que condujo por distintas vías y con presupuestos muy cercanos hacia el horizonte de dos disciplinas que a lo largo de su existencia han mantenido, a veces sin saberlo plenamente, múltiples vasos comunicantes (Stella 2002, pp. 71–127).

La investigación de Comparetti es un caso donde la diacronía y la diatopía confluyen: hay un camino con estaciones para poder llegar al espacio medieval desde Virgilio, por lo que habría que matizar y repensar si el modelo simple «A en B» prescinde de las relecturas intermedias. En efecto, el estudioso italiano marca estaciones en las que es necesario detenerse dentro de la evolución literaria romana para poder comprender, luego, cómo es que se interpretaba a Virgilio y su obra en la Edad Media. Tal vía sintetiza el sentido de una tradición, es decir, los pasos y las etapas que hay entre el punto de partida y el de llegada. Esto se colige de la intención de Comparetti expresada en el prefacio: «Io intendo esporre tutta intera la storia della nominanza di cui godette Virgilio lungo i secoli del medio evo, segnarme le varie evoluzione e peripezie, determinare la natura e le cause de questo i rapporti che le collegano colla storia del pensiero europeo» (Comparetti 1872, p. VII). Como se observa, hay dos puntos clave en la proposición del estudioso italiano, un interés historiográfico marcado por las mudanzas del objeto de estudio que sirven de enlace entre un mismo contexto, el cual es diseccionado para comprender la marcha de una forma de pensar la cultura europea. Siendo esto así, el viaje que emprende la tradición no es un impulso que hace a un lado los tiempos intermedios que hay entre un contexto y otro. Los puntos de partida y de llegada se tornan complejos, entonces, por las intermediaciones. En todo caso, «A en B» es solo un principio del cual parten insospechados modos de relectura y recreación.

Sin embargo, algunos teóricos de la literatura comparada sostienen la posibilidad del esquema A en B sin interludios; esto sucede particularmente en la primera etapa de la escuela francesa. Así, por ejemplo, Paul van Thiegem, ya en el siglo XX, caracteriza la literatura comparada como el estudio de las relaciones binarias del tipo «la novela en Inglaterra y en Francia». En general, esta pauta de análisis está ya superada, pero puede darse el caso de que tenga razón de ser, sobre todo si se piensa en un ejercicio de exégesis dentro de una misma lengua y su literatura en la que, sin embargo, a causa de la tradición del tema, puede darse un caso como el siguiente: se han hecho ya diversos trabajos comparativos que analizan la tradición del mito de Prometeo en el marco de lo que genéricamente se conoce como literatura griega de la Antigüedad. De Hesíodo a Esquilo median aproximadamente cuatro siglos, tiempo suficiente, sobre todo si se piensa en el tempo en el que evolucionaban los mitos en la Antigüedad, caracterizado por la paciencia de la oralidad, para que entre uno y otro autor, entre la épica arcaica y la poesía trágica, la condición del personaje en cuestión trocara de modo absoluto de antihéroe a héroe, de enemigo de Zeus a libertador de la humanidad. Este último tópico es el que permanece hasta nuestros días como la lectura que devino en esquema temático para la literatura occidental. Pero, sin duda, Esquilo tuvo a su disposición la versión hesiódica, que le fue útil para poder trazar una nueva versión influida por el pensamiento de ciertos sofistas a partir de la naciente idea del progreso y una apología de la democracia, sin mencionar nunca la palabra democracia. Y en este marco, el del desarrollo humano, Platón escribe, alrededor de setenta años después del Prometeo encadenado, uno de sus diálogos aporéticos, Protágoras, donde reelabora el mito del Titán para explicar el origen de la política como un medio para la sobrevivencia humana. Es decir, se centra en uno de los tópicos ya tratados por Esquilo y abunda en directrices de la teoría política a partir de elementos mitológicos. Por último, siguiendo en lo general esta secuencia, siglos después, hacia el 150 d. C., Luciano de Samosata escribe un diálogo, Prometeo, en el que el Titán lanza una diatriba contra Zeus, que hace eco de la retórica del Prometeo sofista de Esquilo, a modo de un ejemplo de ejercicio retórico. Basta con el cambio de la montaña escita a una cruz, es decir, que las cadenas sean ahora unos clavos, para que el sentido del mito de Prometeo se reoriente como un texto en el que la incorporación de elementos cristianos transforme la exégesis esquilea radicalmente, así como ésta trocó también en absoluto la visión hesiódica (García Pérez 2008).

El ejemplo anterior es una muestra evidente que modifica uno de los pilares metodológicos de la literatura comparada: por una parte, de acuerdo con Claudio Guillén, la comparación literaria se establece entre dos entidades supranacionales diferentes (2005, pp. 27, 41, 66); por otro lado, y a pesar de que puede parecer una obviedad, la comparación atiende los textos literarios en su lengua original y, en consecuencia, entre dos esquemas supralingüísticos distintos (Guillén 1998, pp. 14, 21–26). Pues bien, si nos centramos en el primer punto, la idea de una literatura griega en la Antigüedad es inoperante en términos de nación para los textos a los que hemos hecho referencia a propósito del mito de Prometeo. Es cierto que había una noción de entidad helénica a partir de diversos elementos culturales que unificaban a las comunidades griegas, en particular la lengua y, enseguida, el imaginario mitológico, una de sus creaciones inmediatas, si no es que la primigenia y fundante para cualquier otro tipo de discurso. La comunidad de los temas poéticos es continuidad de la creación y difusión oral de los mitos, por lo que ahí está presente ya una noción de tradición —quizá sea la tradición per se—, pero no de frontera cultural que coloque la etiqueta de nacionalidad a lo literario. El ejemplo del mitologema de Prometeo permite comprender, entonces, la cooperación y coincidencia metodológica de la Tradición Clásica y de la literatura comparada.

El mito es recreado en la poesía sin el concepto de nación; en cambio la literatura aparece como un concepto moderno para diferenciar la ciudadanía literaria a partir de una distinción lingüística e, incluso, ideológica. Siendo esto así, es posible hallar en la literatura comparada una visión incompleta de los contextos de comparación cuando se proyecta A en B, sin considerar la inclusión de otros contextos intermedios o bien, siendo contemporáneos, obviarlos a partir de una premisa supranacional que nace en la elaboración cultural de la lengua. No está de más repetirlo y subrayarlo: la supranacionalidad se define a partir del concepto de nación, que puede llevar a contextos muy cerrados, como sucede con las propuestas de van Thiegem, cuando, paradójicamente, el comparatismo ha tenido como objetivo el diálogo literario. Esto último es lo que ocurre con Antígonas de George Steiner, por ejemplo, un estudio erudito que puede ser leído en clave de literatura comparada cuando se analiza el mito griego en cuestión a través de su recreación en la música y en el cine; o bien cuando Steiner perfila el contenido de Antígona como idea política, filosófica o antropológica, es decir, la comparación en el campo estrictamente literario, sino además con otros discursos y formas al arte (Steiner 2013). Y también se puede abordar este libro desde la Tradición Clásica, pues el modelo poético parte, sin duda, de la tragedia de Sófocles y traza un recorrido que da cuenta de las principales adaptaciones, comentarios y traducciones de la versión trágica del poeta griego. Steiner centra sus Antígonas en la Modernidad europea, se guía por los grandes cambios históricos, como la Revolución francesa y las ideas filosóficas, sobre todo las de factura alemana, para ofrecer una exégesis poética y filosófica del personaje sofocleo. El gran soslayo es que no hay en el universo de Steiner el personaje de Antígona de la tradición hispánica. Su comparatismo es selectivamente europeo a partir de un núcleo germano y anglosajón. Y se podrá decir de manera simple que los contextos del pensamiento hispanoamericano y lusitano le eran completamente ajenos, sin más. Pero, quiérase o no, la mirada de Steiner es un ejemplo de la parcialidad con la que tanto la Tradición Clásica como la literatura comparada definen sus objetos de estudio al marcar necesariamente un contexto. Al comentar las 258 recreaciones que José Vicente Bañuls y Patricia Crespo recuperan en Antígona(s): mito y personaje. Un recorrido desde sus orígenes (2008), Aurora López contrapone este volumen a la luz del trabajo de Steiner y afirma:

Ese gran interés que desde tanto tiempo atrás venía despertando la recreación literaria, teatral, musical, pictórica, artística en una palabra, de Antígona, encuentra un momento de gran atención en el ámbito de la investigación al publicarse en Nueva York, en 1984, el libro ya clásico y de referencia obligada de George Steiner, Antigones, pronto editado en versión española, y traducido también a otras lenguas. Se trata de una obra excelente, sin lugar a dudas, y que ha marcado una pauta en una más profunda interpretación de diversas versiones de Antígona, pero con un defecto grave, también sin lugar a dudas, que es el total desconocimiento y ausencia en todo su recorrido de las versiones españolas, latino-americanas y portuguesas de este mito (López 2015, p. 222).

¿La supranacionalidad en el caso de Antígonas está orientada o matizada por cierta ideología o por una elección determinada por la carga cultural del autor francés? El mismo Steiner, profesor de literatura comparada en diferentes universidades europeas, aclara que no ha sido su interés el abarcar todas las posibles versiones de Antígona, pues sostiene que «el desarrollo de las unidades metamórficas no tiene fin. En este mismo momento se están desarrollando nuevas interpretaciones críticas y textuales de Antígona, se están ofreciendo nuevas versiones escénicas, musicales, coreográficas y cinematográficas, se presentan nuevas variaciones y adaptaciones de la “historia”. Pero cada una de esas manifestaciones tendrá a su vez que poner a prueba sus fuerzas ante las de su fuente sofoclesiana» (Steiner 2013, p. 326).

El grave defecto que se ha visto en la ausencia de Antígonas que hablan español o portugués en el libro de Steiner quizá sea resultado de cierta naturaleza arbitraria del método comparativo, como veremos más adelante en una definición acerca de lo que es esta disciplina literaria. Se puede percibir que la Tradición Clásica, por el contrario, no establece parámetros de supranacionalidad, en un hipotético método, como premisa sine qua non. Como hemos visto en el ejemplo de las diferentes versiones del mito de Prometeo en el ámbito de la literatura griega antigua, son los distintos contextos y sus ingredientes particulares los que configuran al Titán como un héroe ya de manera religiosa, política, filosófica o como peculiar instrumento poético. Lo mismo puede decirse de tantos personajes-mito de la Antigüedad griega y romana, tal como lo abordó, por ejemplo, Alfonso Reyes en su ensayo Las tres Electras del teatro ateniense (1908).

Los caminos de la tradición y de la comparación son insospechados y pueden partir de unidades mínimas en las que se encuentra el ingrediente clásico: en el moderno lema «es mejor morir de pie que vivir de rodillas» sin duda hay un fuerte eco de la rebeldía prometeica, quien atado a la montaña permanece de pie, antes que doblegarse ante Zeus. Numerosas son las atribuciones de tal frase: Benito Juárez, Emiliano Zapata, Dolores Ibarruri, Ernesto «Che Guevara», pero quien apuntó fino en el origen de tal idea sin duda es Albert Camus en su ensayo L’homme révolté (1951), al conducir su discurso de tal rebeldía hacia Prometeo, como raíz y origen mítico. De 456 a. C., año en el que suele datarse el Prometeo encadenado de Esquilo, a 1951, cuando fue publicado el ensayo de Camus, se puede proyectar una tradición poética griega que deviene en una postura política del rebelde del siglo XX. Lo que queremos subrayar con este ejemplo es que, sin mediación clara, estamos frente a una idea textual e iconográfica, así como original y, al mismo tiempo evanescente, hasta el momento en el que el filósofo franco-argelino la sitúa en el devenir de la historia de las ideas sin pensar en la constricción de los nacionalismos. Y más allá incluso de la reflexión camusiana, lo que unifica a los personajes, de ficción o no, que han expresado dicho pensamiento, de Prometeo al Che Guevara, es la libertad. Como tema, la libertad sería objeto de estudio de la literatura comparada y de la Tradición Clásica. Los resultados, no obstante, serían diferentes.

Los límites de las filologías que se orientaban a los estudios de textos escritos en una lengua particular que, por extensión, marcaba los parámetros de una nación y la especificidad de los elementos culturales que entraban en la determinación del objeto de estudio, fue una de las razones que condujo a la fijación del concepto sobre la literatura comparada. La supranacionalidad y la estructura supralingüística pretenden romper los límites que imponían las reglas de los estudios literarios conocidos hasta la segunda mitad del siglo XIX. No deja de ser una paradoja que el comparatismo literario rehúse, en cierto modo, la nacionalidad de las letras, pero tiene que fundamentar su punto de partida, al menos en la visión más ortodoxa, de dos contextos literarios diferenciados, es decir, dos naciones literarias que al dialogar trascienden y su objeto de estudio ingresa al espacio de lo supranacional y de lo supralingüístico. La literatura comparada, así, es deudora del univocismo positivista que, reiteramos la paradoja, buscaba el analogismo al querer diluir la idea de nación literaria. La idea de una república de las letras, como se sabe, nace en el seno de la discusión entre antiguos y modernos, es decir, la querella entre los escritores franceses que evidenciaban y argumentaban las virtudes de los autores griegos y romanos frente al ataque de aquellos que pugnaban por una literatura francesa, con modelos alejados de lo grecorromano, superior a la italiana y, más tarde, a la española (Fumaroli 2008, pp. 45–116). Es en el contexto de los siglos XVII y XVIII donde quizá se traza una fuerte frontera sobre la nacionalidad de la literatura al tratar de marcar distancia de la Antigüedad clásica (aunque el término «clásico» no era utilizado entonces para denotar lo griego y lo romano). Es decir, de manera anacrónica puede verse una disputa de un comparatismo que juzga caducos a los antiguos y una Tradición Clásica que no desaparece y, al contrario, para algunos ganó la batalla a los modernos o, en el mejor de los casos según se quiera ver, ambos bandos empataron, como lo fabuló Jonathan Swift en The Battle of the Books (1705). Luciano Canfora, por su parte, recupera y expresa el valor de lo clásico de este modo:

No cabe duda de que los llamados estudios "clásicos" son uno de los puntales de la cultura occidental. Podría incluso afirmarse, con toda razón, que esa misma cultura nace —en el Occidente de Europa— como una reformulación de la civilización griega y romana y como contraposición con lo moderno en nombre de lo antiguo (Canfora 1991, p. 5).

Es probable que esta última aseveración, de aplicarse a la literatura comparada, fuera ya un hecho dado en la tradición literaria desde el punto de partida de Grecia y Roma. Max Koch, en la apertura del primer número de Zeitschrift für vergleichende Literaturgeschichte (1886), establece que cualquier intento por trazar una historia de la literatura debe partir de una base comparativa. El ejemplo más que evidente era la cantidad notable de elementos literarios de factura clásica que se encuentran en las literaturas de Europa. Siendo esto así, la dependencia supranacional entre las literaturas europeas parte de modelos comunes, por lo que una posible historia de su literatura será resultado irrecusable de la Tradición Clásica. Al considerar las lenguas y literaturas griega y romana como modelo de las literaturas nacionales de Europa, se establece de modo implícito la certidumbre de que en el fondo se halla la idea de tradición a partir de una visión historiográfica. Esta mirada considera lo clásico como una secuencia que llega a definir las características de las literaturas nacionales y las relaciones e, incluso, dependencias que hay entre ellas. No está de más señalar otro dato que evidencia las paradojas del comparatismo: el primer número de la «Zeitschrift» contiene trabajos solo de académicos germanos y la casi totalidad de los temas expuestos están acotados a las relaciones literarias en lengua alemana, si bien aparecen dos trabajos que escapan de la órbita germano-clasicista, uno sobre poesía china y otro sobre fábulas africanas. Y la paradoja se remata con estas palabras de Koch: «La literatura alemana y el avance de su comprensión histórica dará forma al punto de partida y el centro de gravedad para los esfuerzos de la Zeitschrift für vergleichende Litteraturgeschichte». El método que busca romper la frontera, determinada por este mismo método, coloca, según se colige de la postura de Koch, a la literatura germana como punto central a partir del cual todo gira.

La producción literaria ha sido el campo primigenio en el que se cultiva la exégesis de la Tradición Clásica, tal como lo propuso Gilbert Highet en su libro homónimo, donde reconoce dicha tradición como una reconstrucción de la civilización occidental a partir del todo que involucra el pensamiento romano y griego (Highet 1949, pp. 3–4). El bosquejo historiográfico deriva en la obra de Highet en un mayor peso sobre la segmentación periódica de los géneros literarios, influido quizá por el darwinismo de Brunetière (L’evolution des genres, 1890). The Classical Tradition, publicado en 1949, coincide con la visión de Koch, pues su análisis fundamental en este campo de los estudios literarios aborda la influencia de Grecia y Roma en las literaturas de Occidente desde una perspectiva historicista que atiende también la periodicidad de los géneros. Este asunto no menor se puede ver desde dos puntos de vista: el primero consistiría en establecer espacios temporales en los que el foco es la determinación de conceptos clave, como «tradición» y «clásico», tal como lo ha expuesto García Jurado (2016, pp. 60–62). Y, en segundo lugar, otro asunto es observar cómo los mismos materiales literarios han seguido un camino que obliga al estudioso a reconsiderar una y otra vez el método de análisis a partir de la trama y la urdimbre, dos conceptos esenciales que la literatura comparada desarrollaría como especificidades de estudio: la genología y la tematología. Y es que la más de las veces es el objeto de estudio el que reorienta las pautas metodológicas y no son estas las que llevan la exégesis al laboratorio. Vale la pena citar aquí una definición de literatura comparada que dilucida esto último. Escribe Luz Aurora Pimentel que:

El método comparativo en sí no es lo que distingue a la literatura comparada como disciplina, puesto que comparar es una operación racional básica en la adquisición de conocimientos. Lo que define a la literatura comparada es el estudio interrelacionado de dos o más literaturas en lengua diferente. Este carácter internacional y plurilingüístico, así como el estudio interrelacionado de la literatura, constituyen la verdadera esencia de la literatura comparada, a diferencia de aquellos cursos de literatura dicha «universal» que no ofrecen sino una colección más o menos arbitraria de textos aislados. La literatura comparada no designa entonces una metodología específica, sino un modo de estudiar la literatura. En un intento por trascender las fronteras lingüísticas y culturales de una literatura nacional, el estudio comparativo de la literatura amplía el sistema de referencias con objeto de propiciar una mejor apreciación del fenómeno literario (Pimentel 1988–1990, p. 92).

Si existiera algo asible en un volumen o un curso universitario que tratara de la literatura universal, no se estaría abordando siempre más que una parcela del objeto de estudio o de una generalización que sería útil para marcar fronteras. Una vez que se ha definido a Grecia y Roma como punto de partida tanto de la Tradición Clásica como de la literatura comparada, lo que sigue es una derivación múltiple de recreaciones que no solo guardan relación con el texto, sino con cualquier manifestación de la cultura que se vincule en cierto grado con ese origen. Quizá la búsqueda de la universalidad de la literatura comparada se halla en la Tradición Clásica misma, esto es, la irradiación de los modelos clásicos, sus relecturas y sus recreaciones, son una unidad en la medida en la que cada uno de sus esquejes vive desde la raíz central, aquella que lo nutre y que acoge a cada una de las perspectivas de su aquí y ahora. Ejemplifiquemos esta idea que puede ser abordada tanto desde la Tradición Clásica como desde la literatura comparada: el autómata como producto humano tiene su base en la idea de la creación de la primera mujer, Pandora, un ente artificial pergeñado por Zeus y elaborado por Hefesto. Claramente hay notables diferencias dadas por los particulares contextos, pero en el fondo se halla la idea primigenia de crear vida, acto reservado antiguamente a los dioses, pero que, gracias a la tecnología, regalo de Prometeo, pasa al terreno humano, a la aspiración del mortal que, como el doctor Frankenstein, pretende ser un dios al dar vida a un monstruo mucho más humanizado que el hombre, diseñado y guiado por la tecnología. Los tópicos que se revelan en este ejemplo obedecen a una proyección donde lo supranacional no tiene cabida porque, precisamente, el comparatismo comprende que a través de la tradición del mito vuelto literatura, religión o filosofía, el individuo se coloque en un mismo plano, donde la ideología pasa a un segundo lugar. Siendo esto así y como señala Pimentel, la comparación es una acción racional básica, esto es, la apreciación de dos o más objetos de estudio desde los puntos de correlación que resulta de un modo natural de pensar en los seres humanos. Algo semejante sucede con la tradición, si se vive dentro de ella, lo cual resulta más complejo de comprender, porque este concepto es resultado de la evolución de la cultura, a diferencia del simple acto de comparar. Una tradición deviene en un acto cultural natural si se vive dentro de ese espacio; algo tan complejo como vivir dentro de una tradición literaria, lo cual para los clásicos dista mucho de ser así.

Como se ha podido observar, la literatura comparada y la Tradición Clásica parten del reconocimiento explícito de un sustrato común: las lenguas y literaturas clásicas. Dicha aclaración no es menor si se tiene en cuenta que algunas visiones modernas que se ocupan de la literatura obvian e, incluso, impugnan las raíces griega y romana como sustento de su propuesta de estudio. La ubicación del origen del objeto de estudio y de su exégesis a través de un método caracterizan también a ambas disciplinas en el aspecto historiográfico. La contextualización del fenómeno literario permite apreciar el devenir de los distintos modos de leer, interpretar y reelaborar los materiales clásicos, pues solo de este modo sería válida cualquier exégesis. Es por ello que, quizá, uno de los vínculos más fuertes que hay entre las dos disciplinas sea el de su carácter historiográfico, si bien es cierto que esta mera perspectiva del comparatismo deja de lado otros campos como la tematología y la genología; incluso corre el riesgo de constreñirse a la secuencia de A en B (Wilhem Wetz). Por otra parte, la visión taxonómica de los componentes del texto apunta ya al estructuralismo, en el que los resultados son operaciones que limitan el análisis al comportamiento de los contextos literarios puestos frente a frente. Por último, la propuesta de Brunetière (L’evolution des genres, 1890), en consonancia con Koch, de considerar a Europa como punto de partida único, limitó en su momento el objeto de estudio entre las literaturas de ese continente, sus relaciones y dependencias. Si se abriera el campo de comparación, el punto de arranque siempre sería Europa. Esta visión está ampliamente superada. Sin embargo, la coincidencia con la Tradición Clásica es, por lo demás, irrebatible: este concepto remite irrecusablemente a las literaturas griega y romana, fundamento de la literatura europea y, en consecuencia, la cadena de relaciones en dicha tradición es producto de las continuas relecturas y reelaboraciones. Aún más, como ha apuntado García Jurado, «a medida que el siglo XIX vaya derivando al nuevo discurso de la historia de las literaturas nacionales, cederán su terreno en el mundo académico la poética y la retórica, que no dejan de ser visiones atemporales y universales del hecho literario» (2016, p. 75). Es decir, la Tradición Clásica, así como la literatura comparada, abrieron sus horizontes en la medida en la que se fueron definiendo los conceptos modernos de supranacionalidad y de estructura supralingüística. La tradición es un hecho social que al irse construyendo al paso del tiempo teje una relación inseparable con lo literario, de ahí que cada eslabón es objeto natural de comparación, cada esqueje está relacionado con el tronco y este debe su naturaleza a la raíz. Sin duda, tanto la Tradición Clásica como la literatura comparada son dos disciplinas metodológicamente modernas y, al mismo tiempo, naturalmente antiguas, pues su construcción como disciplina es producto del desarrollo del positivismo, pero su objeto de estudio y el modo de abordarlo ha sido un proceso que se ha dado de manera natural desde el origen mismo, es decir, por lo menos desde Homero y siguiendo comparativamente la tradición, desde el momento mismo en el que se concibió el mito. En fin, parafraseando la presentación de Carlos García Gual al volumen IX de 1616, revista de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, ambas disciplinas parecen «compartir con la “primera filosofía” según Aristóteles el rasgo de “buscarse á sí misma(s)”», son ciencias «siempre en cuestión» y difíciles de definir, más que un método de «enfocar lo literario y una actividad que un conjunto bien esquematizado de reglas. De ahí también, por otro lado, su interés y su vivacidad» (García Gual 1995, p. 7).

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David García Pérez

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