Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica
Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica

pervivencia

del latín pervivere y sufijo ncia (del latín -nt- y -ia) (Al. Fortleben, Nachleben, Fr. Survivance, Ing. /, /Pervivence It. /, /Presenza).

Según el Diccionario de la Lengua Española, «pervivencia» es la «acción y efecto de pervivir», verbo que, a su vez, se define como «Del Lat. pervivĕre. 1. intr. Seguir viviendo a pesar del tiempo o de las dificultades». El preverbio latino «per-» indica «por medio de» y «cumplimiento». De una manera más concreta, en el ámbito de la Tradición Clásica el término «pervivencia» se usa a menudo para hablar acerca de la vida de los autores clásicos grecolatinos a lo largo de los siglos posteriores, si bien, dentro del ámbito hispano su uso a menudo no presenta diferencia con otros análogos como los de «tradición» o «influjo».

De los aspectos y obras de la Antigüedad es habitual realizar un estudio puramente sincrónico, pero también es posible superar ese marco para investigar las distintas formas en que lo antiguo se conserva —bien inalterado, bien evolucionado, bien reformulado— y se relaciona con manifestaciones posteriores, nuevas, pero que deben algo o mucho a lo clásico y con las que puede descubrirse un vínculo justificado. Al estudiar esta forma de transcender en el tiempo («pervivencia»), algunos estudiosos prefieren atender a lo clásico en general en sus diferentes manifestaciones (ideas, instituciones, obras literarias, arte, mitología…), mientras que otros muestran una atención exclusiva o predominante a lo literario o a lo artístico. En el estudio de este proceso se han utilizado distintas estrategias: puede optarse por analizar como algo prioritario el proceso de pervivencia y transmisión (de ello se ocupan los estudios conocidos normalmente como de pervivencia o de Tradición Clásica) atendiendo, ante todo, a los elementos antiguos y a sus formas de mantenerse a lo largo del tiempo. También es posible atender especialmente a los receptores y estudiar qué influencia ejerce en ellos lo antiguo y cómo seleccionan, leen y reformulan ellos lo antiguo. Se habla entonces de estudios de «recepción». Para muchos estudiosos, la denominación «Tradición Clásica» abarcaría tanto la pervivencia (o la transmisión) como la recepción (Cristóbal López 2013, p. 18). No obstante, otro tipo de relaciones, más abiertas, menos evidentes, menos jerarquizadas, más complejas, son también posibles (García Jurado 2016, pp. 228–246).

Por ello, el estudio puede hacerse partiendo de lo antiguo para llegar a lo más reciente o tomando como punto de partida lo más reciente para vincularlo a lo antiguo. En ocasiones, la relación se concebirá como de un solo sentido (como la herencia o influencia llamada «de A en B»), en otros casos se contemplará la posibilidad de relaciones de dos sentidos: desde lo anterior a lo posterior, pero también las influencias (paradójicas, pero frecuentes) desde lo posterior a lo anterior.

El proceso de transmisión puede ser explicado a partir de un vocabulario y unas ideas que privilegian alguno de los aspectos de este complejo fenómeno. Laguna (2004) estudia algunos términos como «legado», «herencia» y «pervivencia», y García Jurado (2016, pp. 31–32) ha identificado cuatro metáforas que explican los términos utilizados y los enfoques que adquieren prevalencia:

  1. Metáfora hereditaria: se utilizan los términos «legado» y «herencia». Supone un movimiento de atrás hacia adelante en un único sentido. Se insiste en la idea de continuidad (como en el caso de «pervivencia»), pero aquí no se subraya la identidad de lo anterior y lo posterior. Lo que continúa es objetivo, inanimado y ajeno (en cuanto poseído, frente a la pervivencia); García Jurado (2016, p. 34) dice que es «material». También es parcial (pues la pervivencia, en cierto sentido, tiende a ser completa). El legado clásico puede ser «legalmente reclamado», pero puede también no llegar a las manos correctas. Por otro lado cabe plantear que existe una cierta obligación «moral» de mantener las herencias y los legados y no malbaratarlos. Típico de este enfoque es una estrategia de estudio del tipo «A en B» (García Jurado 2016, p. 250).
  2. Metáfora de la inmortalidad: para referirse al proceso se habla de «pervivencia» o «fortuna». Se concibe, insistiendo en lo vital, como una continuidad de lo clásico, bien ininterrumpida, bien «retomada» tras uno o varios paréntesis (muertes o fases «valle»). García Jurado (2016, p. 250) la vincula con los planteamientos de la historia cultural y el vitalismo de las teorías de Nietzsche, pero evidentemente también se aplica con mucha frecuencia este término a estudios en los que prima la estrategia de estudio «A en B».
  3. Metáfora del contagio: «influencia» implica un movimiento del pasado hacia el futuro. Se ha subrayado la importancia de entender a lo clásico como vivo y con una capacidad especial de expandirse (de fluir) e imponerse (García Jurado 2016, p. 15). Lo clásico tendría una importante cualidad inmanente, que se mantendría (por lo que García Jurado habla de «esencialismo»), aunque en cada periodo podría lógicamente resultar diversamente interpretada. Como en casos anteriores es propio de este enfoque una estrategia de estudio del tipo «A en B» (García Jurado 2016, p. 250).
  4. Metáfora democrática: se suele emplear el término «recepción». Este enfoque permite subvertir el orden normal y que el condicionamiento vaya del futuro al pasado (García Jurado 2016, p. 15). Se insiste en la lectura que en el periodo posterior se hace de lo anterior, estudiando el sentido que adquiere lo clásico en un contexto posterior y la aportación que lo posterior supone para la anterior. Conocer el Ulises de Joyce nos hace leer de otra manera la Odisea.

La metáfora de la pervivencia compartiría con la hereditaria y la del contagio el insistir en el proceso y el que se conciba, a diferencia de la metáfora democrática, como un movimiento esencialmente de lo anterior a lo posterior. Con la metáfora del contagio comparte la idea de vitalidad.

Dicho todo esto, resulta muy importante matizar que en el título de los trabajos científicos dedicados a pervivencia pueden aparecer los términos estudiados («legado», «herencia», «pervivencia», «fortuna», «influencia», etc.) de una forma muy libre, empleados casi como sinónimos, sin que haya una reflexión profunda sobre las implicaciones del uso del término. Ello resulta muy frecuente. El término «recepción», menos homogéneo que los otros, suele, en cambio, aparecer en estudios en los que la metodología y fines del trabajo responden de una manera más meditada a la denominación.

El término «pervivencia» y otros similares. «Pervivencia» supone continuidad de la vida. Indica que la obra no transmite elementos, sino que ella misma está presente. El significado que el DLE da tanto a «pervivencia» como al correspondiente verbo «pervivir» (ya indicados al comienzo de esta entrada) da la idea de un «recorrido» que implica «continuación». La definición del diccionario implica que la acción supone un triunfo sobre el tiempo, al indicar de manera específica que «pervivir» es «seguir viviendo a pesar del tiempo o de las dificultades». El segundo aspecto, que introduce las «dificultades» para la supervivencia, nos lleva a otro término a veces aplicado a la pervivencia, «fortuna», pues «fortuna» apunta a sus vicisitudes.

En la bibliografía en español encontramos desde la década de los 40 del siglo XX trabajos que incluyen en su título el término «pervivencia» (así uno de Vicente Blanco sobre Horacio en 1945). Desde 1975 aparecen varios trabajos que incluyen el término en su título dentro de la publicación Cuadernos de Filología Clásica y las revistas que derivan de ella. En el IX Simposio de la Sección Catalana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, que tuvo lugar en 1988, se reservó una sección dedicada a «Pervivència del mon clàssic» (sobre esto último Laguna 2004, p. 84). Los trabajos son a veces estudios sobre la pervivencia en el ámbito literario (de un género, de un autor, una obra, un personaje, un tópico o motivo). Puede estudiarse también la pervivencia de los distintos ámbitos relacionados con la Antigüedad clásica: el propio mundo clásico en general, la cultura, la mitología, la retórica, la lengua, la métrica, la política…

Cabe señalar otros términos similares y también utilizados en español, como «perduración». La reseña de María Rosa Lida de Malkiel (1952) del célebre libro de E. R. Curtius Literatura europea y Edad Media latina se titula «Perduración de la literatura antigua en Occidente». Asimismo, tenemos «presencia», término que probablemente se difunde por influencia francesa. Buen número de trabajos utilizan en sus títulos este término en España desde los años 60 del siglo XX. En ocasiones existen asociaciones que logran fortuna, como la del término «presencia» con «Virgilio», que puede encontrarse en varios trabajos y es consecuencia del éxito e influencia del libro de Brasillach titulado Présence de Virgile (París, 1931). Hay que indicar también el término «fortuna». Como indicábamos antes, el término originariamente podría hacer alusión a los avatares del objeto de estudio en su decurso diacrónico, si bien no se trata de un título muy habitual en España. Ejemplos pueden encontrarse desde los años 70 del siglo XX (como el trabajo de Antonio Bravo, en realidad sobre la fortuna de traducciones de Quinto Curcio Rufo). Otra palabra posible es «ecos»: aunque no exclusivamente, la mayoría de los trabajos donde aparece este término pertenecen al ámbito de la literatura. En la década de los años 20 del siglo XX pueden ya encontrarse trabajos en inglés e italiano; a comienzos de los 30 en francés. Incluye este término un estudio de Fermín de Urmeneta sobre Aristóteles publicado en 1968.

Pasando a otras lenguas, el primer término en ámbito germánico es «Fortleben», al que sigue «Nachleben». También existe, aunque algo menos directamente relacionado con lo vital, «Fortwirken». En ámbito anglosajón destaca Survival. En ámbito francés «presence» y «fortune». En Italia, «fortuna», aunque encontramos también «presenza».

«Fortleben» es un término que se populariza en Alemania durante el último tercio del siglo XIX y que se aplica a una línea de trabajos que en el ámbito de la filología clásica sigue planteamientos que en el estudio de la literatura alemana se habían aplicado a autores como Goethe (1887) y Lessing (1893). Los trabajos que surgieron, como el de Karl von Reinhardstoettner sobre Plauto (1886) o el de E. Stemplinger sobre la lírica horaciana desde el Renacimiento (1906) eran considerados en la época aportaciones al ámbito de la literatura comparada y no a la filología clásica (Schmidt 2000, p. 86). El término se sigue aplicando a lo literario y a otros ámbitos (como la mitología) a lo largo de la primera mitad del siglo XX, como muestran, entre otros, los estudios de B. Sturmfall (1907, sobre la historia de Amor y Psique); F. von Bezold (1922, sobre los dioses antiguos en el Renacimiento); W. Jordens (1933, sobre dramas acerca de Edipo en Francia) o W. Fischli (1943–44, sobre la pervivencia de Lucano).

Por su parte, «Nachleben» puede significar, según el diccionario de los hermanos Grimm (1889), «vida que pervive» o «vida que imita», y el correspondiente verbo puede tener el sentido de «sobrevivir» e «imitar» (Vargas 2017, p. 37). El término se populariza en ámbito alemán después que el de «Fortleben» y disfruta de gran predicamento durante las décadas de los años 20 y 30. Hitos en la difusión del término son: en primer lugar, el volumen de Otto Immisch, Das Nachleben der Antike (1919, segunda edición de 1933), quién también impulsará la colección Das Erbe der Alten; asimismo tenemos la obra de A. Springer, Das Nachleben der Antike im Mittelalter (1927). También contamos con los trabajos bibliográficos de Richard Newald, en especial las reseñas de publicaciones sobre «Nachleben der Antike» en 1931 y 1935. En 1960 Newald publicó Nachleben des antiken Geistes im Abendland bis zum Beginn des Humanismus. Eine Überschau (Tübingen, 1960). Ya antes, por iniciativa de Crusius, se había añadido (aunque únicamente en los números 7–85, 1912–1930) al título de / Zeitschrift für das Klassische Alterthum/ la coletilla «und sein Nachleben». En 1914 se añade un apartado para «Nachleben» en Bibliotheca Philologica Classica (Schmidt 1995, p. 164). El término se constituye en alternativa a «Fortleben», que tenía implicaciones que permitirán entenderlo como una vida tras la muerte (cf.​ «Afterlife») (Schmidt 2000, p. 87). Más tarde, mientras el término pierde importancia en el ámbito germánico desde 1932, a favor de denominaciones que ponen el foco en la Recepción («Rezeption»), se extiende también al ámbito anglosajón, donde resulta muy utilizado (como explica Schmidt [2000, p. 87], los no germanoparlantes no perciben los valores secundarios de «nach» como «tardío, secundario, poco importante»). El término va siendo, en cambio, cuestionado en el ámbito germánico, de modo que en 1954 Newald señala el carácter engañoso del término, dado que la fuerza de un fenómeno antiguo no reside tanto en sí mismo como en su recepción: «Der Ausdruck ist irreführend […]. Die Wirkenskraft irgendeiner antiken Erscheinung liegt nicht in dieser selbst, sondern Aufnahmebereitschaft eines Zeitalters» (apud Schmidt 2000, p. 87). Acerca del término «Nachleben» véase también infra lo que se dice acerca de O. Immisch y A. Warburg. En alemán tiene, asimismo, importancia el par «Fortwirken» / «Überlieferung». Se trata de términos utilizados, por ejemplo, por M. von Albrecht en su Literatura latina. Por «Überlieferung» se entiende «transmisión manuscrita» y por «Fortwirken» «influencia»; puede verse también von Albrecht, Kissel y Schubert (2005).

En los ámbitos anglosajón y francés, contamos con otros términos importantes, como «survival» y «survivance». El término «survival» se usa desde los años 20, pero en los 30 y 40 se producen una serie de importantes publicaciones donde aparece dentro del título. Se trata de los repertorios bibliográficos del Warburg Institute: A bibliography on the survival of the classics, I: (1931), London, Warburg Institute, 1934 y A bibliography on the survival of the classics, II: The publications of 1932 and 1933, London, Warburg Institute, 1938. En lengua francesa es muy importante la aparición en el Reino Unido (dentro del ámbito del Warburg Institute) del libro de Jean Seznec titulado La survivance des dieux antiques. Essai sur le rôle de la tradition mythologique dans l’humanisme et dans l’art de la Renaissance (Studies of the Warburg Institute, 11), London, Warburg Institute, 1940.

Finalmente, vamos a remitirnos a las ideas de «presencia» y «fortuna»:

«Presence»: A partir del título del ya mencionado libro Presence de Virgile (1931) de Robert Brasillach, Raymond Chevalier ha organizado una serie de coloquios titulados «Presence de…»: Virgilio (1978), Cicerón (1984) Séneca (1991), Tácito (1992), Tito Livio (1994), Salustio (1997), Lucrecio (1999), Frontón (2002) y Suetonio (2011), sobre la fortuna y la crítica de estos autores y su obra (cf. Laurens 2014, p. 19 n. 34).

«Fortuna» / «Fortune»: Si el término «fortune» parece no haber sido muy usado en Francia (el primer testimonio que hemos encontrado es un trabajo de Aulotte (1960) sobre Safo en el siglo XVI, el uso en Italia es muy temprano (años 20), como lo prueban trabajos como los de Zabughin (1922) sobre Virgilio en el Renacimiento y Michelangeli (1922) sobre Anacreonte, y más amplio, pues es el término más utilizado en este país para referirse al proceso que estudiamos.

El estudio de la pervivencia del mundo clásico: formas e hitos. La idea de «pervivencia» en su sentido etimológico está vinculada a los conceptos «vida», «desarrollo vital», «muerte» e «inmortalidad». Sobre estas nociones se generó un pensamiento en la Antigüedad algunas de cuyas reflexiones fueron retomadas en periodos posteriores. Destacan tres ideas: la inmortalidad de Roma, la inmortalidad literaria y la metáfora biológica (nacimiento, desarrollo y muerte en un trazado parabólico) aplicada a otros ámbitos.

Los romanos fueron desarrollando la idea de que Roma es eterna. La idea aparece apuntada en Cicerón (Cic. Rab. Perf. fr.​ 33), pero en época augústea se consolida y difunde, apareciendo en distintos autores: Tibulo (Tib. 2, 5, 23–24), Virgilio (Verg. Aen. 1, 278–279) y Ovidio (Ov. Fast. 3, 71–72), en prosa Livio (Liv. 6, 23, 7). En época imperial, aunque con menos densidad, continuará difundiéndose de forma continuada y se asocia a la idea de eternidad del príncipe. Con los cristianos se pondrá en cuestión el estatuto de Roma: para Agustín la ciudad terrena ya no es eterna (Aug. De civ. D. 15, 4). Lo eterno en Roma es su cultura. Incluso la Roma considerada eterna sufrirá un castigo eterno (Comm. Apol. 293). Reivindicaciones tardías de esa eternidad tendremos incluso en Rutilio Namaciano, cf. Pasquali (1936).

Los autores literarios, normalmente los poetas, se vinculan con la eternidad de tres maneras: a) porque la otorgan a quienes aparecen en sus obras (Hom. Il. 6, 357–359; Thgn. 243–252; Pi. I. 4, 55–59; b) porque la obra perdurará: así en varios epigramas de la Antología Palatina (Anth. Pal. 7, 713; Anth. Pal. 7, 80; Anth. Pal. 7, 25, cf. González 1993). En Horacio (carm. 3, 30) el recuerdo de la propia obra se hará más duradero, en la estela de Píndaro (P. 6, 10–14), que los materiales más duraderos: exegi monumentum aere perennius; c) el autor perdurará por medio de su obra: el nombre del poeta helenístico Leónidas pervivirá gracias a su obra (Anth. Pal. 7, 175, 5–6); Ovidio predice (Met. 12, 871–878) la inmortalidad de su obra y de él mismo.

En época alejandrina los autores anteriores comienzan a ser estudiados en la idea de que algunos de ellos son canónicos. La literatura se vincula con lo antiguo y reconoce en algunos textos la necesidad de su pervivencia. En Roma se desarrollará también la idea de que los autores del periodo final de la República y de época augústea son clásicos. Como tales serán imitados (o rechazados).

Por otro lado, ya en la Antigüedad se aplican la metáfora biológica (secuencia infancia-madurez-senectud-muerte) y un esquema de evolución en parábola a la descripción de la evolución de distintos ámbitos. En la escuela peripatética se desarrolló este procedimiento para ofrecer esquemas narrativos de desarrollo histórico de disciplinas (o de otras realidades, como la tragedia) con indicaciones cronológicas, planteamiento diacrónico y evolutivo (Settis 2006, pp. 90–91). Dicearco de Mesina escribe una Vida de Grecia para describir de forma biológica la historia griega y la hace culminar con un desastre equivalente a la muerte. Varrón escribió una Vita populi Romani (Settis 2006, pp. 91). En el ámbito referido a la historia del arte, en el siglo III a. C., Xenócrates de Atenas y Antígono de Caristo conciben la evolución de la escultura griega en un esquema de parábola. Vitrubio y Plinio estructuran sus tratamientos de historia del arte utilizando el esquema biológico y el esquema de elevación y caída. Todo ello es importante, dado que la creación, desarrollo y aplicación del esquema biológico-parabólico será clave para la gestación de la idea de Renacimiento (entendido como una vuelta a la vida tras la muerte) (Settis 2006, p. 95).

Pervivencia posterior. Al plantear la pervivencia de lo grecolatino y la posible existencia de discontinuidades y rupturas, es indudable que el primer corte significativo (aunque no total) fue el que supuso todavía en época antigua el triunfo del Cristianismo. Tal ruptura, que comienza con la difusión de la nueva fe culminó en la Antigüedad tardía. Desde el punto de vista cultural, filosófico, literario y educativo, el Cristianismo asume parte del bagaje clásico, aunque sometiendo a crítica y excluyendo amplios ámbitos de lo pagano. Desde el punto de vista político, la alianza con el poder que se produce en época de Constantino favorece esa continuidad con el desarrollo del «Imperio cristiano».

Durante la Edad Media, ya en el marco de un contexto general diferente basado en la renovación ideológica cristiana, hay, a pesar de ello, con frecuencia una sensación de continuidad con lo anterior, especialmente en los ámbitos de lo que podríamos llamar «alta cultura». Se sigue recurriendo ampliamente a los autores clásicos como «autoridades» y de los clásicos se hace muchas veces un uso instrumental. Los textos son habitualmente leídos mediante códigos que transforman su significado, adaptándolo al contexto cristiano. El desarrollo de las literaturas en lengua vulgar irá dando lugar a nuevos ámbitos para la originalidad. No obstante, encontraremos periodos de fuerte insistencia en lo clásico: los llamados renacimientos carolingio, otoniano y del siglo XII. Oleadas similares de clasicismo se producen en Bizancio.

Renacimiento. Con la llegada del periodo denominado «Renacimiento» el mundo clásico asumirá una importancia destacadísima, pues se convierte en punto de atención privilegiado. La tradición en este periodo tenderá a ser reconocida conscientemente, frente a una pervivencia eminentemente patrimonial e inconsciente que caracterizaba a la Edad Media (Cristóbal López 2013, p. 19). La atención a lo formal, e incluso ahora a lo pagano, adquirirán una relevancia notable. En lo artístico, la referencia a lo antiguo y la reivindicación de lo natural serán aspectos fundamentales. El humanismo insistirá en que las lenguas antiguas son clave de saber y los textos clásicos depósito de sabiduría.

El proceso evolutivo que va de la Antigüedad tardía al Renacimiento (con una atención especial al paso de la Edad Media al Renacimiento) ha sido estudiado partiendo de dos perspectivas diferentes: para algunos, existe una continuidad basada en el mantenimiento de elementos clásicos que aporta unidad al conjunto. Tal continuidad es cultural e incluso en parte, ideológica, aunque en este aspecto hay elementos claros de ruptura. Un monumento de esta defensa de la Edad Media como transmisora de lo clásico, especialmente de lo latino, y de la referida continuidad de lo clásico a lo largo de los diferentes periodos de la literatura europea, lo constituye el libro de H. R. Curtius, Literatura europea y Edad Media latina. Curtius afirma que lo que entendemos como la tradición del mundo antiguo y moderno ya no puede explicarse simplemente en términos de «más allá», de «supervivencia» o de «legado» de la Antigüedad («Das Velhaltnis von antiker und moderner Welt kann heute nicht mehr als “Nachleben”, “Fortleben” oder “Erbe” der Antike begriffen werden»). La clave de Europa está en su fusión con la Antigüedad, en la continuidad de lo antiguo (Curtius 1954, p. 29). Curtius remite para fundamentar sus planteamientos a Ernst Troeltsch y a Arnold J. Toynbee.

Otros (como Jules Michelet, Jacob Burckhardt, John A. Symonds, Erwin Panofsky o Denys Hay), defenderán, en cambio, desde el siglo XIX que el Renacimiento dio lugar a una ruptura con la Edad Media. Esta idea, aunque desarrollada en el siglo XIX, tiene su origen ya en el propio Renacimiento, cuando se propone la existencia de un periodo oscuro y sucio, posterior a lo antiguo y anterior a lo actual: un tiempo medio (idea que ya en el siglo XVII, gracias a Cristóbal Celario, cristalizará en el concepto historiográfico que conocemos como la Edad Media. Sobre las distintas acuñaciones terminológicas para aludir a este periodo y su grado de identificación con lo que nosotros llamamos Edad Media, cf. Baura 2013). Importante en este proceso es Petrarca, quien, frente a la división cristiana en un periodo antes de Cristo y otro después de Cristo, propone una época antigua y una fase oscura que la separa del presente, que es una vuelta a lo antiguo: Nam fuit, et fortassis erit, felicius aevum / In medio sordes in nostrum turpia tempus / confluxisse vides. Sin embargo, para expresar este proceso, se hará a veces uso de metáforas vinculadas a la vida y la muerte. Así, ya en 1330 Guido da Pisa en sus Expositiones et glose super Comediam Dantis aludía a la muerte que en lo literario había supuesto el periodo medieval apuntando a Dante como responsable de su resurrección: Per istum enim poetam resuscitata est mortua poesis […] Ipse vero poeticam scientiam suscitavit et antiquos poetas in mentibus nostris reviviscere fecit (Kristeller 1993, p. 116 n. 3). Guarino de Verona, en una carta de 1422 a Gasparino Barzizza donde le agradece una copia de tres obras ciceronianas recién reencontradas en un manuscrito y que hasta entonces eran conocidas de forma incompleta (De oratore, Orator) o no conocidas (Brutus), hablará de un Cicerón renascens (Ad nos perlatum est integrum Ciceronis Oratorem postliminio et e longis tenebris divinitus credo redisse […] Renascens ad superos Cicero [te] primum in terris delegit hospitem) (McLaughlin 1988, p. 137). También hablará de reviviscentis disciplinae tras el hallazgo de otra obra de Cicerón. Matteo Palmieri en 1435 utiliza el término por primera vez en italiano dentro de su obra Della vita civile. Las artes, tras más de ochocientos años, se encuentran ahora «rilevate e tornate in luce et […] facte perfecte», y sus contemporáneos verán «rinascere l’arti perdute» (McLaughlin 1988, p. 138). Importante en este proceso es Lorenzo Valla, quien establecerá en el prefacio general a sus Elegancias la recuperación de un latín puro como base del proceso de renacimiento, tras casi morir, de todas las disciplinas liberales y artísticas. No puede olvidarse que Valla propone un paralelo entre el imperio romano y la lengua: el primero desapareció mientras que la lengua se mantuvo, aunque degeneró. Otro aspecto importante es la identificación que Valla hace en este prólogo entre él mismo y los que se dedican al cultivo de las letras latinas (en otras partes del texto parece aludir a los italianos) con los romanos, frente a los modernos, godos y francos. Se produce un proceso de identificación con lo antiguo. También Giorgio Vasari hablará de rinascita de las artes en sus Vidas; Durero hablará de «Wiedererwachsung» (Tönnesmann 2009, p. 951).

Se impone, pues, la idea de una muerte y renacimiento gracias a la recuperación de lo clásico. Los discursos de este tipo, sobre renacimiento, se han dado en distintos periodos, pero en esta época son muy abundantes y definen una perspectiva de época (Kristeller 1993, p. 116). Aprovechando esto recordemos, sin embargo, que muchos estudiosos han reclamado la existencia de renacimientos anteriores, especialmente durante la Edad Media: en Occidente el renacimiento carolingio, el renacimiento otoniano, el renacimiento del siglo XII; en Bizancio el Primer Renacimiento Bizantino (IX–XI), el Renacimiento Paleólogo (1261–1453). Una cuestión interesante es si se trata de renacimientos u oleadas de clasicismo y qué ha de entenderse por el término «clasicismo». E. Panofsky ha diferenciado los «renacimientos» del «Renacimiento», solo en este forma y contenido clásicos aparecían conjuntamente (Kraye 2010, p. 815).

Aunque los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre qué es exactamente el Renacimiento (la reflexión sobre su naturaleza a partir de J. Michelet y J. Burckhardt será amplia y compleja), muchos de ellos defienden desde el siglo XIX entenderlo como un periodo cronológico concreto en el que se realiza una «reconstrucción» de la Antigüedad, también convertida en periodo, pero que se toma como modelo y en la que, a diferencia de lo que sucedía en la Edad Media, no se rechazaba mecánicamente lo pagano, ni se privilegiaba sistemáticamente lo cristiano ni tampoco se realizaba una reutilización utilitaria de lo antiguo, sino que se retomaba de una forma abierta y con pasión lo grecolatino (Tönnesmann 2009, p. 952).

Siglos después del Renacimiento, Winckelmann desarrollará una Historia del Arte que, conformada según un esquema biológico (frente al esquema de las biografías de pintores de Vasari), estudiará el origen, progresos, perfección y decadencia del arte. Winckelman reconstruirá mediante ella un arte antiguo que considerará muerto y del que percibirá fantasmas (pero no vivos y actuantes, sino muertos y pasados). Únicamente la imitación será capaz de revivir el ideal clásico muerto. Esa imitación del ideal supone un renacimiento (Didi-Huberman 2013, pp. 13–22).

Ya en nuestro siglo XXI, una formulación paradójica sobre la vida del latín la ofrece Wilfried Stroh (2012) al defender que la(s) muerte(s) del latín y su conversión de un determinado estado de lengua en clásico aseguraron su inmortalidad y vida futura.

La pervivencia de lo clásico en el siglo XX: Nachleben en Otto Immisch y Aby Warburg. Desde comienzos del siglo XX se perciben en las ciencias humanas la influencia de la reflexión sobre la vida de las ciencias naturales, lo que supone, por ejemplo, la incorporación en las primeras de vocabulario relacionado con las ciencias de la naturaleza. Junto a la reflexión evolucionista sobre la «supervivencia», en el ámbito de la historia se desarrolla una reflexión sobre la pervivencia («Nachleben») (Vargas 2014, p. 319). Así, en las ciencias del espíritu se atiende a la vida de los productos culturales en un marco que pretende escapar a la delimitación de estadios cronológicos concretos. Los objetos culturales tienen una vida que les permite actuar mucho después de su momento de origen. Se percibe la influencia del desarrollo de la filología clásica en Alemania, que impulsó la reflexión sobre la presencia de lo antiguo en la cultura alemana. No se trata de intentar una reconstrucción «histórica» de lo antiguo, sino de recordar que la vitalidad de lo antiguo se manifiesta periódicamente de forma nueva en lo posterior. Otto Immisch señala que todo lo que vivió y actuó continúa viviendo y actuando («Alles überhaupt, was lebte und wirkte, lebt und wirkt auch weiter»; recuérdense, en este sentido, los términos «Überlieferung» y «Forwirkung»). Cuando se habla de «Nachleben der Antike» se indica que lo antiguo sigue viviendo y también sigue actuando. «La exigencia de comprender la Antigüedad se convierte en la exigencia de encarnar en el presente las formas de aquélla; no solo de imitarlas, sino de incorporarlas a la vida» (Vargas 2017, pp. 39–40). No obstante, la formulación «Nachleben der Antike» es ambigua, pues puede significar bien que la vida pervive, o bien que es hecha vivir por los receptores. Hay, pues, una lectura «objetiva» del «Nachleben» (lo que pervive) y una subjetiva, «que apela a la memoria de la posteridad e incita a las nuevas generaciones a imitar y hacer revivir el pasado» (Vargas 2017, p. 40). Para todas estas cuestiones cf.​ Vargas (2014 y 2017).

Otro hito en la historia de la cuestión de la continuidad o la discontinuidad vital de lo clásico grecolatino durante el siglo XX lo encontramos en el pensamiento de Aby Warburg y de los pensadores vinculados con él en el ámbito de la «historia cultural». También para Warburg «pervivencia» («Nachleben») es un concepto importante, que toma del trabajo de Anton Springer Bilder aus der Neuerer Kunstgeschichte (Bonn, 1867) (Foster 2005, p. 17). Pero en Warburg tendrá un sentido diferente (Didi Huberman 2013, p. 75). En el contexto de la historia cultural que proviene de Burckhardt, pero avanzando en una dirección parcialmente distinta, Warburg defiende la perduración (no su renacimiento tras muertes, tampoco innovaciones) de elementos, imágenes y motivos (o esquemas iconográficos y fórmulas expresivas), denominados por él «Pathosformeln». Estos elementos poseen una fuerza interior que asegura su pervivencia y que hace que, tras siglos de presencia pálida, «fantasmal», en los que no son entendidos o valorados, perdiendo su significado, sean reconocidos y aplicados de nuevo con su fuerza original. El artista los reconoce mediante un acto de «Einfühlung» que descubre la emoción tras la rigidez. Muy importante es que la pervivencia vital de los objetos culturales no se explica, así, en términos de ciclos vitales humanos ni atiende a un modelo lineal, ya no se ajusta a una periodización. El planteamiento de Warburg permite, además, superar límites temporales e incluso culturales, abriendo la idea de lo clásico a su escrutinio desde la comparación con otras culturas (Settis 2006, pp. 111–118).

La pervivencia en el siglo XXI: Settis. Se ha propuesto que la cultura occidental (a diferencia de otras civilizaciones, como la islámica, la china, la india o la japonesa, en las que predomina la continuidad cultural) se caracteriza por una secuencia continua de «muertes» y «renacimientos», que constituyen lo que Ernst Howald llama «forma rítmica» de la historia cultural de occidente (Settis 2006, p. 120). Salvatore Settis señala: «El centro de tal “forma rítmica” es lo “clásico” en su perenne alternancia de muertes y renacimientos» (Settis 2006, p. 140). Ello supone un replanteamiento continuo de lo clásico. Esta reformulación vuelve «permeable» a lo clásico e impulsa su «hibridez intrínseca». Así, lo clásico, lejos de un producto cerrado y cristalizado, se convierte en un referente continuo que facilita la comparación no solo con formas diferentes de lo occidental moderno, sino con aspectos de otras culturas (Settis 2006, p. 141).

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David Castro de Castro

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