proletario
Del latín prōlētārius, -ii (derivado del latín prōlētārius, -a, -um y, a su vez, del latín prōles, -is) (Fr. Prolétaire, Ing. Proletarian, It. Proletario, Al. Proletarisch, Port. Proletário, Cat. Proletari).
El término «proletario» se emplea, en el ámbito de la literatura, para designar aquellas obras o autores que, de acuerdo con un canon jerarquizado, son considerados «de peor calidad literaria» que los «clásicos». Normalmente, este canon medía la calidad de la obra considerando, entre otras cosas, la Antigüedad de esta, por lo tanto, los autores más antiguos serían tratados como clásicos, mientras los más modernos estarían condenados a ser proletarios.
El primer testimonio que tenemos de este término referido a la literatura es el que proporciona el erudito latino del siglo II Aulo Gelio en sus Noches Áticas, empleando metafóricamente el sistema socioeconómico establecido en Roma durante los tiempos del rey Servio Tulio y donde los classici eran aquellos que tenían más solvencia económica, mientras que los proletarii eran los que, debido a sus carencias económicas, solo podían aportar su prole a la riqueza romana.
Esta clasificación estará vigente durante varios momentos de la historia de la literatura, sobre todo durante el siglo XVI, de la mano de humanistas como Juan Luis Vives, hasta que, en el siglo XX, con el auge de la sociedad de consumo y la cultura de masas, se produzca una democratización de la literatura y Harry Levin sea testigo de lo que él considera una fuerte proletarización de los clásicos y afirme que con la cultura audiovisual se ha producido una inversión de roles, de manera que reformula el texto de Gelio (Gell. 19, 8, 15): proletarius, non classicus (García Jurado 2010, p. 290).
Por lo tanto, se puede hablar de escritores, obras literarias «clásicas» y de una «Tradición Clásica» gracias a esta metáfora social, en la que los scriptores classici tenían una mayor solvencia literaria que los scriptores proletarii o «del montón». Es a partir de ahí donde comenzarán las comparaciones entre los considerados «clásicos» y los demás autores, con diversas mutaciones semánticas de este último término varias veces a lo largo de la historia así como la desaparición paulatina del término «proletario» en lo que se refiere a la literatura, por su caída en desuso (Solís de los Santos 1994, p. 281).
Proletarius frente a classicus adsiduusque. La primera aparición del término proletarius como referencia a la baja calidad literaria de un autor se encuentra en la miscelánea Noches Áticas (Noctes Atticae), escrita por el ya mencionado Aulo Gelio en el siglo II. Esta obra pretende ser un compendio de conocimientos y anécdotas que el autor considera interesantes o dignas de ser recordadas. Tales noticias han sido conocidas gracias a lecturas o mediante diálogos con varios de sus contemporáneos más reputados en campos como la historia, la filosofía o la literatura, entre otros.
Gelio empleó esta metáfora social para recrear una conversación mantenida con el gramático y retórico Cornelio Frontón y la pone en boca de este. Con esto, el autor pretende hacer ver al lector que no es una idea original suya, sino que es el propio Frontón quien ha adaptado a la literatura el término proletarius, que designa a la clase social más baja, y lo ha puesto en contraposición con classicus, que hace referencia a aquellos con mayor capacidad adquisitiva (García Jurado 2016, p. 44).
El contexto donde ambos términos aparecen enfrentados es relevante, ya que Gelio recoge una conversación sobre una cuestión morfológica, la de si existen los plurales de las palabras harena, caelum y triticum, y los sigulares de quadrigae e inimicitiae. En un momento dado, Frontón, tras demostrar al público sus conocimientos sobre la lengua latina, pide a uno de los oyentes que investigue si hay algún poeta u orador antiguo que haya usado el plural de harena o el singular de quadrigae, y es entonces cuando matiza su petición y hace la siguiente aclaración: id est classicus adsiduusque aliquis scriptor, non proletarius (Gell. 19, 8, 15) «es decir, algún escritor clásico y solvente, no un proletario» (trad. de F. García Jurado).
Hay quien considera que esta forma de comparar autores pudo escucharla Gelio realmente de boca de Frontón, ya que es el único pasaje donde se utiliza metafóricamente (Van Den Hout 1948, p. 64), pero, aunque no existe seguridad de ello, se sabe que Gelio era conocedor de la división de clases que existía en Roma en la época de Servio Tulio, pues de ello habla en otro pasaje:
«Classici» dicebantur non omnes, qui in quinque classibus erant, sed primae tantum classis homines, qui centum et uiginti quinque milia aeris ampliusue censi erant. «Infra classem» autem appelabantur secundae classis, qui minore suma aeris, quod supra dixi, censebantur. Hoc eo strictim notaui, quoniam M. Catonis oratione, qua Voconiam legem suasit, quaeri solet, qui sit «classicus» et «infra classem» (Gell. 6, 13).
No se llamaba «clásicos» a todos los que estaban en las cinco clases, sino tan solo en la primera, aquellos que estaban censados con un patrimonio de 125.000 ases o superior. Por su parte, se llamaban infra classem los de la segunda clase y el resto, aquellos que estaban censados por una cantidad menor de dinero que la arriba citada. Por ello, he escrito esta breve nota, porque en el discurso de Marco Catón donde abogó a favor de la ley Voconia suele preguntarse qué es classicus y qué infra classem (trad. de F. García Jurado).
Por lo tanto, es con Gelio con quien comienza realmente a considerarse como «clásico» a los autores más granados, es decir, a aquellos que tienen una mayor riqueza y solvencia literaria, y es mediante el uso de una metáfora social, donde en un escalón inferior están los autores «proletarios», aquellos tomados como de peor calidad literaria. Además, esta comparación se ve reforzada mediante el término adsiduus, que García Jurado traduce como «solvente» y que corrobora la dimensión económica de la clasificación geliana (García Jurado 2010, p. 278). Se considera que, sin este último término, la contraposición entre classicus y proletarius no quedaría tan clara en el pasaje de Gelio, ya que es el que hace hincapié en el ámbito económico de la metáfora y el que ubica a los clásicos como los «ricos» dentro de la misma (Uría Varela 1998, p. 54).
Por otro lado, hay otros estudios que consideran que Gelio, quería hacer referencia con la palabra classicus no solo a aquellos escritores con una mayor solvencia, sino también a aquellos que escribían para la clase de los más favorecidos social y políticamente, es decir, no se trata de un autor de masas, sino uno frecuentado por una minoría (Redondo Reyes 2015, p. 109). Mientras tanto, los proletarii, de una menor calidad, podían ser leídos y entendidos por todo el mundo, al no poseer esa excelencia y riqueza léxica que sí tenían los anteriores (Duarte Nunes 2015, p. 402).
En definitiva, se establece una clasificación de los autores mediante la metáfora de una sociedad de clases, donde aquellos que son más solventes, es decir, que poseen una mayor calidad literaria, son considerados classici, mientras que el resto, que solo aporta al mundo unas obras de calidad inferior, son denominados proletarii. Se crea, por tanto, una representación de una ciudad literaria perfectamente estratificada según la solvencia literaria de los autores, en el marco de una clara consideración social y clasista de la literatura (García Jurado 2016, p. 47).
Proletaii atque etiam capitecensi frente a classici. El término proletarius, en el ámbito de una ciudad imaginaria parecida a la Roma antigua, caerá en el olvido hasta que, en el siglo XVI, el humanista valenciano Juan Luis Vives reavive esta metáfora en su obra Diálogos, concretamente en el número XIII, titulado «La escuela». Durante su visita a una escuela y biblioteca ideales, dos personajes, Tiro y Espúdeo, dialogan, entre otras cosas, sobre los autores que merecen ser enseñados y tener un lugar preeminente en la enseñanza. En este pasaje, Vives no solo emplea la denominación proletarii para referirse a los autores considerados por los propios humanistas como de clase baja en esta sociedad literaria, sino que, además, los llama capitecensi, es decir, ínfimos, recalcando su pobre solvencia:
—Quos auctores interpretantur?
—Non eosdem omnes, sed ut quisque est peritia, ingenio praeditus. Eruditissimi, acerrimo iudicio scriptores sibi sumunt óptimos quosque, eos quos classicos uos grammatici appellatis. Sunt quia ex ignorantia meliorum ad proletarios descendunt, atque etiam capitecensos (Vives, Diálogos XIII).
—¿Qué autores interpretan?
—No todos a los mismos, sino que cada cual escoge según su pericia y su ingenio. Los más eruditos y de fino juicio eligen a los mejores, aquellos que vosotros los gramáticos llamáis clásicos. También los hay que por no saber cuáles son los mejores eligen a los proletarios y de última fila (trad. propia).
Vives hace aquí un uso metalingüístico del término classicus, pues especifica que es una palabra utilizada de manera particular por los gramáticos dentro de un contexto puramente académico (García Jurado 2016, p. 52). Ya ha desaparecido adsiduus, lo que denota que la denominación classicus se está asentando en el pensamiento de los estudiosos y eruditos de la literatura en calidad de referencia para aquellos autores considerados como mejores. Sin embargo, Vives vuelve a recuperar de la metáfora geliana el término proletarii para clasificar a aquellos que se quedan fuera de la denominación anterior, por lo que, a través de Gelio, sigue presente la metáfora social dentro de las valoraciones literarias que lleva a cabo. Estamos nuevamente dentro de una ciudad literaria estratificada en torno a la solvencia de los propios autores.
Así las cosas, una de las novedades de Vives en el tratamiento del término proletarius es su uso junto con el vocablo capitecensus, que, al igual que ocurría con adsiduus con respecto a classicus en la comparación de Aulo Gelio, corrobora que se trata de una clase baja de escritores, de menor solvencia literaria. En Roma, los capitecensi conformaban la categoría social más baja junto con los proletarii en la estratificación de Servio Tulio, es decir, eran aquellos que no poseían ninguna propiedad a su nombre, por lo que únicamente podían ser censados por su propia persona. Por lo tanto, Vives, al emplear las palabras proletarii y capitecensi tan unidas entre sí, está recalcando la baja calidad literaria de los autores a los que considera merecedores de estos calificativos. Sin embargo, estos no son los únicos términos con los que el humanista valenciano se refiere a este tipo de autores, sino que, acto seguido, los llama capite diminutos, ampliando la denominación con un nuevo uso hiperbólico que emplea de manera irónica (García Jurado 2016, p. 52):
—Hem, qui sunt illi abiecti in grandi illa strue?
—Catholicon, Alexander, Hugotio, Papias, Sermonaria, Dialecticae, Physicae, Sophisticae: hi sunt quos capitecensos nominabam.
—Immo capite diminutos (Vives, Diálogos XIII).
—Eh, ¿quiénes son esos arrojados en aquel montón enorme?
—El Catolicón, Alejandro, Hugucio, Papias, los Sermonarios, las sofísticas, dialécticas y físicas. Estos son los que llamaba autores de última fila
—Dirás mejor proscritos (trad. de F. García Jurado).
Como se puede observar, para Vives la ciudad ideal de los libros se encuentra en un lugar físico: la biblioteca. Los classici son sus habitantes de rango más elevado; mientras que los proletarii, también llamados capitecensi o capite diminuti son los de clase inferior y, por lo tanto, no se encuentran ni siquiera ubicados dentro de una estantería, sino arrojados en un montón enorme a los pies de la misma, a diferencia del lugar donde se encuentran los «clásicos» junto a su propio retrato, como indica en este mismo diálogo XIII (García Jurado 2016, p. 53).
En definitiva, Vives no solo recuperará la metáfora geliana de la ciudad imaginaria en la que conviven en estratos sociales distintos los classici y los proletarii, sino que la trasladará a un recinto real, el de la biblioteca, que no es sino el germen de lo que posteriormente será la localización dominante de los clásicos: la escuela en general, y la clase o aula en particular. Es a partir de entonces cuando se deja de relacionar lo clásico con la antigua classis de la vieja jerarquía social romana, pasándose de la denominación de «los mejores autores» a los «autores que se leen en clase», por lo que ya no se relaciona a estos con los proletarii o inferiores y se da fin a la metáfora social (García Jurado 2016, p. 53). Por otro lado, aunque Vives sea el humanista que más se ha detenido a analizar y dejar clara la comparación geliana classicus-proletarius, no será el único que emplee esta terminología en el siglo XVI. En 1548 encontramos una crítica del mitógrafo Gyraldus (Lilio Gregorio Giraldi) en su tratado De diis gentium a la obra de su predecesor del siglo XIV, Albricus (Pierre Bersuire), del que afirma que auctor mihi proletarius est, nec fidus satis (Gyraldus 1696 col. 153) «es para mí un autor proletario y no lo suficientemente fiable» (trad. propia). De aquí se deduce que el proletarius no es solo un autor que tenga una baja calidad literaria y estilística, sino que la información que puede proporcionar también es de baja calidad, lo que lo convierte en poco fiable (Schein 2011, p. 77). Además, este es un claro indicador de que, a lo largo del siglo XVI, la metáfora social creada por Aulo Gelio se había recuperado y seguía vigente.
Proletarius, non classicus. Cultura de masas y proletarización de los clásicos. En los siglos posteriores al XVI no se han hallado testimonios del uso de la palabra proletarius o «proletario» en el sentido de categoría literaria, debido a que, como se ha indicado anteriormente, se pierde la referencia socioeconómica que tenía el término «clásico», pasando este a cobrar sentido literario y artístico por sí mismo y estableciéndose otros tipos de metáforas mediante comparaciones con categorías literarias de diferente tipo, como «romántico» o «moderno», según la época. Aun así, el referente sigue siendo el mismo en todas las versiones de la metáfora que se encuentran a lo largo de la historia: lo «clásico» hace referencia a lo antiguo, lo bello en algunas épocas y algo con lo que hay que romper en otras; mientras que el segundo término de la comparación hará referencia en algunas épocas a algo de calidad inferior y, en otras, a una novedosa forma de entender la literatura, pero siempre tiene como característica principal que se encuentra más cerca temporalmente del estudioso que esté realizando el análisis pertinente. No será hasta bien entrado el siglo XX cuando encontremos nuevamente el término proletarius ligado a classicus de la mano del crítico literario y comparatista estadounidense Harry Levin, pero de una forma muy diferente a la que habíamos visto antes. Ya a principios de siglo, el escritor Thomas Mann, que ligaba la Cultura Clásica, sobre todo la obra de Virgilio, con la cultura burguesa, advertía de la grave crisis de esta y del peligro que suponía el «alba proletaria» (García Jurado 2015, p. 97). Aquí el uso de la palabra «proletario» está más ligado al ambiente sociopolítico en el que vivía el propio Mann que a la metáfora de Aulo Gelio, pero no deja de ser curioso cómo establece una relación entre la decadente cultura burguesa-clásica y ese «alba proletaria», enfrentando ambos conceptos y dotando a este último del carácter, negativo para él, de revolución y cambio frente a las tradiciones y referentes «clásicos», que considera mejores para la sociedad humana. Sin embargo, como ya se ha dicho, será Harry Levin quien dé testimonio en su obra Contexts of Criticism de esta «democratización» de la literatura, es decir, la mejora de la consideración de las obras más actuales frente a los clásicos gracias a la llegada de la cultura audiovisual y al auge de la cultura de masas o mass media. La literatura se populariza, importa más lo que interesa a la mayoría de la gente y, por lo tanto, vende más que el hecho mismo de que una obra sea tomada como «canónica», sea más antigua o posea mayor o menor riqueza léxica (García Jurado 2010, p. 290). En definitiva, lo clásico se considera elitista, poco interesante y demasiado antiguo para los tiempos que corren, algo que Levin explica así:
The invention of printing, which promised to stabilize literary form, accelerated the momentum of change. Another technological revolution confronts us today, no less far-reaching in its cultural impact. With the audio-visual, we fase the very inversión of the classical: imprecise medium, ephemeral material, a rating dependent on the size of the audience. Our popular arts deliberately set a collective tone which is undistinguised rather than distinguised ---proletarius, non classicus (Levin 1957, p. 53).
La metáfora social geliana aparece aquí reformulada por Levin como proletarius, non classicus, es decir, que la última vez que el término proletarius hace acto de presencia en la literatura vuelve a ser junto a classicus, pero para evidenciar que esa jerarquización de la que se hablaba en un principio se ha roto. Con la llegada de los medios audiovisuales, todo adquiere un tono colectivo que no se había visto nunca (García Jurado 2010, p. 290). El éxito o el fracaso de cualquier obra dependerá exclusivamente de las cuotas tanto de ventas como de audiencia, es decir, de la mayor o menor cantidad de personas que lean una obra y de su popularidad. En ese momento, la metáfora elitista que enfrentaba a los classici y los proletarii por su solvencia literaria desaparece por completo para establecer nuevos criterios, todos dependientes de la cultura de masas, que encumbren o dejen caer en el olvido a cualquier obra literaria.
Esta proletarización de los clásicos está muy relacionada, en definitiva, por los nuevos medios de comunicación, que serían los que acabarían con esa visión aristocrática y elitista de una ciudad literaria ideal donde los mejores autores, los classici, se ubicarían como los mejores habitantes de dicha ciudad, mientras que los proletarii se verían relegados a un último plano, considerados inferiores a los anteriores y arrojados al montón del que hablaba Vives en su diálogo XIII. En definitiva, esto supondría el aparente final de la metáfora establecida por Gelio y Frontón, sepultada en la oscuridad de su reinterpretación y de los nuevos sentidos que adopta el concepto de «clásico» (García Jurado 2010, p. 290), así como el último testimonio que se tiene hasta la fecha del término proletarius referido a la literatura.
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Raúl Muñoz Tirado