Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica
Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica

traducción

del latín traductio, «traslado», a partir del verbo traduco (trans + duco) y el sufijo -tio (Al. Übersetzung, Fr. Traduction, Ing. Translation, It. Traduzione).

Preliminares. En un Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica, el interés por la traducción y, de manera particular, tanto la de los autores griegos traducidos al latín como la de los autores grecolatinos en general vertidos a una lengua moderna, no puede faltar entre sus páginas, si bien el estudio detallado de esta actividad nos llevaría a la elaboración de otro diccionario. Resulta curioso observar cómo los propios orígenes del estudio de la actividad traductora en el ámbito hispano fueron análogos a los del propio interés por la misma Tradición Clásica, dado que una parte significativa del escrutinio de las traducciones tiene que ver con los autores clásicos grecolatinos. Esta presencia notable de los autores de la Antigüedad ya aparece en obras pioneras del siglo XVIII, como el Ensayo de una bibliotheca de traductores españoles, de Juan Antonio Pellicer (Pellicer 1778), donde las traducciones de la Sagrada Escritura comparten páginas con las de los autores clásicos en sus diferentes géneros.

El interés por la recopilación de las traducciones de los clásicos continuó vivo durante el siglo XIX en algunos autores como Gumersindo Laverde, quien expresó en alguna de sus cartas a Juan Valera o Menéndez Pelayo la importancia de emprender un estudio sistemático de este corpus significativo para las letras hispanas, si bien fue el segundo de sus interlocutores quien recogió dignamente tal testigo en su Biblioteca de traductores españoles (Menéndez Pelayo 1952–1953), no en vano inspirándose en la obra precursora de Pellicer. La compilación de Menéndez Pelayo sirvió, asimismo, como punto de partida para la Bibliografía hispano-latina clásica, de la que únicamente su autor vio publicado un tomo en vida (Menéndez Pelayo 1902), dado que la mayor parte de las fichas que componían esta magna obra no fue publicada hasta unos decenios más tarde. Por lo demás, como ha mostrado perfectamente Francisco Ruiz Casanova en lo que respecta al libro Horacio en España (Menéndez Pelayo 1877), otro de los libros capitales de Menéndez Pelayo, el estudio de la traducción partió de los presupuestos positivistas propios del método «A en B», los mismos que los asumidos por la Tradición Clásica o el comparatismo (Ruiz Casanova 2007).

Otra faceta clave de la relación entre la traducción de los clásicos grecolatinos y la Tradición Clásica debe buscarse en el estudio de las colecciones editoriales, asunto donde David Castro ha sido pionero gracias a algunos estudios relativos a la Biblioteca Clásica de Luis Navarro (luego conocida como los Clásicos Hernando) (Castro de Castro 2005), así como la colección de la parisina editorial Garnier (Castro de Castro 2010). Las traducciones que integran tales colecciones pueden ser o bien directas, a partir de la versión original de la obra, o bien indirectas, si se hacen, por ejemplo, desde una versión al francés y de ahí se vierten luego a la lengua española. Asimismo, hay un tipo muy interesante de versión que podemos denominar «traducción histórica» o «retrospectiva», que consiste en rescatar de nuestro acervo de traducciones, especialmente las del siglo XVI, aquellas que se consideran interesantes bien por su carácter modélico, o como muestra del estado de la traducción literaria durante un momento dado. Gregorio Mayans, a finales del siglo XVIII, acometió una empresa de este tipo con las versiones de Virgilio, donde resulta significativo que ciertas traducciones presenten en la portada una doble fecha: la fecha de su publicación inicial, por ejemplo, en el siglo XVI, y la fecha de su nueva publicación (véase García Jurado 2007).

También resulta muy interesante, ya desde un punto de vista más teórico, el estudio de las diferentes concepciones de la traducción que se manejan en cada momento de la historia literaria, sobre todo en aras a desentrañar el carácter «directo» de una versión dada, asunto que todavía durante el siglo XIX sigue sin resultar diáfano en absoluto (Barrios Castro [2018] considera una serie de criterios en lo que respecta a la que se podría considerar la primera traducción al español de la «Carta a los jóvenes» de San Basilio Magno, realizada a mediados del siglo XIX, una versión que parte tanto de la versión original del texto griego y de su versión latina, así como de otras traducciones hechas a la lengua francesa). No menos interesante resulta la inacabable discusión acerca de la conveniencia de traducir obras escritas en verso mediante la prosa, fenómeno que, para el caso de Virgilio en lengua española, inició el escritor Eugenio de Ochoa, con unas interesantes consecuencias en lo que respecta al alcance de nuevos públicos (Castro de Castro 2013). Por lo demás, convendría contemplar los márgenes a veces difusos entre la traducción y la creación literaria, sobre todo cuando estudiamos los ocasionales traslados que algunos autores relevantes dejan entrever en su propia obra, como es el caso de Jorge Luis Borges con respecto a algunos versos de Virgilio (García Jurado 2010).

En cualquier caso, la presente entrada va a centrarse en el primer aspecto considerado al comienzo, el de la traducción del griego al latín, de manera particular la versión que del poeta Teócrito llevó a cabo el humanista Vicente Mariner, ejemplo notable de la preocupación humanística por el fenómeno de la traducción.

El traductor y el humanista. La cuestión de la traducción ha preocupado, desde el momento de los primeros encuentros de culturas literarias, a estudiosos de todas las épocas. En nuestros días el interés por la problemática que plantea esta actividad es mayor aún y son numerosos los acercamientos al tema de la traducción desde diversos puntos de vista. Es evidente que no existe un único método de traducción y que las circunstancias que rodean el proceso —geográficas y temporales, pero también sociolingüísticas, semióticas y, en definitiva, culturales— condicionan decisivamente tanto el proceso de traducción como el resultado de este y su recepción. Son estas circunstancias las que nos ayudan a comprender las distintas formas de trabajar de los traductores a lo largo de la historia.

Nos ocuparemos de una conjunción de las mencionadas circunstancias. Nos referimos, por una parte, a la posible coincidencia de la figura del traductor y del filólogo, del traductor y del humanista. Ambas figuras son cercanas, pero, como es natural, no necesariamente coincidentes. Nos interesa acercamos a la cuestión de cómo la actividad filológica (quizá sea mejor decir la «mentalidad» filológica, la forma de trabajar del filólogo) puede influir en la concepción que de su trabajo tiene, implícita o explícitamente, todo traductor. Pero esta es, claro está, una cuestión amplia y compleja, y creemos necesario limitarla señalando unos límites cronológicos, geográficos y culturales. En este punto entran el resto de circunstancias que condicionan una traducción. Nos centraremos, por consiguiente, en la figura de un traductor y, en esta ocasión, lo hacemos en la de un humanista de finales del siglo XVI y comienzos del XVII, Vicente Mariner de Alagón, y en su traducción al latín de los Idilios de Teócrito (1625). Las conclusiones, en principio limitadas a este autor, podrían ser transferibles, en caso de que sean correctas, a otros traductores de la época.

El caso de Teócrito. Teócrito cuenta con bastantes traducciones latinas anteriores a la versión de Mariner. La primera es la de Martinus Phileticus (finales del siglo XV o principios del XVI); sigue la versión de Helio Eobano Hesso (1530), reeditada en 1531 y 1546 y que se encuentra añadida a las ediciones de Brubachius (1545 y 1553) y Morel (1550). En tercer lugar, podemos citar un grupo de traducciones con un grado muy elevado de coincidencia, las de Trimaninus y Divus (ambas de 1539), Oertel (1558) de la que derivan, según Ahrens (1855, p. LXX) las traducciones de Crespin (1569), Estienne (1579), Vignon (1584), Commelin (1596 y 1603) y Heinsio (1604). Hemos podido constatar que, como indicaba Ahrens, es notable el grado de parentesco entre ellas, en particular, dentro del último grupo; utilizar traducciones anteriores, con un grado de transformación diverso según los casos, es una realidad entre los traductores de Teócrito de esta época.

Este no es un hecho aislado. Ya hemos anticipado cómo traductor y humanista suelen coincidir. El humanista, sobre todo si se dedica al comentario de textos, se inserta en una tradición que viene más o menos de antiguo, y se ocupa de conocer y utilizar las obras de otros; es la Tradición Clásica, que suele repetir y comunicar conocimientos; algo semejante ocurre en la traducción. Desde que hay una traducción del griego al latín las versiones que vienen detrás no solo no desatienden las ya existentes, sino que las utilizan y las siguen, aunque intentando mejorarlas, adecuarlas, enriquecerlas, hacerlas, en una palabra, algo distintas, originales. Un caso claro que ilustra este modus operandi lo representa la traducción de Vicente Mariner, que vamos a presentar aquí someramente.

La versión de Vicente Mariner. Dentro de la amplia corriente de traducciones de Teócrito que acabamos de citar se sitúa la que en 1625 realizó el humanista valenciano Vicente Mariner y que entronca con una de las «familias» de traducciones mencionadas, la que comienza con las de Trimanino y Divus de 1539, pues un análisis del trabajo de Mariner conduce inequívocamente a la conclusión de que el humanista valenciano ha utilizado no solo el texto griego, sino también alguna traducción latina. Razones de distinto tipo nos llevaron a identificar esta traducción-modelo con la que aparece como versión yuxtalineal en la edición de Teócrito de Daniel Heinsio de 1604 (Castro de Castro 1999). La traducción latina, que incorpora Heinsio, sin mención de autor al texto griego que edita, ofrece, salvo levísimos cambios, unas coincidencias tales con la de Commelin (1596) que es evidente que hay que asignársela a este; así se explican discrepancias entre el texto griego y el latino, cuya traducción se habría hecho sobre un texto diferente al del filólogo holandés.

Hemos comprobado también que, además de esta traducción, Mariner utilizó la versión de Helio Eobano Hesso de 1530, aunque en menor medida. La suya es, pues, lo que se suele considerar como un «rifacimento», con un grado elevado de coincidencia léxica y diferencias sintácticas y estilísticas, que comienzan con la transformación de una versión prosaica a una en verso.

La pregunta que surge inmediatamente es: ¿Cuál es el grado de interés de un trabajo de este tipo donde la originalidad está, desde nuestro punto de vista, altamente limitada? A nuestro juicio, bastante mayor del que en principio podría pensarse. Es necesario en primer lugar plantearse cuáles son las razones de este proceder. Es evidente que la primera explicación que se presenta es que Mariner no supiese griego o no estuviese seguro de su conocimiento de esta lengua. Esto parece poco probable, pero, en todo caso, es evidente que hay que buscar otras razones. Los argumentos que conducen a poner en duda esta simplista explicación son diversos y van desde la amplitud de la obra que Mariner tradujo del griego (incluidas obras que no contaban con traducción latina) hasta razones de índole estrictamente filológica, como el hecho de que en los casos de divergencia entre texto griego y traducción yuxtalineal de la edición de Heinsio siga siempre Mariner (lo que es muy significativo) el texto griego. La existencia de una amplia obra de creación en griego (epigramas) por parte de Mariner hace pensar en una cierta agilidad en el manejo de esta lengua.

Quizá tenga algo que ver con esta utilización de material anterior la celeridad con que Mariner trabajaba. Mariner pudo utilizar una versión anterior para «ahorrarse trabajo», la labor más dura y poco brillante, y dedicarse en cambio a «mejorar» el texto.

Un humanismo filológico. A nuestro juicio, es preciso tener en cuenta la situación de nuestro traductor para comprender cabalmente su proceder. En la época de florecimiento de Mariner, finales del siglo XVI y comienzos del XVII se estaba produciendo o se había producido ya el paso de un humanismo de corte social, complexivo y cristiano, al estilo de Erasmo, a un humanismo más pagano, más especializado, más «filológico» (la influencia de Erasmo será, sin embargo, duradera y, con frecuencia, «subterránea»). Es el humanismo que desembocará en la ratio studiorum jesuítica. Aumentan los especialistas con «dedicación completa» (todo lo completa que les permitía, sobre todo en España, la preocupación por su supervivencia). Juan Francisco Alcina (1990, p. 13), señala al hablar del humanismo erudito español (1544–1590) que este «se caracteriza por una mayor especialización, que prepara ya el humanismo erudito del barroco, a un paso del filólogo moderno, y por una independencia de criterio nueva. Con ellos la poesía logra una cierta autonomía y un nivel de creatividad bastante apreciable». No debemos olvidar las dificultades que los estudiosos de aquel entonces encontraban para subsistir, como ha estudiado Luis Gil en su Panorama social del humanismo español (Gil 1981).

Mariner es un hombre rodeado de libros, dado que es Bibliotecario de El Escorial, se cartea con filólogos extranjeros de su época y está al tanto de sus trabajos y de los de estudiosos anteriores. Es lógico que utilice este material. Si es práctica normal entre los filólogos traductores de nuestros días consultar y utilizar traducciones anteriores, a pesar de que el concepto de plagio tiene hoy una amplitud notabilísima y la sensibilidad hacia él es cada vez más exacerbada, cuanto más en aquella época donde los límites de la propiedad intelectual eran bastante más laxos.

En este punto quizá resulte adecuado aludir a unas palabras, bien conocidas, que acerca del tema de la traducción escribe Erasmo a Germain de Brie (en Allen 1906–1958, Ep. 2422; tanto la cita como el resumen de los aspectos de esta carta relacionados con la traducción los hemos tomado de Rummel 1985, pp. 130–131). En su carta, además de anunciarle la gloria que cabrá a los que se dediquen a la labor de la traducción, formula dos ideas de gran interés, en particular la segunda: en primer lugar, que la traducción es una de las tareas que deben acometer los estudiosos de la Antigüedad. En segundo lugar, que los traductores deben, además, contribuir al aumento del conocimiento a través de la mejora del trabajo de los traductores anteriores. La actividad de la traducción se entiende así como un trabajo filológico donde cada nueva aportación debe ser, en cierto sentido, heredera de las anteriores y contribuir a superarlas. El traductor se incardina en una corriente de la que bebe y a la que aporta. Que Mariner conoce y sigue las teorías de Erasmo acerca de la traducción lo veremos más adelante. Sin embargo, tampoco esta explicación aclara suficientemente el proceder de Mariner. Es posible conocer, valorar e intentar superar el trabajo de los traductores anteriores sin tener que utilizar material ajeno.

La enseñanza del griego. Anthony Grafton y Lisa Jardine (1986) describen las transformaciones que sufrió la enseñanza del griego a lo largo del Renacimiento. Prestan, por supuesto, atención a la traducción del griego al latín. Según los autores citados, este es el gran fruto que los estudios griegos produjeron. Desde Guarino Guarini los humanistas dedicados al griego y sus alumnos se dedican a procedimientos traductorios que, en síntesis, consistían en una traducción literal del texto y un juego con los elementos de esta traducción variándolos para hacerla estilísticamente mejor. El representante más destacado de este proceder es Henri Estienne y sus Epigrammata selecta ex Anthologia (1570). Esta práctica permitía, según Grafton y Jardine (1986, p. 121) un entrenamiento en la prosa que llevaría a poder componer epigramas «that would be out of the ordinary —not because it was original, but precisely because it was conventional in an unusually stylish way». Lo importante era el proceso de variación y la pericia en realizarlo y no tanto la originalidad alcanzada. Esta capacidad permitiría obtener la protección de los poderosos. Veamos un ejemplo, el mismo que aducen los autores citados, tomado de la obra de Estienne Epigrammata Graeca selecta ex Anthologia (Stephanus 1570, pp. 274–5 y Grafton–Jardine 1986, p. 121; el texto griego es el de la edición de Aubreton 1972):

Anth. Pal. 11, 43 Εἰ ταχὺς εἰς τὸ φαγεῖν καὶ πρὸς δρόμον αμβλὺς ὑπάρχεις, / τοῖς ποσί σου τρῶγε, καὶ τρέχε τῷ στόματι.

Trad. literal:

Si celer ad comedendum et ad cursum tardus es, / Pedibus tuis comede, et curre ore.

Trads. de Estienne y otros:

Quum pedibus tardus, quum sis celer ore vicissim, / Ore tuo curras, at pedibus comedas.

Si tarde curris, sed edis velociter, / ore Curre tuo posthac, at pedibus comede.

Tu qui currendo segnis, non segnis edendo, / Fac currant dentes, fac comedantque pedes.

Tal es la situación de los estudios griegos en toda Europa durante la época de Mariner (H. Estienne vive de 1528 a 1598 y Mariner de finales del siglo XVI a 1642) independientemente de que existiesen figuras sobresalientes con procedimientos de trabajo más personales y similares a los utilizados en nuestros días. Mariner participa plenamente de este ambiente y de esta forma de trabajar.

Las ideas de Vicente Mariner sobre la traducción. Para cotejar los datos aportados por Grafton y Jardine con los principios teóricos de Mariner acerca de la traducción debemos referirnos en primer lugar a un texto del propio Mariner en el que da cuenta de sus ideas al respecto. Es el discurso A don Juan Idiaques (Madrid, 1636). En ella Mariner destaca la dificultad del oficio de traducir, tópico de las introducciones a traducciones y comentarios de todas las épocas, y también las excelencias de esta labor. Entre las autoridades citadas (Quintiliano, Cicerón) destacan dos nombres modernos: Luis Vives y Henrico Stephano. El nombre de Estienne vuelve a aparecer cuando Mariner señala sus maestros en el arte de traducir: «Al fin yo expongo a los doctos estas traducciones Latinas, que en ellas sigo a Erasmo y a Henrico Stephano, en los demás no reparo» (Valencia, la ciudad de donde procedía Mariner y donde se había educado había sido un centro erasmista, vid. García Martínez 1977 y 1986, pp. 215–290, y Felipo 1993, pp. 98–103). Así pues, Mariner conocía textos acerca de teoría de la traducción de autores antiguos y contemporáneos, aunque selecciona como modelos de traductores a los dos autores antes citados. De Erasmo dice también: «Erasmo nos enseña un rico modo de traduzir y de variar la oración como lo professó Gorgias, y Carneades y Lysias». Nos interesa la expresión «y de variar la oración» (Rodríguez Herrera 1993, pp. 70–71), que probablemente hay que poner en relación con las técnicas de Estienne. Quizá se esté refiriendo Mariner a la variatio sintáctica, pero el gusto por esta, llevado al extremo, conduce a la variación continuada de todos los elementos, al juego de sustituciones.

En su Declamatio Hispana (de Andrés 1988, pp. 274–281) dice Mariner, haciendo un catálogo de sus habilidades filológicas: «que traduciré de repente qualquiera soneto o qualquiera otra cosa de romance, en verso Latino de tres y de quatro maneras, y si se da algún tiempo, lo vertiré de treinta, y mas maneras en varias especies de versos, como mostraré algunos que tengo hechos deste modo» (p. 277), y «que qualquiera verso de Virgilio y de Ovidio o de otro poeta, que me propongan, lo pondré de quatro y de seis maneras, mudando de locuciones poéticas, de modo que siempre venga ser lo mismo» (p. 278). Prueba decisiva de que Mariner había aprendido bien la lección de Estienne es que al discurso A don Juan Idiaques (Madrid, 1636) siguen dos «ejercicios» de traducción del tipo de los de Estienne, donde traduce dos frases del español al latín de 14 y 26 formas distintas respectivamente. Veamos algún ejemplo (Mariner 1636, pp. 1–2):

  1. Era el lienço en forma triangular, y la labor que tenia por las orillas no era baynilla, sino una costura a repulgo, y de trecho en trecho le caían muchos hilos destexidos.
  2. Linteamen illud fuit triplici per obliquum dissectum extremo, & quod acus elaboravit opus, nullo perforato excurrebat studio, sed prorsus obducto fili obtectum ductu totam mira structura insinuabat oram, & pendentibus ex intervallo quodam filamentis excultum penitus videbatur.

[…]

  1. Era Nise hermosissima, pero llevava muchos afeytes, y era muy alto el moño con que levantava el cabello, y el cabello mas eran hebras de oro, y rayos del Sol, que materia humana.
  2. Erat Nise toto pulcherrima ore, sed multis fucata formae illecebris, & plena capillicij galea turgebat coma, & capillus potius erant aurea fila, & flammantes solis radij, quam quod, quod humanum esset referebat.

Las reelaboraciones se suceden hasta llegar a la que se lee en el número 26 (Mariner 1636, p. 4):

Puellae Nisae pulchritudo omnia naturae superat imitamenta, etsi volsiculae expolita, explanata, exculta abrasione, dum vel lubrica cutis sumpto naturae specimine promicat, obvolvitur, imbuitur, & refinato genae fulgore splendescunt, & melini quadam turgescunt pinguedine, & cerusato albescunt crusto, & quamvis stibio lucidi orbes clarescunt, & purpureae malae ostreis ardescunt philyris, dum ipse formae spiritus illarum est converritor, perpurgator, detersor, sed comarum arx, tutulus, arcus, cameratum flexamen, & fulvus flava apside fornix, incurva sedes, chrysopastus gibbus, radifer semicirculus, metallifer flexus & quasi testudineo aurea Iris caelamine in excelsum nimis tendebat thronum, & comantia capitis germina auri erant ramentis roscida, sparsa, mixta, & solis foco totam Ætnam repraesentabat Vulcaniam, & nil quod elementaris esset iuris secum includere posse profítentur, proclamant, manifestant.

Mariner sitúa la actividad del traducir en relación con la retórica, diciendo que aunque son cosas diferentes, el traductor ha de ser «diestro en tropos y figuras» y que «no carece de nombre de eloquente aquel que traduze bien, porque ha de tener preámbulos, y apparatos, y varias locuciones muy propias para exprimir el sentido». Es evidente que el juego formal con los elementos de la frase era para él fundamental, porque permite una expresión más adornada. La relación con la teoría de Erasmo (Rummel 1985) sobre la traducción, en la que el cultivo del estilo y la retorización y embellecimiento del texto son objetivos irrenunciables (siempre que se trate de textos no sacros), es muy clara. En el discurso A don Juan Idiaques dice también Mariner (1636, p. 4): «Saberlo todo, o saber mucho (porque todo es imposible) es de mucha dificultad: y de aquí nace que es tan dificultoso ser eloquente, que Cicerón apenas conoce uno: Erasmo ni le conoce, ni le confiesa que le ay, solo ponen gran parte de la eloquencia en la copia tanto de palabras como de cosas».

Sin duda, este procedimiento gustaba a Mariner también por lo que suponía de reto para el «ingenio» del traductor. No debemos olvidar que nos encontramos en una época donde la dificultad en el trabajo literario e intelectual es el valor más apreciado, muy por encima de la originalidad. Es el Barroco de Góngora y Gracián y estamos ocupándonos del trabajo de un contemporáneo, amigo y admirador de Quevedo (admiración que, por otra parte, era mutua: pueden verse las palabras de elogio que Quevedo dedica a Mariner en una carta que le dirige para agradecerle la dedicatoria del Panegírico de Juliano César in Regem Solem, en Menéndez Pelayo 1952–1953, t. ΠΙ, p. 22.). Para Mariner, pues, resultaría una labor plena de interés tomar un texto latino base y «variarlo» sirviéndose de otras traducciones, su propio conocimiento del latín y de su ingenio. Nunca estaba ausente, sin embargo, la preocupación por el ajuste del texto latino al original griego traducido, como correspondía a su condición de filólogo.

Algún ejemplo de la traducción de Teócrito de Mariner y de sus «precedentes» nos ayudará a comprender mejor este fenómeno. Podemos comprobar en los siguientes pasajes la enorme relación existente entre las distintas traducciones, incluida la que es objeto de nuestro estudio. Veamos cómo traducen (tabla 1) los versos 12–14 del Idilio I Trimanino, Divo, Oertel, Estienne, Commelino, Heinsio y el propio Mariner (el texto griego está tomado de la edición de Heinsio de 1604).

Tabla 1 Traducciones de los versos 12–14 del Idilio I
Texto griego (1604, p. 6) Λῇς ποτὶ τᾶν νυμφᾶν, λῇς αἰπόλε τῆδε καθίξας
  Ὡς τὸ κάταντες τοῦτο γεώλοφον, ᾆτε μυρῖκαι
  Συρίσδεν; τὰς δ’ αῖγας έγὼν ἐν τῷδε νομευσῶ.
Trimanino (1539, p. 4r) Vis (per Nymphas) vis caprarie hic sedens
  Ad declivem hunc tumulum, ubi sunt myricae,
  Canere. Capras autem ego interim pascam.
Divo (1539, p. 5r) Vis per Nymphas, vis Caprarie hic sedens
  Ad declivem hunc collem, ubi myricae,
  Canere? has autem capras ego interea pascam.
Oertel (1558, p. 7) Visne per Nymphas Aepole hic assidens
  In tumulo adverso, ubi sunt myricae,
  Canere fístula: ego interea capellas pascam?
Estienne (1579, p. 5) Vis per Nymphas, vis caprarie hic sedens
  Ad declivem hunc collem , ubi [sunt] myricae
  Canere? has autem capras ego interea pascam.
Commelino (1596, p. 2) Visne per Nymphas, visne Caprarie hic assidens,
  acclivem hunc tumulum, ubi sunt myricae
  Canere fístula? ego autem interea capellas pascam.
Heinsio (1604, p. 6) Visne per nymphas, visne Caprarie hic assidens,
  Ad acclivem hunc tumulum , ubi sunt myricae
  Canere fístula? ego autem interea capellas pascam.
Mariner (1620, p. 8) Vis iam per Nymphas visque Æpole colle sub alto
  ipse sedens, ubi sunt viridi cum fronde Myricae
  iam calamum perflare levem. pascam ipse capellas.

Como puede verse, el grado de utilización de las traducciones anteriores era elevadísimo. No podemos olvidar, sin embargo, la idea que estos traductores tenían de que sus obras eran, en cierto sentido, nuevas y originales. Ni Trimanino ni Divo hacen en las dedicatorias de sus traducciones ninguna referencia a que se hayan inspirado en la traducción de algún otro autor. Tampoco lo hacen Estienne, Oertel, Commelino ni Heinsio. Su trabajo consistía en tomar el material existente y «variarlo» para obtener con ello un texto «nuevo» que incorporase nuevos valores, como son: mayor adecuación al texto original, o una mayor calidad literaria. Así se sustituían términos poco adecuados por otros considerados mejores (assidens por sedens en Commelino y Heinsio), se insertaban o eliminaban junturas tomadas de autores clásicos (del cantare de Trimanino, Divo y Estienne se pasa al canere fistula con dos términos virgilianos de Oertel, Commelino y Heinsio, y de este al casi virgiliano calamum perflare levem de Mariner, cf. Verg. Ecl. 5, 2 tu calamos inflare levis, ego dicere versus), se dotaba de estructura métrica al texto para convertirlo en una obra poética (como en Mariner) o se añadían elementos que contribuyesen a la «mejora» del texto (de forma que el sintagma viridi cum fronde de Verg. Ecl. 5, 13 de la traducción de Mariner, que no está en el original griego, contribuye a la caracterización del locus amoenus pastoril). Nosotros llamaríamos a estos nuevos trabajos «recreaciones», ellos las consideraban nuevas traducciones. No es necesario decir que estas retractationes no suponían siempre una mejora del texto.

Las razones para este comportamiento (y esta consideración de las obras como originales) podrían imaginarse de distinto tipo, yendo de la conveniencia editorial de presentar una obra como nueva, a la falta de capacidad para realizarla, pero no creemos, sin embargo, que sean solo estas las causas; por el contrario, es conveniente a este respecto no olvidar aspectos como el respeto por el trabajo de filólogos anteriores, el diferente concepto de la originalidad o la preferencia por un procedimiento de trabajo altamente retorizado y basado en la «variación».

Por otro lado, la versión latina que ofrecemos como de Heinsio es la traducción yuxtalineal que acompaña el texto griego de los idilios (edición de 1604). También encontramos en el mismo volumen una traducción de los idilios realizada por el mismo Heinsio y por H. Grotio, completamente independiente de la línea de traducciones que aquí presentamos y original en el sentido que nosotros daríamos a ese término. Esto plantea el problema de las distintas traducciones realizadas con métodos diferentes según el fin al que se destinan. Una traducción muy literal como la que Heinsio toma de Commelino era muy adecuada para ser colocada, con leves ajustes (que en este caso apenas se realizan), junto al nuevo texto griego del propio Heinsio. La otra traducción, independiente del texto griego, permitía un tratamiento más libre y la utilización del verso. Es evidente que la primera servía más que nada como ayuda para el texto griego y la segunda era considerada como una recreación artística.

Conclusión. La realización de una traducción puede ser un proceso fuertemente vinculado a la labor traductora anterior, a la tradición de las traducciones anteriores. Si en nuestros días la atención «excesiva» a versiones precedentes corre el riesgo de ser entendida como una forma de plagio, traductores de otros periodos, especialmente los humanistas y quienes más se interesaban por la retórica, han entendido la labor de traducción como un proceso de generación de posibilidades, que pueden ser alteradas y variadas de manera casi infinita. Se parte de trabajos anteriores, propios o ajenos, o de otras propuestas para generar una nueva que la mejore o modifique en el sentido que se pretenda. El procedimiento se ilustra mediante un análisis de las traducciones latinas de Teócrito de los siglos XVI y XVII.

En conclusión, podemos señalar que Mariner se encuentra plenamente integrado en la labor filológica de su época, que conoce ideas y trabajos de sus contemporáneos y que utiliza ambos con libertad. Su idea de la actividad del traducir y su conocimiento del trabajo de otros filólogos le permite utilizar sin problema traducciones anteriores. Se trata de una técnica peculiar, propia de una época y una cultura determinadas, pero que sin duda merece la pena conocer y comprender, valorando éxitos y errores.

Nos gustaría terminar con unas palabras del propio Mariner en el citado discurso A don Juan Idiaques que apoyan, a nuestro parecer, el concepto de actividad traductora y científica en general insertada en una corriente de la que se hereda y a la que se aporta:

Yo he hecho en estas locuciones [se refiere a las traducciones «variadas» que hemos visto antes] solo ostentación de palabras, porque la materia no da lugar para mas. Lo que se puede inferir dellas es, o la liberalidad de hablar, o la facilidad de entender, que de lo uno y de lo otro nace como de perpetua fuente el caudaloso fluxo de la oración, y el precípite río del conocimiento y el fluctuante curso de la ciencia.

Nos parece que «ríos del conocimiento» o «curso de la ciencia» son dos buenas metáforas para poner punto y final.

Nota. Esta entrada del DHTC dedicada a la «traducción» reproduce en parte el trabajo: «David Castro de Castro y Francisca Moya, “Traducción filológica y tradición clásica: Mariner y los Idilios de Teócrito”, Livius 10, 1997, pp. 17–29». El contenido apenas se ha actualizado, se ha mantenido la misma bibliografía, y solamente se han efectuado ligeras modificaciones para incluir en la medida de lo posible las notas que antes lo acompañaban. La reproducción ha sido autorizada por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de León, al que agradecemos su amabilidad.

Bibliografía

Textos de los siglos XVI y XVII

Mariner, Vicente. Theocriti, Moschi, Bionis et Simmii opera omnia quae extant cum scholiis in Theocritum et in alios, Vincentio Marinerio Valentino interprete, ms. BNE 9870, 1625.

A Don Juan Idiaques y de Isacio, Cauallero del Habito de Santiago, etc., el Maestro Vicente Mariner, Bibliothecario de Su Magestad y Thesorero de la Santa Iglesia de Hempudia, Madrid, en la Imprenta del Reyno, 1636.

Stephanus, Henricus. Epigrammata Graeca, selecta ex Anthologia. Interpretata ad verbum et carmine ab Henrico Stephano, quaedam et ab aliis. Loci aliqui ab eodem annotationibus illustrati. Eiusdem interpretationes centum et sex unius distichi, aliorum item quorundam epigrammatum variae, [s. l.], Excudebat Henricus Stephanus, 1570.

Teócrito. Theocriti Bucolica per Phileticum e Graego [sic] traducta. Ad Federicum Urbini ducem, Venetiis, Bernardinus de Vitalibus, ca. 1490.

Theocriti Syracusani Idyllia triginta sex Latino carmine reddita Helio Eobano Hesso interprete, Haganoae, per Iohan. Secerium, 1530.

Theocriti Syracusani Idyllia triginta sex Latino carmine reddita Helio Eobano Hesso interprete. Acceserunt recens Theocriti genus ac vita. De inventione ac discrimine Bucolicorum carminum. Item singulis Eidyllis singula argumenta a quodam Graece Latineque erudito latinitate donata, Basileae, ex aedibus Andreae Catandri, 1531.

Theocriti Syracusani opera Latine a Ioanne Trimanino ad verbum diligentissime expressa, locis unde Virgilius sumpsit indicatis, Venetiis, per Ioan. Ant. De Nicolinis de Sabio. Sumptu vero D. Melchioris Sessae, 1539.

Theocriti Syracusani Poetae Clarissimi Idyllia trigintasex recens e graeco in latinum ad verbum translata: Andrea Divo Iustinopolitano interprete, Venetiis, Apud haeredes D. Iacob a Burgofrancho, Papiensis, 1539.

Θεόκριτου εἰδύλλια, τουτέστι μικρὰ ποιήματα ἕξ καὶ τριάκοντα. Τοῦ αὐτοῦ Πέλεκυς καὶ Πτερύγιον. Μετὰ τῶν σχολίων Ζαχαρίου τοῦ Καλλιέργου πάνυ ὠφελίμων. Theocriti Idyllia. Hoc est parva poëmata XXXVI. Eiusdem Epigrammata XIX. Eiusdem Bipennis el Ala. Praeter haec et latina versio carmine non infeliciter reddita per H. Eobanum Hessum el Ioachimi Camerarii scholia non inerudita accesere, Francofurti, Ex officina Petri Brubachii, 1545.

Theocriti idyllia graeca. Eadem latino carmine expressa ab Eobano Hesso, Parisiis, apud Guil. Morelium, 1550.

Interpretatio Eidylliorum Theocriti, dictata in Academia Witebergensi, a Vito Winsemio, Francofurti, Per Petrum Brubachium, 1558.

Τὰ σωζόμενα τῶν παλαιοτάτων ποιητῶν Γεωργικά, Βουκολικὰ καὶ Γνωμικά, Genevae y1569 y dentro de este volumen: Θεοκρίτου τοῦ Συρακουσίου Εἰδύλλια καὶ Ἐπιγράμματα τὰ σωζόμενα. Σιμμίου ‘Ροδίου, Μόσχου Συρακουσίου, Βίωνος Σμιρναίου, Theocriti, Simmiae, Moschi et Bionis Eidyllia et Epigrammata quae supersunt, omnia gracolatina et exposita, [Genevae], παρὰ Κρισπινῳ, 1569.

Theocriti aliorumque poëtarum Idyllia. Eiusdem Epigrammata. Simmiae Rhodii Ovum, Alae, Securis, Fistula. Dosiadis Ara. Omnía cum interpretatione Latina. In Virgilianas et Nasonianas Imitationes Theocriti Observationes H. Stephani, Parisiis, Excudebat Henricus Stephanus, 1579.

Θεοκρίτου τοῦ Συρακουσίου Ἐιδύλλια καὶ Ἐπιγράμματα. Μόσχου Συρακουσίου, Βίωνος Σμιρναίου, Σιμμίου ῾Ροδίου τὰ σωζόμενα. Theocriti Syracusani Idyllia et Epigrammata cum mss. Palat. collata. Moschi, Bionis, Simmii opera quae extant, Iosephi Scaligeri el Isaaci Casauboni Emendationes seorsim dabuntur, [Heidelberg], E typographio Hier. Commelini, 1596.

Θεοκρίτου τοῦ Συρακουσίου Ἐιδύλλια καὶ Ἐπιγράμματα. Μόσχου Συρακουσίου, Βίωνος Σμιρναίου, Σιμμίου ῾Ροδίου τὰ σωζόμενα. Omnia cum interpretatione Latina. Accedunt notae et Emendationes Iosephi Scaligeri, Isaaci Casauboni, Danielis Heinsii in Theocritum, [Heidelberg], In Bibliopolio Commeliniano, 1603.

Θεοκρίτου, Μόσχου, Βίωνος Σμιρναίου τὰ εύρισκόμενα. Theocriti, Moschi, Bionis, Simmii quae extant: Cum Graecis in Theocritum Scholiis, et indice copioso: Omnia studio et opera Danielis Heinsii. Accedunt Iosephi Scaligeri, Isaaci Casauboni, et eiusdem Danielis Heinsii notae et lectiones, [Heidelberg], Ex Bibliopolio Commeliniano, 1604.

Τὰ σωζόμενα τῶν παλαιότατων ποιητῶν Γεωργικά, Βουκολικά καὶ Γνωμικά. Accesit huic editioni Is. Hortiboni Theocriticarum Lectionum libellus, [Genevae], παρὰ Ε. Ουιγνῶνι 1584, y dentro de este volumen: Θεοκρίτου τοῦ Συρακουσίου Ἐιδύλλια καὶ Ἐπιγράμματα τὰ σωζόμενα. Σιμμίου ‘Ροδίου, Μόσχου Συρακούσιου, Βίωνος Σμιρναίου. Theocriti, Simmiae, Moschi et Bionis Eidyllia et Epigrammata quae supersunt cum Musaei poematio, omnia Graecolatina et exposita.

Trabajos modernos

Ahrens, Heinrich Ludof. Bucolicorum Graecorum Theocriti, Bionis, Moschi Reliquiae accedentibus incertorum idylliis. Tomus Prior, Leipzig, Teubner, 1855.

Alcina, Juan Francisco. «La poesía latina del humanismo: un esbozo», en Los humanistas españoles y el Humanismo europeo, Murcia, Universidad de Murcia, 1990, pp. 13–33.

Allen, Percy Stafford et alii, eds. Opus epistolarum Des. Erasmi Roterodami, Oxford, Clarendon Press, 1906–1958.

Aubreton, Robert, ed. Anthologie grecque. Tome X: Anthologie palatine, livre XI, Paris, Les Belles Lettres, 1972.

Barrios Castro, María José. «La Carta a los Jóvenes de San Basilio Magno vertida al castellano por Alfredo A. Camús (1858)», en Atene e Roma 12 (2018), pp. 151–169.

Castro de Castro, David. «El erasmismo en la Corona de Aragón en el siglo XVI», en J. Ijsewijn y Á. Losada (eds.), Erasmus in Hispania. Vives in Belgio. Acta Colloquii Brugensis, Lovanii, 1986, pp. 215–290.

— «Algunos aspectos léxicos de la traducción de Teócrito de V. Mariner», en A. Alvar et alii (eds.), Actas del IX Congreso español de Estudios Clásicos, vol. VII, Madrid, 1999, pp. 89–94.

— «Las colecciones de textos clásicos en España. La Biblioteca clásica de Luis Navarro», en Francisco García Jurado (ed.), La historia de la literatura grecolatina en el siglo XIX español: espacio social y literario, Málaga, Analecta Malacitana, 2005, pp. 137–160.

— «“Todas las cosas que merecen lágrimas”. Borges, traductor de Virgilio», en Studi Ispanici 35 (2010), pp. 291–309.

— «Los clásicos grecolatinos de la bohemia: las versiones de la editorial Garnier», en Francisco García Jurado, Ramiro González Delgado y Marta González González (eds.), La historia de la literatura grecolatina durante la edad de plata de la cultura española (1868–1936), Málaga, Analecta Malacitana, 2010, pp. 215–236.

— «El Virgilio isabelino de Eugenio de Ochoa. El triunfo de la prosa», en Francisco García Jurado, Ramiro González Delgado y Marta González González (eds.), La historia de la literatura grecolatina en España: de la Ilustración al Liberalismo (1778–1850), Málaga, Analecta Malacitana, 2013, pp. 137–153.

Felipo, Amparo. La Universidad de Valencia durante el siglo XVI, Valencia, Universidad de Valencia, 1993.

García Jurado, Francisco. «Virgilio y la Ilustración. Mayáns, o los fundamentos críticos de la Tradición Literaria en España», en Revista de historiografía 7 (2007), pp. 96–110.

Gil, Luis. Panorama social del humanismo español (1500–1800), Madrid, Alhambra, 1981.

Grafton, Anthony y Lisa Jardine. From Humanism to the Humanities, London, Harvard University Press, 1986.

Martínez, Sebastián García. El Patriarca Ribera y la extirpación del humanismo valenciano, Valencia, Universidad de Valencia, 1977.

Menéndez Pelayo, Marcelino. Horacio en España (Traductores y comentadores. La poesía horaciana). Solaces bibliográficos, Madrid, Casa editorial de Medina, 1877.

Bibliografía Hispano-Latina Clásica. Solaces bibliográficos, Madrid, Est. tip. De la viuda é hijos de M. Tello, 1902.

Biblioteca de traductores españoles, ed. de E. Enrique Sánchez Reyes, Santander, Aldus, 1952–1953.

Pellicer, Juan Antonio. Ensayo de una bibliotheca de traductores españoles, Madrid, en la imprenta de Antonio de Sancha, 1778.

Rodríguez Herrera, Gregorio. Vicente Mariner y su versión latina de la Ilíada, Córdoba, Universidad de Córdoba, 1993. Tesis doctoral.

Ruiz Casanova, José Francisco. «“La melancolía del orangután”. El origen de los estudios A en B: Marcelino Menéndez Pelayo y su Horacio en España (1877)», en 1611. Revista de la Historia de la Traducción 1 (2007), url: http://www.traduccionliteraria.org/1611/art/ruizcasanova.htm.

Rummel, Erika. Erasmus as a Transtator of the Classics, Toronto, University of Toronto Press, 1985.

David Castro de Castro y Francisca Moya del Baño. Preliminares de F. García Jurado

© 2025

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional.