Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica
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virgilianismo

Del Lat. Vergilius y sufijo ismo (del Lat. -ismus y este del griego -ισμός) (Fr. Virgilianisme, Ing. Virgilianism, It. Vergilianismo, Al. Vergilianismus, Port. Virgilismo)

El término «virgilianismo» hace referencia a las lecturas del poeta romano Virgilio que lo convierten en parte fundamental de una estética, filosofía o ideología moderna. Se construye a la manera del término «clasicismo», esto es, como una fusión de la raíz del nombre propio Virgilio con el sufijo -ismo, propio de las modernas estéticas europeas y americanas. Por virgilianismo debemos entender, por tanto, el conjunto de posibilidades de lectura que hace posible que Virgilio se sienta como un autor contemporáneo entre los siglos XIX–XXI.

«Virgilianismo» es un término problemático por diversas razones. La primera de ellas reside en que, con frecuencia, quienes estudian la relación del poeta romano con autores modernos emplean el término «virgilianismo» como equivalente de «Virgilio en», «tradición de Virgilio», «recepción de Virgilio» o «pervivencia de Virgilio». Sin embargo, a la luz de lo propuesto por García Jurado (2016), se impone una necesaria acotación: no cualquier tradición, lectura o recreación debe considerarse «virgilianismo», sino que, por el contrario, solo debe considerarse como tal aquella relectura de Virgilio que se asuma como una lectura moderna de Virgilio que, deliberadamente o no, hace de este un autor contemporáneo, dentro de las modernas corrientes estéticas entre los siglos XIX–XXI. Aquellos autores previos, lectores del poeta de Mantua, leerán o reelaborarán al clásico, pero no debemos convenir en que no construyen sobre él una modernidad artística o filosófica dentro de las polémicas propias de los autores posteriores a la «Querelle». El de la Modernidad literaria del XIX será el tiempo de la exaltación de lo nuevo que permitirá, aboliendo con ello las fronteras cronológias, lingüísticas y geográficas, presentar como novedosos textos y autores muy remotos merced a la lectura productiva de estos creadores modernos. Octavio Paz reflexionó sobre esta paradoja aparente en su fundamental Los hijos del limo​ (1974):

En la historia de la poesía de Occidente el culto a lo nuevo, el amor por las novedades, aparece con una regularidad cíclica pero que tampoco es casual. Hay épocas en que el ideal estético consiste en la imitación de los antiguos; hay otras en que se exalta la novedad y la sorpresa. […] La crítica de la tradición se inicia como conciencia de pertenecer a una tradición. Nuestro tiempo se distingue de otras épocas y sociedades por la imagen que nos hacemos transcurrir: nuestra conciencia de la historia. Aparece ahora con mayor claridad el significado de lo que llamamos la tradición moderna: es una expresión de nuestra conciencia histórica. Por una parte, es una crítica del pasado, una crítica de la tradición; por la otra, es una tentativa repetida una y otra vez a lo largo de los dos últimos siglos, por fundar una tradición en el único prinicipio inmune a la crítica, ya que se confunde con ella misma: el cambio, la historia (Paz 1990, pp. 17 y 27).

Una vez que hemos acotado el marco cronológico de la entrada, podremos comprender cuáles son estas modernas recuperaciones de Virgilio en el contexto de sus polémicas estéticas e intelectuales. Virgilio continúa siendo un criterio con el que medir el estado de la moral, la ética y la política de las sociedades occidentales, como afirma Steiner (1990). El Romanticismo del siglo XIX, como señala Borges en su reseña de la Eneida, «lo negó y casi lo borró». Gian Biagio Conte (2007a y b) ha estudiado los pormenores de este desencuentro, fundamentalmente del Romanticismo germano, con Virgilio y ha tratado de exponer las razones de este. Ellas serían la exaltación del nacionalismo decimonónico, a partir de los mitos fundacionales de las modernas naciones europeas (lengua, sangre y tierra) y la exaltación del genio creador del escritor, parámetros donde Virgilio, como poeta de Roma y escritor de una épica secundaria con respecto a Homero, quedaba como un autor poco original y creador de una épica de escritorio que nada ofrecía frente a la gran épica homérica.

No fueron unánimes en esto los distintos autores decimonónicos europeos, sino que hubo algunas notables excepciones (Saint-Beuve, Victor Hugo), aunque la aparición de corrientes literarias como el decadentismo de Charles Baudelaire no ayudará al aprecio por el poeta (Mariscal de Gante 2019). En el caso del mundo hispanoamericano, los procesos de independencia serán muy fecundos para la recuperación de Virgilio. Véase, por ejemplo, la manera en que Andrés Bello celebra que la musa vaya a abandonar a los europeos y se traslade a América, donde «nacerá algún Marón americano» (Bello 1970, p. 195). Recién alcanzada la independencia, el argentino Juan Cruz Varela se da a la traducción de la Eneida, no sin antes afirmar que «cuando todas las naciones cultas tienen traducciones más o menos célebres de la Eneida, en sus respectivos idiomas […] solo los españoles no tienen de aquel poema una traducción que merezca leerse» (apud Martino 2017, p. 99). Una apreciación muy subjetiva que muestra cómo, junto a la voluntad de emancipación política de las élites virreinales, había nacido ya la voluntad de superación cultural de la antigua metrópolis, compitiendo con ella en el campo de la propia cultura europea.

Además, en el siglo XIX tiene lugar un acontecimiento muy relevante para el virgilianismo hispano, como es la traducción de Eugenio de Ochoa (1869, con múltiples reediciones), que ha estudiado Castro de Castro (2013). Castro de Castro interpreta la obra virgiliana a partir de sus propias ideas de utilidad y de su difusión en la España isabelina. Resulta, además, del mayor interés que Ochoa, cuya traducción ha gozado de muchísima difusión en el mundo hispanohablante, interprete a Virgilio a partir de parámetros neoclásicos («buen gusto», «poeta sabio»), unidos a un Romanticismo católico y nacionalista que recupera a Virgilio como precursor del cristianismo, una vía que seguirá siendo muy productiva en la recepción de Virgilio hasta bien entrado el siglo XX.

En el ámbito de la creación literaria, será el modernismo la corriente que permita un nuevo florecimiento de la estética virgiliana en la literatura en lengua española. En particular, Rubén Darío recupera a Virgilio conforme a dos parámetros: el de la exaltación del vínculo hispánico entre los países americanos y España, en una visión optimista del mundo que recuerda claramente a Virgilio en «Salutación del optimista» (1905) y, en «Epístola al labriego» (1885), un elogio a la vida del campo como nuevo paradigma ético frente al mundo de las grandes ciudades industrializadas modernas que estaban viviendo su auge al final del siglo XIX. A Darío lo seguirán, de formas muy variadas los poetas Amado Nervo en México, Julio Herrera y Reissig en Uruguay o Lepoldo Lugones en Argentina, en la labor de creación estética modernista o bien de otras, herederas de sus postulados estéticos. El modernismo de la Península Ibérica también acusa esta recuperación virgiliana, como ha estudiado Vicente Cristóbal López (2007) en el caso del poeta español Manuel Reina.

El siglo XX europeo y americano, en español y en otras lenguas, fue, a nuestro juicio, virgiliano en mayor medida que el XIX, por la fecundidad, cantidad e importancia de los autores que se acercaron a los textos virgilianos y, como consecuencia de ello, nos ofrecieron distintas reelaboraciones de la obra del mantuano. Debido a esta variedad, creemos conveniente proponer una tipología de estas lecturas modernas que nos ayuden a comprender los porqués de dichas reelaboraciones. A nuestro juicio, las categorías en las que pueden dividirse tales lecturas son cuatro: religiosas, histórico-políticas, hermeneúticas y estetizantes. La primera de ellas, la lectura religiosa, que en rigor puede rastrearse hasta los inicios del pensamiento cristiano (Tertuliano, Minucio Félix, Lactancio), conoce un resurgir a finales del siglo XIX gracias a la traducción de las obras completas de Virgilio en tres tomos del latinista y político colombiano Miguel Antonio Caro. En el «estudio preliminar» a su traducción propone a Virgilio como poeta inspirado por el cristianismo, si bien dentro del ámbito pagano, pues «Virgilio no mide la grandeza humana ni por la próspera fortuna ni por las fuerzas físicas, sino por la religiosidad y el valor» (Caro 1873, p. LVIII).

El sacerdote jesuita Aurelio Espinosa Pólit es el otro gran exponente del adventismo virgiliano (Izquierdo 2003). Lector del propio Miguel Antonio Caro, como acredita Andrés Tabárez, Espinosa Pólit merece un lugar destacado en la moderna crítica filológica virgiliana por dos trabajos: su estudio Virgilio, el poeta y su misión providencial (1932) y su traducción de los tres poemas virgilianos, Virgilio en verso castellano (1961), que está considerada como la mejor versión moderna de Virgilio en verso. En el primero de ellos, Espinosa Pólit precisamente se pregunta por el concepto que nos ocupa, «virgilianismo». El sentimiento religioso que compartirían los cristianos con Virgilio, y que lo situaría como un poeta de sensibilidad privilegiada dentro del paganismo, sería precisamente el de la intuición de una divinidad superior, única y con una relación personal con los mortales, que se preocupa por los hombres y que sería la que Virgilio habría plasmado en la Eneida:

¿Qué es virgilianismo? ¿en qué consiste la originalidad de Virgilio? nos preguntábamos en el capítulo anterior. Si quisiésemos aventurar una palabra de síntesis de todo lo dicho hasta ahora, ésta sería para recordar lo que queda sugerido más arriba, y resueltamente responderíamos: «en el sentimiento»; en un sentimiento más profundo, más cordial, más amplio, más matizado que el de sus modelos, o al menos, para evitar comparaciones odiosas, en un sentimiento de todo punto distinto del de sus modelos, sentimiento nacido de un corazón hecho a vivir en soledad su propia vida, sentimiento que se forjó para sí una expresión propia de dejo totalmente personal, a pesar de innúmeras imitaciones de pormenor (Espinosa Pólit 1932, pp. 207).

El insigne clasicista Valentín García Yebra traduce el Virgilio, padre de Occidente (Vergil, Vater des Abendlandes) de Haecker al español en 1945 e introduce con ello sus ideas sobre el adventismo virgiliano en el medio cultural español, en lo que supone un hito fundamental para la transmisión de las ideas del teólogo alemán para el medio hispano, lo cual permitirá su difusión, a pesar de que hay quienes ya lo habían leído en su edición original y rescatado de la obra algunas ideas para sus propias visiones del poeta, como es el caso del citado Espinosa Pólit (Izquierdo 2003).

En el caso de la segunda de nuestras categorías, que hemos definido como histórico-política, el siglo XX será también un tiempo muy productivo en la recreación literaria de Virgilio en este sentido y, también, en el recurso al poeta de Mantua para reflexionar sobre la realidad del propio país por parte de autores en lengua española. Dentro de esta categoría, probablemente el texto más relevante que trata de pensar la realidad contemporánea en términos de su relación con Virgilio como paradigma de la cultura latina es el «Discurso por Virgilio» de Alfonso Reyes (1932), en el ambiente del México que celebra al poeta con motivo del bimilenario de su nacimiento. Reyes aprovecha esta efeméride para defender la cultura mexicana como plenamente occidental y privilegiada, por no formar parte de ninguna de las naciones que, propiamente, la han construido («convidados al banquete de la civilización cuando ya la mesa estaba servida —lo cual nos permite llegar a la fiesta como de mejor humor y más descansados» [Reyes 2015, p. 227]) y para proponer ciertos valores de la poesía virgiliana como referentes en la construcción del nuevo estado nacido de la Revolución mexicana.

Virgilio y el latín revisten, por tanto, una importancia decisiva para el mayor de los humanistas mexicanos del siglo. Estas afirmaciones de Reyes no actúan en detrimento del carácter nacional ni de la especificidad de cada nación latina, sino que defienden que la propia latinidad puede y debe teñirse del color local de cada uno de los pueblos que han heredado su cultura, sin que eso suponga una homogeneización ni una merma. En el caso de México, como hijo de Roma, debe atender, una vez cerrado el conflicto civil, a la alianza entre «la agricultura y la poesía» que Virgilio, en este caso el Virgilio de las Geórgicas, ha ofrecido a la posteridad:

También en las grandes crisis nacionales los pueblos tienden a buscar, espontáneamente, un alivio en el campo. El bálsamo de la agricultura mitiga las llagas de la política. Sobre la comarca recién desgarrada por las guerras civiles, como alta predicación de concordia, de unidad y de amor al trabajo, ruedan las ondas cordiales de las Geórgicas. También entre nosotros, después de las luchas interiores, se impone la necesidad de una política agraria para crear la nueva riqueza nacional y devolver a los pueblos el contentamiento con la tierra (Reyes 2015, p. 220).

En ocasiones, los autores no pueden separar su reflexión sobre la historia y la política contemporánea de su propia experiencia vital en tales sucesos. A Reyes le sucedió, pues su padre participó directamente en la política del México previo a la Revolución y murió cuando apenas comenzaba. No de manera diferente, el poeta español Juan Gil-Albert compuso un poema en torno a su propia experiencia en la Guerra Civil española. La peculiaridad es que el poema no es una reflexión abstracta sobre la tragedia del combate entre compatriotas o un plancto por los desastres que acarrean las guerras, sino un canto por la pérdida de la casa familiar en dicho combate, precisamente siguiendo las convenciones que Virgilio había sentado en sus Bucólicas (concretamente, la I y la IX). Gil Albert llora el paraíso perdido y se lamenta al imaginar cómo los soldados salvajes irrumpirán en él:

Porque no habremos llegado como siempre
a tu venturoso solsticio,
ni los perros del huerto
nos recibirán saltando bajo los perfumados nogales.
[…] Cuando el trepidante camión resonó en tus cercos
y viste bajar a los desaliñados jóvenes
que entre los rayos del sol estival
parecían los exterminadores de tu siesta fantástica
surgidos al conjuro de un huracán interno.

(Gil Albert 2004, p. 161)

La tercera de nuestras categorías corresponde a los cultivadores de una lectura hemos denominado hermenéutica. ¿Qué significa este término aplicado a la recepción de Virgilio? Que los autores tratan de indagar en las razones por las cuales el poeta Virgilio o algunos de sus personajes toman determinadas decisiones, conforme a las noticias transmitidas por la tradición biográfica o por las propias obras de Virgilio. El gran monumento literario de esta lectura peculiar es La muerte de Virgilio del escritor austríaco Hermann Broch (1945). La novela de Broch ejerció un peculiar influjo en algunos escritores en lengua española y, lo que podría resultar más sorprendente, en ciertos filólogos. El argumento es sencillo: retomando la noticia de las vitae antiguas, Broch propone las razones por las que Virgilio habría querido quemar su Eneida, en una novela que es a la vez uno de los grandes testimonios líricos del siglo.

Siguiendo la vía abierta por Broch, es muy conocido el poema de Antonio Colinas, el «Canto X» de Noche más allá de la noche (1982), que comienza con la inequívoca referencia brochiana: «Cuando Virgilio muere en Bríndisi no sabe / que en el norte de Hispania alguien manda grabar / en piedra un verso suyo esperando la muerte» (Colinas 1984, p. 272). Dentro del ámbito de la filología latina en lengua española, el Virgilio (1976) de Agustín García Calvo vuelve en varias ocasiones sobre la muerte del poeta y la enfermedad como componentes vitales esenciales de la composición de su obra.

La otra obra fundamental para esta corriente de lectura hermenéutica de Virgilio atañe a un personaje literario en particular: Palinuro, el timonel de la nave de Eneas que, en el libro V de la Eneida (Aen. 5, 827–871), sufre la acción malévola del dios Somnus, quien lo induce a relajarse ante la aparente calma del mar y, tras la negativa del soldado troyano, lo arroja al mar, llevándose consigo el timón y parte de la popa. Este hecho lo reinterpreta Cyril Connolly en La tumba inquieta (1945) como un acto voluntario de quien deliberadamente quería perjudicar a Eneas en su misión. Connolly toma a Palinuro como paradigma del hombre moderno por su cobardía a la hora de afrontar grandes empresas y, en el caso de los literatos, por ser incapaz de aguantar los sacrificios que conlleva la redacción de una obra maestra.

Este Palinuro crítico de la Modernidad será el que recupere para la gran literatura hispana Fernando del Paso en su Palinuro de México (1977), una novela que rezuma un humor disparatado durante buena parte de la misma, hasta que el Palinuro de Del Paso, un joven estudiante de Medicina en la Ciudad de México, se las vea con la Historia con mayúscula en la Plaza del Zócalo y caiga asesinado por los militares que reprimían las protestas de 1968, con lo que el novelista mexicano recupera la interpretación de Connolly modificando el significado del sueño que habría provocado la muerte de Palinuro. El español Jon Juaristi, excelente poeta y prosista, ha recurrido también a la figura de Palinuro como paratexto de su poema, en este caso para una indagación en la propia biografía, en el tono confesional e irónico que ha cultivado con tanto éxito, en su poema «Palinuro», parte del poemario publicado el año 1996, Tiempo desapacible (2000, pp. 188–189).

Palinuro es un buen puente entre la lectura hermenéutica y la estetizante que, además, permite la comparación y la diferenciación entre ambas. En 1942, la escritora argentina Silvina Ocampo publicaba su poemario Enumeración de la patria, que contenía un poema de título «Palinuro insomne». Para entonces, la figura del timonel no había suscitado tanto interés por parte de los creadores modernos, por lo que es ella la primera en el medio cultural hispanoamericano en componer una obra que recupere a este personaje literario. En el poema de Ocampo no hay ni rastro de estas interpretaciones hermenéuticas en torno a Palinuro y sus motivos últimos, sino que Ocampo se recrea en la suerte del piloto de Eneas («Palinuro, tu rostro clausurado / y mar ofrece a la serena / noche insomnios» [Ocampo 1942, p. 81]).

Jorge Luis Borges es probablemente el más importante escritor de nuestra lengua de este tiempo que ha hecho de la Eneida y de sus versos todo un referente estético moderno. Borges ha permitido que determinados versos de Virgilio accedan a la Modernidad y se propongan, paradójicamente, como absolutamente novedosos. Tal importancia y profusión de relecturas hacen imposible dar cuenta aquí de todo ello, pero sí debemos dejar constancia de su importancia y referirnos al que, probablemente, fuese el verso preferido por Borges en su lectura estetizante de la Eneida (Aen. 6, 268): ibant obscuri sola sub nocte per umbram. La hipálage virgiliana, que para Borges no existe como inversión de los lugares de los adjetivos, es el punto culminante de la producción virgiliana y, como tal, aparece recurrentemente en la obra borgiana, tanto en poesía como en prosa. El libro El hacedor (1960) supone la reconciliación de Borges con la tradición literaria europea como objeto de su poesía, frente a la primera etapa poética más centrada en Buenos Aires y la tradición autóctona. El libro se abre con una reflexión oportuna sobre la hipálage. Borges declarará en varios momentos su amor por Virgilio, como en «Un lector» de Elogio de la sombra (1969):

Mis noches están llenas de Virgilio;
haber sabido y haber olvidado el latín
es una posesión, porque el olvido
es una de las formas de la memoria, su vago sótano,
la otra cara secreta de la moneda.

(Borges 2010, p. 334)

Por su parte, el poeta español Juan Antonio González Iglesias, quien, por lo demás, ha ofrecido con sus poemas una relectura amplia de los antiguos textos recuperados en contextos contemporáneos y sorprendentes, relee a Virgilio en un poema fundamental: «La canción del verano suena más que la Eneida» (1997). La misma hipálage que obsesionó a Borges la recupera González Iglesias, tras lamentar la primacía de la banalización que supone la cultura de masas frente a la grandeza de la gran literatura clásica («Tristeza de saber que no regresaremos / a la ternura, la serenidad, / al fulgor de Virgilio»), en el contexto de un recuerdo: «Aquel verano bailábamos oscuros bajo la noche sola» (González Iglesias 2010, p. 70). Este final no deja de resultarnos equívoco, pues, si bien el autor ha lamentado la situación de la cultura contemporánea, parece querer decirnos que Virgilio y la belleza de sus versos afloran, incluso, en el recuerdo de una noche de baile veraniego.

En esta entrada no tratamos —sería de una ingenuidad imperdonable— de recoger todas las reelaboraciones modernas y los estudios que las analizan, sino que, por el contrario, nos hemos propuesto establecer las múltiples posibilidades de recepción en el siglo XX agrupadas en estas cuatro categorías, tras prestar atención a la polémica decimonónica sobre la categoría estética de la obra de Virgilio y la recuperación de algunos componentes de la poética virgiliana con Darío y el modernismo. Estas distintas corrientes, con sus cambiantes aprecios y condenas del poeta, deberían permitir conformarnos una idea de las grandes líneas de relectura moderna en el ámbito español e hispanoamericano. Como quiso Dante, Virgilio ha permanecido en este tiempo como guía por los infiernos cotidianos de muchos de estos autores.

Los textos aludidos y citados en esta entrada tienen el interés, a nuestro juicio, de servir como ejemplos de tales relecturas modernas. Ello demuestra que el poeta de Mantua no ha abandonado nuestras letras, si bien no debe perderse de vista que, con las reformas educativas y los cambios sociales de la segunda mitad del siglo XX, la cultura grecolatina ya no puede darse por aprendida en la enseñanza media, por lo que la posibilidad de que los autores nacidos y formados en las últimas décadas del siglo vayan a recuperar al mantuano se torna incierta. En cualquier caso, las obras de que disponemos de la literatura del siglo pasado sí nos permiten ofrecer este panorama que hemos tratado de perfilar en esta entrada, en espera de cómo evolucionen las distintas poéticas contemporáneas.

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Carlos Mariscal de Gante Centeno

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