Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica
Diccionario Hispánico de la Tradición y Recepción Clásica

Étiemble, René Ernest Joseph Eugène (Mayenne, 1909–Vigny, 2002)

Más conocido simplemente como Étiemble (no gozaba de su favor el hiato creado en la conjunción con su propio nombre), fue un prolífico ensayista, novelista, crítico y traductor literario, a la par que erudito catedrático de universidad de Literatura Comparada en la Sorbona (antes había sido de Gramática General) desde 1955 hasta 1978; previamente, había ejercido su maestría en las universidades de Montpellier, Chicago y Alejandría. Es unánimemente considerado el precursor e introductor de la literatura comparada en Francia a mediados del siglo pasado y uno de los grandes representantes de la disciplina a nivel mundial, aun hoy día.

Vino al mundo en el seno de una familia campesina; huérfano de padre desde los tres años, tuvo una infancia terriblemente dura que le dejaría una profunda cicatriz intelectual a lo largo de una vida que vendría marcada por sus posiciones izquierdistas y de defensa de los derechos humanos, especialmente hacia el final de su vida, aunque esta fue una transformación natural de su pensamiento, a tenor de sus primeros trabajos de carácter metodológico y programático; de hecho, él mismo llegó a reconocer que «de revolucionario me he convertido en “evolucionista”» (Ferney 1981, p. 24; cursiva en el original). Se casó en segundas nupcias con Jeannine Kohn (fallecida en 2014) y ambos fueron padres adoptivos de una niña de origen vietnamita, Sylvie Étiemble, que, siguiendo el ejemplo de su padre, ejerce de destacada editora en la actualidad.

Formado inicialmente en el lycée de Lával y en el lycée Louis-le-Grand, de cuyos maestros, especialmente de uno de ellos, Albert Bayet, guardó un gran recuerdo durante toda su vida por la fuerte impronta intelectual que le dejó (como él mismo recordaba en la entrevista que concedió a Le Nouvel Observateur en 1981), su formación concluyó con su paso por la École Normale Supérieure, donde profundizó en el estudio de la lengua y la cultura china, fue becado por la Fondation Thiers (1933–1936), y se doctoró finalmente en la Sorbona con una tesis titulada Le Mythe de Rimbaud (como precursor del surrealismo; no obstante, Étiemble, amigo, e, inicialmente, colaborador de André Breton, se distanció pronto de aquel movimiento debido a su mayor interés por el mundo de la razón. Su tesis doctoral, defendida el año 1952, le valió el reconocimiento unánime dentro de la profesión. Se trata de un trabajo sobre la recepción literaria y sobre las transformaciones del «mito literario»; de hecho, esta tesis, una vez publicada en tres extensos volúmenes, se convertiría en su mayor aportación al campo de la crítica literaria. Es más, incluso él mismo recordó en no pocas ocasiones que todo crítico es, en realidad, un escritor:

Un buen crítico es infinitamente más «escritor» que un papanatas que empolla para el premio Goncourt o el premio Femina. No hago distingos entre el crítico y el escritor. […] Un crítico no puede cumplir con su oficio si no es escritor. Oponer el crítico al escritor es un modo ligero de oponer el buen escritor al malo (Ferney 1981, p. 21).

De manera consecuente, pues, con esta condición de crítico y escritor, publicó tres novelas (entre ellas, L’Enfant de chœur, de 1937 y Blason d’un Corps, de 1961, interpretada como erótica), a la vez que dignificó el trabajo de traductor literario (como parte de la amplitud de miras de la literatura comparada en tanto que disciplina académica y método de cuestionamiento) no solo con su actitud («Para un escritor no hay mayor alegría que traducir. Todo escritor francés debería tener el derecho y la obligación de traducir al escritor extranjero con el que sienta más afinidad» [Ferney 1981, p. 22]), sino, una vez más, con su práctica (fue un verdadero teórico-práctico del comparatismo y, es más, su labor intelectual está acorde con sus postulados ideológicos vitales, muestra, una vez más, de su honestidad intelectual), llevando a cabo excelentes traducciones de Lawrence de Arabia al francés y de poesía china y otros textos de la izquierda maoísta, junto al poeta, ensayista y traductor chino Dai Wangshu. Como afirmó André Lefevere: «It is easy to detect a close relationship between Étiemble the man and Étiemble the scholar, in the sense that his scholarly pursuits are not divorced from his “normal” existence» (Lefevere 1982, p. 381).

El programa comparatista en sus textos. El renovador, provocativo pensamiento (o incluso rebelde) de Étiemble se concreta en un gran número de ensayos y se puede resumir en los siguientes aspectos, para cuya enumeración parto de los títulos que organizan el libro del rumano Adrian Marino, Étiemble, ou, Le comparatisme militant, seguramente el más completo acercamiento analítico a la compleja y abundante obra del francés: la militancia crítica; las relaciones entre Oriente y Occidente; el anti-nacionalismo; la aversión al eurocentrismo y al ideario cristiano-burgués; el imperialismo y el colonialismo; la importancia de las relaciones, intercambios y de la cooperación; la necesidad de un nuevo humanismo y, en última instancia, aunque no por ello menos importante, de un nuevo comparatismo. De hecho, como afirma el mismo Marino:

Le programme du comparatisme militant aboutit à cette formule: un «nouvel humanisme», qui résume et concentre l’ensemble des objectifs à atteindre. Il diffère des autres «humanismes» de notre époque par son contenu, sa dynamique, ses valeurs et sa structure «invariante». Pour Étiemble, le comparatisme vraiment international constitue la méthode d’accès vers ce noveul humanisme: il engage directement et à fond la littérature, étudiée comparativement, à definir enfin les conditions humaines (du point de vue moral, idéologique, sociologique, esthétique) de notre époque. L’humanisme est alors défini comme une foi en l’homme —malgré tout— et en quelques valeurs universelles, élaborées par induction. Il suppose la défense et la propagation de ce credo. Doter le comparatisme d’une philosophie pratique, agissante et combative à l’usage de notre époque, tel devient l’enjeu suprème de la discipline (Marino 1982, p. 149).

Se trata, por tanto, de un giro hacia lo ético, esto es, lo esencialmente constitutivo del ser humano; aunque también, claro está, ideológico. Admirador de Leon Trotski (especialmente del literario), de André Malraux, de la anarquista Louise Michel y del periodista, escritor y activista de izquierda anticapitalista Jules Vallès, ambos destacadísimos miembros de la comuna parisina (anarquista y revolucionaria), tales autores representan muy bien el pensamiento de izquierdas que, como antes referí, abrazó Étiemble a lo largo de su vida. Su militancia crítica fue la de un comparatista comprometido que responde a este pensamiento de izquierdas y a su proyecto de honestidad y, como consecuencia, de la necesaria combatividad intelectual. Sin embargo, a pesar de la raigambre de su pensamiento filocomunista y anarquista, no dejó de ver en la religión uno de los grandes ejes vitales, al describirla como un «hermano siamés» de la literatura y el lenguaje (Ferney 1981, p. 19).

Su proyecto consiste, por tanto, en construir una disciplina vitalista y vital, tanto para el teórico y el escritor como, especialmente, para el lector. En este sentido concuerda con el pensamiento de Roland Barthes —uno de sus contemporáneos en esta empresa de renovación disciplinaria—, y, más concretamente, con dos de sus magistrales textos «La muerte del autor» y «De la obra al texto») Étiemble defiende, dado el poder intervencionista de la literatura en la vida de los seres humanos, sus receptores (de ahí que del autor se pase al lector, hecho que contribuirá sobremanera en la renovación de los estudios de tradición y recepción literaria y cultural). Con todo, Étiemble tenía en mente, como se apuntó antes, una idea no solo antinacional de la literatura, sino también desarraigada del comparatismo de la antigua división Oriente-Occidente construida por el «imperialismo blanco» (Ferney 1981, p. 19). Su pretensión es por tanto la de configurar un nuevo modelo inclusivo que indorpore el estudio de las literaturas orientales (desde la árabe, pasando por la india, la japonesa y, por supuesto, la china). Dicho de otra forma, Étiemble propone un método donde tengan cabida las literaturas que hasta ese momento habían estado marginadas de los elitistas debates académicos. Por este motivo, considera que se impone estudiar desde este nuevo punto de vista tanto las literaturas africanas así como asiáticas y las latinoamericanas, que habría conocido de primera mano durante sus peregrinaciones alrededor del mundo (Antillas, China, Egipto —tuvo un gran dominio de la literatura árabe también—, Estados Unidos de América, Japón, Hungría y México) y había leído a partir de sus originales. No en vano llegó a dominar la estratosférica cifra de quince lenguas (como él mismo manifestó: «era una criatura y ya tenía la manía de las lenguas» (Ferney 1981, p. 21). De hecho, aunque sea a título anecdótico, tampoco estará de más, dado el ámbito hispánico del diccionario que nos ocupa, recordar que Étiemble propuso a Jorge Luis Borges para el Premio Nobel en 1956, aunque ese año la suerte se decantara por el autor de Platero y yo.

Más concretamente, Étiemble desarrolla su modelo a partir de la «Weltliteratur» de Johann Wolfgang von Goethe; a ello se refiere ya Étiemble en su «Faut-il réviser la notion de Weltliteratur», incluido en Essais de littérature (vraiment) générale (1974). Más concretamente, para Étiemble, el acercamiento al fenómeno literario debe partir de lo anti-nacional y, por consiguiente, debe ser lo más universal posible y debe incluir las invariantes de las diferentes culturas (entiéndase «global», «planetario», en el sentido de Étiemble en su Ouverture(s) sur un comparatisme planétaire, de 1988), motivo por el que su pensamiento ha cobrado una nueva vitalidad hoy día, cuando el comparatismo ha abierto el paso tanto a los estudios de traducción como a la literatura mundial; Étiemble puso en práctica esta nueva epistemología del fenómeno literario en tanto que traductor y director de la prestigiosa colección «Connaissance de l’Orient» (en la parisina editorial Gallimard) que él mismo fundó. Cierto es que este proyecto universalista ha sido puesto en jaque por una parte de la crítica actual, al tildarlo de tautológico en alguno de sus planteamientos, particularmente en lo relativo a la cuestión tan debatida de los géneros literarios. La propuesta de Étiemble se hace ya más patente en Comparaison n’est pas raison. La crise de la littérature comparée:

However, we should recast our programs. The world in which the students we are now training will be teaching, which they will have to prepare their own students, will probably have this composition: one or two billion Chinese who will claim to be of the first rank among the great powers; Moslems in hundreds of millions who, after having asserted their will to independence, will re-assert (as indeed they are already doing) their religious imperialism; an India where hundreds of millions will speak some Tamil, others Hindi, still others Bengali, others Marathi, etc.; in Latin America tens of millions of Indians who will clamor the right to become men again, and men with full rights [el listado continúa incluyendo Brasil, Japón, así como mención de América Latina y África] (Sánchez Prado 2012, p. 131).

Con este texto, Étiemble, además, «foi um dos primeiros comparatistas que se preocupou com questões relacionadas ao colonialismo que uma literatura ou cultura exercia sobre outra(s)» (Peres Alós 2012, p. 3). El debate, desafortunadamente, no está cerrado hoy en día, ya que, como una figura central del pensamiento poscolonial de la talla de Gayatri Chakravorty Spivak ha apuntado:

René Étiemble’s Comparaison n’est pas raison attempted, in 1963, to combat that impulse in a manner that is still favorably comparable to much that goes on in the Euro-U. S. today. But in terms of the questions we are asking, it is still too much within the internationalist side of cold war logic —going no further than the front-line languages of India and East Asia, with a somewhat paternalistic approach. Whatever the outcome of that debate, and whatever the status of the classical traditions of Asia, Comparative Literature within the United States remained confined to European literary regionalism. After the cold war, the division between a Eurocentric Comparative Literature and geopolitically oriented «Area Studies» seemed to have become less tenable than before. But comparison in favor of the European tradition has remained in place (Spivak 2009, p. 40).

Como corolario, Étiemble hace una propuesta que se concreta en un nuevo humanismo globalizador y universal que por imperativo ético está obligado a dar cuenta de las relaciones, intercambios y cooperación entre distintas culturas y civilizaciones, incluyendo, por consiguiente, tanto las de Oriente como de Occidente, pasando por África y los indios, desde un punto de vista descentralizador.

Sus trabajos en el campo de la literatura comparada le hicieron merecedor, entre otros, del prestigioso Premio internacional Balzan de esta disciplina, en 1988. Para cerrar esta parte dedicada al pensamiento de Étiemble, se podrían recordar las palabras de Paul Martin en otro excelente trabajo sobre nuestro autor, Pour Étiemble, donde sintetizaba de esta forma el pensamiento del comparatista: «les valeurs d’Étiemble sont celles d’un humanisme militant et planétaire: vérité, justice, liberté. Ces valeurs interdisent à celui qui les a choisies de mentir au peuple, de flatter le Prince et de suivre les modes intellectuelles sous prétexte qu’elles peuvent assurer une promotion rapide» (Paul Martinq 1993, s. p.).

Así, Étiemble puso al servicio de los derechos humanos un comparatismo comprometido tanto con él como con su época, para hacer justicia e intentar desarraigar el discurso académico del colonialismo y el racismo, al cual había estado sometido por la tradición establecida, poniendo en práctica la dialéctica hegeliana del Amo y el Esclavo, concepto clave de su Fenomenología del espíritu (1807), texto clave para entender también el desarrollo de la doctrina marxista, así como para entender el pensamiento de Étiemble y también su distanciamiento del estalinismo-marxista, que rechazó vehementemente. Como el mismo afirmó:

Es cierto que después de los procesos de Moscú de 1936 rompí para siempre con la religión marxista —aunque seguí siendo «marxiano»— y que no he dejado de combatirla, al mismo tiempo que combatí el nazismo, el colonialismo y los rebrotes del espíritu chuan (Ferney 1981, p. 21).

Todo este pensamiento queda muy bien representado a lo largo y ancho de sus textos; mientras que en sus L’écriture (1973) y Essais de littérature (vraiment) générale (1974) desarrolla principalmente las «siamesas relaciones» entre lenguaje, literatura y religión; del mismo modo, su esfuerzo fue notable en la:

[…] apertura de la expresión literaria hacia una actitud verdaderamente general (para el espíritu del lector), seña[lando] que aceptar la teoría literaria en su sentido más totalizador y, por ende, comparativo entre culturas diversas —prescindiendo de la retórica árabe o india, por ejemplo— es no solo inútil sino empobrecedor (Ferney 1981, p. 19).

En resumen, el programa comparatista de Étiemble se puede sintetizar de la siguiente forma:

[…] la ampliación de los estudios comparatísticos más allá del ámbito europeo para incluir otras literaturas y culturas, las antiguas como las modernas, como las del Lejano Oriente, el Mundo Árabe e Islámico y la cultura africana y recomienda el estudio comparado de la métrica, la estilística, las metáforas y la poética, así como el análisis comparativo de las estructuras y los problemas de la traducción (Weisstein 1975, p. 76; cit. Mohamed Nasr 2011, p. 43).

Otro de sus títulos relevantes (los necesarios límites espaciales del género de este breve ensayo no nos permiten entrar con más detalle) que, como los anteriores, habla por sí mismo, es Comparaison n’est pas raison. La crise de la Littérature Comparée (1963); un breve panfleto, también programático, donde proponía las líneas maestras de una necesaria renovación de la disciplina, oponiéndose así a las rígidas propuestas de la escuela francesa de París (entre cuyos miembros cabría citar a Paul Van Tieghem, Jean Marie Carré y Marius-Francois Guyard, entre otros muchos no menos destacados) como muy bien ha explicado Darío Villanueva:

El origen de su trabajo está en una comprometida situación académica: el acceso a la cátedra de literatura comparada de la Sorbona, que había quedado vacante por la muerte de Jean-Marie Carré. En los Annales de l’Université de Paris fue donde Étiemble dio a conocer su programa para cambiar la concepción de la disciplina allí imperante, programa que consideraba como inexcusable punto de partida la actitud política «de renoncer à toute varieté de chauvinisme et de provincialisme» (Étiemble 1963, p. 15), el vicio que lejos de ser exclusivamente francés Étiemble considera ya europeo. Su talante es, en este sentido, de verdadera militancia, pues para Étiemble la literatura comparada era algo más que una disciplina literaria, para convertirse en una afirmación política de universalismo y apertura histórica e intelectual. Más que los aspectos técnicos, le interesa el espíritu que debe regir, según su opinión, a la literatura comparada y a sus servidores (Villanueva 1995, p. 39).

Con Parlez-Vous Franglais? (1964) creó el neologismo «franglais», con el que propone una acérrima defensa de la lengua francesa frente a la influencia anglosajona y, más particularmente, de los Estados Unidos, en parte, también, claro está, por ser este país eje del capitalismo mundial al que él se opuso. No deja de ser contradictorio, por tanto, del pensamiento de Étiemble, este continuo vaivén entre el punto de vista anti-nacionalista que ilumina toda su obra, frente a estos gestos de matiz nacionalista; lo mismo podría pensarse de su relación con el surrealismo francés. Al respecto, quizás sean ciertos esos famosos versos del celebrado poeta estadounidense Walt Whitman cuando canta, en sus «Hojas de hierba» (p. 51) que uno mismo se contradice:

¿Que yo me contradigo?
Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué?
(Yo soy inmenso, contengo multitudes.)

Dentro de su amplia producción ensayística, dedicó igualmente un gran espacio a las culturas asiáticas, y, más particularmente, a las de China y Japón; para la primera, baste enumerar los siguientes: Connaissons-nous la Chine? (1964), Les Jésuites en Chine (1966), Confucius​ (1966), Quarante ans de mon maoïsme (1934–1974); en cuanto a Japón, cabe recordar que fue un gran especialista en los haiku japoneses.

El lugar de la Tradición Clásica. Para el ámbito particular que nos ocupa en este diccionario, no puedo dejar de recordar las palabras de René Étiemble, cuando declara que:

«[…] cierta literatura comparada nace fatalmente desde el momento en que dos o varias literaturas son puestas en contacto mutuo, ya gracias a obras de paz, por efecto de una guerra imperial, o también debido a empresas coloniales.» A continuación Étiemble nos pone los frutos de ese contacto, ya que Graecia capta ferum victorem cepit, los autores latinos contaminaron varias piezas de la literatura griega a fin de componer una obra latina original, los acadios adaptaban temas de la religión sumeria en su Gilgamesh (La Epopeya de Gilgamesh o Poema de Gilgamesh es una narración de origen sumerio, considerada como la narración escrita más antigua de la historia), y cuando los peregrinos chinos que hicieron antaño el camino hacia la India, madre del budismo, se llevaron y tradujeron los textos sagrados, hubo una larga querella para decidir cuál de los dos, el taoísmo o el budismo, había dado a luz a otro (Díez Borque 1985, p. 280. Cit. por Mohamed Nasr 2011, p. 12; entrecomillado en el original).

Para el ámbito particular que nos ocupa en este diccionario, no puedo dejar de hacer referencia a su famoso aserto «Comparación no es razón», principio a partir del cual hace que el comparatismo abandone sus presupuestos genetistas y deje de ser, metodológicamente, una mera comparación. Las finas y agudas palabras de García Jurado al respecto son meridianas:

No obstante, el comparatismo, cuando menos el que surge a partir de René Étiemble en la segunda mitad del siglo XX, no requiere necesariamente de tales presupuestos genéticos, dado que se puede establecer relaciones tanto entre lenguas como entre literaturas sin tales vinculaciones ni dependencias. La cuestión viene de antiguo, desde los propios fundamentos del comparatismo como disciplina. En este sentido, García Gabaldón planteó el comparatismo como una forma de "epistemología previa" que se desarrolla plenamente en el siglo XVIII, en calidad de tipología (el catálogo de las lenguas de Lorenzo Hervás es un excelente ejemplo de ello) y luego, ya en el XIX, deriva a los presupuestos genéticos (la lingüística indoeuropea) (García Galbaldón 1996–1997) (García Jurado 2016, p. 97).

Con estas palabras, García Jurado se refiere a la siempre productiva «oposición entre tradición y poligénesis» (García Jurado 2018, s.p.). Con el fin de ilustrar esta acertada afirmación, traeré a colación un trabajo de hermenéutica y metodología propiamente étiembliana donde me referí a la más que plausible relación entre un cuento egipcio de época ramesida, titulado El príncipe predestinado, y su presencia intertextual en el Barlaam e Josafat y en el Sendebar, en cuyos textos la impronta árabe es más que anecdótica. Después de analizar a fondo estos tres textos, llegaba a la conclusión de que la evidente suma de motivos y temas comunes, así como su idéntico desarrollo argumental, me permitían afirmar que estos relatos son paralelos en un mismo sentido. Por esta razón, cabe plantearse si el origen del motivo del príncipe predestinado, que encontramos en los textos castellanos, procede de Egipto, o bien es anterior y llegaría a la región africana por vía oral. Por supuesto, otra opción, en ese caso, sería considerar la posibilidad de que este motivo de «El príncipe predestinado» sea universal, haciendo así referencia implícita a la teoría poligenética, en clara oposición, por consiguiente, a la idea de tradición. En este segundo supuesto habría que basarse en el principio de lo esencial del pensamiento y del sentimiento humanos, de manera que «los paralelismos con relatos griegos […] europeos o árabes son repetidos y obligan a pensar en la universalidad de ciertas temáticas y también en la enorme capacidad de la fantasía para alcanzar a los pueblos más distanciados entre sí» (Mallorquí-Ruscalleda 1999, p. 1172).

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Enric Mallorquí-Ruscalleda

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